Ya sé, ya sé, que muchos lectores replicarán al título de este comentario diciendo algo así como ‘¿y a mí qué me importa lo que ocurra en Castilla y León?’.  Lo entiendo, conste, pese a que pienso que nada de lo que suceda en una parte del mundo deja de tener influencia en el resto: es la desventaja de ser, como quien suscribe, un internacionalista a la vieja usanza, de esos que creen que el vuelo de una mariposa en París tiene que ver con el desencadenamiento del vendaval en Tokio.

Por razones profesionales, hube de ‘tragarme’ entero en la noche de este miércoles el debate entre los tres candidatos a la presidencia de la Comunidad castellano-leonesa (menudo aburrimiento, por cierto) y, claro, puedo constatar que lo que suceda o deje de suceder en Cataluña no era, ni de lejos, la principal preocupación de los señores Tudanca, Igea o Fernández Mañueco. De hecho, lógico, Cataluña no fue ni remotamente mencionada en la hora y media de plúmbeos toma-y-daca-verbales entre los tres hombres que aspiran a presidir la Comunidad que constituye el epicentro de la España ‘de siempre’.

Lo curioso del debate eran, sin embargo, las ausencias: todo el mundo intuye que será ‘el cuarto personaje’, ausente de este espectáculo, es decir, el candidato de Vox, quien decidirá con bastante probabilidad quién será el presidente de Castilla y León en virtud de las necesarias alianzas poselectorales. Me refiero, por supuesto, a Juan García-Gallardo, un joven con una trayectoria tras sí de tuits y declaraciones –algunos borrados apresuradamente; otros no—verdaderamente aterradores, por lo que tienen de racista, de xenófobo, machista y poco integrador. Son gentes como García-Gallardo las que propugnan el fin del Estado autonómico, la separación de España respecto de Europa, el combate contra el inmigrante y el fin de todo diálogo con los ‘diferentes’. Y ‘mano dura’ con la díscola Catalunya, por supuesto. Es este Vox, el más duro, el que, si las encuestas aciertan, decidirá si el Partido Popular gobierna en Castilla y León y, posteriormente, si gobierna en España, en alianza con Vox naturalmente, con las repercusiones que ello tendría sobre las relaciones entre Cataluña y el resto del país. Entre otras varias y múltiples consecuencias, claro.

Permítame que, como ciudadano que quiere la mayor armonía para su país, y, para mí, país significa España, qué le vamos a hacer, me aterre ante la posibilidad de que este tipo de populismos se haga con parcelas de poder, ahora en Castilla y León –las encuestas dan una importante subida a Vox en las urnas este domingo–, mañana puede que en toda España, quién sabe cuándo en Andalucía, luego en Madrid, dentro de unos días en Francia… ¿Qué está ocurriendo en nuestra sociedad, en nuestras sociedades, para que el fenómeno del llamado populismo, que es la nueva forma del fascismo, penetre hasta el punto que lo está haciendo en Europa, en Latinoamérica, incluso en los Estados Unidos, al menos libres, menos mal, de la locura de Trump?

Bueno, no quisiera llevar el caso de Castilla y León tan lejos como para compararlo con esa Norteamérica que vio a un tipo vestido de búfalo sentado, patas en alto, ante la mesa del presidente del Senado de los USA. Pero no deja de ser un síntoma, un ejemplo, más. El avance de la antidemocracia en una región cualquiera del mundo significa un paso más hacia la liquidación de una democracia sana en cualquier otro lugar. Vox albergó hace poco más de una semana un encuentro en Madrid con los dirigentes de las formaciones políticas europeas que representan lo que yo más aborrezco: la intolerancia, el ensalzamiento de la desigualdad de géneros, las barreras a la libertad de expresión de todo tipo. Es ese el Vox que puede resultar clave para saber quién presidirá la Comunidad que está en la entraña de la nación española.

Y es, por tanto, una pésima noticia para quienes, como quien suscribe, abogan por el entendimiento, el pacto, el diálogo de igual a igual, entre las personas y entre los territorios. Fíjese usted, amable lector, si lo que ocurra el domingo en Valladolid, Soria, Burgos, Segovia, León, Avila, Salamanca o Zamora, tierras que usted considera probablemente tan lejanas, tiene importancia. Para mí, la verdad, que tampoco soy castellano-leonés más allá de mi cariño hacia esos parajes, tiene mucha, y nada me gusta lo que intuyo.

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