Lo peor que podría ocurrir este lunes es que no ocurriese nada. Que quien tenga que reflexionar acerca del mensaje de las urnas andaluzas, que obviamente son, en este caso, mucho más que andaluzas, siga pensando que todo lo está haciendo bien y que no es preciso cambiar. Pero me parece que este lunes inevitablemente van a empezar a suceder muchas cosas, porque la verdad es que hemos llegado a un punto de estancamiento político tal que resulta difícil pensar que quienes ejercen la gobernación, cualquier nivel de gobernación, puedan actuar, como decía el cínico Pío Cabanillas, de manera que parezca que ahora lo urgente es seguir esperando.
Posiblemente algún lector se preguntará, y quizá me preguntará, por qué un catalán que poco o nada quiere saber de España debe interesarse por el resultado de las elecciones en Andalucía. Pues porque aquí todo está interrelacionado, respondería yo. Si el socialista Espadas, o sea Pedro Sánchez, sale fortalecido de las urnas, ocurrirán unas cosas. Si sale, como saldrá con bastante probabilidad, debilitado, ocurrirán otras. En cualquier caso, este domingo habrá acabado ese período electoral en el que nadie quiere tomar decisiones para no perjudicarse o para no beneficiar al rival en el proceso electoral: ha llegado el momento de empezar a hacer política, no campaña.
Sánchez, a quien sin duda resulta difícil acusarle de inactividad, sin embargo está dejando que se pudran, quizá esperando que así se solucionarán, demasiados temas importantes. Varios de ellos, relacionados con Cataluña y con las explicaciones aún debidas, personalmente, al president de la Generalitat. Por el caso Pegasus y por la muy excesiva demora en la puesta en marcha de esa mesa negociadora de la que parece que hoy nadie quiere volver a hablar.
Pero hay otros temas pendientes: la fractura interna en el gobierno central, sin ir más lejos, que hace que prácticamente cualquier tema de envergadura provoque enfrentamientos con los socios de Podemos. Además de disfunciones como que, por ejemplo, el ministro de Exteriores no pueda, por culpa de las torpezas cometidas con el volantazo sobre el Sahara, ni siquiera viajar a Argelia. Son factores que hacen pensar en una urgente remodelación en el Ejecutivo de Pedro Sánchez. Y ya se sabe que tradicionalmente julio es buen mes para hacer crisis de gobierno y, en general, para dar pasos que suscitan polémica en la ciudadanía. ¿Caras nuevas, políticas nuevas?
En todo caso, esos cambios son necesarios. Como es necesario el desbloqueo de las instituciones –supongo que pronto habrá un encuentro entre el inquilino de La Moncloa y el nuevo líder de la oposición, Núñez Feijóo, para tratar de eso—y un replanteamiento general del pensamiento político en la izquierda. La derecha ya ha consumado su refundación y ahora solo le queda al PP nada más y nada menos que comprobar si puede llegar al poder en solitario o de la incómoda mano de Vox.
Pero lo de la izquierda se está complicando más: el PSOE permanece como esclerotizado, incapaz de comprender lo que ha sucedido en, por ejemplo, Francia, absorto ante los pasos que está iniciando, para convertirse en opción propia, la que aún es vicepresidenta del gobierno español, Yolanda Díaz, quien, por cierto, está cometiendo muy pocos errores en su trayectoria.
He consultado con bastantes socialistas relevantes acerca de si la señora Díaz puede ser para el PSOE un complemento o una rival ante unas elecciones generales aún aparentemente lejanas, pero de las que todo el mundo habla en los cenáculos madrileños. Todos, sin excepción, me remiten al resultado de las elecciones andaluzas: hay que esperar. Lo que ocurre es que el PSOE se ha convertido hoy en un partido de escaso relieve en Galicia, en Euskadi, en Castilla y León, en Madrid…¿y en Andalucía, que fue, hace cincuenta años, la cuna de la renovación del PSOE?
El PSOE es un partido que conecta cada vez menos con otras izquierdas a su izquierda: con Unidas Podemos, que se ha lanzado al despeñadero, casi no hay diálogo posible. Con Esquerra Republicana de Catalunya las distancias son crecientemente mayores. Con Compromís, y con lo que pueda representar Ada Colau, los socialistas han perdido, lo mismo que con el BNG o con los anticapitalistas andaluces, su calidad de primer interlocutor. La sombra alargada de la Francia de Melenchon se proyecta sobre la sede, muda, ciega y sorda, de Ferraz. En Cataluña, el PSC parece desconcertado, o al menos desconcierta al resto del socialismo nacional.
Claro que Sánchez es muy consciente de todo esto. La mayoría que, hace cuatro años, apoyó la moción de censura contra Rajoy ya no existe. Se necesitan fórmulas nuevas, mientras crece la sensación de que el efecto péndulo, que beneficiaría a la derecha, se ha puesto en marcha. ¿Qué hacer? Ya digo: lo peor que ahora se puede hacer es, a mi entender, no hacer nada, y menos en momentos de tanto riesgo para la estabilidad económica, política, institucional. Las urnas siempre envían mensajes y lo peor que puede hacer un político es malinterpretarlos. Quedan horas para saber si ese es el caso.