El debate entre defensores del sionismo y pro-palestinos siempre ha sido encendido en Cataluña. Durante décadas, gran parte del catalanismo estuvo fascinada por la creación del estado de Israel y el renacimiento del hebreo. Sin embargo, el relato hegemónico ha ido evolucionando. Y actualmente la sociedad catalana es mayoritariamente solidaria con Palestina. Un posicionamiento que se ha notado especialmente a raíz de la guerra de Gaza, la dura respuesta del ejército israelí al ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023. El apoyo a las víctimas de Gaza se ha traducido en un clima que parte de los judíos de Cataluña consideran antisemitismo. Este domingo, el Centro Judío de Girona denunciaba, en declaraciones a la ACN, que durante los últimos meses han recibido amenazas e insultos por el simple hecho de llevar la kipá.
Pero no todos los judíos del país viven la situación de la misma manera. Un ejemplo son los que forman parte de la Asociación Catalana de Judíos y Palestinos-Juntos, que manifiestan su crítica al estado de Israel y su antisionismo.
La complejidad de la situación está poniendo en tensión incluso al alcalde de Barcelona, Jaume Collboni, quien ha recibido una carta de la Comunidad Palestina de Cataluña en la que le comunican que no aceptarán la Medalla de Honor de Barcelona si es él quien se las entrega. Los miembros de la entidad reprochan al alcalde que no haya hecho «ningún gesto institucional, más allá de palabras vacías» contra el “genocidio” que se está produciendo en Gaza. Aunque el PSC y el PSOE se han posicionado abiertamente a favor de los palestinos —el gobierno español ha reconocido el estado de Palestina oficialmente—, el hecho de que Collboni recuperara el hermanamiento de Barcelona con Tel-Aviv pesa en contra del alcalde a ojos de la entidad.
En este contexto viven Carles Grima, abogado, profesor de derecho constitucional, independentista y miembro de la Asociación Catalana contra el Antisemitismo, y Laurent Cohen, nacido en Francia en una familia de judíos egipcios y copresidente de la Asociación Catalana de Judíos y Palestinos-Juntos. Ambos son judíos, pero viven de manera muy diferente su judeidad —que no se considera exactamente lo mismo que el judaísmo, un término más ligado directamente al hecho religioso.
Carles Grima, el catalán que redescubrió la judeidad perdida de su familia
Grima, nacido en 1968, tropezó con la judeidad —o el judaísmo, en su caso— por conversaciones en voz baja que escuchaba en casa de su abuela materna. Hablaban los tíos, que comentaban continuamente la situación de Israel. Él iba al colegio de los escolapios, vivía como cualquier otro niño de su generación. Con la particularidad de que nunca hacía deberes en sábado y lo hacían bañar siempre los viernes por la noche, pero sin vincular este hábito al hecho religioso. Hasta que un día sus tíos le dijeron: «Nosotros somos judíos». Era a finales de los años 70 y tenía unos 10 años. «Se me desmontó todo. Para mí los judíos eran una gente que Hitler había querido exterminar, no sabía mucho más», recuerda. Cuando pidió explicaciones a su madre, intentó alejarlo de lo que le parecía que eran problemas. «No les hagas caso», le dijo. Pero él no lo dejó estar. No paró hasta que su madre le compró una estrella de David para colgársela al cuello y comenzó a investigar su pasado.
La clave estaba en su bisabuelo, el abuelo materno de su madre, Jaume Carandell Yach. Murió muy joven, cuando su hija, la abuela de Carles Grima, tenía 10 o 12 años. Y todo lo que ha podido saber es que vivía en Bescanó (Gironès), que probablemente su familia había llegado allí desde la Cataluña Norte y que quiso casarse con una cristiana. Ante la oposición de ambas familias, la pareja huyó para volver tres días después y forzar a los padres de uno y del otro a aceptar el matrimonio. A partir de ahí, no se sabe nada más, pero la judeidad de la familia se fue diluyendo. De hecho, que la bisabuela fuera cristiana rompía la transmisión del judaísmo, que es por vía materna. Él tuvo que reconstruirse como judío, cuando fue mayor de edad y encontró una sinagoga donde estudiar tres años y después lograr la conversión pasando por un tribunal rabínico.

Actualmente, es judío practicante «al 90%», lo que incluye hacer un ayuno estricto de 24 horas, sin ni siquiera agua, por el Yom Kipur, no trabajar nunca en sábado —el sabbat—, y participar de las celebraciones de su sinagoga, Bet Shalom, una de las cinco que hay en Barcelona, la que se define como “progresista”. Es homosexual y está casado con un hombre que no es judío pero sí tan sionista como él. Y como miembro de la Asociación Catalana contra el Antisemitismo no descansa nunca en su reivindicación de «la equidad» informativa en relación con el conflicto de Gaza. «Se ha impuesto el relato de que todo lo que hace Israel es malo. Y todo lo que es malo, es culpa de Israel», se queja.
El conflicto es entre Israel e Irán, Palestina es instrumentalizada
El cambio de perspectiva que pide implica partir de una idea: «Aquí hay un estado que es Irán y sus tentáculos, Hamas, Hezbolá, la yihad islámica… contra otro estado, que es Israel, que se defiende. Si Hamas convierte un hospital en un centro de municiones, lo está convirtiendo en un objetivo militar legítimo». El ataque de Hamas que desencadenó la guerra que ya lleva un año produciéndose se dio, según Grima, para dinamitar el acuerdo que se negociaba entre Israel y Arabia Saudita: «En Irán son chiitas y en Arabia Saudita son sunitas, y luchan entre ellos por el control del Islam».
Según este punto de vista, el conflicto no es entre Israel y Palestina, sino que hay una guerra permanente de «Irán contra la entidad sionista«. Palestina y el sur del Líbano —controlado por Hezbolá— son utilizados por el ayatolá Alí Jamenei, líder supremo iraní. Por eso, cree, una solución dialogada al conflicto es extremadamente difícil: “Es claro que se necesita una salida negociada. Pero ¿con quién debe negociar Israel? ¿Con la Autoridad Nacional Palestina, que no tiene ninguna autoridad en Gaza? Y, en todo caso, si Irán continúa con su guerra, ¿de qué servirá un acuerdo con los palestinos?”.
Como el Centro Judío de Girona, Grima denuncia un crecimiento del antisemitismo. Sostiene que muchos judíos no se atreven a llevar la kipá aunque quisieran ponérsela: al fin y al cabo, este casquete indica que están “por debajo de Dios”. “Yo no tengo miedo, porque el miedo es subjetivo, y por eso me la pongo en actos públicos, como en la manifestación de la Diada. ¿Por qué tengo que esconderme? ¿Por qué no puedo reivindicar mi judaísmo? Si en la Diada hay pancartas reivindicando el feminismo, ¿por qué yo no puedo reivindicar mi judaísmo?”, se pregunta. Admite que durante la Diada no tuvo ningún problema, pero sí que hubo tensión a su alrededor el 8 de agosto, cuando participó en el acto de bienvenida a Carles Puigdemont en Barcelona. “Nadie me dijo nada, pero se palpaba en el ambiente. Y mucha gente se encuentra en muchas situaciones en que por el simple hecho de llevar la kipá recibe insultos por la calle”, asegura. Habla de “violencia” contra los judíos. “No es violencia física pero es violencia”, insiste. Amenazas, insultos, pintadas.

“Ser judío está mal visto y exteriorizar un símbolo judío te puede dar problemas. Yo conozco profesores de universidad que son judíos y no lo dicen”, insiste. En su sinagoga, Bet Shalom, no hay ningún cartel que indique que es la sede de una comunidad judía y, aún así, tienen vigilancia en la puerta. Y asegura que el antisionismo —la crítica al estado de Israel— es una modalidad de antisemitismo. Aunque admite que él también desearía que en Israel hubiera “un gobierno progresista”, y no el actual gabinete, con Benjamin Netanyahu y algunos ministros ultraortodoxos. Pero es una cuestión a debatir “después de la guerra”. “Netanyahu tendrá que pasar por la justicia, pero ahora no es el momento”, argumenta.
Laurent Cohen, el judío antisionista nacido en Francia en una familia que venía de Egipto
Laurent Cohen es la cara opuesta del judaísmo. Copresidente de la Asociación Catalana de Judíos y Palestinos. Judío “de tradición y de cultura”, pero no practicante, ni siquiera creyente. Y antisionista.
Nació en 1960 en Francia, donde sus padres se trasladaron en 1951 desde Egipto. Después de 1948, con la creación del estado de Israel, la vida para los judíos en los países árabes “se volvió difícil”, porque se dudaba de ellos. “Se temía que se volvieran partidarios de Israel, que nació con guerra y limpieza étnica”, afirma. Sus padres eran descendientes de sefardíes. Su abuela paterna tenía un apellido portugués y creen que venía de los sefardíes expulsados de la península ibérica en el siglo XVI. Y también tiene antepasados sefardíes por parte de madre, cuya familia había acabado en Italia. Hasta que su bisabuelo se trasladó a Egipto, a Alejandría, por el comercio del algodón.
“Nunca me he identificado con el sionismo ni con Israel, ni mis padres tampoco. La idea de Israel era para judíos europeos con pocas opciones, para el resto no tenía sentido. En cierta manera era una solución para pobres. Para los otros, solo tenían sentido Europa o los Estados Unidos como destino», explica. Así es como él nació y creció en Francia, “en un ambiente humanista y de izquierdas”, en una casa donde el padre era profesor de letras clásicas.
A la denuncia sobre el antisemitismo creciente que expresan otros judíos –como Grima–, replica que “quien está sufriendo un genocidio es el pueblo palestino”. “Ni siquiera sabemos cuántas víctimas mortales hay, porque además de los que mueren directamente por acciones militares hay muertos por el hambre, la malnutrición, cánceres que no se pueden tratar adecuadamente…”, alerta. Según él, se trata de un “genocidio televisado”. “El racismo en Europa es básicamente antimusulmán, islamófobo, contra los demandantes de asilo”, añade.
Admite que “quizás hay algunas pintadas en sinagogas”. “Es lamentable, porque no se debe asociar el judaísmo con el sionismo, pero es Israel el que juega a esta confusión, para defenderse de las críticas que se le hacen. Si hay judeofobia es responsabilidad de Israel”, sentencia.
Sentimiento de culpa como judío por el comportamiento de Israel
Para Cohen, crear la Asociación Catalana de Judíos y Palestinos con una decena de personas más, en 2009, fue catártico: “Me encajaron las piezas del rompecabezas que bailaban. Gracias al contacto con los palestinos me entendí y me reconcilié conmigo mismo. Tenía un fuerte sentimiento de culpa por ser judío, por lo que hacía Israel con ellos, por no hacer nada en contra. Cuando empiezo a trabajar activamente en ello resuelvo esta contradicción, soy judío antisionista”.

Tiene claro que su posición es “difícilmente reconciliable con la de los judíos sionistas” que viven en Cataluña. Pero empieza a detectar que en las charlas que organiza su entidad asisten “judíos que no se sienten bien con lo que hace Israel”. “Hay gente que se está distanciando de las comunidades judías [las sinagogas], porque a pesar de las diferencias, aunque las haya más progresistas que otras, todas son sionistas”, asegura.
Este distanciamiento sigue la huella de un movimiento que en Estados Unidos y en Francia ya toma mucha fuerza. “En EE.UU., a través de la asociación Jewish Voice for Peace, con rabinos y todo, han hecho actos en el Capitolio y en la Bolsa de Nueva York, para hacer protestas por el comercio de armas con Israel. Forman parte de un movimiento del judaísmo reformado de EE.UU. que Israel no reconoce, pero que ya es muy numeroso. Aún es un relato minoritario, pero crecerá. Son judíos jóvenes antisionistas o postsionistas, reclaman poder vivir el judaísmo fuera del sionismo. En Cataluña aún no se ve pero en Francia ya es muy visible”, anuncia.
Salah Jamal, el palestino que comparte asociación con el judío antisionista
Cohen comparte entidad con uno de los palestinos catalanes, o catalanes palestinos, con más proyección pública. Salah Jamal, médico, historiador y escritor nacido en Nablus en 1951, llegó a Cataluña a principios de los años 70 y se hizo socio del Ateneu Barcelonès, buscando la intelectualidad del país. Allí asegura que descubrió con sorpresa el filosionismo de muchos catalanes ilustrados. “No entendía cómo podían estar fascinados con un estado ocupante”, recuerda.
Para Jamal, las denuncias de antisemitismo son “el arma arrojadiza clásica”. Conceptualmente, para él ni siquiera tiene sentido hablar de antisemitismo en relación con Israel. “Una gran parte de los israelíes son descendientes de eslavos, de moldavos, de argentinos, no son semitas”, subraya.
Ante la situación actual, asegura que “cada día hay más judíos que se desmarcan de esta barbaridad que está haciendo el gobierno actual, son judíos lúcidos”. Como palestino que ha vivido el conflicto en primera línea, advierte que la idea de los “dos estados ha sido asesinada por los colonos”, con la permisividad de los Estados Unidos y Europa. “Ahora ya no los controla ni Israel, son extremadamente agresivos y es imposible hacerlos marchar”, concluye.
