Momento de euforia. Así ha sido la clausura de la ‘cumbre’ de la OTAN organizada en Madrid, un cierre brillante en el que Sánchez ha estado arropado por todos los jefes de Estado y de gobierno de los países que integran la Alianza Atlántica. Especialmente por Biden, el hombre que ha derrochado simpatía hacia el presidente español (y hacia todos y todas). El ‘negocio’, al primer ministro español, le ha salido redondo, y hasta la oposición le ha felicitado por ello, pese a que, en un gesto cicatero, el inquilino de La Moncloa no invitó a los dirigentes de otros partidos, ni siquiera a sus ‘socios de moción de censura’, a participar en los fastos. Lo que ocurre es que Biden se ha marchado, todos se han marchado tras disfrutar de Las Meninas, del Museo del Prado y de la orquesta sinfónica de Kiev. ¿Y ahora? Ahora queda todo lo demás, que estaba ahí, esperando su oportunidad, como el dinosaurio de Monterroso: explicar lo de ‘Pegasus’ a Pere Aragonès, el debate sobre el estado de la nación, la inflación que galopa…y trece millones de personas en riesgo de exclusión, que temen lo peor cuando llegue el otoño. Y Putin, que sigue, claro.
La situación real es bastante peor de lo que mostraban las fotografías de los fastos atlánticos, y conste que celebro, como ciudadano, el éxito cosmético de una ‘cumbre’ que nos ha dejado titulares preocupantes en cuanto al futuro de la paz y la estabilidad en el mundo. Sánchez está atrapado en lo que algún día se llamó el ‘efecto Gorbachov’: tiene mejor imagen fuera de su país que dentro. Hasta el punto de que he escuchado no pocos rumores en lo que podríamos llamar los ‘pasillos periodísticos’ de la ‘cumbre’ en el sentido de que cada día parece más claro que Pedro Sánchez tiene más futuro en las instancias internacionales que en las nacionales.
Estos rumores están disparados, y por eso mismo se convierten en noticia: la foto del apretón de manos con Biden, esa soltura con Trudeau, Macron, hasta con Boris Johnson, no tienen un efecto perdurable. Las ‘photo opportunities’ se marchitan, los problemas económicos permanecen. Y los problemas políticos e institucionales, también. Hay gentes que te dicen que Sánchez sabe que esta es su última Legislatura antes de dar el salto hacia otro lado, una instancia internacional, un puesto de relumbrón, algo brillante y rentable. Pero no en España, donde no tiene ya socios sólidos –ni Esquerra ni Unidas Podemos lo son—que le garanticen la perdurabilidad en un país donde las mayorías absolutas acabaron –¿para siempre?– en Andalucía.
Ahora tiene ante sí el tan postergado –¿por qué, exactamente?—encuentro con Pere Aragonès, la puesta en marcha de una Mesa negociadora con el Govern catalán que ha dejado, en verdad, de interesarle, el debate sobre el estado de la nación, donde sabe que no tiene enemigos de verdadero calado porque Feijóo no va a estar ahí…y quién sabe si una remodelación gubernamental que va siendo necesaria como el aire que se respira. En Moncloa se palpa que la relación con Podemos ya no interesa: son unos latosos. Tampoco interesa perpetuar unos lazos con Esquerra que ya, admitámoslo, no funcionan desde hace algún tiempo. Y lo de Bildu es meramente coyuntural: al militante medio del PSOE Bildu no le gusta. Así que habrá que acercarse al PP, que en materia de política exterior siempre estará ahí, y hala, a prolongar la Legislatura lo que se pueda.
Bueno, lo de Biden, lo de los oropeles del Palacio Real, lo de Las Meninas y lo del chef José Andrés fue bonito mientras duró. Ahora cabe preguntarse si se puede sustentar un Gobierno sobre trece millones de potenciales excluídos sociales, sobre un país que se va a gastar los últimos ahorros en un veraneo lo mejor que se pueda, y después qué. Y sobre decenas de miles de migrantes que llegarán a nuestras costas empujados por la que puede ser la peor hambruna de los últimos lustros, derivada, claro, de la guerra de Ucrania. ¿Puede, en estas circunstancias, actuar Sánchez como si todo fuese a ir tan disciplinadamente como esta ’cumbre’? Pues claro que no.
Este, el de trazar un mapa sobre cómo cambiar las cosas, es el reto del mes de julio que acaba de comenzar. Y julio ya se sabe, es el mes que muchos gobernantes aprovechan para hacer cosas, cambios, equilibrios en la cuerda floja, lo que sea para durar hasta julio del año que viene, cuando mucho pescado estará ya vendido. Creo que en las próximas semanas veremos bastante actividad política. Más aún, quiero decir.