Alfred Bosch (Barcelona, 1961) es un apasionado de la historia, y así lo deja claro en cada una de sus novelas. El exconsejero de Acción Exterior, Relaciones Institucionales y Transparencia durante el gobierno de Quim Torra, tiene también una larga trayectoria como escritor, con obras como La Trilogia 1714, Les set aromes del món, que le valió el premio Ramon Llull de novela del año 2004, o Inquisitio, galardonado con el premio Prudenci Bertrana del año 2006, entre otros títulos. Ahora regresa a las librerías con Escolta, Sefarad (Edicions 62, 2025), una novela histórica que nos traslada, de entrada, a la época de los romanos, para contar la historia de la comunidad judía, desde la Tàrraco romana hasta la Barcelona de Jaume I. Una «aventura épica» con traiciones, persecuciones, amores prohibidos y huidas inesperadas. En esta entrevista con El Món, Bosch reflexiona sobre la tolerancia -o intolerancia- entre religiones que ha marcado la historia, el pasado del judaísmo y la importancia de los mitos para fortalecer la cultura y la nación.

¿Por qué motivo decidió escribir un libro sobre los sefardíes?

Pues lo recuerdo perfectamente, porque un día yo estaba mirando listas de víctimas del campo de concentración de Auschwitz, que están separadas por origen. Por ejemplo, todos los judíos que los nazis deportaron desde Grecia cuando la ocuparon, sobre todo de Tesalónica… Allí empecé a ver muchos apellidos catalanes. Muchos castellanos, lo cual no me sorprendió porque es evidente que había muchos sefardíes que venían de la Península, pero después algunos que eran claramente catalanes, como Vidal o Cresques. Y también los lugares, como Barcelona o Barceló, Tàrraco o Tarragó… Y pensé que aquí había una épica fenomenal. Estuve buscando más información y comprobé que era cierto. Es la historia de una gente que llegó a lo que hoy es Cataluña durante la época de los romanos, generalmente a través de Tàrraco, que es donde comienza la novela, y que son expulsados con los Reyes Católicos. Gente que durante más de mil años han estado presentes y son muy importantes.

La novela, como la historia, comienza en Tàrraco, pero va cambiando de ciudad a medida que pasan los siglos.

Yo quería retratar diferentes ciudades, pero sobre todo diferentes épocas. Y claro, a veces he tenido que hacer saltos de 300 años [ríe], pero creo que lo he intentado resolver de una manera un poco original, porque la historia la cuenta un libro. La cuenta una Hagadá, que es un libro sobre la misma epopeya de los judíos, que sobre todo se utiliza para Pascua, que es una celebración festiva y alegre, porque es cuando los sefardíes escapan de las garras del faraón. Celebran el momento en que el Señor los libera. Es una historia, una leyenda, incluso, muy rica y entretenida. Y que además, como no es un libro canónico como la Biblia, la Torá o el Talmud, por ejemplo, como no es un libro enciclopédico, es un libro [la Hagadá] donde permiten hacer ilustraciones, mucha filigrana, y sobre todo muchas figuras. Acaba siendo un libro ideal para niños, pero también para gente que no está instruida.

Y es un libro que evoluciona.

Exacto, primero es un rollo, luego pasa a un códice, es decir, encuadernado… Después pasa a pergamino, posteriormente a papel y finalmente se acabará imprimiendo. Es un protagonista vivo que cuenta la novela y, también, cómo va evolucionando la gente con la época. Lo que pasa, también, es que hay muchas cosas que no sabemos. ¿Qué pasaba en Tàrraco hace 2.000 años? Pues no lo podemos saber. No sabemos ni dónde vivían. Sabemos dónde estaba el barrio judío mil años después, pero tan atrás en el tiempo hay muchas cosas que no podemos saber. Otras sí, sin embargo. Por ejemplo, sabemos, porque está escrito y nos ha llegado, que hubo el martirio de San Fructuoso, que era el obispo de Tàrraco en el momento en que había la persecución de los cristianos, y que está explicado con todo detalle cómo lo llevan a las arenas y lo queman. Yo he aprovechado esta historia, que es conocida, para introducir judíos. Además, en aquella época, judíos y cristianos se confunden bastante, por eso también es interesante ver cómo se van separando hasta el punto de ser irreconciliables.

Alfred Bosch, escriptor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas
Alfred Bosch, escritor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas

Precisamente, uno de los temas que más se profundizan en la novela es la intolerancia entre religiones, y cómo intentan destruirse unas a otras. Una intolerancia que, dos mil años después, todavía existe.

Porque la religión no deja de ser un discurso sobre la verdad, a través de la fe. Y, por lo tanto, no es como en la ciencia, donde tú puedes estar de acuerdo o no con una hipótesis pero después hay un proceso científico que experimenta y demuestra, o rebate, cualquier tesis, que es la base del procedimiento científico. En el caso de la religión, esto no es así. Tú tienes una fe por iluminación divina, y afirmas que eso es verdadero. Como viene de la fe, haces que no se pueda rebatir. Todo el mundo es portador de su verdad, y la fe hace que quien la profesa de forma auténtica, intensamente, no acepte la fe diferente del otro. Porque eso es una verdad, por decirlo de alguna manera, revelada.

Pero también puede haber tolerancia entre religiones por mucho que las ‘verdades’ que se defienden no sean las mismas.

De hecho, durante la mayoría del tiempo, a lo largo de la historia, las diferentes religiones que han convivido sobre un territorio se han tolerado. Esto no quiere decir que no hubiera tiras y aflojas y desconfianzas, como en tantos colectivos humanos. Pero es cierto que hubo momentos de explosiones fuertes y altamente letales. Esto es lo que pasa en los pogromos del XIV, y después todos aquellos años tan turbulentos que culminan en la expulsión. Todo por parte de los Reyes Católicos, por ejemplo. Por ejemplo, en la novela retrato alguna de las disputas que se produjeron, como la disputa de Barcelona en tiempos de Jaume I, ya hacia el final [de la novela], con el protagonista principal, que es Bonastruc ça Porta, que era un judío de Girona, cabalista, místico. Él exponía sus razones, y los teólogos y frailes cristianos las suyas. Y Jaume I lo miraba [ríe], porque probablemente él fue el rey que más se interesó por el judaísmo.

¿En qué sentido?

Aparte del dinero que les pedía a los prestamistas, que eso le permitía hacer campañas, él realmente tenía mucho interés por esta parte de sus súbditos. Entre otras cosas porque, a diferencia de la mayoría de los cristianos, que eran súbditos de un señor, de un obispo, antes que del rey, los judíos no. Estos eran súbditos directos del rey, eran como su propiedad. Y, por lo tanto, evidentemente, los impuestos iban directos del rey, el barrio judío era del rey, y él se sentía también responsable y propietario.

Las disputas, sin embargo, no solo eran por parte de los cristianos, sino que también se producían entre las otras religiones.

Exacto, las había habido, también, entre judíos y musulmanes. Y había habido algún episodio de intolerancia judía en otros lugares. Por ejemplo, en el Israel histórico, pero también con el actual, donde los palestinos serían los sefardíes de la época. Esto son ciclos y ninguna religión tiene la virtud de la comprensión y la tolerancia permanente. Ni siquiera el ateísmo, que para mí es otra fe. El agnosticismo, tal vez, más o menos, pero porque no sabe, y por tanto no te pelearás por lo que no sabes. Pero esto es muy nuevo, muy excepcional. Yo he retratado momentos diferentes en que los romanos, con sus creencias, castigan a los otros. Sobre todo aquellos que no admiten la divinidad de los emperadores. Después, los cristianos, los visigodos, que son cristianos arrianos, conquistan a los que ya se han cristianizado, pero que son católicos, y aquí hay otro enfrentamiento. Y en el mismo cuadro están los judíos. Al principio, los visigodos arrianos y los judíos se entienden bastante bien, pero al final los reyes godos acaban convirtiéndose al catolicismo, porque es la religión mayoritaria y les es ventajoso.

Es aquí donde, curiosamente, comienza la represión hacia los judíos. Hasta el punto que, cuando entran los árabes en la Península, muchos judíos les abren las puertas de las ciudades, porque para ellos son los liberadores del yugo católico. Y, al cabo de unos años, son los musulmanes quienes van contra los cristianos, pero también los judíos. Entonces hay una huida masiva de judíos hacia Toledo o hacia Barcelona, por ejemplo. Es la época dorada de los judíos catalanes, que coincide también con la época dorada de las Hagadás medievales. En aquella época, de la misma manera que hacen unos mapamundis increíbles, como el Atles Català de Cresques, se hacen unas Hagadás que son de una belleza excepcional, y que pueden valer lo mismo que una casa.

¿Todavía se conservan?

Actualmente, de estas Hagadás medievales catalanas se conservan, más o menos, una docena en todo el mundo. En Cataluña solo queda una, que es la de Poblet, pero no es la más espectacular. Y las otras están esparcidas por el mundo, porque los judíos, básicamente, la patria la tenían en los libros, y cuando los expulsaban, cambiaban de territorio pero no de libros. Se los llevaban bajo el brazo.

Alfred Bosch, escriptor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas
Alfred Bosch, escritor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas

Antes comentaba que la historia es cíclica, y que en la Europa occidental el agnosticismo ha ganado peso. ¿Cree, sin embargo, que puede haber un resurgimiento de la fe?

Yo, ahora mismo, en la Europa occidental no lo veo. Sí que lo veo en las Américas, tanto norte como sur, en los países islámicos, por supuesto, y en África. En Asia no me atrevo a decirlo. Pero hay una parte importante, no sé si mayoritaria, de la humanidad que ahora mismo se mueve en términos religiosos. Y los grandes conflictos que hay en el mundo hoy en día vuelven a estar relacionados con enfrentamientos religiosos. Esto no quiere decir que la religión lleve a la guerra, no digo eso, pero sí que la condición humana vincula con frecuencia las dos cosas. La fe y las peleas. Porque también es útil como bandera, tiene esta semilla de intolerancia que sirve para pegarse. Durante un tiempo pareció que esto quedaría sustituido por las grandes ideologías, el comunismo, el fascismo, el anarquismo… Pero hoy en día yo creo que las ideologías políticas, por mucho que nos molesten, no están asociadas a los grandes conflictos bélicos. En cambio, curiosamente, las religiones vuelven a estar vinculadas. Vivimos en un mundo que parece que tiene tendencia a relacionar los dioses con las peleas, consagradas o no [ríe].

En la novela aparecen personajes históricos, pero también hay elementos ficcionados. ¿Cómo se entrelaza la historia con la ficción?

Todo aquello que parece increíble y es grande, es verdad. Y todo aquello que parece cotidiano, creíble, seguramente es inventado. Y esto tiene una lógica. Cuando haces ficción, una de las cosas que más te preocupa es que sea verosímil. O sea que la gente no te diga, pero qué barbaridad, eso no se lo cree nadie. Por lo tanto, cosas muy fuertes, al menos yo cuando escribo, tengo tendencia a no inventármelas. Me invento cosas que la gente aceptaría sin problema, que sea una ficción verosímil, porque yo no hago fantasía, sino que hago aventura y ficción.

Es decir, por poner un ejemplo, que el gran interés de Jaume I por el judaísmo no es un hecho ficcionado.

Jaume I estaba interesado, muy interesado por el mundo judío. Esto no quiere decir que estuviera a punto de convertirse, no quiere decir eso, pero sí que tenía un gran interés. Yo digo que era un personaje volátil y frívolo, y eso está más que demostrado. Con su manera de gobernar, la manera de relacionarse con la gente, con las mujeres oficiales y las que no… Los hijos. Forma un imperio, y lo parte en trocitos… [ríe]. Es un personaje que tiende hacia la volatilidad y la frivolidad. Entonces, es más que creíble que flirteara con la idea de que tal vez se haría eso, sobre todo cuando estaba en la cama con una judía. También flirteó con la idea de ser un integrista ultracatólico. Incluso empezó una cruzada, aunque cuando llegó a la esquina ya se volvió hacia Barcelona [ríe]. Yo he llegado a la conclusión de que este personaje era muy caprichoso. Que rompe un poco la imagen aquella que tenemos, pero es que era un guerrero, a quien, además, le gustaba matar. Jaume I es una persona a quien le importa un comino lo que piensen de él, y que le importa un comino la corrección política, como otros monarcas que hemos conocido que van a su bola, que hacen lo que les da la gana…

¿Quién sería el Jaume I de nuestra época?

[Ríe] ¡Ya te he dado una pista! No diré nombres que todavía me masacrarán… Pero mira, te diré Luis XIV, que es un personaje que se mete en guerras, en líos, que hace Versalles… Es un loco absolutista. Jaume I tiene algunas similitudes. Aparte, es huérfano. Y creo que, para entender la psicología del personaje, creo que debemos recordar que es un niño abandonado de muy pequeño, y que estuvo bajo la custodia de los templarios, que eran monjes guerreros. Y esto ya podemos imaginar el ambiente en que creció. Creo que, de alguna manera, toda su vida se la toma como una venganza contra los traumas infantiles.

¿Considera que se ha mitificado en exceso la figura de Jaume I?

Creo que, como tantos otros personajes legendarios, lo tenemos mitificado. Pero lo tenemos mucho menos mitificado que otras culturas con sus personajes.

¿Como por ejemplo?

Los Reyes Católicos, sobre todo Isabel la Católica. Aunque no aparece en la novela, ella y Fernando son los responsables finales de la expulsión de la comunidad sefardí, y nos la han presentado como una persona muy poderosa. Que seguramente lo era, más que el marido, pero también nos la presentan como una persona que manejaba a Fernando como si fuera un calzonazos, y eso tampoco es cierto, porque en aquella época era impensable que las cosas fueran así. También la presentan como una persona muy inteligente, pero realmente era una fanática religiosa. Si rascas un poco, también ves que era una persona con cierta tendencia a los celos extremos, y eso está tipificado psicológicamente. Como de hecho tuvo también una de sus descendientes, Juana, llamada la Loca, y su madre también, que acabó encerrada en un convento. Debía haber un gen en aquella familia que hacía que fueran tremendamente desconfiadas, inseguras, posesivas… Creo que el trabajo de mitificación que ha hecho el nacionalismo español de Isabel la Católica es tan bestia, que ni que tomemos la figura de Jaume I, la sumemos a la de todos los reyes juntos e intentemos promocionarlos más, nunca llegaremos a ese nivel. Creo que de Jaume I hemos hecho una mitificación modesta.

Alfred Bosch, escriptor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas
Alfred Bosch, escritor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas

¿Y es importante mitificar nuestras leyendas?

En cierto modo es recomendable, porque los mitos son lo que hace buenos libros, hace buenas películas… Es lo que llega a la masa de gente. Después ya habrá los historiadores que se encargarán de centrar las cosas, pero yo creo que los mitos forman parte indisoluble del orgullo de pertenecer a una comunidad. Los catalanes no hemos tenido la capacidad de fabricar tantas leyendas como otras culturas. Los reyes de estas operaciones son, evidentemente, los anglosajones, tanto los norteamericanos como los británicos. Nos han construido unos mitos que además los arrastramos todos. ¿Quién no conoce a Lincoln, Washington, o la reina Victoria? Cada día aparecen dos o tres películas sobre cada uno de estos [ríe]. Nosotros, no llegaremos nunca a ese nivel. Por lo tanto, dentro de este trabajo mitificador modesto que podemos hacer nosotros, yo creo que, si queremos existir como nación, es del todo recomendable que un cierto trabajo de mitificación lo hagamos. Que tengamos nuestros mitos.

¿Hay, de alguna manera, miedo entre los catalanes a mitificar figuras del pasado?

Más que miedo hay complejo. Es un complejo de autoodio, que nos hace destruir nuestros mitos. Yo, cuando enseñaba historia, siempre les decía: ‘Primero, que desmitifiquen los grandes, que se carguen sus mitos, y luego ya iremos nosotros detrás’. Cuando vea que se están cargando el mito de Isabel la Católica, que están intentando desmontar otro personaje incuestionable, como Carlos V o Felipe II, entonces ya diré que nosotros podemos ir detrás. En cambio, creo que lo hemos hecho al revés. Hemos ido a desmitificar los nuestros, y la historiografía catalana es un esfuerzo brutal por desmitificar, mientras que nuestros vecinos poderosos no lo han hecho. Los franceses no lo han hecho.

¿Cómo podemos desacomplejarnos como sociedad?

Creo que la sopa de ajo ya se ha inventado. ¿Qué hacen los ingleses con series como The Crown? O los americanos? Pues toman sus mitos, los ponen allí, se burlan de ellos y los humanizan. Y eso llama la atención. Y lo hacen, evidentemente, a través de las herramientas más modernas y más masivas que existen hoy en día: las redes, en las plataformas, medios de comunicación. Y los que hacemos libros, también asumiendo la responsabilidad que nos corresponde, tenemos que hacer cada vez más libros, que pueden ser muy profundos, y pueden ser, si quieres, incluso experimentales. Yo creo que, en este caso, lo es, porque no creo que sea muy común hacer un libro contado por un libro. Yo estoy convencido de que los libros deben ser muy visuales, cinematográficos… Que enganchen, y que enganchen por las vísceras. Jaume I era una persona de carne y hueso, ¡retrátalo! Y, ya que no estás haciendo una tesis doctoral, te puedes permitir el lujo de inventar la persona que crees que era.

Hacerlos atractivos para el público…

Presentarlos como lo que seguramente eran, humanos muy complejos, con sus fortalezas y debilidades, con su coraje y su ridiculez. Creo que es una receta interesante para potenciar todo lo que son nuestros referentes y, de rebote, lo que podría ser una cultura potente apelando a los intereses y los instintos de la población. En The Crown, los espectadores tienen la sensación de estar hablando con la reina de Inglaterra como quien está hablando con la tía o con la vecina del tercero. Pues esta proximidad creo que motiva al lector más normal a leer un libro que, de entrada, puede pensar que es un ladrillo. Yo, que he estado en política, creo que los grandes momentos siempre tienen momentos ridículos. Las grandes decisiones siempre pasan por casualidades, incluso, hilarantes. Creo que plantear la comunicación en términos emocionales hace llegar el mensaje con mucha más fuerza. Mi objetivo es entretener con historias que enganchen. Si esto funciona, creo que hacemos un gran favor a lo que puede venir después, que es la creación de una cultura compartida.

¿Cómo ve el futuro de la creación cultural en catalán?

¿Quieres decir aparte de la desaparición? [ríe]

¿Desaparecerá?

Todo desaparecerá. Un día el planeta hará un pet. Yo no sé si todavía habrá humanos, probablemente ya no, pero que la humanidad desaparecerá es una evidencia, porque nos lo dice la ciencia. Entonces, el tema no es si desaparecerá o no, sino cuándo. Y, para mí, la cuestión es qué estamos haciendo nosotros para que no pase.

¿Desaparecerá a corto plazo?

Si me dices que el catalán desaparecerá dentro de 1.500 años, yo, sintiéndolo mucho, creo que hoy dormiré [ríe]. En cambio, si me dicen que en dos generaciones [el catalán] está muerto, si me dicen que yo ya estoy viendo la agonía, pero que mis hijos verán la muerte, eso me inquieta mucho. Para mí, eso es lo importante. Nos ha caído encima, y se está consumando con una rapidez que, o bien reaccionamos individualmente y colectivamente, o bien nos lo encontraremos. Es decir, estamos haciendo lo que es necesario si queremos que la lengua catalana, la cultura catalana, los referentes comunes catalanes, todo el universo catalán desaparezca. Si no lo queremos, deberíamos hacer otras cosas que no estamos haciendo.

Alfred Bosch, escriptor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas
Alfred Bosch, escritor. Barcelona 03.12.2025 | Mireia Comas

¿Estamos a tiempo de revertir la situación, o ya es demasiado tarde?

No soy futurólogo, pero lo que sí sé es que tenemos que hacerlo. Si queremos tener alguna posibilidad, tenemos que hacerlo. Tenemos que tener una cultura atractiva y fuerte, tenemos que utilizar los referentes contemporáneos, las herramientas más innovadoras que nos ha dado la tecnología. Tenemos que utilizar las redes, hacer uso de las plataformas, las técnicas narrativas más modernas, la que utilizan los que tienen éxito. Creo que tenemos que hacer un segundo Renacimiento.

¿Cree que hay la fuerza social para que este cambio se produzca?

Yo creo que hay movimientos, sobre todo con gente joven. Hay cosas muy buenas, muy dinámicas, en el ámbito musical, por ejemplo. Que a los más mayores nos guste o no es otro tema, pero mueven a mucha gente joven. Y hay gente del País Valencià o de las Islas que está muy bien! Hay signos de dinamismo. Luego, evidentemente, tenemos que contar con los inmigrantes, porque si son el 25% o el 30% de la población, y de entrada los margines, pues pierdes muchas posibilidades de ganar. Lo que tienes que hacer es incorporar a esta gente al universo catalán. Eso es lo que tienes que hacer. Que es muy difícil, que muchos no quieren, ya lo sé. Pero hay quienes sí. Yo ahora soy voluntario por la lengua, hacemos estas parejas lingüísticas, y hay más gente que quiere aprender catalán que no personas a las que se les da plaza o que encuentran pareja lingüística. Hay más interés que los recursos que estamos poniendo. El día que me digan que tenemos unos recursos de la hostia, que ofrecemos clases en todas partes, pero no viene nadie, ese día empezaré a pensar que la esperanza, al final, tal vez también se pierde.

Pero todavía no la ha perdido.

¿Hay brotes verdes para la esperanza? Yo creo que los hay. Ahora bien, ¿son lo suficientemente fuertes para evitar que vayamos hacia la extinción? Yo no lo creo. Creo que deberían ser más fuertes, y que depende de todos nosotros. Todos tenemos que ser voluntarios por la lengua. Y la sopa de ajo ya está inventada. ¿Cómo se salvó el catalán? Porque la sociedad civil se puso a ello durante la época de la Renaixença, y después en otro renacimiento, que creo que deberíamos tener muy presente porque es más cercano, que es durante el franquismo. Yo recuerdo que cuando era pequeño el catalán se estaba perdiendo, que el nivel de españolización era muy alto. Y hacia el final del franquismo, las iniciativas cívicas, clandestinas o no tanto, y el cambio que se hizo en cuestión de años, meses o incluso días. Es decir, imaginémonos todo un sistema educativo que pasa de ser franquista, de tener fotos de Franco y José Antonio colgadas en la pared con una cruz en medio, con escuelas que olían mal, y pasamos a un sistema completamente nuevo, que seguramente ahora ya se ha hecho mayor y necesitaría un poco de marcha [ríe]. Pero la revolución se hizo de un año para otro. Miles de maestros que se reciclaron en un sistema íntegramente en catalán, con inmersión lingüística… Allí hubo un esfuerzo bestial.

Hace falta, entonces, de alguna manera, mirar al pasado y aprender de lo que se hizo.

Aprender, exacto, aprender. De nuestros padres y abuelos. A mí me parece muy bien que reivindiquemos acciones políticas, decisivas, firmes. Que reivindiquemos que se cumplan las leyes, y que si se tienen que hacer más leyes, se hagan. Todo eso me parece muy bien. Pero yo creo que nos equivocaremos si hacemos solo eso. Si queremos una nación, la nación nos implica a todos. Una nación como la catalana, que no tiene nada garantizado, debe vivir en un 1-O constante, un 2017 permanente. Ya sé que es muy cansado, pero es eso, o adiós.

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