Las corridas de toros han estado históricamente arraigadas a España. Como si de un coliseo romano se tratara, el torero lucha en la plaza de toros contra un toro para acabar matándolo ante la expectación de un público que berrea para ver sangre. Una práctica que donde algunos ven “cultura” y «tradición», pero dónde otras ven «tortura» animal. Un tipo de espectáculo que siempre ha parecido inamovible entre la sociedad española, especialmente entre las clases sociales más altas, pero que ha visto como el paso del tiempo y la apertura de pensamiento de la población hacía que las plazas cada vez se vieran más vacías. La decisión del ministro de Cultura, el catalán y firme antitaurino Ernest Urtasun, de suspender el Premio Nacional de Tauromaquia -implementado en 2011 por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero- ha alborotado el gallinero y ha puesto sobre la mesa un precedente que podría suponer un hito histórico para la sociedad española: la abolición definitiva de los actos taurinos. Ahora bien, ¿se trataría de un hito factible, o no?
Si hacemos una mirada al pasado, el 28 de julio del año 2010 el Parlamento de Cataluña aprobó la abolición de las carreras de bravos gracias a la Iniciativa Legislativa Popular (ILP) impulsada por la Plataforma Prou! Una ILP que salió adelante con 68 votos favorables -gracias a la libertad de voto que designaron los partidos políticos-, 55 en contra, 9 abstenciones y 3 ausencias. Esta iniciativa contó con la firma de personalidades como la exdiputada Magda Oranich, la exdiputada Pilar Rahola, el filósofo Josep Maria Terricabras o el cantante Gerard Quintana, entre otros. En aquel momento, solo quedaba en activo la plaza de bravos La Monumental de Barcelona, a pesar de que anteriormente también habían tenido mucha presencia en esta actividad las plazas de Girona y Olot. El 2012 esta ley aprobada por el Parlamento entró en vigor, pero en 2016 el Tribunal Constitucional anuló la abolición con la sentencia 177/2016, puesto que consideraba que contradecía la competencia estatal para la protección del patrimonio cultural en que las corridas quedaban recogidas como «bien de interés cultural». Desde aquel momento, las carreras de bravos volvían a estar permitidas en Cataluña, a pesar de que no se han llevado a cabo más.
Estos pasos que hizo el pueblo catalán hace más de una década son los que la sociedad española tendría que hacer para abolir definitivamente los actos taurinos en todos los pueblos y ciudades del Estado. Para Oranich, abogada, exdiputada del Parlamento por Iniciativa por Cataluña, firme defensora de los presos políticos durante el franquismo y referente en la lucha por la igualdad de género y el derecho de los animales, la clave es conseguir que el Congreso apruebe que «la tauromaquia no es cultura»: «Se están recogiendo firmas para una ILP estatal [mismo procedimiento que en Cataluña, abierto en toda la población] que permita sacar los toros de la cultura«, argumenta en conversación con El Món. En caso de que consiguiera las firmas necesarias, pero, la cámara baja -con mayoría

Abolir los toros de España, un escenario «ambicioso»
El sociólogo y profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Ferran Giménez, voz «difícil» que se pueda producir una rotura de raíz con la tauromaquia en España porque todavía es «un elemento identitaria de la mitología española». Es decir, que todavía se mantiene muy arraigado a «el universo simbólico» del que significa ser «español». En esta misma línea se expresa, David Bueno, profesor de la Facultad de Biología de la Universitat de Barcelona (UB), que, desde un punto de vista neurológico, argumenta que «la tauromaquia es un aspecto de la identidad nacional que provoca que el cerebro genere oxitocina [la hormona que facilita el proceso de arraigo social]»: «La tauromaquia, entendimiento como una externalización del deseo de cacería en formato de ritual, es equivalente, a nivel neuronal, a ver tu bandera o sentir tu himno. Por mucho que defiendas que estás en contra de las banderas o los himnos, inconscientemente tu cerebro segrega hormonas que te hacen ser partícipe de este elemento», apunta.
Los tres expertos coinciden que «prohibir totalmente» las corridas de toros es un escenario «ambicioso», pero aseguran que la concepción de que «la tauromaquia es cultura» está «empezando a cambiar»: «Creo que buena parte de la sociedad que defiende la identidad tradicional española se ha empezado a cuestionar ciertas cosas en verso la tauromaquia, pero todavía no hasta el punto de aceptar la prohibición», asevera el sociólogo, que considera que «cada vez menos se defienden como cultura», sino como signo «de identidad y tradición».

Convertir los toros en una arma política
Esta dualidad de opiniones hacia estos actos, pero, convierte la tauromaquia en una arma política. De hecho, el vicepresidente de la Generalitat Valenciana y consejero de Cultura, Vicente Barrera, extorero y miembro de Vox, ya ha aprovechado su llegada al poder para volver a impulsar los toros. Y no solo entre las filas de la extrema derecha, el barón del PSOE y presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, también se ha sublevado contra la decisión de Urtasun y ha anunciado que creará un nuevo galardón para el sector taurino, convirtiendo así los toros en un elemento más para intentar marcar más las diferencias políticas -internas y externas- entre las formaciones políticas españolas.
En este sentido, Magda Oranich considera que la tauromaquia «ya se ha convertido en una arma política» de la extrema derecha, que se posiciona «categóricamente» en contra de cualquier medida que defienda «los derechos de los animales». En cambio, Ferran Giménez cree que «una oleada reaccionaria» contra los antitaurinos todavía llegará con «más fuerza». Ahora, para el sociólogo, esta reacción no vendrá de la calle a través de protestas, sino a través de las instituciones: «Si miras las gradas de las plazas de bravos, buena parte de la gente forma parte de la élite española. Gente con capacidad de desobediencia institucional», argumenta Giménez, que considera que parasindicatos como «Manos Limpias o Hazte Oír», que han vuelto a la primera página mediática por la denuncia contra la mujer de Pedro Sánchez, podrían jugar un papel «importante». Así pues, los tres expertos coinciden que el movimiento simbólico de Urtasun contra la tauromaquia ha servido para «volver a poner el debate sobre la mesa» y evidenciar las discrepancias sociales sobre los toros, pero que todavía no son suficientes para conseguir la abolición definitiva de esta actividad.

