El periodista y escritor Andreu Claret (Acs, 1946) cierra su saga de novelas sobre la Guerra Civil con una obra mucho más personal que las anteriores, basada en la vida de sus padres.
¿El libro nace con la idea de ser un homenaje a su padre?
No. Si lo fuera sería una biografía y no lo he querido de ninguna de las maneras. He huido de la biografía como demuestra que la narración se para el 1962 cuando mi padre ha muerto el 2005. Previamente, había publicado tres novelas históricas sobre la República, la guerra y el exilio, porque soy hijo del exilio y sobre este periodo se ha publicado poco. Conviene volver. La literatura sirve para explicar el que a veces no se entiende en los libros de historia. Quería cerrar el periodo de escribir sobre esto, pero con un libro mucho más personal. No quería explicar la Historia con mayúscula, sino las historias de la gente. Empecé a dar vueltas y me di cuenta de que en vez de inventarme los personajes los podía coger de casa y hacerlo a través de mis padres. Por eso he novelado la vida de mis padres, que atravesaron todo este terrible periodo.
Es una época terrible de la historia de Cataluña donde se pierden las libertades, la lengua, todo va a peor y parece que el mundo se acabe… Hay mucha gente que lo sufrió mucho y se hundió, desfalleció, pero otros se salieron. Mis padres lo habían hecho y me interesaba explorar desde el punto de vista humano como lo habían conseguido superar. Es una historia de amor y de amistad muy significativa porque sin esto habría estado todo mucho más difícil y posiblemente mi padre se habría endurecido, deshumanizado como otros. Esto no pasó porque conoció mi madre y se enamoró. Él se había casado con otra mujer, pero era un matrimonio que no funcionaba porque se había hecho para tener una mujer en casa y basta. Me pareció que eran personajes que podían ser de novela.

¿La idea era que sus padres representaran toda una generación?
Exacto. Quería retratar una época terrible donde pasó de todo. Las ilusiones de la República, del que aquello representaba, de la libertad, todo se acaba en seco porque gana Franco. Y cuando estaban en Francia intentando rehacerse en el exilio, los nazis la invaden. Son diez años de toda una generación perdidos. Me interesaba mucho retratarlo.
¿Cómo empieza la investigación sobre la vida de su propio padre?
Tenía 25 horas de conversación con mi padre grabadas, de mucho antes de pensar en escribir un libro. Cuando murió me las volví a repasar y me di cuenta de una cosa que me reafirmó a escribir la novela. Mi padre había hecho muchas cosas, era un hombre de película, pero el más interesante es que en aquellas grabaciones había muchos silencios. Había zonas que no estaban bastante explicadas, que él pasaba de puntillas. Esto por una novela es fundamental, porque si tienes un hombre de un solo color, plan, no tiene nada de interés. El que lo tiene es una persona contradictoria, como lo era mi padre en los aspectos más personales. Esto me acabó de convencer de hacer una novela y huir de la biografía. En cuanto a la documentación, por un lado, hay la investigación histórica de la época, pero como ya había hecho tres novelas al respeto ya me lo conocía. El más complicado fue investigar su vida personal y para hacerlo hablé con todo el mundo, incluso con una parte de la familia que había quedado un poco arrinconada. Me interesó su complejidad, sus ilusiones y sueños.
¿Cuáles eran los principales sueños que compartían sus padres?
París. Es el título de la novela a pesar de que no sucede en esta ciudad. Si la portada va de París es porque tenían el sueño de visitarla. Mi padre, de niño, conoció en Súria un belga que había ido por las minas y que le enseñó fotos de París. Tuvo claro que quería ir alguna vez. Mi madre, que era mucho más joven y se había exiliado por otro camino, había sufrido mucho en el campo de concentración de Francia y salió porque estaba enferma. Vio los disparates de los nazis en la zona ocupada y se quedó obsesionada con una foto de Hitler bajo la Torre Eiffel. Con una amiga siempre decían que irían cuando hubiera caído derrotado. La novela explica todo este mundo de frustraciones e ilusiones que durante diez años no pudieron realizar.

El vínculo de su padre con Pau Casals es otro elemento destacado en la novela
Sí. Él lo había conocido en un concierto solidario que hizo al Liceo a finales de la guerra. Después se reencontraron al exilio y se hicieron muy amigos. Se asemejaban mucho. Mi padre era de Esquerra Republicana, uno de los fundadores, y lo fue durante toda su vida, pero no era un hombre de partido en el sentido de la disciplina. Se sentía muy libre. En este sentido, admiraba mucho a Casals, que tampoco lo era. Casals había sido un hombre incluso conservador a comienzos de su vida, pero en Francia fue un hombre muy radical en sus convicciones. Se negó a tocar para los nazis, pero además dijo que no tocaría más para los ingleses ni los franceses porque habían reconocido Franco. Esta radicalidad de principios democráticos hizo que mi padre se sintiera muy identificado y tuvieron una relación muy próxima. Intercambiaron más de ochenta cartas, que están depositadas en el Fondo Casals y que me han servido mucho por la novela.
¿Su padre era un hombre con suerte? Escapó del destino de personajes muy próximos como por ejemplo Companys.
Tenía mucha suerte, ya se lo dije. Él decía que la suerte la tienes que buscar y yo le respondía que hay gente que de todas formas no tiene nunca. Su hermano Florenci, por ejemplo, no tuvo suerte. Sufrió mucho e incluso su mujer murió arrestada por la policía franquista. Es verdad que la suerte te la tienes que buscar, pero también la tienes que tener. Él la sabía buscar y de vez en cuando la suerte lo visitaba en momentos difíciles, como por ejemplo cuando la Gestapo lo detuvo en Francia acusado de tener complicidad con los maquis. Esto era una acusación gravísima que normalmente suponía acabar en un campo de concentración en Alemania. Mi padre tenía una convicción que hablando podía enredar todo el mundo y además tenía la amistad con Pau Casals. Casals era muy contrario a los nazis, pero era venerado por ellos, que eran grandes melómanos, y por eso llamó músicos de Berlín que movieron cielo y tierra. Mi padre se salió. Tenía una mezcla de determinación, de saber buscar el punto débil del enemigo y de suerte.
Es curioso que se pueda hablar de suerte cuando tuvo que sufrir el exilio
La generación no tuvo nada, de suerte. Mi padre era de una familia pobre de Súria con siete hermanos. Sobrevivieron porque la madre se sacrificó. Toda esta generación vivió la aparición de la potasa, que cambió el pueblo, la Mancomunidad, la República… Creían que se comerían el mundo, era un momento de euforia desmesurada, pero no fue así. Como generación no tuvieron suerte, habrían podido comerse el mundo. Barcelona, por ejemplo, era una de las ciudades más abiertas de Europa y había una vida cultural, social, sindicalismo… Todo esto se fue a pique. Mi padre tuvo suerte individual. Se salió jugando al billar.
¿Qué quiere decir?
En aquella época había billares en todas partes, era un deporte muy practicado. Él, que no tenía estudios y hablaba un catalán campesino, cuando llegó a Manresa y vio los intelectuales republicanos, se asustó un poco porque no sabía intervenir en aquellas asambleas del casino. Se puso a jugar a billar y todos se sorprendieron de cómo lo hacía. Con esto hizo amigos, el billar le sirvió para ir abriendo puertas a Manresa, Barcelona e incluso a París. Es una historia guapa de novelar porque es una historia de perseverancia, de superación, en un ambiente que era totalmente lo contrario.

¿Por qué para la narración en el 1962?
Porque me interesaba aquella época. Después ya viene la época democrática, mi padre continuó aportando con Maragall y Pujol, pero ya me parecía más aburrido. En una novela necesitas conflicto, y hasta el 1962 era espectacular. Aquel año mi padre vino a sacar la nieve a Barcelona en un momento muy complicado por la ciudad y lo vivió de una forma muy especial. Conocía el alcalde de Barcelona y estaban en contacto, pero teóricamente él no podía venir a Cataluña desde Andorra porque tenía una ficha que si lo pillaban lo llevaban al Camp de la Bota para fusilarlo. Igualmente, consigue bajar con una peripecia que se explica en el libro y cuando llega a Barcelona siente que es una venganza poética, ya que entra por la Diagonal igual que lo hizo Franco durante la Guerra Civil. Franco decía que entraba a Barcelona para liberarla de los republicanos, mi padre para liberarla de la nieve. Fue un momento de gloria.
La dedicatoria no es para su padre sino para su hermano. ¿Es una compensación a lo que sufrió?
En cierto modo. Sufrió mucho porque era hijo de un matrimonio donde el amor por parte de mi padre no existía. Todavía fue peor cuando murió su hermana Maria Rosa a los 4 años por las fiebres de Malta y mi padre, en cierto modo, pensaba por qué él continuaba allí si la otra hija había muerto. Lo sufrió mucho. Después, como hermanastros, no lo supimos acompañar bastante y darle afecto y por eso he querido dedicarle la novela. Era un chico cojonudo, un luchador en todas las batallas políticas francesas de los sesenta, se implicó en mayo del 86, en la acción antifranquista desde Francia… Me carteaba mucho con él cuando volví a Cataluña y le explicaba cómo estaba el país. Para mí fue muy importante, pero no le pudimos dar el afecto que necesitaba y me supo mal que muriera sin esto.
¿Qué le diría a alguien que pueda pensar que es un libro más sobre la guerra?
Si yo hubiera hecho una cuarta novela como las otras tres, sí que se podría decir esto, pero con esta, no. De todos modos, aunque hubiera sido una más, les diría que soy hijo del exilio y que creo que de la guerra no se ha hablado bastante aquí, en especial a la gente joven. La Guerra Civil es una de las diez grandes noticias de la primera parte del siglo XX, así que bienvenidas sean las novelas que hablan, que además no son muchas, en catalán. Pero bien, esta no lo es, es una novela mucho más personal. Me gustaría que el lector la leyera como una novela de amor donde las relaciones personales son las que cuentan. No es la historia con hache mayúscula, sino las pequeñas historias de los protagonistas, que son mis padres como podrían ser inventados. El otro día estuve en Girona y Figueres y recordé que en pocas semanas pasaron la frontera 400.000 personas andando, durante el mes de enero y con un frío que pelaba. Es más bestia que lo que pasa ahora en Ucrania, porque la gente llega a la frontera en coche y muy vestidos. Mi abuelo salió con unas alpargatas en pleno invierno. Así que bienvenida sea la literatura que recoge estas vivencias.