El 9 de octubre de 1977 miles de valencianos llenaron las calles del centro de la capital del país. Franco ya olía poco y aquella multitud exhibía un sentimiento que les unía con sentimientos y banderas diferentes e incluso contradictorias: la ilusión. El 9 de noviembre de 2024 miles de valencianos han vuelto a desbordar las mismas calles con otra pasión compartida: la indignación.

Al mediodía, un centenar de personas se habían concentrado frente al Palacio de Benicarló, sede de las Cortes valencianas, convocados por la extrema derecha más extrema. A la pregunta “¿Ustedes son de VOX?”, un miembro del servicio de orden, carne de gimnasio y de sastrería gótica, respondía: “¿De VOX? ¡Nosotros somos patriotas!”. Banderas de España -una de republicana (!) y senyeras municipales- permitían que sus portadores las agitaran con furia. Los “patriotas”, con camisetas que ilustraban su militancia, bramaron durante media hora con fuerza: “¡Pedro Sánchez, hijo de puta!”, “¡Sánchez, Mazón, la misma mierda son!”, “¡Sánchez, culpable, Mazón, responsable!”.

Consignas contra Mazón pero también contra Pedro Sánchez en la manifestación de Valencia por la DANA

Desde el primer momento, desde la visita de los reyes, el presidente del gobierno español y el de la Generalitat a Paterna, los fascistas autóctonos han tenido los objetivos muy claros. Es Pedro Sánchez quien concentra casi en exclusiva su ira -las agresiones más graves aquel día lo buscaban a él-, mientras que Carlos Mazón es una presa menor, que lo acompaña como comparsa en los insultos para que los miembros de estas escuadras no queden en total evidencia. Mazón está ahí también para convertir a “los políticos” -todos “los políticos”, excepto ellos- en una especie subhumana que “el pueblo” debe destruir.

El patriotismo de la extrema derecha valenciana es exclusivamente español. Estos jóvenes bárbaros solo llevan con orgullo las banderas españolas y las paranas. Las otras les ayudan a despistar. Como también intentan enredar con alguna consigna en valenciano, una lengua que desprecian en privado y que solo reivindican si se trata de oponerla al odiado “catalán”.

Aquel espejismo de la mañana de sábado en el Palacio de Benicarló de Valencia quedó como una anécdota grotesca, prescindible, en un mar de chats en las redes sociales que convocaban por la tarde. Un mar no siempre compacto, porque en muchas de estas conversaciones -sobre todo, las que se desplegaban en los pueblos y ciudades más afectados por la inundación- había quienes intentaban disuadir a los demás: “No debemos asistir a esta manifestación porque solo pide la dimisión de Mazón. Es una convocatoria partidista, de la izquierda, que nos quiere manipular”.

La convocatoria, sí, era cosa de una cierta “izquierda”. En cuanto a los partidos, concretamente, de Compromís. El PSPV-PSOE no se sumó. Fuera de eso, la articulaban sindicatos y asociaciones testimoniales o transeúntes del extrarradio social. Desde la Intersindical hasta Acció Cultural del País Valencià. Entidades que en otras circunstancias reúnen apenas a unos pocos miles de personas. Esto, lejos de restarles importancia, destaca su esfuerzo. Porque fueron estas organizaciones las que han sabido encauzar la indignación, las que se han puesto al frente de miles de valencianos sorprendidos, encendidos y enfurecidos contra la incompetencia criminal de su gobierno. Y lo han hecho “antes de que sea la extrema derecha la que capitalice esta ira tan justa y necesaria”.

La convocatoria había precisado lugar y hora a las seis y frente al Ayuntamiento de Valencia. A la misma hora, marchas similares arrancaban en Alicante, Elche o Alzira. En la capital no hubo manera. Por las redes corrían las imágenes de afectados en Paiporta o Catarroja que desfilaban ordenadamente hacia el centro urbano. Con escobas y ropa y botas embarradas como testimonio. Se quejaban en las redes de que la policía se las había quitado -las escobas- cuando habían pasado los puentes de Valencia. Todo el mundo sabe que la escoba es un arma cargada de presente. No pudieron llegar al punto de convocatoria, porque la multitud se había apretado en todas las calles que allí confluyen.

Colas por la riada, esta de gente

Donde no hay nada todo son colas. Las colas eran inmensas y la cabeza de la manifestación se perdió en aquella riada -esta de gente- y no pudo ni saber coordinar la protesta, que también se desbordó. Decenas de miles de personas –130.000 según la Delegación del gobierno del Estado- intentaban llegar al ayuntamiento. Les habían pedido que lo hicieran en silencio. Martí Domínguez, entonces director de Las Provincias, había sentenciado bíblicamente después de la riada del 57 en la proclamación de la fallera mayor de Valencia que cuando “enmudecen los hombres hablan las piedras”. Ahora no hacía falta. Hablaba y gritaba la gente. Con la voz y con pancartas improvisadas: “¡Asesinos!”, “Mazón, dimisión”, “¡El presidente, a Picassent!”… A la prisión de Picassent, porque el pueblo no se lo merece. Algunos, también pero pocos, contra Pedro Sánchez. La extrema derecha solo había hecho suyo la mañana. Ahora miraba, impotente y en vano, de controlar la ira de los asistentes. Demasiados pocos fascistas para tanta gente diversa.

Vista general de la manifestación de Valencia para exigir la dimisión de Carlos Mazón como presidente de la Generalitat tras la DANA / Foto: Jorge Gil /
Vista general de la manifestación de Valencia para exigir la dimisión de Carlos Mazón como presidente de la Generalitat tras la DANA / Foto: Jorge Gil /

La imaginación popular -aquella que antes hacía versos falleros y ahora hace tuits impertinentes- también se volcaba en las pancartas: “Habéis encendido la mecha en la ciudad de la pólvora”, “Señor pirotécnico, que empiecen a rodar cabezas”, “Hasta la figa de fang”, “El que avisa no es Mazón”…

A las siete y media, con la cabeza de la manifestación perdida en un mar de colas, un grupo desde el fondo comenzó a dirigirse hacia la calle de Cavallers, donde se encuentra la sede de la presidencia de la Generalitat. No los organizaba nadie, pero la gente los fue siguiendo. Autogestión, la llamaban antes. A las 20:11 un mar de móviles se encendió en la plaza de la Mare de Déu, frente al Palacio de la Generalitat, mientras el clamor “¡Asesinos!” todavía tomaba más vuelo. Se escuchaban las sirenas que no se oyeron el martes negro. Más tarde llegaban, exhaustos y todavía desorientados, los organizadores. Si el fracaso había desbordado a Mazón, el éxito los había desbordado a ellos.

Pintadas y pancartas en las paredes de la sede de la Generalitat Valenciana

La gente se dispersaba, pero la indignación que los había unido se mantenía. En la puerta y las paredes del viejo caserón de la Generalitat, pintadas y carteles expresaban el testimonio más crudo. Un grupo de antidisturbios de la llamada Policía Nacional tuvo que intervenir. Poco más que algunas carreras. Los más veteranos -indignados crónicamente- lamentaban que nunca hayan trabajado con el mismo oficio cada Nueve de Octubre cuando las autoridades municipales de izquierdas y los nacionalistas valencianos han soportado la violencia de los “patriotas”.

La gente se iba y la indignación no se movía. Circulaban entre los últimos manifestantes las imágenes de las portadas de los diarios madrileños más identificados con el PP que ya han condenado a Mazón. Ahora solo falta que lo haga Feijóo para que se pueda consumar la dimisión. Es decir, la destitución, porque presidente y gobierno se han aferrado como lapas al cargo. Lapas macabras.

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