Un juicio a medias, y con resultado casi final cantado. Esta mañana, la funcional sala de vistas de la sección penal de la Audiencia de Lleida ha celebrado el juicio contra cuatro personas, que la Comisaría General de Información de los Mossos d’Esquadra como la Jefatura del Servicio de Información de la Guardia Civil esperaban con ganas. Sentaban en el banco de los acusados los dos supremacistas blancos detenidos en un cortijo aislado por un delito de odio y dos personas más detenidas en Alicante, acusados de tenencia ilícita de armas y delitos contra la salud pública, es decir, plantaban marihuana para financiar su «proyecto». Las penas oscilaban entre los casi once años de prisión y multas de 120.000 euros y se han reducido apenas máximas de 3 años y seis meses de prisión por un delito de odio y contra la salud pública.
El juicio, pero, ha empezado cojo todo y el gancho de ser el primer juicio en el Estado contra dos supremacistas blancos. Por un lado, el ministerio fiscal ha retirado la acusación contra el acusado que solo tenía un delito contra la salud pública, que ha sido expulsado de la sala. Por la otra, los dos acusados por un delito de odio han llegado a un acuerdo con la fiscalía para reducir la pena y poder esquivar, sin todavía garantías, la entrada en la prisión. El cuarto acusado, José, ha rechazado pactar con fiscalía —está acusado por tenencia de armas y para plantar marihuana— y ha obligado a celebrar un juicio que ya empezaba descafeinado. Ahora bien, los letrados de los dos conformados han defendido el acuerdo ante la situación y el reproche social y para evitar una pena desproporcionada. En todo caso, sus abogados han defendido la tesis que los atestados de los Mossos d’Esquadra y su investigación fue «prospectiva». De hecho, han hecho una pasa más allá acusando la policía de hacer un caso «casi de delito provocado» con penas peticiones de penas «desproporcionadas».
La tesis de las defensas es que los agentes de información tanto de Mossos como del instituto armado permitieron que prosiguiera su actuación y las suyas proclamas a través de las redes, hasta que decidieron cerrar la investigación. De hecho, este ha sido uno de los puntos que ha debilitado la acusación. El número dos de la investigación no ha sabido explicar ni concretar los detalles a los abogados que han preguntado sobre «qué circunstancias» diferencian una «proclama» o una «barrabasada». «En este caso, porque estaban en un cortijo aislado de la civilización en la Pobla de Cérvoles, si hubieran estado en un piso a la Diagonal…», ha justificado el agente alegando que hace «muchos años que son policías».

Vulneración de derechos y la batalla entre el fiscal y uno de los abogados
A pesar de que la vista parecía que había perdido pistonada, ha ganado fondo. Sobre todo, por la guerra que se ha abierto entre la fiscal del caso —que lo llevaba preparado y envuelto para las conformidades— y el abogado que no ha querido conformar, José Luis Giménez Ortega, un letrado de Fuengirola (Málaga), achaparrado, con el cabello todo blanco y, sobre todo, con ganas de gresca. De hecho, antes de empezar ya ha advertido, con cierta gracia, que ejerce desde el 1977 y nunca ha acordado ningún tipo de pena. El que tenía que ser un trámite, se ha convertido en una vista oral con todos los elementos y despacio, los letrados que han aconsejado conformar también se han animado a hacer preguntas con el objetivo de ningunear los atestados, los informes y las indagaciones de los policías actuantes.
La fiscal ha aceptado el reto y ha empezado un tuya-mía jugoso que la presidenta y magistrada del tribunal, María Lucía Jiménez Márquez, ha tenido que controlar con alguna tarjeta amarilla tanto al letrado como al ministerio público. De hecho, las tres magistradas en más de una ocasión han levantado los ojos y se han rascado las muñecas mientras serraban los dientes antes de corregir, cortar y tocar el picatoste a las partes. De este modo, la vista ha servido para entender detalles del caso, para constatar como trabajan los servicios de información de los Mossos y de la Guardia Civil y para atisbar la meta que querían los policías: abortar un posible ataque violento.
De hecho, el abogado que no ha conformado ha pedido, al primer turno, la impugnación del proceso y la nulidad de las actuaciones. Incluso, en fase documental, ha impugnado toda la prueba aportada para ser una investigación prospectiva. Una tesis que los letrados que han construido el acuerdo también han pedido que se aplique en el supuesto de que el tribunal lo acepte. La razón expuesta es que la investigación, iniciada con una información anónima, se alargó meses antes de dar cuenta al juzgado. El 3 de abril de 2020 requirieron pinchar teléfonos, instalar vehículos e introducir agentes encubiertos informáticos. La fiscal ha rebatido el argumentario alegando que los Mossos patrullan por la red y cuando detectan un riesgo, lo judicializan. «No todas las investigaciones acaban en un caso», ha argüido la fiscal. Los abogados de los conformados de los delitos de odio, todo y el pacto, han reprochado el «carácter prospectivo» de los Mossos d’Esquadra que incluso se podría considerar un «delito provocado».

Un hermano bromista, un trabuco de decoración y un veterinario jubilado
Los interrogatorios han sido distraídos. El abogado de Fuengirola ha mantenido la posición cargando contra la instrucción. De hecho, su cliente se defendía de la acusación de delitos contra la salud pública y por tenencia de armas. El primer testigo, después de los guardias civiles, ha sido lo de la madre de su defendido. Un interrogatorio donde ha salido un veterinario jubilado y ketamina. La sustancia, encuentro por la policía en el domicilio del detenido, no era para hacer tráfico sino que la guardaban como medicina por el ganado de cabrum que habían tenido y que el veterinario de confianza los recomendaba tener en casa, a cuarenta kilómetros de la finca donde presumiblemente había las cabras que cuidaba el veterinario. La fiscal, en conclusiones, ha preguntado al tribunal por qué no llevaban el veterinario y no la madre.
Pero, si con el veterinario, el tribunal no tenía bastante, ha aparecido un hermano bromista —»casi gemelo»— que se ha presentado en la sala levantando el brazo. La madre ha explicado que su hijo grande tiene licencia de armas y dejaba material extremista en la habitación de su hermano porque «era muy bromista». Para acreditar el nivel de gracioso que tenía el hermano, la madre ha expuesto al tribunal que el hijo acusado es «muy tartamudo» y que su hermano lo imita y se hace pasar por él. Un detalle que el abogado ha aprovechado para desvirtuar la investigación en el sentido que, posiblemente, la policía se habría confundido de hermano. La fiscal ha aprovechado la rendija para buscar otro culpable, pero la presidenta del tribunal, con quebramientos a las mandíbulas no le ha permitido.
Así mismo, los interrogatorios a los investigadores han caído en la trampa de los abogados en cuanto a las armas que confiscaron en los cacheos. Por un lado, la espada estaba enmohecida y no tenía corte, pero «pesaba mucho y podía servir de objeto contundente». Por otra, que lo trabuc decomisado servía poco más que para decorar una pared. Ahora bien, ninguno ha podido desmentir las plantaciones de marihuana que tenían que servir para mantener su proyecto vital. Pero la misma policía admitía que la lejanía de dos de los procesados dejaban muy difícil una relación comercial estable, pero la fiscal ha corregido el rasgo aportando los mensajes y los documentos encontrados en el hecho que acreditaba el conocimiento de la técnica de fabricación de drogas.
Rebaja de penas
Finalmente, el acuerdo llegado ha estado por William y Carlos, a dos años y seis meses por un delito de odio y por un delito de tenencia de armas una pena de un año así como una multa de 4.500 euros y cinco años inhabilitados para hacer cualquier actividad relacionada con el mundo educativo. Dos rebajas importantes ante las penas de una pena de tres años y seis meses de prisión, una multa de 6.570 euros e inhabilitación de 8 años por oficio “educativo” por un delito de odio y 2 años y cuatro meses por un delito contra la salud pública por sustancias que no causan graves daños a la salud pública así como 120.000 euros de multa por William. Y por Carlos le añadían cuatro años y 10 meses más de prisión por tenencia ilícita de armas. Al acusado José, pide 2 años y 4 meses de prisión por tráfico de drogas y 120.000 euros de multa y cinco años y ocho meses por tenencia de armas ilícita.