Hay momentos en los que tienes que olvidar las pequeñas cuitas domésticas y mirar al cielo, que se puebla de aviones de guerra. Sabíamos  desde hace semanas que la invasión rusa de Ucrania se produciría, pero preferíamos creer que los vaticinios de Biden eran como la guerra de Gila: “Oiga ¿es el enemigo?¿a qué  hora va a atacar?”. Pero la cosa no estaba para bromas. Creo que Putin, el carcelero de Navalny y de la libertad de expresión, es una de esas figuras históricas que deja el mundo peor de lo que lo encontró. Lo sabíamos, y pensábamos en otra cosa. Lo peor es la impotencia. O aún más grave: saber que somos impotentes porque nada hicimos cuando quizá –quizá– aún podría haberse hecho algo.

Imposible para todos volver a la vieja rutina, cuando acaba una semana que tendrá consecuencias en el futuro: mirábamos atónitos el espectáculo del Partido Popular, que deja la oposición nacional casi en manos de Vox y pensábamos que Ucrania está muy lejos, cuando, en realidad, está tan cerca. En los momentos en los que escribo he podido constatar un enorme pesimismo en el mundo económico, al menos al que he podido acceder. Vamos a pagar más por la gasolina, por los cereales, por la luz, pero lo más caro va a ser la quiebra moral de ver sufrir a tanta gente que hasta ayer nos resultaba ajena y a la que confío que acojamos, sin grandes polémicas, en la mayor medida posible.

También constato la parálisis política que se adueña del entorno. No solo porque se reúna, sin grandes posibilidades de hacer nada, el Consejo de Seguridad Nacional, con un clima de aparente unidad en el seno del Gobierno central en torno a unos principios de futura acción, o inacción, dictados por las Unión Europea. Una UE, por cierto, cuyo máximo portavoz en cuestiones internacionales, Josep Borrell, nos ha dicho que “Europa vive los momentos más graves desde la Segunda Guerra Mundial”, lo que, esta vez, no estoy seguro de que sea tanta exageración. Trago saliva.

Claro, ante lo que sospechamos que viene –el Gobierno trata de no ser demasiado alarmista, pero los tímidos planes de recuperación económica se han venido abajo–, hay muchos proyectos que se han varado, desde la Conferencia de presidentes autonómicos en la isla de La Palma, a la que, claro, no pensaba asistir el president Aragonés, hasta algunos viajes oficiales que estaban previstos cuando aún se podía prever algo. Las agendas oficiales están en suspenso.

Hoy, España es un país con un Gobierno en máxima alerta y pendiente de una sola cosa: lo que ocurre y pueda ocurrir este fin de semana en el Este. Por otra parte, ahora la oposición ‘tradicional’ es  inexistente, por mucho que un Casado refugiado todavía en su despacho lance tuits formales diciendo que el PP apoya al Ejecutivo de Pedro Sánchez ante cualquier iniciativa ‘en el marco de la OTAN’. Pero la propia OTAN, cuya cumbre albergará Madrid en junio en un marco ‘hostil’ que era completamente imprevisto hace un mes, da la impresión de no saber muy bien qué hacer. Y tenemos, en fin, una población sumida en la incertidumbre, que se teme que el camino hacia la ansiada normalización va a estar plagado de dificultades, por mucho que los resultados económicos de algunas empresas hayan sido, curiosamente, muy buenos en el último semestre.

Hay medios de comunicación, instalados por principio en la batalla contra Sánchez, que aseguran que el Gobierno actuó con excesiva lentitud ante la amenaza rusa, certificada por los servicios de inteligencia occidentales. No puedo compartir esta crítica: lo cierto es que quien ha actuado como si casi nada ocurriese ha sido la burocracia supranacional europea y también la mundial: una vez más se constata la escasa utilidad, con su actual configuración, de la Organización de las Naciones Unidas. Pero eso, claro, ningún gobernante lo dice.

Lo que es cierto es que la parálisis va a afectar a cosas que estaban pendientes de resolución en los próximos meses, desde la Mesa de negociación con el Govern catalán –¿qué grado de prioridad tiene eso ahora?– hasta la renovación del Consejo del Poder Judicial.  Ahora, todo eso, o la fecha de las elecciones en Andalucía, o el traumático proceso de refundación del PP, pasa a ser cuestión secundaria. Porque me temo que la de Ucrania, que viene a significar quizá el principio de un nuevo orden mundial, también es nuestra guerra, qué remedio.

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