«La vida es infinitamente más extraña de lo que la mente humana puede llegar a concebir». Esta es una de las reflexiones que Sherlock Holmes le regalaba al doctor Watson en la obra Un caso de identidades. Sir Arthur Conan Doyle ofrecía así el marco en el que debían trabajar sus personajes, íconos de la deducción, la investigación y la lógica. Tres elementos que marcan lo que actualmente se llama la «inteligencia policial» y que ha demostrado saber manejar con precisión la inspectora Kira Estrada, la jefa de la Unidad Central de Agresiones Sexuales de los Mossos d’Esquadra (UCAS).
El equipo de Estrada detuvo, el pasado dos de septiembre, al primer agresor en serie que utilizaba disfraz del que la UCAS tiene referencia. Fueron hechos que se perpetraron en Gavà (Baix Llobregat). Un caso que mezcla una ingente tarea de estudio psicológico, un profundo análisis de la prueba y un respeto por la inteligencia, es decir, el conocimiento del terreno. Los densos atestados policiales se convierten en un verdadero manual del estudio psicológico y conductual de un criminal en serie. En este caso, un agresor sexual, que acumula tres denuncias en un margen de cien días, siguiendo un patrón concreto que mejora y perfecciona en cada ataque.
Todos los ataques concentrados en una zona determinada, la Pineda de Gavà, que ofrece suficientes elementos para entender el comportamiento del arrestado como presunto autor de los hechos, que continúan bajo control de la instrucción del Juzgado de Instrucción 8 de Gavà. Un bigote «hitleriano», dos señoras, una pistola por los aires, y un dispositivo policial riguroso permitieron detener a un agresor inédito para la policía, un hombre «sin empatía» que se disfrazaba para cometer sus ataques.

Neutralizar el peligro
Estrada repasa la investigación del caso en conversación con El Món. Un caso que, a raíz de la primera denuncia y de recoger los primeros indicios, necesitaba neutralizar un nuevo ataque. Lo que en el argot policial se define más como «peligro inminente». Un concepto más inquietante que el de «amenaza». «El detenido tenía claro que lo que estaba haciendo no lo podía hacer», sentencia la inspectora con una firmeza amable después de quitarse las gafas.
«Fantasía», «frustración», «conciencia forense», «violencia como instrumento solo intimidatorio», «enfriamiento emocional» o «victimología» son elementos indispensables para la policía en este primer caso «como el primer agresor sexual serial que utiliza el disfraz» del que tienen registro preciso. Indagación, causas y efectos hilvanan una historia aún por completar. Nadie descarta que el detenido hubiera actuado otras veces o sus experiencias «incipientes». Hay policías que aprietan los dientes para que un día puedan analizar en profundidad las mentes que convierten a alguien que «siempre saludaba» en un «depredador sexual que se perfeccionaba con cada asalto».

La primera denuncia despierta las sospechas
El sumario del caso incluye el perfil psicológico del sospechoso que despertó las suspicacias desde la primera denuncia y la profunda investigación criminal de los policías. La primera agresión denunciada se perpetró el primero de octubre de 2024. Eran alrededor de las siete de la tarde. La víctima, una mujer que había bajado del autobús y que ya había detectado la figura de un hombre que la miraba y que le despertó cierta desconfianza e incomodidad. Se alejó de allí cruzando la autopista por un puente subterráneo. El hombre la interceptó accediendo a la zona por la otra parte del puente.
El hombre, según la denuncia, iba tapado y llevaba un bigote «hitleriano» y una navaja. No se detuvo por demasiados protocolos, la agarró y le espetó: “Dame el móvil y no me mires… Tírate al suelo y date la vuelta.” Y consumó la agresión. Eso sí, le quitó el móvil. La mujer sufrió lo que se califica de «heridas defensivas» en la mano, es decir, los cortes que se hizo al intentar defenderse del agresor golpeando las palmas de la mano con la navaja. Una navaja que será uno de los indicios principales del caso.
La narración de los hechos despierta en los Mossos que no se encuentran con un caso «ordinario» de agresor sexual. De hecho, no creen que sea el primero, o al menos, el primer intento. «Vemos un modus operandi que nos apunta a un serial», detalla Estrada. Pero no hay antecedentes claros. Hay que tener presente que aproximadamente hay una cifra sumergida del 80% de agresiones sexuales. Es decir, tal vez lo intentó, tal vez no se consumó o, simplemente, que la víctima no ha osado denunciar.

Una pistola por los aires
Unos cien días después, los Mossos tienen una segunda denuncia que les permitirá abrir más caminos de la investigación. Es el 24 de enero de 2025, casi cien días después de la primera agresión. Es una zona próxima a la de la primera denuncia, en el entorno de la Pineda de Gavà. Otra chica, de características físicas similares a la primera denunciante, paseaba a su perra. Un hábito habitual después del trabajo y al llegar a casa. Era viernes. Un hombre se acercó a la chica. El individuo llevaba una chaqueta amplia, con capucha en la cabeza, gafas de sol y un bigote hitleriano, claramente postizo. Pero, un detalle, a diferencia de la anterior agresión: en la mano, una pistola.
La chica, en un primer momento, imaginó que era una broma, como uno de esos vídeos virales de Instagram. De hecho, la pistola le pareció de juguete. Y en una reacción, entre la osadía y la temeridad, le quitó el arma de las manos y la lanzó a las hierbas que señalaban el camino. En ese momento, el agresor le cortó la palma de la mano y le recordó que lo que estaba viviendo no era ninguna broma, visiblemente enfadado, pero sin perder el mundo de vista. «Dame el móvil y ponte esto”, le ordenó mostrándole unas esposas.
La amenaza de una navaja de apertura automática, -que sería la misma que a la primera víctima- rozando el cuello fue suficiente para cumplir la orden. “Tírate al suelo… tírate al suelo te he dicho”, le repitió alzando la voz. La chica intentó resistir pero, finalmente la tiró al suelo. «No te muevas; a ver si serás la primera a la que haga daño”, le advirtió. Una frase que fue recogida con interés por los investigadores. “Por favor, al menos ponte protección”, le pidió la víctima. Después le tapó la boca con cinta. A la primera lo había hecho con la mano. Un paso primordial que después ayudará, y mucho, a los investigadores.
Tercer intento
Es el 29 de julio de 2025. La misma zona de Gavà, esta vez más cerca de la avenida del Mar y la avenida Europa. Una chica se dirige a su huerto de un camino agrario de la calle Josep Lluís Sert. Hay un hombre que le genera mucha inseguridad. Parece que habla por el móvil. Lleva un bigote postizo tipo «hitleriano». Caminaba nervioso, «como si viniera de hacer daño o fuera a hacerlo». La chica llama a su pareja, que llama a la policía local. El hombre la adelanta y la chica echa a correr. El hombre desaparece. El susto persiste.
Pero esta vez el agresor no ha tenido en cuenta que la policía ya tenía dispositivos de vigilancia y que el vecindario ya estaba al tanto de las agresiones de la zona. La gente que normalmente hace ejercicio, pasea al perro o simplemente pasea estaba atenta. La sensibilidad social estaba más alerta. El agresor no respeta su tiempo del que la inspectora del caso califica de «enfriamiento emocional» porque no ha consumado su agresión. Ha abortado su objetivo. Al día siguiente vuelve a rondar por la zona. Los mossos de paisano llevan días merodeando, pero después de la tercera denuncia han afinado la antena.

La detención
Centran la actuación donde ha actuado, donde los indicios y las pruebas tecnológicas han permitido perimetrar la zona. Los Mossos, en este caso dos agentes, detienen a dos señoras para pedir información sobre si han visto a alguien o algo extraño. Las señoras comentan a los policías que han visto a un hombre extraño «con gafas oscuras de sol» que «no paseaba ningún perro ni hacía ejercicio». Las actividades que hace todo el mundo en la Pineda de Gavà. Indican por dónde lo han visto y en qué dirección iba.
Los Mossos encuentran a un hombre en una zona boscosa cerca de la zona que coincide con la descripción. El hombre cambia de rumbo. Pero no hay nada que hacer, lo detienen. Lleva un bigote postizo tipo hitleriano «pegado a la barbilla». No da ninguna respuesta coherente ni razonada a una estética tan estrambótica como esa. Los Mossos lo identifican alegando que es un control rutinario. Lleva un teléfono que asegura haberse encontrado. Está apagado. Pero en la funda… y lleva dos bigotes postizos tipo «hitleriano» pegados. Se dirigen al coche del sospechoso, lo registran y encuentran el almacén de los efectos que utilizaba para sus actuaciones: pelucas, gafas, navajas, esposas, bigotes y una caja de una pistola de aire comprimido.
Abren diligencias y los Mossos presionan el botón de alarma. Seguimientos y diagramas de la localización de su móvil. Todo coincide. Su móvil se localiza en las zonas los días y las horas de los hechos denunciados. En los objetos hay perfil genético de las dos víctimas. Las cámaras de la zona han detectado la matrícula del vehículo los mismos días y en la misma franja horaria. El dos de septiembre lo detienen en Castelldefels.
¿Y por qué?
El juzgado de Instrucción 8 de Gavà investiga al detenido, en prisión provisional, por delitos de agresión sexual, lesiones, tenencia ilícita de armas y robo con fuerza e intimidación. Todo con el agravante del uso del disfraz. El trabajo de los Mossos ha sido saber qué, quién, cómo, cuándo, dónde y ahora establecer por qué. De hecho, los Mossos estarían encantados de poder analizar en profundidad la psicología del sospechoso y cómo llega a perfilar unos «patrones conductuales» que podrían ayudar en otros casos. Una persona que, según el atestado de los Mossos, ha actuado con «superioridad, masculinidad, con una violencia puramente instrumental y sin empatía». Una conducta «subyacente, compleja» que lo convierte en un «depredador sexual». «Para él, intimidar ya es ganar, no va más allá con la violencia por el miedo a ser descubierto». «No estamos ante alguien impulsivo, lo piensa todo muy bien», remata la inspectora.
Según los investigadores, el sospechoso llevó a cabo una «evolución estratégica para el control de la víctima» que ayudado por el conocimiento de la zona. «Tiene conciencia forense», destaca la inspectora Estrada. No se puede olvidar que se lleva la ropa, los pañuelos con los que se limpia, los móviles de las víctimas. Otro de los hechos que remarca la policía es la victimología, es decir, la «similitud física de las potenciales víctimas» y el hecho de que sean «desconocidas para él», un detalle que «proyecta un impulso sobre una persona porque tiene un conflicto interno». El agresor cae cuando no respeta el «enfriamiento emocional» al no alcanzar su primer objetivo y sufrir la «frustración» de no haber consumado la agresión. «No ha cumplido su «fantasía». «Es una persona inteligente, con una vida corriente, con pareja estable e hijos, y un buen trabajo», insisten los investigadores. «Tenía muy claro que lo que hacía no lo podía hacer», y así se lo han hecho saber los Mossos y la jueza de Instrucción.