Segunda jornada del juicio en el jefe de la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía en el aeropuerto de Barajas, Carlos Salamanca, y al empresario Francisco Menéndez. Un juicio, de la pieza separada 10 de la causa Tándem, sobre supuestos suntuosos sobornos, pagados con dinero de la petrolera estatal guineana, que habría recibido el policía a cambio de dejar pasar ciudadanos guineanos y su dinero negro sin ningún control de la frontera. Una derivada del caso Villarejo, en el que el comisario de inteligencia ni siquiera está como testigo, y, en cambio, sirvió para abrir la macrocausa Tándem contra él. Si la vista de ayer fue todo un catálogo de lujos de alcohol, humo y gasolina, como una versión española de la alcurnia Fast and Furious; hoy ha cambiado el contenido, pero no las formas.

La vista de esta mañana ha sido un recital de profesionales del flamenco: voces gitanas, cajón y un cocinero de restaurante fastuoso que había sido el templo de confesiones de jueces, policías, políticos y empresarios. Un santuario del Madrid del Ibex. De hecho, una testigo, la cantaora Marta Heredia, se ha dirigido con ademán de convicción y dominio escénico al tribunal y ha espetado: «¡Ozú, esto parece un tablao flamenco!». Una expresión que ha provocado las risas de abogados y fiscalía, y de la presidenta del Tribunal, Ángela Murillo, que trabajo ha tenido a relajar los testigos dedicados a la farándula y al canto gitano.

El fiscal del caso Salamanca y la causa Tándem, Miguel Serrano, durante la sesión de hoy a la Audiencia Nacional/Quico Sallés
El fiscal del caso Salamanca y la causa Tándem, Miguel Serrano, durante la sesión de hoy a la Audiencia Nacional/Quico Sallés

«Nunca había estado en un lugar así»

Después del intenso testigo del inspector cabo de la unidad de Asuntos Internos del Cuerpo Nacional de Policía que instruyó el caso, ha sido el turno de los testigos. El fiscal anticorrupción del caso Miguel Serrano y las defensas han aprovechado la candidez de los testigos para sacar provecho y barrer hacia casa. De hecho, estos testigos tenían que explicar cómo participaban como estrellas en las fiestas organizadas por el comisario Salamanca, quien les pagó la producción de un disco y como actuaban en los encuentros privados del comisario.

El primero en sentarse al estrado, ha sido en «Tito», un hombre que estaba más desubicado en la sala García Gutiérrez que un pulpo en un garaje, pero que no escondía la ilusión para entrar en un juzgado como los que salen a la tele. «Me han dicho que podía declarar por cámara -por videoconferencia- pero he preferido más venir y verlo», ha justificado. El testigo ha pedido paciencia al tribunal porque hace muy poco tiempo le han operado del corazón. La presidenta de la sala ha sido condescendiente y los interrogadores, también.

El cantaor e intérprete flamenco Tito, en un momento de su testigo/QS
El cantaor e intérprete flamenco Tito, en un momento de su testigo/QS

Salamanca y Menéndez, conocidos

El testigo ha admitido que conoció Salamanca porque le arregló «una cosa de los papeles del pasaporte». A raíz de esto, y como que Salamanca es un apasionado del flamenco, les pidió si podían actuar en la fiesta de Àngels Custodios, los patrones de la policía por el que los hizo «algún reglaito». Después les contrató para actuar en fiestas privadas donde también había «Paco», Francisco Menéndez. «Íbamos con el ‘cajón’, con la Marta, que tiene una voz muy gitana, la guitarra….y nos daban 300 o 400 euros, según que hacíamos y así podíamos comer», ha justificado el Tito.

Precisamente, Tito y la cantaora Marta Heredia han detallado que Paco les dio unos 17.000 euros para producir un disco. De hecho, Marta lo ha llevado a la sala y lo ha blandido ante el tribunal. Todos han reconocido que firmaron unos «papeles» al recibir el dinero, pero no han podido detallar que se decía. Tampoco han mostrado mucho interés. En todo caso, el disco fue un fiasco porque «ni Sony lo quiso». «Era de versiones y aquella época, entre el 2012 y el 2015, las versiones no estaban de moda», ha justificado Marta ante un tribunal que paraba la oreja a sus explicaciones llanas y desacomplejadas.

El tercer testigo que ha remachado el clavo ha sido el de Alejandro, que regentaba Casa Piluca, el restaurante donde celebraban estas fiestas o donde comían habitualmente, y nunca de menú, porque solo tenían carta. Su testigo ha servido para que el fiscal certificara que casi en todos los casos se pagaba en efectivo o «a escot y uno pagaba en tarjeta, cosa que el comisario nunca habría hecho, según la prueba documental de la fiscalía. El restaurante era el centro que se conocía como lugar de «capitalismo de amiguitos» de la capital del Estado y, Alejandro, con cierta resignación, ha dicho que «ha dejado de hacer comidas».

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