Marta Orriols (Sabadell, 1975) acaba de publicar una novela que debe servir a todos para darse permiso para dudar. De todo y todo el tiempo. ‘A l’altra banda de la por’ (Proa), propone un viaje en busca del equilibrio en la madurez a través de una protagonista, Joana, que tiene unos 50 años, está separada y tiene dos hijos adolescentes que están en casa con ella media semana. Su exmarido está a punto de ser padre otra vez con una mujer más joven, un amante fugaz reaparece como un espejismo y un vigilante del museo donde trabaja la acosa, o eso le parece. Mientras avanza hacia un cambio de perspectiva sobre la nueva etapa de su vida, recorre los conflictos vitales del mundo occidental. Y le cuesta tener claro qué pensar. Tropieza constantemente con el «discurso imperante» y huye de él y lo rechaza. Aunque le cueste, porque vive con muchos miedos. La autora de la popular Aprendre a parlar amb les plantes, entre otras obras, admite en esta entrevista que su nueva novela refleja en parte su momento vital –ella también tiene casi 50 años– y subraya que ha querido reivindicar «los grises», el derecho al matiz y a la duda, en una época de opiniones contundentes. «No puedo creerme que la gente esté tan segura de todo», reflexiona. Y propone aislarnos del ruido constante que nos dice qué debemos hacer y qué debemos pensar en cada momento.
‘A l’altra banda de la por’ es un libro muy generacional. El eslogan del libro podría ser ‘si estás en la cincuentena y vives en una ciudad occidental, léelo y, si no te ves reflejado, te devolvemos el dinero’.
No se me había ocurrido [ríe]. La verdad es que responde mucho a un momento vital concreto. Me di mucha libertad a mí misma en este libro, para no pensar demasiado y dejar que todo sucediera. Y, inevitablemente, salió mucho la Marta de ahora. Yo tengo 49 años y la meta de los 50 no es que me preocupe, porque estamos vivos y lo celebramos, pero me preocupa lo rápido que pasa el tiempo. Y he querido parar un momento y reflexionar, ahora que llevo muchas cosas vividas a las espaldas.
La protagonista es una mujer y la autora es una mujer. Puede parecer que la novela se dirige especialmente a las mujeres.
Yo, cuando escribo, intento no pensar si estoy haciendo una literatura que habla de una mujer y si es una literatura dirigida a las mujeres, porque no lo creo en absoluto. Seamos hombres o mujeres, hay cosas universales, sentimientos y emociones que nos interpelan a todos casi de la misma manera. Además, está el personaje de Biel [el exmarido], que tiene un peso específico y que se parece mucho a Joana en el momento vital, pero que ha tirado hacia otro lado y está haciendo una renovación. Mientras que Joana se ha quedado parada. Su obsesión es cuál es su lugar en el mundo en estos momentos.
Y tiene muchos miedos.
Mira el futuro en perspectiva y busca la manera de creer en él, porque el mundo exterior te está diciendo que el futuro es una incertidumbre y un peligro. Quería que hubiera de fondo este discurso del miedo, de este miedo colectivo, el apogeo de las derechas, la amenaza climática. Toda esta incertidumbre, que ha estado presente muchas veces en la historia, y lo más contemporáneo que es esta amenaza climática. Y creo que este deterioro exterior empieza a influir en nuestras decisiones personales. Empieza a definirnos un poco a nosotros, también. Creo que ahora vamos con más miedo que antes.
¿Vamos con más que antes, dentro de la trayectoria de nuestra generación o de la humanidad, en la historia de la humanidad?
En general. Es sistémico. Creo que ya es muy irreversible la situación del planeta, será muy difícil arreglarlo. Ya sé que es una visión muy pesimista, pero es la realista. Por lo tanto, tenemos que buscar nuevas narrativas en lugar del miedo y la amenaza. Yo confío mucho en las nuevas generaciones, que tengan ganas de querer estar aquí y que encuentren la manera.

¿Los mecanismos de la comunicación de hoy en día ayudan a acentuar este miedo generalizado? Porque las redes están presentes en la novela, parece que le preocupan mucho.
Me obsesiona este tema. Estamos rodeados todo el día de altavoces que nos dicen cómo debemos sentirnos, por qué debemos protestar, cómo debemos posicionarnos. Y estamos inmersos en una sociedad del miedo. El miedo como emoción es bueno cuando te sirve como alerta, pero vivir en una sociedad del miedo, con estos discursos, con estas nuevas políticas, no. Ahora con Trump, con esta agresividad. El miedo nos empequeñece, nos hace mucho más manipulables. Por eso pasa lo que está pasando en la política.
Sin intención de hacer ningún spoiler, y teniendo en cuenta el título, que ya da la pista, se puede decir que el libro es un viaje hacia un cambio de perspectiva. Que es algo que cuesta mucho hacer.
Cuesta mucho hacerlo, sí, sí. Y en el libro está. No es un spoiler, igualmente tienes que leer el libro [ríe]. Pero sí es verdad que, al final, la lectura que ella hace de unas notas que encuentra de su hijo sobre el overview effect de los astronautas es determinante. Es algo muy sencillo y muy intuitivo, pero de repente para ella es como una pequeña revelación. Se da cuenta de que es tan simple como eso, que no podemos hacer mucho más, que muchas cosas no están en nuestras manos, pero cambiar el punto de vista sí podemos hacerlo. Es difícil a veces, pero se puede hacer.
Pero aunque el detonante del cambio de perspectiva sean estas notas que encuentra su hijo, ha habido todo un trabajo, todo el libro la lleva hacia aquí, cuando en realidad ella se aferra a no cambiar de perspectiva…
Hay como una nostalgia de ella con ella misma. No es esa nostalgia conservadora de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’, sino una nostalgia de ‘me echo de menos’. Un ‘yo era una persona con muchas ganas y con mucho empuje y de repente soy alguien acomodado, que tiene unos privilegios, pero a la vez me falta autonomía para disfrutarlos’. Esto también es muy propio de ahora, parece que no puedas disfrutar si te va bien la vida. Como que todo va tan mal, y, en cambio, ella tiene un piso cuando hay un gran problema con la vivienda, se siente culpable. Y se debe poder decir que no pasa nada, me lo he trabajado y tengo todo esto. Pero sí hay esta mirada sobre quién era ella antes y en qué se ha convertido y el ejercicio de aceptar que las personas somos como matrioskas y estamos hechas de muchas personitas. Joana tiene que saber abrazar este presente porque no puedes quedarte pensando que tu pasado era mejor y tienes que aceptar quién eres ahora.
Hay momentos de bastante pesimismo, cuando la protagonista llega a la conclusión de que ser adulto tiene que ver con conformarse o que madurar es aceptar las limitaciones de la vida.
Es que el mundo te martillea con la idea de que la juventud es lo que vale y te vas dando cuenta de que ya no eres tan joven. Creo que cuesta mucho hacer el ejercicio de decir que esta etapa de la vida es maravillosa, porque te conoces mejor que nunca. Hay ese desencanto por las trampas del mundo adulto y nos olvidamos de vivir con lo que tenemos. Y este acostumbrarse que ella en algún momento ve como algo negativo al final entiende que eso es bueno, y que quizás dentro de unos años lo mirará y dirá ojalá tuviera lo que tenía en ese momento. Es parte del aprendizaje de la vida.
Esta novela no es dramática como ‘Aprendre a parlar amb les plantes’ pero tampoco hace concesiones. Está lejos de tener un final feliz. ¿Era una voluntad explícita al escribirla?
Es que yo veo la vida así también. Y literariamente creo que los textos caen mucho de las manos si les pones mucho azúcar. Y porque, además, la intención en las historias de amor que hay, con el exmarido y con el amante, no era concluir una historia de amor ni explicar cómo evolucionaba, sino intentar retratar el amor de una manera muy realista. Me llama la atención que la sociedad cambia y cambian mucho las formas de relacionarnos y las relaciones de pareja. Pero para alguien como Joana, que pertenece a una generación con una educación sentimental muy concreta y que ahora está sola, ¿qué significa hoy en día tener una pareja? Intentaba hablar del amor en general, qué significa en el ser humano amar y qué tipos de amor puede haber o maneras de amar, que hay muchísimas. Y, por lo tanto, está todo hecho a partir de matices y de contradicciones, de una ambivalencia de sentimientos que es lo que nos hace más humanos.
Quizás a veces la pareja es imposible. Ella tenía una que se ha desgastado y otra que la gracia que tiene es que es inalcanzable.
Con Mateu [el amante fugaz] hay el miedo de decir ‘ha sido tan bonito que si ahora esto lo convertimos en una normalidad, en una rutina, perderá toda la gracia’. La idea era también hablar de eso. Y evitar el cliché de los amantes que se reencuentran al cabo del tiempo y en un castillo de fuegos. Por eso he hecho que ellos se pongan un freno para no estropear lo que tuvieron y se den cuenta de que el azar que hizo que se encontraran en un momento determinado ahora no está funcionando, que deberían dejarlo allí. Las historias no vividas a veces son mucho más preciosas que una historia que estiras como un chicle.
Somos adictos al descubrimiento, a los comienzos…
Claro, es que los comienzos son maravillosos, pero si evolucionan todas las relaciones acaban siendo como las otras. Y ella ya ha vivido una historia así y está en una etapa de la vida que ya sabe qué significa todo. Por eso deben tomar la decisión de ‘dejémoslo aquí’.
Hay una reflexión también sobre lo que significa realmente la soledad, ejemplificada en aquella noche de Fin de Año. Al final, ¿la soledad es lo que dice la sociedad, que es quedarte en tu casa sola la noche de Fin de Año? ¿Nos confundimos sobre lo que es la soledad?
Sí que hay en toda la novela, sobrevuela, un sentimiento de soledad muy fuerte. No solo porque ella sea una persona solitaria, aunque tiene amigos. La soledad hoy en día es algo que nos define también bastante, porque nos confundimos y porque llevamos estas vidas que nos cuesta salir a la calle y relacionarnos. Y sí que hay eso, nos dicen también cómo ser la soledad y que sentirse solo es algo negativo, cuando hay una soledad buscada que puede ser muy positiva. A mí me gusta mucho la soledad, pero entiendo que también necesito salir y estar con los demás porque si no la vida no tiene sentido. Pero la soledad buscada es buena y es verdad que desde fuera te dicen eso, que una noche de Fin de Año solo no puede ser. Y si no tengo ganas de estar con nadie esta noche, ¿por qué tengo que hacerlo? Lo que pasa es que ella decide quedarse sola en casa y no le funciona.
Porque la presión social es muy fuerte…
Exacto. Hay altavoces que todo el día te dicen cómo debes comportarte, que a mí eso es algo que me llama mucho la atención. Una cosa es que te den consejos médicos, pero es que hoy en día y sobre todo a las mujeres, nos dicen siempre cómo debemos sentirnos, cómo debemos mirarnos, qué debemos denunciar…

Precisamente, la narración lleva a una reflexión sobre el cómo del ‘me too’ actual, no sobre el qué, sino sobre el cómo. Por eso hace que el personaje de Joana dude de si realmente la ha acosado el vigilante del museo al que planta cara y llega a preguntarse si son imaginaciones suyas por culpa de lo que llama ‘discurso imperante’?
Quería poner sobre la mesa la confusión, el sentimiento de confusión, la nebulosa que hay sobre todo por parte de las mujeres. Yo creo que desafortunadamente muchas de nosotras hemos sentido a veces dudas sobre si un comportamiento tocaba o no tocaba. A Joana no le pasa nada grave, pero sí que el vigilante tiene una actitud un poco reprobable o inquietante que la hace sentir mal. Esto, si le hubiera pasado hace 20 años, quizás se lo habría tirado encima o se lo habría contado a un amigo y ya está. Yo encuentro perfecto que haya todo este lenguaje político que protege nuestra intimidad. Porque a ella no le pasa nada, pero por desgracia pasan cosas muy graves. Pero mi duda es si todas las mujeres tenemos que hacer exactamente lo mismo siempre.
En caso de acoso, creo que es tan válido que una mujer haga una denuncia pública en una red social o a la policía como que decida no dar entidad a lo que le ha pasado. Una situación así siempre es bastante delicada e íntima para decidir cada una qué quiere hacer. Y está muy bien que una sepa ahora, a diferencia de antes, que puede recurrir a unos lugares y unas leyes que vigilan todo eso. Pero no todas tenemos que hacer exactamente lo mismo. Porque además sentir que tienes que hacer eso y obligarte a hacer eso te puede hacer sentir muy mal. Estoy segura de que ninguna mujer quiere quedarse en el papel de víctima. Todo el mundo quiere levantarse y seguir adelante. Por eso Joana prefiere enfrentarse al vigilante directamente, pero también le sabe mal porque no lo denuncia, cuando le están diciendo que hoy en día toca denunciar. Al final no se lo cuenta ni a su amiga, porque ve que es algo tan intangible que no sabe ni cómo definirlo y acaba dudando de lo que pasó, aunque tiene claro que el vigilante se le acercó demasiado y le dio mucha angustia. Soy una gran defensora de que haya esta protección, pero cada una debe poder defenderse como quiera.
En este orden de análisis de las cosas, está la relación con la maternidad o la no-maternidad, con este personaje que va a contracorriente. Ahora que se ha abierto la puerta a explicar los aspectos negativos de la maternidad, su personaje la quiere reivindicar.
Más que nada es ‘¿por qué nos tienen que decir si ahora debemos ser todas unas malas madres o no ser madres?’. Es muy fuerte lo que les pasa a las mujeres. Es como tener siempre un narrador omnisciente sobre la cabeza que te va diciendo lo que debes hacer y lo que no debes hacer. Y tenía ganas de decir eso. Yo quería ser madre y lo fui a los 29 años, que me decían que había sido madre muy joven, que también era una exageración decir eso. Pero es que tenía muchas ganas, era mi deseo y en ese momento ya iba bastante a contracorriente, porque mis amigas tuvieron los hijos mucho más adelante. Encuentro que está bien poder hacer algo que deseas y tener tu criterio propio y no tener que dar explicaciones, que nos pasamos el día dando explicaciones para todo…
¿Más las mujeres que los hombres?
¡Totalmente! Con el tema de los hijos, nadie cuestiona que un hombre sea padre a los 50 años y sí que se hace cuando una mujer de 50 años decide ser madre. De hecho, esta novela es para hablar de todo este ruido que hay fuera que nos va diciendo constantemente cómo debemos sentirnos, por el miedo o porque socialmente nos dicen cómo debemos comportarnos y cómo debemos relacionarnos.
¿Es posible que una de las cosas en que va más a contracorriente el personaje de Joana es que en una época de opiniones muy contundentes, e incluso intranscendentes, ella se permite dudar?
Es que creo que es necesario. Porque vivimos en un momento en que casi se ha convertido en una patología cultural lo que está bien y lo que está mal. Pasa algo, lo que sea, y tienes que posicionarte. Yo soy una persona que siempre duda. Por desgracia o por bien, no lo sé, pero siempre puedo entender un lado y el otro. Y entonces nunca sé dónde ponerme y eso es un rollo hoy en día, porque si eres de estos ya no eres de los otros. ¡Y no es todo blanco o negro! Por eso he hecho una novela llena de grises, una reivindicación de la duda. Lo que nos hace más humanos son estas contradicciones. No puedo creerme que la gente esté tan segura de todo.
¿Por qué no tienen nombre los hijos de la protagonista, tiene algo que ver con esta reivindicación de la maternidad?
¡Ay, no! Es que a mí me pasa algo cuando escribo… me gustaría hacer una novela sin nombres y no lo consigo nunca. Me molesta mucho poner nombres, porque pienso que marcan mucho. La protagonista se llama Joana porque me lo regaló una amiga, ¡yo no sé poner nombres a los personajes!
¿Fue idea de una amiga suya ponerle Joana?
Cuando empezaba la novela, un día le estaba explicando a una amiga de qué iba y me parece que le había puesto Anna. Buscaba un nombre como neutro. Y me dijo ‘Anna, ¡no! ¿Por qué no Joana?’. Y me gustó. Pero me cuesta mucho poner nombres es tan banal como eso, me parece, eh? [Ríe].
Un elemento muy presente en la novela es el MNAC, el museo donde trabaja la protagonista. ‘A l’altra banda de la por’ casi se podría vender como una guía peculiar del museo. ¿Por qué eligió concretamente este museo y no otro para situar la vida profesional de Joana?
Tengo un vínculo especial porque estudié historia del arte e hice prácticas allí. Me lo quiero mucho. Barcelona creo que tiene grandes museos y el MNAC es uno. A veces hacemos colas para entrar a museos de otras ciudades que visitamos y aquí tenemos unas colecciones maravillosas, como la del románico, que es una joya, y no somos lo suficientemente conscientes.
También debió elegir las obras a las que da un ‘papel’ por alguna razón.
Sí. Por ejemplo, sitúo en la trama un cuadro de Lluïsa Vidal como reivindicación de las pintoras olvidadas. Son pintoras que en vida han tenido éxito, han vendido, han expuesto. Ella daba clases de pintura a mujeres que venían del extranjero. El caso es que el elogio que le dedicaban era que pintaba ‘como un hombre’.
Con las traducciones que se hagan de la novela, mucha gente en todo el mundo leerá sobre el románico catalán y sobre Lluïsa Vidal…
Es que es importante, ¿cuántas historias de los demás nos hemos tragado? Lo sabemos todo de la cultura norteamericana y las obras catalanas también tienen valor universal. Un cuadro de Lluïsa Vidal puede provocar emoción a una persona de aquí o de China.
También tiene una presencia clave la lengua, el catalán. Cuando Joana conoce a Mateu en Tokio es porque él se fija cuando la oye decir una palabrota en catalán porque se le cae algo al suelo. Nos cuesta mucho maldecir en un idioma que no sea el nuestro. La primera conexión entre Mateu y Joana es por la lengua.
Me pareció bonito hacerlo.
Usted escribe en catalán y sus libros se venden en todo el mundo. Hay cierta vitalidad literaria. Pero ¿cómo ve la situación de la lengua en otros terrenos? Hay datos muy alarmantes respecto al uso social.
Intento ser positiva, aunque veo los peligros, eh? Lo veo mucho en mis propios hijos. Uno tiene 20 años y el otro 15, y veo mucho la diferencia entre uno y el otro. Y han ido a la misma escuela. El pequeño habla mucho peor el catalán. Es alarmante, pero también, si vas a Galicia, te dicen que ya podemos estar contentos. Tengo esperanza con el catalán. Por ejemplo, hay un resurgir de música en catalán maravilloso. Y eso mismo debería poder pasar en un ámbito como el de los videojuegos, el de la tecnología, los podcasts. La situación es débil, pero creo que el catalán no morirá. Cambia, pero eso es una lengua viva, también.
Pero parece que sea una lengua que no es necesaria…
Como convivimos con el castellano y con el castellano ya nos entendemos… de ahí viene el problema. Pero la voluntad existe. Y cada vez todos somos más conscientes. Si alguien me hablaba en castellano, yo también lo hacía, ahora ya no. Continúo en catalán a ver si me entienden. Y muchas veces me sorprenden y me responden en catalán. O sea que nosotros tenemos que cambiar el chip. Yo estoy esperanzada. Mira, que soy más bien pesimista, pero con el catalán quiero pensar que la situación actual es transitoria. Como sociedad cambiamos. La nueva inmigración es un fenómeno bastante nuevo todavía. Y pienso que todo se irá colocando. Quiero pensar que sí.