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El agujero de SoftBank en Nvidia hace temer el estallido de la burbuja de la IA

Los máximos históricos de cotización que elevaron a Nvidia hasta la primera posición de las empresas más valiosas de la historia a finales de octubre han sido efímeros. El gigante de las tarjetas gráficas, el gran ganador del boom de la inteligencia artificial, rompió el techo de los cinco billones de dólares hace dos semanas, cuando su director ejecutivo, Jensen Huang, logró apaciguar a la Casa Blanca sin quitar los ojos del mercado chino, aún su mina de oro por explotar. Tras algunas sacudidas, la multinacional recibió el pasado martes un golpe imprevisto que amenaza la confianza ciega que le concede el mercado en los últimos años: el grupo SoftBank anunció la venta de los 32,1 millones de acciones de la tecnológica que tenía en su cartera de inversión, y se embolsó más de 3.000 millones de dólares en una sola operación. Se trata de la segunda vez que el fondo especializado japonés ha entrado y salido del fabricante de GPUs por antonomasia: ya fue un inversor clave en 2017, y salió en 2019, mucho antes del boom que vive ahora la empresa.

El capital ha huido a otro rincón del mismo sector: según anunció el primer ejecutivo del banco, Masayoshi Son, el dinero irá directamente a ampliar la inversión en Open AI, la creadora de ChatGPT que dirige Sam Altman. Por su parte, Nvidia ha dado ya dos pasos atrás después de la operación, con una caída cercana al 3% hasta el cierre de la pasada sesión, que continúa este miércoles con una erosión de más del 1,2%. Esto a pesar de que SoftBank se ha esforzado en reconocer el valor de la compañía, sin éxito. El fondo de inversión, según el analista de mercados de XTB Javier Cabrera, «no dirá que vende porque ve peores perspectivas en Nvidia, pero probablemente vaya implícito en la decisión». Y, según los analistas consultados, un potencial colapso de la firma de Huang -aunque pueda ser parcial- cuestiona la sostenibilidad de todo el sector de la IA; piedra angular, por ahora, de todo el mercado de valores de Estados Unidos.

Según los expertos, se trata, en primer lugar, de una consecuencia de la evolución natural de la tecnología. «Cuando empiezas de cero, necesitas la infraestructura; el terreno y los edificios, que son los centros de datos», detalla el head of equity del fondo Trea Capital, Xavier Brun, en conversación con Món Economia. Es aquí donde Nvidia es especialmente valiosa, produciendo tarjetas gráficas imprescindibles para mantener esta potencia de procesamiento. Ahora bien, una vez las bases materiales están puestas, «se debe comenzar a crear ideas». «Tengo la capacidad computacional, muy bien, pero ahora se necesitan aplicaciones que las empresas quieran pagar», añade Brun. A pesar de que Nvidia, además de la fabricación de GPUs, ofrece también una plataforma de gestión integral de la IA, es Open AI quien domina el relato del software inteligente, especialmente dada la extensión de su ya omnipresente robot de conversaciones.

El fundador de Nvidia, Jensen Huang, en una conferencia este 2025 / EuropaPress

Un solo ganador

Por tanto, es el futuro inmediato lo que separa las dos inversiones; que, observando los múltiplos a los que cotizan, no son marcadamente diferentes. Ambas empresas cargan con valoraciones altamente exigentes respecto de sus ingresos. Nvidia, sobre su valoración de 5 billones, prevé ingresar unos 285.000 millones de dólares, unas veinte veces menos. Por su parte, Open AI genera unos 13.000 millones de dólares, y apunta hacia el billón de valoración a finales de la década -es decir, tiene unos cinco años para justificar un múltiplo bursátil próximo al 100-. Los límites del negocio del productor de GPUs son claros -continuarán creciendo mientras sus productos sean necesarios-; mientras que el de software aún necesita saber exactamente cuál es su negocio. «Tiene menos de un 1% de las ventas necesarias», destaca Brun, para justificar un valor tan elevado como el que aspiran a alcanzar; y, además, la inmensa mayoría -un 70%, según las cuentas- proviene de las suscripciones a Chat GPT, una línea de actividad con escaso valor añadido, lejos del objetivo de desarrollar aplicaciones industriales que facturen de forma sostenible. La apuesta de SoftBank, pues, solo sería ganadora con un crecimiento del conjunto del sector prácticamente inaudito. «Habría que crear todo el PIB del mundo entero para cumplir las expectativas», ironiza Brun.

Esta apuesta se cumplirá solo si la tendencia a la concentración de capitales en la industria es tan intensa como prevén los inversores. Según Cabrera, el potencial de Open AI pasa, en buena medida, por erosionar la cuota de mercado de los grandes líderes de los entornos digitales con sus soluciones. La presa preferida debería ser Alphabet, matriz de Google, que ya sufre la tendencia: millones de usuarios envían el Chat GPT a hacer sus búsquedas en internet por ellos, y evitan el portal del gigante de Mountain View. SoftBank, y quien actúe como él, «descuentan que robarán actividad» a sus competidores. «El capital que apuesta interpreta que, cuando el sector se estabilice, quedarán muy pocos actores; o quizás solo uno», razona Brun. Si se cumple esta estimación, «apalancarse en Open AI es más eficiente que hacerlo en muchas firmas pequeñas»; en tanto que ninguna inversión es barata en un negocio tan intensivo en capital como las nuevas tecnologías.

Recuerdos del 2000

Ante estas perspectivas, el mercado parece ser mucho más optimista que sus observadores. Mientras SoftBank redobla su posición dentro de la maquinaria de la IA, los analistas comienzan a ver en las dinámicas del sector marcadores de burbuja tecnológica como los que han marcado las últimas décadas. «Hay comportamientos que dicen burbuja», apunta Cabrera, que ve en el futuro inmediato una congelación o incluso un retroceso sustancial en la cotización de algunas compañías, del calibre de la misma Nvidia. Pasadas las turbulencias con el negocio de internet, a principios del 2000, se vio con Microsoft. Al terminar 1999, la compañía que entonces aún capitaneaba Bill Gates valía cerca de 120 dólares la acción. Solo unos meses después, cuando la euforia de las nuevas empresas en línea se evaporó, el valor se desplomó hasta los 40 dólares. «No quebraron, porque aún eran un buen servicio para los clientes, pero se pasó 10 años con un comportamiento muy plano», recuerda el experto. Esta dinámica puede retornar para las empresas más infladas alrededor de la inteligencia artificial; y podría afectar también a otras tecnológicas que se vinculan, aunque no la tengan como negocio principal. «Para Apple o Microsoft no sería una catástrofe, pero sí un golpe», alerta.

En este sentido se puede entender el comportamiento del fundador de Open AI, Sam Altman, en las últimas semanas. Vista la necesidad de inversión constante que necesitan sus soluciones, y en busca de evitar un estallido de la burbuja a corto plazo, Altman ha comenzado a abrir la puerta a posibles garantías públicas del capital para las tecnológicas, al menos en aquellas operaciones más intensivas -como la instalación de nuevas fábricas de microchips-. En los próximos siete años, cabe recordar, la compañía se ha comprometido a invertir 1,7 billones de dólares en «nuevos recursos computacionales»; y busca mantener la tendencia incluso si el capital comienza a perder confianza en sus promesas. «Necesita una cantidad ingente de dinero, y busca que salga de las ayudas públicas», denuncia Brun; que tacha las demandas del fundador como un «paracaídas» para una rama de la tecnología que podría estar excesivamente inflada.

A diferencia de las puntocom -o, recuerda Brun, la inflación del sector de los microchips a finales de los 80, con la popularización del ordenador personal-, la IA ocupa un porcentaje más que significativo, prácticamente mayoritario, de los principales índices bursátiles de Estados Unidos. Las 10 compañías con mayor capitalización del selectivo S&P500, todas ellas tecnológicas con algún tipo de vínculo con este producto, acumulan aproximadamente el 40% de la valoración completa. Hay, pues, más peligro en cuanto a la confianza del mercado que en anteriores instancias. «A CocaCola, digamos, le debería ser igual que caiga la IA; pero es muy probable que la confianza de los inversores se resienta y todas lo acaben notando», reflexiona Cabrera. Brun, por su parte, ve el estallido más contenido, dado que la mayoría de grandes cotizadas, como en el caso de Apple o Microsoft mencionado antes, tienen negocios en el centro que podrían ayudarles a sobrevivir incluso a un crash completo. Además, prevé que otras industrias «muy atractivas» que viven a la sombra de la big tech se beneficien del descalabro, en tanto que «el capital que se vaya debe ir a algún otro lugar». «El sector salud es un ejemplo; el petróleo, también. Hace años que no se invierte», observa el head of equity de Trea; todo animando a los inversores a huir de los fondos que priorizan las tendencias actuales del mercado -los de gestión pasiva, principalmente- y se resguarden en inversores activos, que puedan salir del ojo del huracán de la IA.

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