La situación política española no puede ser más pintoresca: el Gobierno central no tiene más oposición que la que anida en el propio Gobierno central. Es decir, la mínima discrepancia que le cabe a Unidas Podemos, debilitada, desnortada y desconcertada. Y a la derecha, nada y, después, Vox. Es lo que reflejan cada miércoles las sesiones de control parlamentario al Ejecutivo: Pedro Sánchez, teniendo como máxima contrincante a la portavoz del grupo Popular Cuca Gamarra, se muestra crecido y tranquilo, pese a lo grave de la situación nacional, europea y mundial.

Sospecho que el PP tardará dos o tres meses, al menos, antes de reubicarse y rehacerse tras el terremoto sufrido con la salida de Pablo Casado y Teodoro García Egea. De momento, el nuevo presidente, Alberto Núñez Feijoo, no lo será hasta el próximo 3 de abril, cuando clausure el congreso de su partido. Y todavía ni tiene aclarado del todo quién será su secretario general ni, menos aún, cuál será su política de alianza o rechazo respecto a Vox. Que, hoy por hoy, es el único partido que hace una oposición efectiva –más bien, efectista. Y demagógica—a la gobernación de Sánchez.

Pero tampoco, por cierto, tiene Sánchez una verdadera oposición a la izquierda. Las dirigentes de Unidas Podemos Ione Belarra e Irene Montero muestran un notable despiste político y cada día están más despegadas del liderazgo de Yolanda Díaz: hay diferencias de criterio, estratégicas, tácticas y hasta ideológicas entre ellas, mientras Pablo Iglesias trata de influir algo –cada vez menos—desde la distancia, aseguran que celoso de la influencia acumulada por la vicepresidenta y ministra de Trabajo, que, por cierto, no acaba de lanzarse a su ‘recorrido fundacional’.

¿Y los partidos que ayudaron a Sánchez a conseguir la investidura, a aprobar los Presupuestos –que han estallado en pedazos, desde luego, con la ‘economía de guerra’—y a mantener una mayoría relativamente cómoda en la Cámara Baja? En Moncloa, según algunas fuentes consultadas, temen un ‘desapego’ creciente de Esquerra, molesta porque se ha aparcado ‘sine die’ la mesa negociadora Gobierno-Govern, dado que, dicen claramente en Moncloa, “eso ahora no es lo principal”. De hecho, ERC pretendía incluso sacar un texto alternativo al último proyecto ‘estrella’ del Gobierno, la ley de Vivienda.

Y entonces, ¿Qué es ahora lo principal? Hacer frente a una economía de guerra, obviamente. Con la gasolina a dos euros el litro, con la luz batiendo sus propios récords, con la alimentación subiendo más de un veinte por ciento en muchos productos, con una inflación de dos dígitos, Sánchez tiene que reorientar su elenco ministerial y enfocarlo a la nueva, y preocupante, situación.

Observo una creciente hostilidad a la presencia de las dos ministras de Podemos –Belarra y Montero—en el Consejo de Ministros. Sánchez las mantiene no para consolidar su mayoría parlamentaria, sino para “evitar líos en estos momentos en los que la atención tiene que estar focalizada en las consecuencias de la guerra en Ucrania, que es nuestra guerra, y no en querellas intestinas”, dicen gentes próximas a Félix Bolaños, el todopoderoso ministro de la Presidencia.

Pero eso no será bastante. Ya no bastan las políticas de gestos ni apelar al ‘sangre, sudor y lágrimas’, porque el malestar de una ciudadanía empobrecida pronto va a hacerse patente. Sánchez y sus más próximos –las vicepresidentas, el ministro de la Presidencia, el secretario general de la Presidencia y su jefe de Gabinete—preparan, se asegura, una ‘ofensiva en toda regla’ que incluya nuevas políticas muy pegadas a lo que hacen otros países europeos.

Puede que empecemos a ver algo de esto ya este mismo fin de semana, cuando Pedro Sánchez reúna a los presidentes autonómicos, el president Aragonés incluido (se da por seguro en estos momentos, al menos), en la isla de La Palma. Lo tiene fácil Sánchez para actuar sin complejos: al fin y al cabo, no tiene oposición…

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