El currículum de Oriol de Fàbregues-Boixar Nebot es tan largo como su apellido, pero aún más sustancioso. Es un curriculum vitae profesional que impresiona. El doctor Fàbregues-Boixar es neurólogo de la Unidad de Trastornos del Movimiento del Servicio de Neurología del Hospital de Vall d’Hebron, profesor agregado de Medicina de la Universidad Autónoma e investigador principal del Grupo de Enfermedades Neurodegenerativas del mismo hospital. Su actividad profesional se ha centrado en la atención a la enfermedad de Parkinson. Sus resultados constan en publicaciones y comunicaciones internacionales. Ha recibido una veintena de premios y distinciones de sociedades científicas, y es miembro de entidades, academias y patronatos de alto prestigio y vuelo…
Pero, además, como en el caso de los superhéroes de DC, Oriol de Fàbregues tiene otra cara. Si Batman es mecenas y empresario de día, y Superman, periodista, el neurólogo del Vall d’Hebron mantiene una actividad paralela que, en sus palabras, lo equilibra científicamente y humanamente. Oriol de Fàbregues investiga, entre sustancias negras y dopaminas, las constituciones catalanas, y en este ámbito ha llegado a conclusiones atrevidas. “No nos las arrebataron”, argumenta y demuestra.
Las leyes principales de Cataluña se quedaron quietas y vigentes después de la derrota de 1714. Ni Felipe V ni nadie las abolió jamás. En todo caso, el rey español se limitó a no acatarlas y el final de las instituciones políticas del Principado no permitió renovarlas. Fueron languideciendo, pero para una parte del pueblo estaban presentes y las utilizaron hasta bien entrado el siglo XIX. Y eso, guste o no, determina una línea de continuidad que se puede aprovechar colectivamente y políticamente.
Oriol de Fàbregues-Boixart Nebot. ¡Vaya mi vida… ¿De dónde viene el primer apellido?
Sí, está un poco empaquetado… Se trata de un apellido de esta aristocracia catalana que… No hay muchos… Es de origen tortosino. Era una familia de allí que fueron notarios, fueron creciendo y llega un momento con Carlos III en que acaban saltando a la nobleza.
¿Usted todavía tiene algo? ¿Es muy noble-noble, un poco noble, ya no noble…?
La nobleza se hereda. Y ya está. En este sentido, sí, pero ya en el siglo XIX la nobleza solo es la titulada. Antes toda la familia lo era, de nobles, pero eso se termina. Ahora, soy noble en el sentido antiguo, sí, claro… [sonríe] ¡Podrían llamarme Don Oriol!
¿Y le queda algo del marquesado, el condado, el ducado…?
No. De eso, bien poco… [Ríe]. Durante la guerra contra los franceses mi familia se puso del lado contrario y cuando Napoleón se anexionó Cataluña las propiedades que tenían en Tortosa, de la baronía, se perdieron…
Usted ahora debería ser barón, entonces…
No. Yo he mantenido el apellido, pero la baronía se fue con otros que se llamaban Valdeomar. Aún está vigente. Hay un barón de Font de Quinto, que es andaluz. Como título todavía existe. Font de Quinto es una torre que hay entrando al río Ebro, que había sido de la orden del Temple. El quinto que les correspondía cuando la conquista de Tortosa. El propietario en el siglo XVIII era un pariente mío y decidió tomar el nombre de aquel castillo. El título, se lo dio Carlos IV.
¿Quizás esto lo ha llevado a estudiar las Constituciones de Cataluña o esta fijación le ha llegado por otro camino?
Esto me viene, es verdad, por un lado, de parte de la familia. Porque he investigado la historia. Hay una tatarabuela mía que en 1816 alega las Constituciones catalanas para hacer un inventario de sus propiedades. Esta señora, tatarabuela mía, tiene un hijo que es el heredero, pero ella es la usufructuaria de la propiedad al quedarse viuda del marido. Y por si acaso las cosas se tuercen, amparándose en los derechos que le dan las Constituciones catalanas, hace un inventario de las propiedades del marido difunto antes de que lo haga el hijo. No fuera que se las vendiera o lo que sea. ¡Eso es 1816!
Esta familia, lo he comentado antes, eran notarios y vendieron la biblioteca. Unos notarios de la época borbónica… y uno de los libros que tenían en la biblioteca eran las Constituciones de Cataluña. ¿Nos abolieron las Constituciones o no nos las abolieron? ¿Cómo se iban a abolir si en mi casa la gente se amparaba en ellas? Entonces comienzas a descubrir que eso de la abolición es un tópico. En ciencia también pasa. A veces haces un artículo y copias algo que se va repitiendo y repitiendo. Y resulta que no era. Entonces, este tópico de “abolieron las Constituciones”… Pues, no.
Y eso significa que desde 1714 hasta 1816, durante un siglo, había gente que apelaba jurídicamente a las Constituciones que después nos hicieron creer que habían sido abolidas.
¡Eso mismo! Había gente que apelaba a ellas para resolver disputas y los notarios las tenían en su biblioteca. El mismo decreto de Nueva Planta no dice nada de abolición. El catalán. Así como el valenciano sí que lo hace…
Es un decreto muy fuerte, el de Nueva Planta referido al reino de Valencia… “Por justo derecho de conquista que de ellos han hecho últimamente mis armas con motivo de su rebelión”…
Es muy fuerte, sí. A nivel histórico, los vencedores debieron entender que aquello de Valencia había sido un desbarajuste. Quizás siete años más de guerra, ver que aquel sistema no había funcionado bien… lo que sea… Lo que sí está claro es que en el decreto referido a Cataluña el rey ni deroga ni abole, como había hecho en el valenciano. Así como el valenciano lo pone, el catalán no lo dice. No lo dice en todo el decreto. Te lo puedes leer y no lo dice. Dice que “han pacificado mis armas” y “da las saludables providencias”, y esto y lo otro. Dice nuevas instrucciones, pero en ningún lugar dice “Derogo las Constituciones que antes había aquí”. Y no solo no lo dice, sino que después aún hay un artículo que remarca que en todo lo que no ordena allí seguirán valiendo las Constituciones. De modo que todos aquellos notarios posteriores, toda aquella gente de leyes, las seguían. Como esta tatarabuela mía, que podía apelar el derecho que tenía a hacer un inventario de las propiedades de su difunto marido.
Entonces, cuando alguien en Cataluña en alguna instancia administrativa o judicial apelaba aquellas Constituciones ¿le hacían caso?
Sí, sí. ¡Y tanto! Te habría traído el documento en cuestión. Mi tatarabuela dice: “Apelando al derecho que me dan las Constituciones catalanas pido hacer un inventario de las propiedades de mi marido difunto”. Y viene el notario y lo hacen. La casa y todas las propiedades que de ella dependían.
¿Cuándo pierde vigencia este uso?
En el derecho civil han pervivido. Y de hecho, se han adoptado y aún se han modernizado. El problema de estas Constituciones es que para modificarlas se tenía que hacer una Corte…
Y como las Cortes habían sido disueltas…
Es eso. Nunca más se volvieron a hacer. Estas Constituciones quedaron vigentes, pero anacrónicas. Ahora lo exagero, pero si hay una Constitución que dice “las galeras que lleguen a puerto deben dejar esto y aquello”, si ya no hay, de galeras, y solo vienen barcos de vapor, aquello pierde el sentido… Mientras había galeras sí que se cumplía aquella Constitución, pero después no se redactó ninguna que cambiara galeras por barcos de vapor. Se quedaron allí. Es triste porque aquel era un tipo de régimen capaz de modernizarse mucho más que no el borbónico. Es una pena haber perdido aquella legislación.
Hay historiadores que afirman que la supresión de los Fueros valencianos y aragoneses o de las Constituciones de Cataluña fue un progreso necesario para avanzar hacia el Estado moderno…
Todo eso son tópicos y cuentos. En primer lugar, porque aquella legislación se habría modernizado como la castellana o más. Los holandeses los adelantaron kilómetros. ¿Y los ingleses? No sé en qué se fundamentan para decir eso. Quizás a la hora de los impuestos, regularlos… No lo sé. Pero es más bien al revés. Este es un ejemplo exagerado, pero es como si Marruecos conquistara ahora España e impusiera sus leyes. Aquellas leyes no entrarían. Es un poco igual. Las leyes castellanas chirriaban y tuvieron que dejar todo el derecho privado que había en Cataluña, porque lo que aportaban ellos era inferior. En Barcelona no se podía imponer una ley de Burgos.
En Valencia lo hicieron…
Ya… Y así les fue. En Cataluña no lo hicieron. Fueron siete años más de guerra. Y al fin y al cabo, en Utrecht, te guste o no, la reina de Inglaterra sabía que había el pacto de Génova, que habían incumplido, pero que habían firmado. La reina, entonces, intercedió pidiendo que se mantuvieran las libertades, los privilegios y las Constituciones catalanas. Felipe V no dijo ni que sí ni que no. Dijo que les daría las leyes del pueblo que más quería, que eran los castellanos. Es una demanda y una respuesta incongruentes, pero la reina de Inglaterra pide que las mantengan. Aquello había sido una guerra de dos ejércitos, dos coronas, contra los catalanes solos. Y estuvieron meses para someter Barcelona…
Yo también creo, aunque esto sea también un poco exagerado, que todo lo que viene del decreto es un poco lo que pasó cuando el duque de Berwick ganó la ciudad. Berwick tenía el encargo del rey, del rey absoluto, que significa que lo que él dice es lo que se debe hacer, no te lo puedes pensar tú y decidir… No. Tú tienes un rey absoluto, aunque sea de tu sangre y que tú lo reconozcas como un primo más idiota que tú, pero es tu rey absoluto. Y si él te dice que los mates, pues, los tienes que matar. Berwick tenía unas instrucciones que venían a decir algo así: que se rindiera Barcelona o que los tenía que matar a todos. Y tenía que entrar a degüello como pasó en Xàtiva. El rey pensó que Barcelona y Xàtiva, poco más o menos… Y pensó que, si no se rendían, pues, como en Xàtiva, que los quemaran. Pero Barcelona no era Xàtiva. Y no era fácil. Si, además, tú pides a un ejército que ataque una ciudad sabiendo que los matarás, ¿aquellos qué harán? Pues, lucharán hasta morir todos. Yo creo que Berwick hizo aquel vol y dol. Consciente de que no tenía todas las de ganar al cien por cien, consiguió una semicapitulación y no los mató como le había pedido el rey. Es decir, no cumplió lo que su rey absoluto le había pedido.
Berwick no firmó la capitulación, pero la cumplió. Les permitió las propiedades y unos días después le entregan las armas. Entra en Barcelona, toma la llave de la caja y destituye al poder político, los consejeros y los diputados. Y monta una Real Junta, a la espera de que el rey dicte qué debe hacer. Él no podía derogar nada, porque en primer lugar no tenía el real decreto que lo permitiera. Dos años después el rey lo deja todo como lo había dejado Berwick. Un poco más detallado. En lugar de llamarlo la Real Junta, lo llamaron la Real Audiencia, pero fundamentalmente se quedan con la llave de la caja y el poder político y dejan hacer a los catalanes. No fueron capaces de castellanizar Barcelona, que es lo que el rey debía tener en mente. Dejaron a la gente funcionar con su propio derecho, pero se quedaron con la llave de la caja y el poder político institucional.
Durante décadas nos hemos creído que las Constituciones habían sido eliminadas y abolidas desde la derrota de 1714…
Pero hubo un grupo de raritos que las mantuvieron. Esto, no me lo he inventado yo. Lo he leído y lo he visto. Hay un hilo, de poca gente, pero que se mantiene.
¿Y cómo es que esto no se sabía hasta que usted lo ha mencionado?
La historiografía no se ha atrevido a meterse. Yo estoy en la Sociedad Española de Neurología. Si me meto en determinados temas, quizás no me darán determinadas becas… Si yo estoy en el mundo de la historia y quiero ser profesor titular de una universidad y sabes que tendrás un tribunal que vendrá como vendrá, si hablas de según qué, quizás no obtendrás la cátedra tan fácilmente. Diría que ha habido un poco de cobardía en esto, pero no conozco suficientemente el tema.
Pero esto parece una cuestión inofensiva…
Tan inofensiva para que el Tribunal Constitucional se meta con uno de los artículos del último Estatuto, que hablaba de los derechos históricos? No debe ser todo tan inofensivo. Para nosotros, que tenemos una cultura mucho más burguesa, emprendedora, industrial, eso de la nobleza nos dice bien poco… A mí, porque me hace gracia… pero ellos sí que lo tienen claro. Todo un Tribunal Constitucional dedicó un tiempo a estudiar el artículo 5 de aquel Estatuto, que habla de los derechos históricos, y lo recortó. Si hubiera sido tan inocente, tan inofensivo, no lo habrían modificado.
Los catalanes lo ven inocente…
Es posible, sí, es posible, porque no saben suficientemente el tesoro que tienen. Yo he tenido actividad en el mundo mío, más sanitario. He estado en la Comisión Nacional y he visto, por ejemplo, a los vascos, la autoestima que tienen… Y tienen unos Fueros que, comparados con las Constituciones catalanas, son una filfa. No sé si has visto nuestras Constituciones. Son magníficas. Un derecho de mucho tiempo. Un derecho moderno. Un motivo de autoestima para cualquier pueblo. Debería serlo. Ya no digo de utilizarlas. Ellos tienen su filfa en un altar. La usan cada vez que les parece. Y eso los catalanes no han sabido valorarlo bien. Por un falso progresismo raro. Y los que no son progresistas no han sabido ver el tesoro que había allí.

No tenemos suficientes carlistas por aquí [sonrío].
Bueno, los carlistas sí que lo supieron ver…
Por eso.
Los carlistas lo supieron ver y lo resucitaron en la última carlistada. De hecho, casi casi restablecieron los fueros catalanes, sí. Hicieron la Diputación, una Generalitat anterior a la actual. Ellos sí que lo veían, pero en el sentido, entre comillas, anacrónico. A ellos ya les estaba bien que el heredero fuera el primer hijo varón, ya les estaba bien que eso no se hubiera renovado. Pero, en todo caso, respetaban aquella tradición. Lo que no tengo tan claro es que, si hubieran hecho un acuerdo para renovarlas, qué habrían pensado los carlistas…
Se habrían opuesto. Las habrían dejado como eran…
[Ríe]. Sí, más bien sí.
No me haga decir en qué momento fue, pero tengo presente una demanda de representantes catalanes, valencianos y aragoneses ante Felipe V, en el sentido de recuperar las propias leyes, que terminó fatal.
Ya te lo digo. Esto es un hilo que no se ha terminado nunca. Uno de mis antecesores, un Fàbregues, fue a la corte del juramento de Fernando VII de 1789. Allí unos cuantos catalanes pidieron el retorno de las diputaciones abolidas.
También en las Cortes de Cádiz creo que lo intentaron algunos diputados de los tres territorios…
Sí. ¿Lo ves? En la Corte de Cádiz hay una aportación historiográfica que viene de aquí. Ramon Llàtzer de Dou, que era canciller de la universidad de Cervera, defendía que había dos derechos. El de Nueva Planta, que había progresado, y el antiguo, que aún era vigente. Él lo tenía claro. Y escribió unos tratados tremendos. Esto ha sido poco estudiado. Fue el primer presidente de las Cortes de Cádiz y muy reconocido en la época. La historiografía catalana aún no ha trabajado del todo su labor. Le ha faltado valor, a la historiografía catalana, para meterse por aquí. Y esto sí que lo tienen los vascos.
¿Y eso hoy en día qué utilidad tiene, aparte de la reivindicación que no ha sido?
Yo veo dos. La primera la de la autoestima y la autoconcepción. Cuando me dediqué a esta faceta, a los derechos históricos, en el Consell de la República, hicimos varias entrevistas, una de las cuales fue con el presidente Pujol. Él explicaba que en sus reuniones con Adolfo Suárez llevaba como encargo que debía defender la lengua para los catalanes. Los vascos, sin embargo, reivindicaban el cupo porque ellos tenían tradición de derecho en este sentido…
El cupo se había mantenido hasta la guerra civil. De hecho, Franco lo suprimió en Guipúzcoa y Vizcaya, porque fueron territorios “traidores”, pero lo conservó en Navarra y Álava.
Claro. Si los catalanes nos hubiéramos puesto de parte de los Borbones en la guerra de Sucesión, las cosas habrían sido diferentes. Igualmente, si nos hubiéramos puesto al lado de Franco… Lo que le quería decir es que Pujol, que era el representante de su partido, iba con un peso historiográfico o anímico que reconocía a los vascos una tradición que no nos reconocía a nosotros… “Ellos tienen tradición y vosotros, no”. ¡¿Cómo que no en tenemos!? ¡Claro que en tenemos!
Buena parte de los derechos de los vascos, incluyendo el cupo, sobrevivieron en el tiempo, tenían una continuidad histórica.
¡Aquí voy! Tampoco nos abolió nuestras Constituciones.
Esto no lo sabía casi nadie… Usted nos lo explica ahora.
Lo sabía poca gente. Por ejemplo, el jurista e historiador Víctor Ferro. No me lo he inventado yo.
Le faltaba la segunda utilidad que pueden encontrar a la continuidad histórica de las Constituciones…
Sí. De entrada, ya le he dicho, Pujol debía ir a aquella reunión tan flamenco como los vascos. De entrada. Porque te digan que eres feo y burro, no hace falta que ya te lo digas tú. Pujol no podía ir pensando que ellos sí y nosotros no, porque somos una miseria. ¡No, hombre, no! ¡Por favor! Y la otra… Durante el tiempo que me involucré con el Consell de la República, vi claro que para ganar la independencia se debe tener la fuerza necesaria para romper la inercia de todo este tiempo. Uno de los requisitos que se pedía entonces era pasar de la ley a la ley. También te da fuerza saber que lo estás haciendo bien. Pero aquel paso de la ley a la ley fracasó. Bueno, pues, saber qué pasó con nuestras Constituciones no deja de ser pasar de la ley a la ley. Sin pedir permiso a la ley de los demás. Es la propia ley que tú renuevas. No necesitas permiso de nadie. No hace falta pedir a Madrid que deroguen el Decreto de Nueva Planta. Que hagan lo que quieran. Si lo derogan, pues adelante. Eres tú mismo quien puedes restaurar aquellas constituciones. No necesitas permiso de nadie.
En Madrid te podrían decir que el Estatuto ya es una actualización de aquellas Constituciones…
No. Eso es lo que cambió la sentencia del Constitucional. Lo dejó bastante claro. El Estatuto es una donación de Madrid. No restituye nada. No es que te hayas modernizado tu derecho. Tenemos una donación que nos hace el poder central.

Da la impresión de que allí siempre saben más, que saben más de nosotros que nosotros mismos.
Es un poco triste, pero sí.
Más allá del trabajo que hizo en el Consell de la República en este ámbito de los derechos históricos, ¿cómo se siente ahora?
[Susurra: “¡Qué malo!]. A ver. Esto es vida y mientras hay vida hay esperanza. Cuando estaba en el Consell de la República, por ejemplo, Carles Puigdemont fue proclive a entenderlo…
Usted entró solo a defender la reivindicación de esos derechos históricos vigentes…
Se presentaron varios neurólogos…
Nos hacen falta unos cuantos, sí…
[Ríe]. Yo fui elegido representando el Baix Llobregat y fue algo bonito, porque aún había esta cosa participativa. Formamos varias comisiones. No había de Sanidad, que es mi área, y terminé haciendo la de derechos históricos. Y como te he dicho antes, creo que Puigdemont sí que entendió algo. Creo que uno de los puntos que pactó con los socialistas –uno de los últimos– era poder aplicar los derechos históricos al régimen local. ¿Quién dice que esto no se puede acelerar dentro del régimen local?
No me responde, sin embargo, la última pregunta…
¿Cómo veo la situación actual?
Sí.
Estamos en una trinchera y alguna vez podremos salir de ella. Porque la otra opción conduce a la anulación de la cultura catalana. Esto es como la física. A nivel histórico hay una inercia resultante de una fuerza muy grande, de una guerra. Para romper esta inercia –siguiendo a Newton– solo se puede hacer con una fuerza igual o superior a la que te ha llevado hasta aquí. El 1 de octubre del 17 esta fuerza casi casi lo rompe. No tiene que ser una fuerza militar. Puede ser una de popular, de económica o de cultural. Pero debe ser tan fuerte como la que se instauró con una guerra. Es volver a ponerse, ponerse a recoger fuerzas. Ellos también han ido perdiendo. La generación de ahora ha visto que España no nos quiere. Ni nos mira [sonríe].
Era Europa, ¡no haga trampa!
[Ríe].
Y usted liga todo esto con la otra actividad suya, la profesional, que es ser neurólogo. No sé si la neurología estudia las neuronas de las naciones…
Un campo imprescindible de la neurología es la memoria… [Sonríe]. Pero, en serio, yo soy médico neurólogo…
Muy bueno, atendiendo a su currículum…
Bueno… Tuve una carrera muy brillante, me saqué el MIR y me especialicé en la línea que quería. Y sí, a nivel profesional he seguido este camino. No sabría bien decir por qué, cómo he llegado allí, pero lo que sí sé es que atiendo a pacientes que padecen enfermedades degenerativas y yo también soy una persona. Necesitas hacer deporte o jugar al bingo. Necesitas algo que te equilibre cada mañana para poder atender con ánimo este tipo de situaciones. Las investigaciones sobre nuestro pasado, sobre nuestros derechos históricos, me dan equilibrio. Me da equilibrio estar en un archivo. Me va bien. Quizás hay otro que necesita hacer escalada.

¿Vivimos demasiado? Todas estas enfermedades neurodegenerativas atacan básicamente a personas mayores…
Es eso. Antes la gente moría de una neumonía. Ahora se está luchando contra el cáncer… Hay enfermedades del resto del cuerpo, infartos, neumonías, infecciones, cánceres, que las salvamos. Pero el tema cerebral ha avanzado poco. Cuando yo elegí neurología, para entendernos, la especialidad, era el tiempo en que Ronald Reagan declaraba que tenía alzheimer y al mismo tiempo comenzaba la epidemia del sida. Yo entendí que América –no Barcelona, América– se ponía a investigar sobre el alzheimer. Pensé que en un abrir y cerrar de ojos lo encontrarían. Y que yo vería la entrada de aquellos descubrimientos que habían de venir. El sida, que era mortal, se ha vencido. El sida se controla y en el alzheimer, en estas enfermedades, en cambio, no lo hemos acabado aún de acertar. Salvamos a la gente del sida, de tumores, pero estas enfermedades aún están aquí, porque la genética, la inmunología aún no han dicho la última palabra.
¿Por qué el cerebro está tan poco estudiado?
Porque es más difícil estudiarlo. Tú tienes una muestra de próstata y la puedes estudiar. No puedes trabajar con una muestra de un cerebro de un enfermo con Parkinson.
Puedes hacerlo con un enfermo recién muerto.
Ya es un cerebro muerto. Sí, sí, trabajamos con cerebros muertos. Pero no es igual avanzar con una mama sacada de un quirófano que avanzar con un cerebro que hace veinte años que comenzó la enfermedad. Avanzar en ello es muy difícil. Entonces lo tienes que hacer por la genética, por la inmunidad… Directamente cuesta. Creo que esa es la clave.
Por tanto, la investigación se hace más lenta…
Claro. Los resultados son más lentos. No tenemos la precisión de la oncología. En historia de la medicina la neurología es de las primeras especialidades que se consolidan, pero en cambio ahora oncología, hematología, todas estas, le han pasado al frente en aportaciones y descubrimientos. En todo caso, aún estamos aquí…
Hablaba antes de la necesidad de buscar equilibrios… Cuando le dicen a un paciente y a sus familiares que tiene parkinson o alzheimer se les acaba el mundo…
Les tienes que dar aliciente. Es una enfermedad. Se acaba el mundo relativamente. Tienen que enfrentar un mundo diferente…
Un cáncer te puede dar alternativas. Estas enfermedades neurodegenerativas no te dan muchas. Tienes la sensación de que vas hacia el final y que cada día será peor que el anterior.
Vamos hacia el final desde el día en que comenzamos. De la misma manera que eres consciente de que siempre avanzas hacia el final y vas viviendo, también se puede vivir con una enfermedad como estas. Ahora mismo los médicos del parkinson y ayudamos a que se pueda vivir tan bien como sea posible con la enfermedad. Lo que no podemos hacer es trasladar la esperanza de que la quitaremos. Pero ayudamos y la persona continúa viviendo y descubriendo cosas.
¿Los tratamientos han mejorado?
Los tratamientos han mejorado.
¿En qué sentido?
En sentido farmacológico. Las medicaciones sintomáticas, en mi campo, el parkinson, han mejorado. Han mejorado las medicaciones y las técnicas que utilizamos, los aparatos, las intervenciones… Todo esto ha mejorado.
Yo tengo aquí una nota suya que dice que investiga el tratamiento complejo del parkinson con bomba intraduodenal de levodopa… ¿Lo puede explicar un poco?
Una de las suertes que tiene el parkinson es que tiene un déficit de una sustancia que se llama dopamina en el cerebro que se puede administrar. Otras enfermedades no lo permiten. Esta, afortunadamente, porque todo no se ha degenerado. Se ha muerto la parte que da dopamina, pero la otra, para entendernos, aún está viva. Si tú le das, lo recuperas. Esta dopamina no la puedes dar de cualquier manera. Te subiría la presión, te haría vomitar… Entonces la damos como levodopa, que es metabólicamente el precursor. Tomas levodopa, pasa a la sangre, atraviesa la barrera del cerebro, entra y la neurona la toma y la transforma en dopamina. Y corrige este déficit.
¿Esto, lo han investigado ustedes?
A quien la descubrió, la dopamina, le dieron el premio Nobel! Cuando la enfermedad avanza, el cerebro cada vez es más sensible a la dopamina. Tienes que darle de manera muy equilibrada. Una de las formas de hacerlo es administrarla en una perfusión. Ahora lo han hecho por la piel, pero antes solo se absorbía bien por el estómago, por el intestino. Haces un orificio, das una canulita y la administras con una perfusión continua, de manera que la levodopa se mantiene estable en el cerebro.
Esta es su investigación…
Sí. La aplicación aquí, sí, es nuestra. Al primer paciente que le pusieron este sistema ya debe llevar más de diez años. El hombre va con un aparato, sí, pero hace diez años que va viviendo, con sus nietos… Ha vivido enfermo, pero ha vivido bastante bien.
Son malos pacientes, ustedes los médicos…
En la medicina clásica hay una cosa que es la confianza del paciente. Esto ayuda al médico a poder trabajar y ayuda a la otra persona, también, porque le da una seguridad. Va al templo. Pero en el caso de un médico, ya sabe hasta dónde llega el colega. Además, decide, por ejemplo, que aquello que le recetas no se lo va a tomar porque le puede hacer no sé qué. O decide tomárselo por la mañana mientras que quien se lo ha recetado piensa que se lo toma por la noche… Al final te adaptas, porque se trata de ayudarlo.
Usted trabaja en el hospital Vall d’Hebron…
Sí.
Medicina pública, entonces. ¿Qué le pasa a nuestro sistema público?
Que también está enfermo, ¿no? Tiene un gran éxito y se tiene que sostener. Pero, en fin, es la sociedad… que le falta…

Un regadera.
¡Un hervor! No iba mal, ¿eh? Íbamos por el camino de intentar más cuidarnos que aprovecharnos, pero el mundo vuelve más a intentar aprovecharse que a cuidarse. Pero bueno, un día volveremos a ver que es más importante cuidarse que aprovecharse. Cuidar de una sociedad es cuidar de la sanidad. Cuando uno está enfermo como mínimo recibe del otro un sentimiento de compasión. Como mínimo. Esto ayuda, es humano y es el fundamento de la sanidad pública. Tú no tienes culpa de nada… Me he referido antes al VIH. Había algunos enfermos que habían tenido una vida digamos disoluta, pero, por más disoluta que fuera, ¿cómo se te puede castigar por tener una enfermedad? La enfermedad toca a quien le toca y tiene que generar este sentimiento social.
No sé cómo hemos llegado hasta aquí, porque yo le preguntaba por las causas del sufrimiento del sistema público de sanidad…
Sufre por el incremento del gasto. Todas las investigaciones que hacemos cuestan mucho. Suponen un esfuerzo inversor muy fuerte, aunque después se recuperan… Ahora, también cuestan mucho dinero los tanques. Y no veo mucha discusión…
Ha habido, pero el presidente Sánchez parece que se ha plantado en la OTAN y ha dicho que el gasto en armamento no superará el 2 por ciento del presupuesto.
Bueno, ya veremos. Está a punto de caer este presidente, ¿no? [Sonríe].

