Asier Gilabert (Barcelona, 1999) habla sin rodeos. El joven actor ha salido recientemente del Institut del Teatre, pero ya se ha introducido de lleno en la escena teatral de Cataluña. Desde hace una semana es uno de los protagonistas de Manifest Mangione, un espectáculo trepidante con dramaturgia y dirección de Carol López, que ha querido contar con ocho actores graduados del Institut del Teatre para realizarla. La obra se puede ver en el Teatre Lliure de Montjuïc hasta el 4 de enero, momento en que se embarcarán en una gira por diferentes municipios catalanes. Gilabert, sin embargo, ya hace unos años que circula por el mundo del teatro catalán. Lo ha hecho, especialmente, con su compañía de títeres Fil de Guà, creada en 2020 con Gerard Pla, que se dio a conocer con el espectáculo Les vespes. En esta conversación con El Món, al día siguiente del estreno de Manifest Mangione, reflexiona sobre la complejidad del mundo que rodea las artes escénicas, la industria «clientelar» y «capitalista» que las envuelve y la importancia de reivindicar el arte de calle y la cultura popular.

¿Cómo fue el estreno?

Ha sido como quitarnos las rueditas de la bicicleta [ríe]. Ayer lo comentábamos, haber podido hacer antes varios pases para rodar un poco nos permitió ir con una energía más libre en el estreno. Estamos muy preparados para las funciones que nos quedan.

¿Impresiona actuar en el Teatre Lliure?

Pues sí [ríe]. Creo que es un sueño para todos nosotros poder actuar en el Lliure. Además, todos somos del Institut del Teatre, y lo ves siempre ahí, al otro lado de la plaza. Tienes el Mercat [de les Flors] y el Lliure, y ambos son grandes referentes para nosotros. También es cierto que llevamos dos meses de ensayos y creo que hemos normalizado de alguna manera habitar este espacio, pero al mismo tiempo también está la sensación de no acabar de creérselo. Es una contradicción, un poco. Y de vez en cuando te das cuenta de que estás ahí, de que estás en el Lliure. Y esto lo compartimos todos. Hemos intentado ser muy veraces, muy honestos con nosotros mismos, y cuando algo nos impresionaba, dejarnos impresionar.

Antes de adentrarnos en tu carrera, ¿la vocación por la interpretación te viene desde pequeño?

Pues sí, desde la adolescencia, o incluso un poco antes. Yo siempre he sido el payaso de la clase [ríe]. Siempre me ha gustado mucho hacer reír, hacer bromas… Eso que para algunas personas les puede llegar a echar atrás, para otras también puede ser una virtud. En secundaria ya descubrí que una manera de canalizarlo [el hecho de hacer el payaso] era hacerlo sobre un escenario, y me sentía muy bien, me gustaba. No tanto porque me hicieran caso y me aplaudieran, sino que descubrí que podía establecer una relación con el público, cautivarlo, que es una sensación muy especial. Y, sobre todo, poder expresarme desde un lugar donde eres vulnerable, que también es un punto un poco contradictorio. Da miedo y pone nervioso, pero cuando lo consigues es realmente muy satisfactorio.

¿Ya sabías, sin embargo, que querías dedicarte a ello, o lo veías como un hobby más?

Al principio era más un hobby… En el instituto donde iba, el Súnion, hacíamos un concurso de teatro para Sant Jordi, y yo me presentaba cada año. También desde pequeño me gustaba mucho imitar a los personajes de Polònia, hacer ese tipo de juegos, y es lo que hacía al principio en esos concursos, porque siempre está bien divertir a la gente. Recuerdo que también hice un monólogo imitando a los profesores. Yo no hacía ni extraescolares de teatro, ni hacía ningún otro curso fuera, pero participar en esos concursos sí que era una constante. Una profesora del instituto sí que me preguntó si me había planteado entrar en el Institut del Teatre. Yo no sabía qué era, pero dije que sí [ríe]. Se me puso la idea en la cabeza, y ya en el bachillerato sí que les pedí a mis padres que quería hacer el bachillerato escénico. Como todos los padres, me dijeron que mejor hiciera el bachillerato social [ríe], pero que me apuntarían a teatro de extraescolar. Y es lo que terminé haciendo [ríe]. Hice la selectividad, pero tuve la suerte de poder entrar en el Institut del Teatre.

Asier Gilabert, actor. Barcelona 04.12.2025 | Mireia Comas
Asier Gilabert, actor. Barcelona 04.12.2025 | Mireia Comas

¿Sentiste que había alguna reticencia de tu entorno por querer dedicarte al mundo escénico?

Es algo que me decían sobre todo mis padres, pero la verdad es que les tengo que estar muy agradecido porque nunca me han puesto trabas. Siempre me han animado, siempre han confiado en mí, y al final han ido viendo que con todo lo que me ha ido saliendo, que hay la posibilidad de que esto sea una verdad. También es cierto que vengo de una familia relativamente privilegiada. Yo ahora vivo en el Clot, pero vengo de Sant Gervasi de Cassoles [ríe]. Creo que tanto en el entorno del Súnion y todos esos entornos donde se promueve bastante el arte y la expresión individual. Creo que es un cierto marcador de clase. Y eso lo noto también cuando, precisamente del Súnion, he ido a clase con bastante gente que ahora está triunfando en la escena musical. Y eso no creo que sea casualidad. Creo que si hubiera nacido en una familia más humilde, las cosas tal vez habrían sido diferentes, pero, en ese sentido, yo he tenido las circunstancias que me han permitido perseguir mis sueños [ríe], y estoy agradecido.

Ahora ya estás dentro del circuito teatral de Cataluña. ¿Es difícil insertarse siendo una cara nueva? ¿Se dan suficientes oportunidades a la gente más joven?

Hay varios factores aquí. La respuesta simple y corta es que no [ríe], que nunca hay suficientes oportunidades. Creo que hay una cierta perversión aquí, porque se da por sabido que es un ámbito precario y que, por tanto, las personas que nos dedicamos a las artes escénicas lo hacemos por una vocación, y que nos tenemos que tragar circunstancias precarias y discriminatorias, incluso. Como ha sido durante muchos años con ciertas conductas abusivas y machistas, ante las cuales, gracias al gran trabajo de ciertas personas que han alzado la voz, se ha podido crear conciencia. Y eso también es importante. En cuanto al tema de la precariedad, creo que estamos hablando de un sector económico del capitalismo, y los trabajadores de este sector, o la gran mayoría, como mínimo, siempre estaremos condenados a tener una parte más pequeña del pastel a repartir que otras personas, que o bien tienen la propiedad de los medios teatrales o que ostentan un poder muy grande.

¿Y lo notas?

He crecido en el Institut del Teatre escuchando el fenómeno este del atasco generacional, que lo han vivido incluso profesores míos. Ahora nos encontramos en una situación en la que el atasco generacional no se ha destapado, sino que se ha renovado. Es un concepto, sin embargo, que no me acaba de convencer porque la cuestión no es que tenga que haber una oferta concreta, que es la que puede asumir Cataluña, por ejemplo, y nosotros tenemos que ir asumiendo roles, sino que la gracia sería descentralizar y llevar las artes escénicas a la vida de todos. Que sea algo accesible tanto para el público como para los intérpretes y los trabajadores de la cultura que se quieren dedicar a ello.

¿Cómo definirías el panorama de las artes escénicas del país?

Clientelar, seguramente sería la palabra. El problema principal, para mí, es que las artes escénicas, por sí solas, son deficitarias. Dentro del mercado privado son deficitarias siempre que no hagas porquería, sinceramente [ríe]. Grandes espectáculos que pueden llegar a ser de masas porque están ultrapromocionados, y toman a ciertas personas, es más fácil que llenen teatros, pero realmente la calidad artística no está ahí. Lo que están haciendo es reproducir otros fenómenos o formatos de entretenimiento y los llevan a un teatro. En cuanto a artes escénicas que sean realmente interesantes y que puedan tener una calidad cultural, y que contribuyan a incrementar la calidad cultural del país, es mucho más difícil que puedan ser rentables económicamente. Y aquí las instituciones públicas tienen un papel de intentar promocionarlas, o intentar que las artes escénicas continúen funcionando. Como mínimo, todavía hay gente que entiende que la cultura es un bien preciado que se debe hacer lo más accesible posible, porque a largo plazo es beneficioso.

¿Crees que las instituciones invierten lo suficiente para que así sea?

Cuando decía que es un panorama clientelar es que se concibe como una industria. Y, evidentemente, dentro del capitalismo es inevitable, porque el sistema siempre busca maneras de ampliar mercados y de beneficiarse donde pueda. Aquí el problema es que las instituciones también conciben las artes escénicas como algo que debe ser rentable económicamente, y eso condiciona todo lo demás. Independientemente de si algo está bien hecho o no. Si no es rentable, dejará de ser promocionado o respaldado por las instituciones. Y evidentemente también por el sector privado. Deberíamos acercarnos al máximo al hecho de que la cultura fuera un bien a fondo perdido. Al igual que la ciencia o la investigación son beneficiosas a largo plazo, una cultura que pueda tener una serie de artistas con capacidad de explorar y ser vanguardia, y un público que sea capaz de ir educándose cada vez más para poder admirar y recibir arte de forma constructiva, provechosa intelectual y socialmente, es un bien que debería ser impagable. Creo que el capitalismo debe superarse [ríe], y hasta que no lo hagamos estamos condenados a ir viendo cómo todos los aspectos de nuestra vida están supeditados al margen de beneficio de la burguesía.

Asier Gilabert, actor. Barcelona 04.12.2025 | Mireia Comas
Asier Gilabert, actor. Barcelona 04.12.2025 | Mireia Comas

Los datos, sin embargo, muestran que los jóvenes cada vez consumen menos cultura, presencialmente sobre todo. Cada vez van menos al teatro, menos al cine… ¿Cómo se puede reconectar a las nuevas generaciones?

Es todo un tema también… Si el contexto que hablábamos antes de las artes escénicas ya es complicado, porque ya tiene un error en la misma concepción, ahora mismo con el momento de capitalismo de plataformas, o tecnofeudalismo como le dice según quién, que es una palabra que cada vez suena más real, es más complicado que nunca. Nuestra atención está absolutamente secuestrada por una serie de gigantes tecnológicos que la necesitan para seguir monitoreando. El CEO de Netflix decía hace unos años que su máximo competidor era el sueño. Eso es muy fuerte. Desde el teatro, ¿cómo compites con eso? ¿Cómo le dices a una sociedad que siente que no puede aburrirse ni un segundo que debe sentarse dos horas en una butaca a ver personas hablar? Evidentemente, será menos trepidante que los impulsos constantes de dopamina que generan los reels de Instagram o TikTok, o ir saltando de miniseries constantemente… Solo nos falta que nos pongan Subway Surfers debajo de la pantalla en el cine…

Eso ya sería demasiado…

¡Pues no estamos tan lejos! Ahora mismo, indirectamente, el hecho de que tenemos menos capacidad de concentración está condicionando cualquier forma de comunicación. Y en el teatro y el cine hay aspectos que tienden hacia aquí. Hacia el cambio constante, que no se aburra nadie… Es un poco contradictorio con la obra que estamos haciendo en el Lliure, porque es una obra de una hora y veinte trepidante. También es cierto que es una obra de creación, y es hasta donde hemos llegado con el tiempo que hemos tenido. Y estamos muy contentos. Pero es así, es picada, con cambios de escena constantes. Y, de momento, las personas que la han visto, es un aspecto que elogian, porque se hace fácil. Evidentemente, no estoy en contra de hacer cosas rápidas y trepidantes, pero también es un condicionante.

Tu camino en las artes escénicas no se limita al teatro. En el año 2020 creaste con Gerard Pla la compañía de títeres Fil de Guà. ¿De dónde nace este proyecto?

En el Institut del Teatre hay cuatro itinerarios: texto, musical, físico y visual. En el caso del texto, por ejemplo, el hecho expresivo más importante es la palabra. Yo entré por texto bastante condicionado por lo que conocía del teatro en ese momento. Durante los primeros años, sin embargo, en el Institut del Teatre haces asignaturas que son como una especie de introducción a los otros itinerarios. En musical haces una canción y la tienes que mejorar, haces varias asignaturas físicas, y una de visual. Y allí, manipulando títeres, de repente conecté con un yo que estaba muy dentro de mí que estaba desde que era pequeño y me gustaba hacer sombras en las paredes. Incluso cuando jugaba con muñecos, a hacerlos vivir. Y vi que estaba muy guapo. Sobre todo porque vi que me daba muchas opciones para explorar a nivel poético, y siento que no me equivoqué haciendo el cambio. Y si el mundo de las artes escénicas ya es relativamente pequeño, el mundo de los títeres es aún más pequeño, pero es más familiar [ríe].

Los títeres suelen estar relacionados con un público familiar, para niños pequeños, pero no solo.

Es cierto. Generalmente, los espectáculos de títeres socialmente están relacionados con los niños porque funcionan mucho. Y, realmente, si quieres sobrevivir como compañía de títeres, todo el mundo acaba haciendo un espectáculo de teatro familiar que pueda girar y se pueda exportar un poco a todas partes. Pero no es solo eso. Los títeres para adultos también existen. Aquí en Barcelona tenemos un festival precioso, que es el Ròmbic, donde participan la Puntual, la asociación de títeres de Roquetes, el ateneo de Nou Barris y la Casa taller de marionetas de Pepe Otal. Entre estas cuatro entidades referenciales del títere en Barcelona hacen este festival que es muy interesante de ver, porque traen gente internacional muy referencial. Recuerdo que cuando estaba pensando si cambiarme de itinerario fui y me enamoré absolutamente de Javier Aranda, un titiritero increíble. Hace un par de años también vino Nevill Tranter, otro increíble referente, que ahora ya se ha hecho mayor, pero demuestra que se pierde la técnica, pero nunca se pierde el fondo. Los títeres para adultos son superinteresantes. Y funcionan mucho, a pesar de los apriorismos que pueda haber. Siempre que he visto títeres para adultos, todo el mundo sale extasiado.

¿Crees que existe un estigma sobre esta profesión?

Sí, siempre. Como con los payasos… Creo que todo el mundo [en relación con la profesión] que tiene un estigma es capaz de hacerse fuerte y terminar apropiándose de ese estigma. Con Gerard siempre decimos: «Soy titiritero, no tengo dinero para mucho» [ríe]. Y es verdad, un poco de orgullo titiritero. El mundo de los títeres, dentro de que es pequeño y único en su complejidad, siempre tienes gente de todas partes. Hay, tal vez, un enfoque desde aquellas personas que hemos estudiado artes escénicas, y nos hemos formado en la técnica, pero también hay gente que acaba tomando la técnica desde la práctica, porque es algo que le nace. Es este origen popular de los títeres que se debe reivindicar. Que todavía existe, y que también forma parte de este sector. A menudo, cuando vas a festivales de calle, o festivales de títeres, siempre viene gente, normalmente de Latinoamérica, que lleva su títere a tener un número y exponerlo, y siempre encuentras joyas. Es gente que tiene un calle increíble, porque se han criado, teatralmente hablando, allí. Gente que molesta, gente que hace ruido [ríe], y eso es algo absolutamente.

Asier Gilabert, actor. Barcelona 04.12.2025 | Mireia Comas
Asier Gilabert, actor. Barcelona 04.12.2025 | Mireia Comas

¿Se debe reivindicar más, también, el arte de calle?

¡Siempre! Y ahora mismo creo que más que nunca, porque, cada vez más, las instituciones, sobre todo municipales, tienden a matar las calles y convertirlas en terrazas de bar. Condicionar todo al beneficio económico. Y, en este caso, el espacio público está cada vez más privatizado. Esto hace que, incluso, festivales de calle como la Fira Tàrrega, que históricamente han estado muy arraigados y siempre iba mucha gente, ahora ya no sea lo mismo. Si tú ahora vas a Fira Tàrrega y quieres actuar en la Zona Off [la zona que busca favorecer la coexistencia entre artistas Off y la programación oficial de Fira Tàrrega], suerte que hay gente que se dedica a autogestionarlo para que funcione. Pero solo hay unos lugares muy concretos y unas horas muy concretas para poder actuar. Tienes 45 minutos para montar, hacer el espectáculo y recoger. Y todo está muy controlado por la institución. Yo ahora mismo si me pusiera a bailar aquí en medio de la calle, seguramente me pondrían una multa. O me tomarían por un loco [ríe]. En todo caso, tanto en la Barcelona del plan Endreça como en cualquier lugar mínimamente gentrificado, la cultura popular y las artes de calle, si no están al servicio de un evento que se pueda monetizar, se prohibirá o se limitará muchísimo. Siempre ponen la excusa de que es para el descanso de los vecinos, pero precisamente la cultura popular se hace con los vecinos.

Eso ya se vive de una manera u otra con las fiestas mayores de algunos barrios de Barcelona…

Las fiestas de Gràcia son un gran ejemplo. Ahora hay una noche de silencio, que eso, para fiesta mayor, me parece aberrante absolutamente. Y demuestra la gentrificación del barrio, al mismo tiempo que tienes cinco millones de personas durante una semana entera. ¿Cómo quieres descansar si hay gente todo el tiempo pasando por la puerta de casa? La única manera de descansar es reducir el turismo en la ciudad. Yo actué con Fil de Guà hace un par de años, hicimos un bolo en la plaza de Raspall de les Vespes, que es uno de los espectáculos que tenemos, y recuerdo que fue la función más difícil que hemos tenido nunca.

¿En qué sentido?

A ver, funcionó, y la gente que se quedó muy bien. Ahora bien, para empezar, plaza de Raspall está en el epicentro de Gràcia y todo el tiempo pasaba gente. Teníamos vallas puestas en nuestro teatrillo, que lo habíamos montado y estábamos terminando de hacer pruebas de sonido, y no paraba de pasar gente saltando la valla. Todo el tiempo turistas que pasaban por allí como si fuera Disneyland París. Y estábamos intentando tener todo en su lugar para hacer el espectáculo, y a la gente le daba absolutamente igual. Cuando hicimos el espectáculo bastante bien, pero la masificación turística condiciona, y es un hecho promovido por las instituciones. Y es un impedimento para tener unas artes de calle y una cultura popular en condiciones durante la fiesta mayor. La industria capitalista es un monstruo que no duerme, y las artes son lo contrario.

O sea, crees que el problema del arte es el capitalismo.

Sí, sin duda. Claro y conciso.

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