Iolanda Batallé es menuda -solo en altura de centímetros-, movida, muy movida, y risueña, muy risueña. Cuando está presente se siente. Un torrente de energía y una veta de vehemencia. Gusta y aturde. Es cuadrilingüe, editora, escritora y librera. Sabe de casi todo. Ha pasado por grandes empresas y ha dejado su huella recta y profunda. Está muy orgullosa. Sobre todo, de La Galera -en cuyos libros aprendió a leer- y de Rata, un sello editorial que casi apuntaba los nombres para que los jurados del premio Nobel lo concedieran.
Se pasó diez años rodando por el mundo y conoció mujeres humildes de los poblados de Sudáfrica y hombres ricos de Palos Verdes Pb -recalca Pb-. Después regresó al Born y más tarde dirigió el Institut Ramon Llull. Solo tres años, porque la aritmética política y tribal le jugó esta mala pasada. Hacía cosas y dice que necesitaba más, de años -al menos diez-, para consolidar un gran proyecto. Ha escrito tres novelas y un libro de relatos, que se han vendido muy bien y se han traducido a idiomas, y un libro que quiere enseñar las claves de un nuevo liderazgo. El liderazgo de la diferencia.
Iolanda Batallé dice que practica -y perpetra- la sonrisa militante. Ahora dirige la librería Ona de Pau Claris, un gran santuario que vende solo libros en catalán, donde se presentan -muchos- y se realizan mil actividades a todas horas. Entrar en Ona es entrar en la jungla de las letras. Allí puedes encontrar niños cantando en un círculo y filósofos rampantes lanzando teorías. Las paredes -también las del lavabo- están salpicadas de carteles con aforismos, frases ocurrencias y dichos escondidos. Con caligrafía de Batallé.
[Ríe mucho, sobre todo de tonterías tecnológicas, antes de empezar: “Soy cero tecnológica. Llevo una agenda como las tías.”]
¿Por qué siempre ríe?
No siempre. Hay bastante gente que me ha visto llorar. No siempre río. Mi sonrisa es militante. Como la de Pilarín Bayés, que nos acompaña aquí. [Señala un dibujo justo detrás de ella].
Eso es interesante. La militancia de la sonrisa. ¿Qué significa exactamente?
Es una decisión. Desde pequeña vi que el mundo estaba bastante fastidiado. Toda la gente que veía -la familia, los amigos, los padres de los amigos…- sufría. Todo el mundo sufría. Podían disimular más o menos, pero la gente sufría. Y yo también sufrí. Como dice Han Kang, la premio Nobel de literatura del año pasado, “la vida nos trata a todos bastante mal”. Yo decidí, pues, que fuera el día bueno, malo, muy malo o terriblemente malo, sonreiría. Una sonrisa militante. Quizás estoy destrozada, pero yo llevo mi sonrisa. Eso no significa la risa que se ve físicamente. A veces río, sí. [Ríe mucho y muy a menudo]. Me gusta reír, pero la sonrisa militante es de dentro. Mi actitud ante la vida es de sonrisa militante. Por decisión. Porque la decisión fue esta: “Por mucho que me fastidien, no podrán conmigo”. Un poco aquello de -creo que es de Joan Fuster-: “Me odian y no pasa nada, pero me obligan a odiarlos y sí que pasa”…
Más o menos, sí, es eso. Y es de Fuster, en efecto, de Proposiciones deshonestas.
Pues, es eso. La sonrisa militante es otra opción a eso.
¿Qué le pasó a usted de pequeña? Dice que todo el mundo sufría… No creo que todo el mundo sufriera tanto… No recuerdo yo tanto sufrimiento…
Hombre, creo que usted de pequeño también observó sufrimiento. No conozco a nadie mínimamente consciente -es decir, cuando comenzamos a tomar conciencia, y piense que los niños y las niñas desde muy pequeños son esponjas- que no haya visto sufrir o que no haya sufrido. Desde muy pequeños captan lo que pasa en el entorno. Y el entorno es duro. Claro que hay momentos de preciosidad, belleza y alegría, pero el entorno es duro.
Lo digo porque usted nació en un momento mucho más propicio que las generaciones anteriores. La guerra, la posguerra, los cincuenta… esos fueron momentos terribles. Y no es el caso, creo. La gente de su época y de su condición…
¡Ep! Yo soy hija de familia trabajadora. Todos en mi casa han sido trabajadores. Soy la primera mujer de la familia que ha ido a la universidad. Yo he observado sufrimiento en todas las clases sociales y en todos los lugares del mundo donde he podido estar. Aunque es cierto que son diversos tipos de sufrimiento.
¿La sonrisa militante es un buen antídoto?
Mira, yo sé poner cara de cagarro, como hacen algunos. Sobre todo, tomo la decisión de sonreír militante aún más cuando empiezo a dirigir equipos humanos. Uno puede dirigir desde la mala leche y enfadado, pero, como creo que las actitudes se contagian, si tú tienes un tono de mal humor, de tristeza, de dureza, eso es lo que contagias. En cambio, si tú tienes el tono de un cierto nivel, de una cierta actitud de alegría ante la vida, aunque la vida sea dura, eso también se contagia. Y eso es bueno. Y eso es lo que hago ahora. Quizás dentro de unos años le contaré otra cosa, pero eso es lo que hago.
¿Y eso es lo que explica en este libreto que ha hecho y que se llama La revolución del liderazgo de las mujeres?
Sí, pero a mí me gusta más el título de la versión inglesa. Lo han llamado La revolución del liderazgo de la diferencia. Yo creo más en eso, porque no es una cuestión de mujeres o de hombres…
Pero la versión original, la catalana, dice “mujeres”, y eso es cosa de la autora, que es usted.
Sí, pero le explico. A mí me gusta más “de la diferencia”. Porque el título es también: “Atrévete a hacer las cosas a tu manera”. Y me gusta más el concepto “diferencia”. No creo que sea, como le he dicho antes, un dilema entre mujeres y hombres.
En el libro habla mucho de las mujeres.
Y de los hombres, también.

De acuerdo. Por eso le quería decir -y perdone que lo concrete en mi caso- que he conocido muchas mujeres mandando. De hecho, me han mandado muchas mujeres. No sé ver la diferencia. No he percibido muchas diferencias de estilos entre ellas y los hombres que me han mandado.
Estamos de acuerdo. Por eso, fíjese que, antes de que usted me lo dijera, yo ya le había dicho que yo prefería “de la diferencia”. Porque a raíz de este texto, que ahora ya tiene cuatro años, he hecho muchas formaciones. Y muchos hombres, muchos, se me han acercado y me han dicho: “Batallé, yo hago esto, y a menudo lo sufro, porque, como soy hombre, no se espera de mí que haga esto”. Y tienen mucha razón. Como también la tiene usted cuando dice que hay muchas mujeres que -no ahora, sino en los años setenta u ochenta, cuando yo crecía, las pocas que llegaban a lugares de poder y de responsabilidad- imitaban patrones masculinos.
¿Y ahora ya no los imitan?
[Se enardece y eleva ligeramente el tono de voz]. Algunas sí y otras no. Pero también quiero añadir algo. Todas las que lo han hecho, ¡respeto! Porque lo han hecho porque no se veían capaces de hacerlo de otra manera, pero lo han hecho así.
Si pasas por una escuela de negocios, es diferente que lo hagas de otra manera. Lo ha dicho usted, las actitudes se contagian…
No estoy de acuerdo. A medida que haya más profesoras -y profesores- que enseñen cómo hacerlo de otra manera -y por eso es importante que la diferencia llegue a lugares de responsabilidad, y el mundo académico también lo es-, más se irán imponiendo otras maneras de hacer.
Dígame tres pautas para mandar como Dios manda.
La primera es escuchar. Escuchar y observar, que irían juntos. La segunda es estar presente. Todo requiere tiempo. Si un director o una directora dedica tiempo a cualquier persona del equipo, tenga más o menos poder, en general esa persona crece. Simplemente, porque dice: “Caramba, si el director o la directora me dedica tiempo…”. Es que eso también es importante. No solo de palabra. Si esa persona, que tiene una agenda más o menos importante, dedica tiempo a la gente… Y la tercera es la generosidad. Y el autoconocimiento.
Me ha dicho cuatro…
No. Generosidad y autoconocimiento van ligados. Uno no puede ser generoso si no se conoce. Muchas personas tenemos miedo e inseguridad, muchas. Y muchos de los liderazgos de esos más egoístas -de aquellos de: “Tú calla, porque no te pago para pensar” o “Aquí siempre lo hemos hecho así” o “Tu opinión no importa”- es fruto de alguien que no se conoce. De alguien que tiene miedo, que tiene inseguridad. Porque si no tienes, de miedo o de inseguridad, no tienes necesidad de insultar a los demás, ni de menospreciarlos, ni de aprovecharte de sus ideas… Pero todos tenemos. Por tanto, poder ser generoso como líder tiene que ver con trabajar esas fobias o esas inseguridades.
¿Ha tenido que despedir a alguien de su equipo alguna vez en la vida?
Muchas.
¿Y cómo se hace eso desde el buen liderazgo?
También estando presente. Es decir, yo he tenido que despedir a muchas personas -algunas con una gran complejidad- y el peor caso de todo es tener que despedir a alguien que tú valoras mucho, pero que ves que, por mucho que lo intentes, el equipo no lo acepta, no funciona esa persona, no se integra. Pero en cambio tú le valoras cosas. Eso también me ha pasado porque a veces cuando te toca despedir a alguien que, por lo que sea, por esto que hablábamos antes, por su mala leche o porque menosprecia a los demás o porque hace que el equipo no pueda avanzar, la cosa es más sencilla, de alguna manera. Porque al final lo que debemos velar, como directoras o como directores, es que el proyecto vaya adelante, que funcione. Y por tanto, si hay alguien o algunos que no funcionan -y tú les has dado una oportunidad, dos, tres…- debes proceder a decirles: “Mire, esto no funciona”. Eso, hacerlo con personas que te lo ponen fácil porque van en contra del proyecto es más sencillo que cuando tienes que hacerlo con personas que tú valoras, que les ves cosas muy buenas, pero que ves también que, por mucho que lo intentes, no hay manera. En los últimos veinticinco años lo he tenido que hacer bastantes veces.
Lo más sorprendente es cuando alguien que has despedido tiempo después vuelve y te da las gracias.
Eso es un pasaje bíblico o de cuento de hadas.
Pues, eso me ha pasado a mí. Me han dicho. “Me hiciste un favor porque realmente yo aquí no estaba bien”. [Se va Mireia Comas, la fotógrafa. Iolanda le da un abrazo y dice que estaría bien que nos hiciéramos una todos tres. Y no]. Eso pasa. Porque si tú realmente miras, escuchas y ves que alguien allí sufre y que lleva uno, dos, tres años y que no se integra…
No sé si después le agradecerá mucho. Me ha dicho que le resulta más fácil cuando alguien no tiene la aptitud o la actitud necesarias…
Esas son más sencillas. Es el despido más sencillo.
¿Sabe que Rousseau creía en la bondad natural de las personas y que Hobbes apuntaba exactamente hacia la posición contraria, hacia la maldad intrínseca?
Yo podría estar de acuerdo con ambos. Pero sobre todo con Rousseau.
Él era terrible. No lo confirmaba con el propio ejemplo…
Lo sé, lo sé, pero pasan tantas cosas en la vida…. Y también es cierto que hay ciertas personas que son malas. No sé por qué. Ahora bien, siempre quiero pensar que hay cosas -no sé cuántas- que pasan de generación en generación -porque todos llevamos mochilas que ni comprendemos de muchas generaciones que nos preceden- y que las han acabado de hacer así…
Pero no he acabado de responder su pregunta sobre cómo compagino el tipo de liderazgo que propongo con los despidos. Estando presente. Le decía que ya desde el principio, cuando empiezo a liderar un proyecto, intento escuchar a todo el mundo. Aunque el equipo sea de diez personas, de cien o de seiscientas, me llevará más o menos tiempo, pero lo haré. Y eso significa multiplicar las horas de presencia. Evidentemente, el liderazgo de ordeno y mando es mucho más sencillo. Porque implica mucho menos tiempo, mucha menos coordinación, mucho menos estar de acuerdo…, pero es mucho menos enriquecedor para el proyecto.
Sí, pero…
Un momento, vuelvo a la pregunta, que aún no le he contestado…
¡No me lo puedo creer!
La necesidad de estar presente. El momento del despido es muy grave. He observado a muchos directores y directoras que delegan. No. Yo intento estar presente y, además, estar ahí: mirar a esa persona a los ojos, me diga lo que me diga. Y desearle lo mejor. Eso no es fácil. No es nada fácil. Y aún menos cuando se trata de una persona en la que has creído mucho tiempo, a veces contra todo tu equipo.
¿La han despedido a usted alguna vez?
A mí me han cesado.
¿Les ha dado las gracias?
[Sonríe]. Me han cesado, aunque no sé si fue exactamente eso, porque, con el cambio de gobierno y como es prescriptivo, yo ya había puesto mi cargo a disposición de los nuevos responsables del departamento. ¡Y tanto que les estoy agradecida! Porque dirigir una institución como es el Institut Ramon Llull solo lo puedes hacer con la colaboración de las personas de arriba, de abajo y del lado. Si van contigo, si te respaldan.
Por tanto, les ha dado las gracias.
No sé si lo he hecho directamente, pero con el paso del tiempo, ¡y tanto que sí! Hace tres años que dirijo la librería Ona y me gusta muchísimo hacerlo. Y ahora, ¡ahora!, con la situación política que hay en los Países Catalanes, no querría estar dirigiendo el Institut Ramon Llull.
¿Por qué le aceptaron la renuncia preceptiva?
Eso, se lo tendrían que explicar ellos.
¿Quiénes son ellos?
La gobernanza del Institut Ramon Llull es plural. Quien tomó la decisión.
Ya veo que no me lo dirá.
En todo caso, se lo repito, ya les doy las gracias. No pasa nada. En el libro que usted dice que ha leído también explico -y, de eso, se habla muy poco- que, igual que llegamos a los lugares, una dirección tiene un ciclo, a menos que la empresa sea tuya, y los ciclos se acaban…. Creo que un ciclo bueno para poder desarrollar un proyecto es entre ocho y doce años. Así ha sido en todas las empresas privadas donde he trabajado. Para hacerlo bien en un proyecto grande se necesita entre ocho y doce años.

Son muchos.
No. Son los necesarios. En el Institut Ramon Llull estuve tres años. Si miras todos los directores que ha habido -todos hombres, salvo yo-, en veintitrés años, ha habido diez. Creo que yo soy la tercera que ha estado más tiempo. Por desgracia, eso es poco tiempo. Eso es muy poco tiempo. Se cargaron un proyecto que estaba comenzando a funcionar por decisiones -ya que me lo ha preguntado- que no tenían nada que ver con el proyecto. Cuando me comunicaron que me cesaban me dijeron: “Lo está haciendo usted muy bien, pero me dicen que le tengo que sustituir”.
No sé si de verdad les da las gracias… Tantos cambios de gobierno como los que hemos vivido en los últimos años han perjudicado al Ramon Llull?
Pero no solo al Ramon Llull. Todos los departamentos. Todas las instituciones.
Los departamentos son otra cosa. Es lógico y coherente que un cambio político los afecte. Si no, no se entendería. Por eso se lo pregunto en el caso concreto del Institut que usted dirigía…
Claro que sí. Es lo que le acabo de decir. Creo que para poder desarrollar un proyecto -y un proyecto grande, como es este, la empresa que me ocupa ahora o las que me ocupaban antes- es bueno que pasen entre ocho y doce años. También hay un momento en que ves que ya has cerrado la etapa, que ya lo has dado todo, que durante todos esos años has podido preparar relevos tuyos que piensas que lo pueden hacer igual o mejor que tú, porque son de otra generación, y entonces llega el momento del cambio.
Lo personaliza usted mucho. ¿Cómo ha de decidir usted quién la sustituirá en una empresa cultural pública que depende del gobierno de cada momento?
Noooo. Al revés. Personaliza aquel que se queda y que se piensa que la empresa es él o ella.
Y quien prepara equipos durante años en una empresa que tiene una gestión que también es política.
Perdone, en el mundo anglosajón en los años ochenta las personas que tenían una responsabilidad estaban entre cinco y diez años. Y si te quedabas más de diez años, comenzaban a preguntarse qué te pasaba. En este país -y usted por edad lo sabe bien- en los lugares de dirección la gente ha pasado quince, veinte o treinta años. Y para las personas que cambiaban cada cinco o diez años la pregunta también era qué les pasaba, por qué lo habían hecho tan corto.
Eso era durante el franquismo, si hablamos de la empresa pública. Obviamente, eso no es el caso de ahora. Y no ha sido el caso del Institut Ramon Llull.
No. ¿Por qué? Porque depende de los partidos políticos. Y eso es un error.
Como pasa con todas las administraciones.
¡Pero es un error! Porque la función del Institut Ramon Llull es hacer funcionar la cultura catalana -la cultura de los Países Catalanes- en el mundo. Y sus directores -que los hay que han estado un mes y medio- ¿cómo han de desarrollar un proyecto? Yo me pasé tres -con uno pandémico por medio- y comenzábamos [alarga las vocales] a hacer algo que estaba muy bien.
Antes había pasado por Random House, por editorial La Galera y por todo el grupo Enciclopèdia… Había hecho de editora, en definitiva. ¿Qué recuerdo guarda de esta larga etapa?
Antes de todo esto, sin embargo, y creo que es importante porque me da una perspectiva diferente a muchas personas que nos encontramos aquí, viví y trabajé durante diez años en diferentes lugares del mundo. Desde mis diecisiete a mis casi treinta años estudié en Inglaterra, en Estados Unidos, en Francia… Viví África, Argentina, India…
¿En qué trabajaba en estos lugares?
En Argentina, donde viví medio año, en un proyecto de desarrollo, ayudando a crear microempresas para comercializar queso de cabra. La sede estaba en Córdoba. Lo impulsaba la fundación del Banco de la Provincia de Córdoba, pero las empresas que debíamos crear estaban en un pueblito que se llamaba Villamaría del Río Seco.
Hizo poco tiempo quesos… ¿En Sudáfrica?
En Sudáfrica trabajaba en lo que entonces era Save The Children, pero no Save The Children Oxfam de aquí de Cataluña, sino de Inglaterra. Yo había estudiado en la Universidad de Southampton y me tomaron para hacer eso. Cuando llegué allí me di cuenta de que nadie había analizado ese proyecto sobre el terreno. Debía formar mujeres de diferentes poblados al norte de Pretoria. Zonas muy remotas, donde había cabañas de esas hechas con barro y excrementos como las que dibujábamos de pequeños. Solo tenían un único vehículo -una furgoneta- para todos los poblados y solo había una persona que la sabía conducir. Me enviaron a enseñarles métodos anticonceptivos…
¿Pero cómo acaba usted haciendo quesos y enseñando métodos anticonceptivos a mujeres de poblados remotos?
Trabajaba para organizaciones no gubernamentales durante mi formación en MBA en Esade. En primer año fui a Berkeley a especializarme en dirección y gestión de empresas no lucrativas, empresas culturales… Entre el primer y el segundo año hice seis meses de prácticas. En queso y en métodos anticonceptivos. Te las tenías que buscar tú, esas prácticas.
¿Y trabajo, trabajo?
Mi primer trabajo fue trabajar como intérprete en el Liceo. Había compañías extranjeras que necesitaban en diferentes idiomas. Desde muy pequeña yo sabía inglés, francés, castellano y catalán. Esto me ha ayudado a buscarme la vida. Como me fui de casa con 17 años y me mantenía yo, tenía que estudiar y trabajar, y así lo hice desde muy al principio. Como no llegaba a fin de mes, además hacía de ayudante de producción en un programa de viajes en TVE en Sant Cugat que se llamaba Alatul, de ciencia y futuro, que dirigía Jaume Codina. El jefe de producción era un hombre durísimo, pero logré entenderme bien con él. Esto me ha pasado más veces en esta larguísima historia laboral que tengo. Con algunos hombres que tenían fama de ser especialmente duros he logrado entenderme bien. Con mucha sinceridad y plantándoles cara desde el primer día.

¿Qué aprendió rodando por el mundo? ¿Qué es lo más duro que aprendió?
[Deja pasar unos largos segundos]. Es muy difícil resumirlo en una frase o en pocas. De todo. Aprendí que lo mismo que veía en casa desde pequeña lo veía en todas partes. Que todos somos personitas que un día nos morimos, y ya está. Además, rodando por este mundo he hecho algunos otros trabajos que no le he contado, como los años que pasé en Los Ángeles, después de estudiar en Berkeley, donde fui profesora y tutora en un college de Palos Verdes Pb, que es uno de los barrios más privilegiados de la ciudad.
En ese momento mi pareja era el hijo de un abogado que tenía como clientes casi todos los actores y actrices de Hollywood. A finales de los noventa hacíamos sobremesa, por ejemplo, con Rob Lowe o… Y eso aún es más extraño que mi paso por las ONG. Para entender un poco qué tipo de alumnos pasaban por mi escuela, Palos Verdes Pb Chadwick School, debemos considerar que los padres a veces venían a reunirse conmigo en helicóptero. Recuerdo -porque eran los años noventa, la época gloriosa de Estados Unidos- que los padres de una familia de alumnos de diferentes cursos con los que llegué a establecer una buena amistad eran amigos íntimos de los Clinton. Todo aquello era muy sorprendente. De hecho, para mí, más sorprendente. Viví casi tres años con una de esas familias, porque me emparejé con uno de sus hijos, y allí vi mucho sufrimiento. Muchísimo.
Los ricos también lloran.
Mucho. Y tienen muchas enfermedades mentales.
Ahora las tiene todo el mundo. Aquí también. ¿A qué lo atribuye? ¿Qué nos pasa?
Ahora se analiza mucho más.
Esa es fácil.
Pero es así. De enfermedades mentales, las tenían nuestros abuelos, nuestros bisabuelos y nuestros tatarabuelos. Siempre. Pero entonces se decía: “Este es movido”, “Este está triste” o “Este es un histérico” o directamente un loco. El loco del pueblo o el tonto del pueblo.
Pero, de loco o tonto del pueblo, solo había uno.
No. Porque a las mujeres, a lo largo de la historia, se les ha dicho locas, putas o brujas. Eso ha pasado siempre. Cualquier persona que salía de la norma recibía una etiqueta. Actualmente muchas de estas cosas se analizan, se trabajan y se diagnostican.
¿No cree que en sociedades como la nuestra, en las que la prioridad ya no es sobrevivir, hay más tiempo para autoanalizarse o analizarse?
Mire, yo creo que sobrevivir es muy difícil.
Pero es mucho más fácil sobrevivir aquí que en uno de aquellos poblados remotos. Ahora aquí ya no es una prioridad absoluta…
Depende, porque las presiones que tenemos aquí son muy bestias. En los pueblitos aquellos de Sudáfrica no tenían nada, pero… ¿Cómo les podía enseñar yo métodos anticonceptivos? ¡Al tercer día reciclaban los condones en el río! Y me decían: “Hi, hi, Mrs. Batallé, look! Y supercontentas. En aquella época no había móviles aún, pero cuando tenías que hacer los repors a Londres les decía: “Escuchen, este es el trabajo más absurdo que puedo hacer”. Porque es obvio que a una gente que está a ochenta kilómetros de la farmacia más cercana, solo tienen una furgoneta y solo una persona en el pueblo la sabe conducir, ¿de qué les sirven los condones? Les será más útil que unas cuantas aprendan a conducir.
Volviendo al sufrimiento, está por todas partes. ¿Sobrevivir aquí? ¿En Barcelona 2025? Es terrible. La gente no llega a fin de mes. La gente huye de la ciudad. No puede pagar los alquileres. La mayoría de la gente va medicada al trabajo. Es terrible. El mundo que estamos haciendo es terrible.
¿Y eso se puede reconducir con una sonrisa?
No. Pero se aguanta mejor. Tú quizás lo pasas igual de mal, pero al de al lado le das mejor rollo. Hay otra frase mía -que no solo conocen los que trabajan conmigo, sino también quien vive conmigo- que es “Soluciones o felicidad”. Soluciones o felicidad. No soporto a las personas que se quejan. Sobre todo aquellos o aquellas que se quejan continuamente y de la misma cosa. Mi respuesta ante la queja es “Soluciones o felicidad”.
¿Y por qué con adversativa? También podría ser soluciones y felicidad…
Porque en el mundo laboral -o en la familia- uno puede tomar más o menos decisiones, pero quizás se tiene que pasar toda la vida soportando a esa persona por los motivos que sea. Entonces o lo soluciones o, si te quedas, si no lo cambias -que a veces no puede ser y entonces tienes que irte-, te quedas con la sonrisa militante. Porque estar todo el día fastidiando hace que todo sea mucho más complicado. La sonrisa militante es para no fastidiar, porque ya la vida nos fastidia a todos. ¿Qué sumamos fastidiando? Y como directores o directoras, aún menos. No me pagan para fastidiar. Parte de nuestro sueldo debe ir a encontrar soluciones. A ayudar a encontrarlas y hacer que la gente más o menos -mínimamente- viva en un entorno positivo. Porque cuando salen a la calle quizás todos y todas ya tienen unas vidas horribles. Por eso me interesa también tanto la educación y la escuela. Cada vez colaboro más. Desde los niños pequeñísimos hasta la universidad.
¿Colabora desde la librería?
Desde Ona y desde muchas de las clases y la formación que hago. Hace veinticinco años que doy clases o que formo gente. Por ejemplo, en los últimos años colaboro mucho con Rosa Sensat. Porque creo que en la escuela también está la clave de todo. Los maestros que van a clase con cara de cagarro o reprimidos son los que forman a los niños. A mí me da igual, pero usted ha de hacer sonrisa militante. Me da igual si por la mañana se está muriendo de dolor de regla, que eso también pasa, o de dolor del dedo gordo del pie. Usted va allí, como maestro o maestra, y lleva su sonrisa militante. Porque quizás a esos niños en su casa los están molestando.
Usted lo vive todo intensamente. Debe llegar cada día a casa agotada.
Hago meditación, hago deporte, y eso me ayuda. Y también abrazos. Sonrisas y abrazos.
Es una mujer del siglo XXV. Hace meditaciones, sonrisas, abrazos…
[Ríe]. Ya me está bien, eso del siglo XXV…
Perdón, XXI. A saber cómo irá en el XXV todo esto…
No, tiene razón, tiene razón. Ya me está bien el XXV. Ya sabe usted que yo quiero vivir 105 años.
¿Por qué? En medio de tanto sufrimiento…
Porque soy vitalista. Fíjese que he sufrido mucho, pero me cuesta mucho entender el suicidio. Ahora, entiendo que una persona pueda estar deprimida. Yo tengo una tendencia a la tristeza y a la melancolía. Significa que la sonrisa militante también es para compensar eso. Porque, desde los lugares que me corresponde -ahora hace ya veinticinco años-, que es hacer crecer equipos y proyectos, mi responsabilidad es exactamente esa. Y tiene usted razón. Me fatigo, me fatigo. Tiene usted razón, tiene toda la razón. Me fatigo. Mucho. Porque esa energía que usted nota…
¿No desprende demasiada?
Tiene toda la razón del mundo. Tengo cincuenta y tres años. Desprendo, sí. Pero con veinte y con treinta desprendía mucha más.
¡Uf!
Por tanto, aunque no lo parezca, voy aprendiendo…
A calmarse.
Yo creo que ya estoy, de calmada. Expresarse con vehemencia no significa no estar calmada.
Eso fatiga…
No estoy de acuerdo.
¿Quiere decir que tanta vehemencia no hace que cuando usted llega a casa esté mucho más cansada?
Depende. Algo que integro en mis jornadas siempre -estas jornadas a veces comienzan muy temprano y acaban muy tarde en la noche-, desde hace ya muchos años, son espacios de silencio. Es cierto que las personas que nos entregamos así -hay otras que no lo hacen y yo que me alegro por ellas- nos tenemos que regular mucho más. Hay muchos momentos al día -y lo sabe mi equipo y lo saben también en casa- que lo verbalizo y digo: “Voy a hacer silencio”. Hacer silencio es sentarme en el suelo -me siento en el suelo porque me arraigo- y desde allí puedo continuar trabajando. Me va bien sentarme en el suelo, porque soy muy física. Por eso también como escritora trabajo a mano. Y por eso también uno de los cursos que he hecho hace muchos años se llama Escritura desde el cuerpo. Creo que lo físico también nos hace. Por tanto, como soy física, si noto que me estoy tensionando, me siento en el suelo como estoy haciendo ahora mismo [se sienta en el suelo con las piernas cruzadas] y rápidamente noto calma.
Pues, continúe en el suelo porque un poco de calma ahora nos vendrá bien.
[Ríe]. Pero no coincido con usted en que no haya calma en la vehemencia. La vehemencia es un tono. Y es un tono porque esa gente me importa. Hay veces que casi ni hablo. Porque no creo que deba hacerlo o porque en una situación concreta ante esa persona considero que no me ha tratado lo suficientemente bien. No gasto ni así de energía con según quién. Y eso sí que lo he aprendido con los años. Pero con usted sí que la uso, porque lo respeto desde hace muchos años.
Su currículum es inmenso. Estaríamos horas hablando de su trabajo en cada editorial donde ha trabajado…
Precisamente me sabe mal no haber hablado de Rata, que es uno de los proyectos que más me han ilusionado, o de los libros de arte de La Galera.
Hablemos de Rata… [vuelve a la silla porque dice que el suelo es demasiado frío].
Rata es uno de los sellos de Enciclopèdia. Ernest Folch, que ahora lleva la editorial, ha querido recuperar algunos de los títulos, como Blanc, de la premio Nobel Han Kang, con la edición original. Y por tanto, todavía se encuentra Rata ahora en las librerías, a pesar de que esté en el congelador. Rata era un proyecto que me propusieron Antoni Subirà -que en paz descanse- y Albert Pèlach cuando yo dirigía La Galera. La dirigí, La Galera, durante diez años importantísimos para mí, porque suponía dirigir la editorial con la que yo aprendí a leer. Rata me la quiero como un proyecto creado desde el origen, pero La Galera… Fui eslabón durante diez años de un proyecto que, como esta casa, la librería Ona, nació en los años sesenta.
Rata fue, de alguna manera, el retorno de todo lo que yo había aprendido durante veinte años en el mundo editorial. Era hacer la editorial que a mí me hubiera gustado haber leído. Como a mí, cuando lo hago por placer, me gusta mucho leer textos literarios, elijo los que han sido escritos desde la necesidad. Si usted lee Han Kang o Olga Tokarczuk, que son dos escritoras que Rata publicó muchos años antes de que ganaran el Nobel o, incluso, en el caso de la Kang, antes de que ganara el Booker Prize, verá que escriben desde la necesidad.
También había la Natàlia Cerezo o la Natalia Carrero, autoras de aquí que estoy orgullosísima de haber publicado. Todas ellas son escritoras con una grandísima calidad literaria, pero que escriben desde la necesidad. No escriben desde una superioridad intelectual, como pasa otras veces. No. Hacen, como señaló acertadamente Xavi Vidal, de la librería Nollegiu, “literatura de la herida”. Estoy de acuerdo. Estas cuatro escritoras son eso, hacen eso. Y yo quería crear una editorial que, tanto a nivel de contenido literario como gráficamente, tipográficamente, -porque demasiado a menudo olvidamos que las editoriales son una tipografía, una estética, una gráfica-, fuera un discurso. El catálogo es el discurso. Creé, pues, la editorial que a mí me hubiera gustado encontrar en librerías, tanto en catalán como en castellano. Estoy muy orgullosa. Comenzó a publicar en 2015 -ahora se lo digo de memoria-, pero la habíamos comenzado a trabajar dos años antes. Teníamos que traducir del chino, el coreano, traducciones que llevaban mucho tiempo, como el primer título, el fundacional, que fue de Sanmao, la escritora chino-taiwanesa más traducida.

No podré transcribir todo esto, tan largo, sin sentarme en el suelo.
[Ríe]. Usted después lo hace como quiera, pero yo lo tengo que decir, porque me quiero a todas estas escritoras. He conocido algunas. Las otras, no, porque Sanmao se suicidó a los 49 años, en la década de los noventa. Pero bueno, quería compartir todo lo que había aprendido durante más de veinte años. Estoy muy satisfecha. Con un catálogo de solo treinta títulos -en catalán y en castellano-, aquello fue muy importante y me hizo muy feliz. Yo destacaría Rata, todo aquello, y destacaría también La Galera.
Aquí tengo sus cuatro libros…
¡Cinco!
De ficción, quiero decir. Del otro, ya hemos hablado mucho. La memòria de les formigues, El límit exacte dels nostres cossos, Faré tot el que tu vulguis i Massa deute amb les flors… Me da la impresión, leyéndolos…
Ah, ¿se los ha leído todos!? Empieza a ser un experto en mí, señor Sanchis.
Algunos, sí, y otros, lo suficiente para saber de qué hablo…
Hay uno que se lo leyó y me lo comentó muy bien, porque usted es de los mejores lectores que conozco. Y lo recalco: yo no me moriré sin editarlo a usted. Y tiene que hacer un texto muy personal.
Muy bien. Todo llega. Pero ahora hablemos de usted. Me da la impresión de que todos cuatro libros recogen vivencias propias…
No todo son vivencias.
Casi todo.
Tampoco. Por ejemplo, el último, Massa deutes amb les flors -gran título, tomado de un poema de Antònia Vicens-…
En este último el personaje de la Solitària debe ser usted.
Sí, pero yo soy más también el padre de la familia. Estoy mucho más en el padre de la familia que en la Solitària.
Está por partida doble.
Sí, pero perdone, como editora y como lectora, como persona obsesiva… ¿Qué quiere decir obsesiva? Quiere decir que me gusta Doris Lessing, me leo todo Doris Lessing; me gusta Toni Morrison, me leo todo Toni Morrison; me gusta Annie Ernaux, me leo todo Annie Ernaux; me gusta Samuel Beckett, me leo todo Samuel Beckett…
De acuerdo, como persona obsesiva que es…
Como lectora obsesiva, si usted lee cualquier escritor, él siempre está presente. Siempre.
Usted, más.
No. Por citar otro premio Nobel, pienso que Annie Ernaux está más. O otra mujer que me encanta, que es Vivian Gornick, mucho más… Pero sí, yo también. No me importa. Lo que me parece muy divertido es que allí donde los lectores o lectoras que me conocen me encuentran más quizás es donde yo estoy menos. Yo, el yo de verdad más íntimo. Por ejemplo, en este libro, el de cuentos, el segundo que publiqué, El límit exacte dels nostres cossos, hay uno de un campesino. Es con quien me identifico más. Y los lectores me identificaban con otros personajes. Quien tiene más de mí es este campesino. Con él me identifico.
No con la chica que tiene fantasías sexuales…
[Ríe mucho]. ¡No! ¡Con el campesino!
En Faré tot el que tu vulguis vemos escrito: “La Nora es una chica casada de cuarenta años que esconde un secreto…”. “Este es el viaje del despertar al amor, la sensualidad y la sexualidad”…
Sí, de acuerdo, pero en mi caso ni mi abuelo abusó de mí, ni me he hecho prostituta de lujo.
Mujer, es que todo, todo, no. También hay los elementos de ficción.
Este texto, que ganó el Prudenci Bertrana y que ahora hace un año y pico salió en inglés, ha tenido muy buenas críticas en esa versión… ¡Eso me interesa mucho! Porque allí quien escribe no tiene ni idea de quién es Iolanda Batallé. Por tanto, esas me parecen las críticas más interesantes. Un señor inglés que yo no conozco de nada -y que nunca en la vida me pienso que me conocerá a mí- ha comparado este texto en concreto con textos de Anaïs Nin, de… ¡Este señor lee sin influencia!
¿Se siente menospreciada aquí?
Yo creo que aquí siempre ha interesado más la Batallé editora o la Batallé directora que la Batallé escritora. ¿Por qué?
Usted se lo ha buscado, que ha querido hacer de todo y bien grande…
No. Porque soy más útil a los demás siendo editora y directora que siendo escritora. Es evidente.
¿Cómo la trata la crítica catalana?
En el caso de La memòria de les formigues, muy bien. Sorprendentemente bien. Fue el primero y yo tenía treinta y pocos años. Lo escribí entre los veinte y pocos y los treinta. Voluntariamente tardé mucho en publicarlo. Trabajaba en el mundo editorial y no quería publicar, de hecho. Recuerdo una referencia de Anna Maria Moix bestial; de Constantino Bértolo, también; de Antonio Ferres, el escritor del realismo social, igualmente, alucinante… Muy bien. Y después, los otros libros, depende. Pero la verdad es que sobre todo lo que más me gusta son los lectores y las lectoras.
También le diré que disfruto mucho con la no-ficción. De hecho, al comienzo de junio saldrá otro texto dentro de la colección de ensayo o de testimonio, porque de hecho es un texto más de testimonio que el Atreveix-te, que quizás es el antimanual. Porque no creo en manuales, que cada cual actúe a su manera…
Y yo que diría que es del todo un manual…
[Vehemente]. No, no, no. Es un antimanual. Y de hecho, lo explico. No doy pautas para hacer. Lo que intento es acompañar a cada persona que se acerque al liderazgo -del tipo que sea, de la comunidad de vecinos, de su familia, de un equipo de tres personas o de mil-, para que encuentre su manera de hacerlo.
Hablaba antes de los lectores…
Sí. Le quería decir que lo que más me gusta son los clubes de lectura. O las personas que ahora contactan conmigo a través de las redes sociales. Gente que no conoces de nada. De aquí y del mundo, porque todos los libros salen en catalán y en castellano a la vez. Y por ejemplo, en el caso de Massa deutes amb les flors, me escribió un señor de Venezuela que me dijo que en un pueblo de las montañas de allá pasaba lo mismo.
También le quería decir, respecto al Atreveix-te, que una de las cosas que más me gustan en la vida es hacer formaciones, dar clases. Es lo que más me gusta.
Le gusta hacer demasiadas cosas.
Déjeme acabar, porque ya me cuesta a mí con todas las elipsis y todo eso que hago… Me gusta mucho todo lo que no es ficción. Yo lo que leo más desde hace muchos años es poesía y ensayo. Usted sabe que Antònia Vicens empieza a hacer poesía con sesenta y nueve años. Yo tengo cincuenta y tres y todavía tengo esperanza…
Solo le faltaba tocar esta tecla, la poesía, y ya tendríamos el piano entero.
Pero ella me dice que ya hago. Que el texto de Massa deutes amb les flors ya es poesía. Porque a mí -y creo que esto es evidente- no me interesan mucho los argumentos. Me interesan las voces, los personajes, la psicología, los entornos, los tonos… En literatura, en la pata literaria. Aunque Massa deutes amb les flors es mucho más cercano ya al periodismo literario. Porque es lo que quiero acabar haciendo, porque es lo que me apasiona leer.
Pare un segundo, que me mareo. Quiere hacer poesía, pero sobre todo quiere acabar haciendo periodismo literario…
Sí. Massa deutes amb les flors ya es un poco. Se trata de una familia real, de unas montañas reales. Me planté allí y los iba entrevistando.
De eso, los americanos lo llamaban, en los años sesenta, Nuevo periodismo…
Sí. A mi manera, como lo hago todo. Pero ¿por qué? Porque cuando dirigía el dominical del Diari de Girona, cuando volví a vivir a Cataluña, desde finales del 98 hasta el 2001, lo que más me gustaba, mucho más que las entrevistas, eran todos los reportajes que hacía cada semana. Porque dirigir esas 24 páginas significaba hacerlas. Tenía algún colaborador, pero vaya… Lo que más me gustaba era ir a hacer un reportaje de seis páginas de los pescadores de Palamós, de las mujeres maltratadas de Salt… Cada vez me gusta hacer no-ficción literaria.
Y ya le he dicho: hacer formación. Con el Atreveix-te y todas las formaciones que me han salido me lo paso muy bien. Veo que es útil.
Vamos terminando… Llegamos al último gran proyecto…
¡No quiero terminar!
[Uno a uno, comienzan a desfilar hacia la puerta todos los trabajadores, que se van despidiendo de ella. Alguien la anima a escribir la letra de la próxima camiseta. Como la mayoría son mujeres, en lugar de “Pic i pala”, “Pit i pala”].
Sí. Hora de cerrar. Vamos terminando. La librería Ona. Un reto enorme. Esta era una librería muy deficitaria y supongo que usted recibió el encargo de levantarla…
Vine el día que se inauguró, en mayo del año veinte. Fueron muy valientes, porque fue la primera empresa de la ciudad que abrió después del confinamiento. Yo asistí seguramente como usted, como invitada y en aquel momento directora del Institut Ramon Llull. El primer encargo que me hicieron cuando vinieron después a buscarme fue que este espacio fuera lugar de encuentro, casa de cultura, punto de programación cultural… Eso lo hemos hecho con creces. Antes lo hacían, pero ahora lo hacemos mucho más, con este gran equipo, del cual estoy muy satisfecha.
Pero las librerías viven de vender libros…
Sí, todas. Como todo. Hemos conseguido multiplicar por tres las cifras anteriores. Eso es muy importante, siendo un proyecto de libros en catalán. También hemos pasado de tener 7.000 o 8.000 referencias a tener 50.000. Es el lugar del mundo donde encuentras más referencias en catalán. Si usted hace una librería solo en catalán -y así lo decidieron los valientes que la crearon hace 63 años-, lo tienes que hacer lo mejor posible. Cualquier persona que cruce esta entrada debe poder encontrar lo que busca en catalán. Creo que lo hemos conseguido. No solo Ona, sino también Les Voltes, en Girona, Quart creixent, en Palma, y la pequeña Ona de Gracia, que son los únicos proyectos de todo en catalán. Con la diferencia de que este tiene 900 metros cuadrados. Me gustaría que hubiera muchos otros lugares con todo en catalán. Por desgracia en esta ciudad -y no solo en esta ciudad, sino en la mayoría de los Países Catalanes- en las librerías cada vez hay menos porcentaje de libros en catalán. El catalán ocupa un 20 por ciento del espacio. En el mejor de los casos, el 30 por ciento. Esto hace mucho que pasa y cada vez pasa más.
Cuando Tatxo Benet me viene a buscar para dirigir este proyecto -porque yo me volvía a hacer de editora, que es mi oficio- acepté venir porque creo que, bien hecho, esto puede suponer un antes y un después para el sector editorial en catalán. El sector significa toda la cadena. Porque tener 900 metros cuadrados con 50.000 referencias de fondo y novedad de editoriales de todos los Países Catalanes, que es un trabajo de hormiguita, es trascendental.
Debo destacar también la parte de libros en catalán traducidos a otros idiomas. Está creciendo mucho. ¿Mucho qué significa? Que cada semana entre los libros más vendidos aquí en Ona hay al menos uno en alguna de estas lenguas. Normalmente en inglés. Y eso es muy importante porque es una de las misiones de esta casa. Con otra pata, que también es muy importante, que es Onallibres.cat, la tienda online. Cuando llegué era casi inexistente, hemos hecho un trabajo de pic y pala -pit i pala, porque somos un equipo casi todo de mujeres- y ahora representa el 15 por ciento de la facturación total y tiene un espacio de crecimiento bestial. Onallibres.cat envía cualquier libro que tengamos aquí a cualquier punto del mundo. Estamos creando comunidades de lectores muy importantes en todas partes. En París, en Salamanca, en Nueva York o en Japón.
También sería importante que las otras librerías aumentaran el espacio de libros en catalán, ¿no lo cree?
¡Por supuesto! Pero eso ya no es responsabilidad nuestra. Yo me ocupo de esta casa. Con su pata física y su pata online. Otra cosa importante…
Ya hemos terminado.
Déjeme que termine así. Es muy importante la red de colaboración que estamos creando con Òmnium, el Ateneu Barcelonès, la revista Catorze, el Palau de la Música, la radio que ha creado Germà Capdevila, Cavall Fort, los casales del mundo, los cines Texas…
Atrévete a hacer las cosas a tu manera, decía en la portada su libro. Termine con una frase atrevida.
Usted sabe más que yo. Dígala usted.
Hemos terminado. Hemos terminado y nos hemos sobrevivido.
Nooooooo.