Supongo que algún lector pensará que estoy loco si digo que las cosas, a mi entender, han mejorado desde aquel 1 de octubre de hace cinco años, cuando desde la Generalitat se declaró una independencia efímera en un acto poco meditado que tuvo muy lamentables consecuencias para muchos y durante demasiado tiempo. ¿Mejor?¿Por qué mejor, entonces, especialmente tras el innegable caos que ha vivido la política catalana en las últimas horas, y cuyo último desenlace admito que desconozco cuando envío este comentario al periódico?.

He de reconocer que seguramente mi punto de vista chocará con el de una parte de los lectores de El Món: escribo desde una distancia curiosa, quizá algo ajena, pero interesada y a veces angustiada por el amor que siento desde hace mucho por Cataluña. Y debo decir que a nadie, se sitúe en el marco político que se sitúe, debería gustarle el espectáculo del enfrentamiento, de la falta de diálogo y del rechazo del espíritu de acuerdo. Aquello de 2017 acabó con represión policial desbordada, con encarcelamientos a mi juicio excesivos, y, al tiempo, con una violación de legalidades que deberían haberse debatido políticamente, antes de judicializarlas, en las instituciones y por las personas correspondientes. Ganaron los ‘halcones’ a ambos lados del Ebro; todos los demás perdimos.

No le extrañará a usted, una vez expresado lo anterior, que le diga que superar el enfrentamiento directo, olvidar la tentación de aplicar el artículo 155 de la Constitución e intentar sentarse a una Mesa de conversación y tal vez de negociación en lugar de lanzarse a la protesta callejera es una superación sobre lo ocurrido, tristes acontecimientos, en 2017. Otra cosa es que en estos momentos la eficacia de esa Mesa negociadora se haya puesto en cuestión por la oposición de una parte de quienes debían sentarse en ella, un sector de Junts concretamente.

Mala cosa cuando esos ‘halcones’ tratan de dominar un proceso, cualquier proceso. Debo decir, aunque resulte impopular, que desde el Gobierno central predominan ahora –ahora y con todos sus errores– las actitudes más bien dialogantes, y lo mismo ocurre, creo, con el sector de la Generalitat encabezado por Pere Aragonés. Pienso –por supuesto, lo que digo es a título estrictamente personal: entiendo que no todos crean lo mismo; yo, que no soy siquiera catalán, malamente podría ser independentista– que no es momento de impaciencias ni de radicalismos, trátese de lograr lo que fuere. Ni estoy plenamente de acuerdo con algunas voces, que considero sensatas casi siempre, que dicen que, para seguir así, es mejor romper de una vez el Govern. Las rupturas, cuando no están controladas, provocan reacciones impredecibles, casi siempre indeseables y radicalizadas, y en todo este trayecto ha habido de todo menos control.

He hablado con algunas fuentes cercanas al Gobierno central, donde toda cautela a la hora de pronunciarse es poca: el Ejecutivo de Pedro Sánchez lo último que quisiera, especialmente tras el lamentable ‘episodio Pegasus’ de espionaje, es que se le mezcle ni por lo más remoto con lo que sucede en la gobernación catalana. Claro que tanto el PSOE como Unidas Podemos tiene tomada posición a favor del ‘aliado’ (si es que así puede decirse, que no estoy seguro) Esquerra, frente a los ‘desvaríos’ (el término no es mío) de un sector de Junts, al que consideran seguidor de un Puigdemont ‘desnortado’. Pero difícilmente lograría usted que un representante gubernamental admitiese en público, ante micrófonos, cualquiera de los términos que me expresaron en privado.

Pero en La Moncloa, tengo la impresión, aún se felicitan porque las puertas del diálogo no se hayan cerrado del todo, aunque admitan los ‘peligros’ de una situación ‘descontrolada’. De ninguna manera intervendrá ‘Madrid’ para tratar de encauzarla en una dirección que le convenga: sería, te dicen, demasiado arriesgado, y nadie podría prever el resultado. De hecho, nadie puede prever nada, ni siquiera los protagonistas de la situación, cuando el president de la Generalitat no pudo enterarse a tiempo de que contra él se preparaba una moción de confianza desde su propio Govern. Así que ni le digo el desconocimiento y el desconcierto que se han podido palpar en los ambientes políticos en Madrid, tanto en el propio Gobierno como en la oposición, ante los últimos acontecimientos en el Govern catalán.

“Los presidentes de la Generalitat duran ahora lo que un primer ministro italiano”, dijo este jueves un famoso comentarista radiofónico, aludiendo al hecho de que Pere Aragonès apenas lleva dieciséis meses en el cargo. Así, imposible construir una esperanza, sea esta del cariz que se quiera, por mucho que al menos, ya digo, haya una puerta entreabierta a la continuación de un diálogo. Aunque es de temer que hay demasiadas voces, acá y allá, que quieren cerrarla con un portazo.

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