Las fake-news, a pesar de su terminología inglesa, no son un concepto nuevo, ni mucho menos. Falsificar un hecho, un estado o una noticia viene de lejos. La historia está llena de noticias falsas que han servido tanto para iniciar un conflicto como para minimizarlo, o bien para construir historias de autodefensa, compasión e incluso exorcizar el sentimiento de culpa. El hundimiento del Maine, que sirvió de excusa para iniciar la guerra de los EE. UU. contra España en Cuba, o las famosas armas de destrucción masiva que llevan más de veinte años buscando, son ejemplos de cómo una noticia falsa genera un estado de opinión concreto, buscado por quien difunde la mentira.
Otro tipo de mentira es la que sirve para autoexculpar a un grupo de personas, una comunidad o un lugar específico de hechos que son reprobables. Este tipo de mentiras, o relatos más falsos que una moneda de tres euros, es constante en situaciones de guerra que han dejado un rastro de destrucción, o de salvajadas que, desafortunadamente, genera un contexto bélico. En Cataluña y en el resto del Estado, esta fabulación de los hechos ha sido más que habitual a raíz de la guerra de los Tres años, la Guerra Civil de 1936 a 1939. Es decir, culpabilizar a agentes externos de las desgracias, tragedias o barbaridades cometidas. Sixena no es una excepción, todo lo contrario.

La Causa General Franquista
El paradigma fueron las actuaciones durante las primeras semanas después del golpe de estado franquista, cuando, donde no triunfó el levantamiento, varios comités pasaron cuentas con amos o gente de iglesia. O en el bando fascista, que vaciaron cargadores a todo aquel que era delatado como izquierdista o contrario al orden establecido. El caso de Sixena es un ejemplo de manual. La quema del monasterio de Sixena y la muerte del capellán de la institución se intentó hacer creer que fue ejecutada y preparada por milicianos antifascistas catalanes.
Pero fue un rumor que ni el mismo franquismo llegó a creer, ni siquiera, en los procesos sumarísimos que llevó a cabo tres años después de acabada la guerra. Así lo demuestran los documentos, a los que ha tenido acceso El Món, del Archivo Histórico Nacional de la Causa General Franquista, es decir, la causa que desde 1940, el Fiscal del Tribunal Supremo abrió para «averiguar los hechos delictivos cometidos en todo el territorio nacional durante la dominación roja».
Un trabajo de propaganda que, curiosamente, sirvió para detallar y apuntar responsables de lo que llamaban «asesinatos, destrucciones y excesos». Precisamente, entre las once carpetas de esta causa general hay una específica de Sixena que choca frontalmente con el relato, interesado e insistente del actual gobierno de Aragón, de culpabilizar a comités antifascistas catalanes de la quema y destrucción del monasterio. De hecho, los fiscales y los jueces franquistas desmienten esta tesis, y eso, que no eran precisamente los protectores de los antifascistas catalanes. En este sentido, en 2016 algunas de las personas que fueron testigos en la época admitían que la quema del monasterio fue perpetrada por «vecinos de la zona», que algunos habían sido fusilados o bien otros se habían exiliado.

Pedro Olloqui, el director que recupera el relato
El relato que apunta que fueron «órdenes catalanas» las que quemaron el monasterio ha sido enfatizado, últimamente, por quien fue alcalde de Vilanova de Sixena, Ildelfonso Salillas, por el profesor Guillermo Fatàs, de la Universidad de Zaragoza, y ahora, el escudero del gobierno aragonés, el director general de Cultura, Pedro Olloqui, una persona que proviene de Izquierda Unida y que ha acabado como alto cargo de un ejecutivo del PP más derechista con el apoyo de Vox. El mismo Olloqui también lo subrayaba en una rueda de prensa celebrada este 18 de septiembre, donde culpabilizaba al Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) de las «humedades de las pinturas». Una acusación que fue replicada negro sobre blanco por la entidad calificándola de «falsa».
Olloqui protagonizaba una de sus ruedas de prensa agresivas contra Cataluña asegurando que «este verano ha hecho 89 años del incendio en Sixena, causado por unidades militares procedentes de Cataluña». Un fuego que después llevó a que «funcionarios catalanes expropiaran ilegítimamente estos bienes, sin ningún apoyo jurídico y con ánimo de apropiación», en referencia a Josep Gudiol, quien salvó las pinturas. Olloqui no está solo en esta falsedad porque, incluso, durante mucho tiempo en las puertas del monasterio de los Monegros había un panel informativo donde se aseguraba que se utilizó la imagen de la Virgen del Corazón por parte de milicias catalanas para encender una estufa.

El franquismo desmiente a Aragón
Los documentos que permanecen en el Archivo Nacional sobre la Causa General en Sixena son demoledores con esta tesis de culpar a catalanes. De hecho, entre los testimonios recogidos en la prisión de Huesca por el fiscal de la zona, solo uno apunta que un vehículo conducido «al parecer» por «catalanes». Un vehículo, que según el mismo relato, «después de hablar con dirigentes marxistas del pueblo» fueron a buscar al capellán, Antonio Montull, lo detuvieron y le dispararon en un puente en la carretera de Bujaraloz.
Pero, vaya por donde, el mismo relator añade que una vez volvieron los que habían disparado al capellán, dos vecinos de Sixena, Manuel Cerezuela y Antonio Fuentes Torres, salieron con una escopeta y una lata de gasolina. Se encontraron al capellán que «se lavaba las heridas en un río» y entonces le dispararon hasta matarlo y lo quemaron vivo. Es decir, ni siquiera una difusa referencia como «al parecer catalanes» se les puede imputar ninguna responsabilidad a ningún antifascista catalán, porque, entre otras razones, aún faltaba mucho tiempo para que las columnas catalanas llegaran a esa parte de Aragón. De hecho, la primera referencia a columnas catalanas en Sixena es pasada la quema del monasterio.
El resto de testimonios recogidos tampoco señalan a ningún catalán en la revuelta en Sixena. Antonio Herín, en su declaración del 17 de junio de 1943 ante el fiscal, señala que «ignora quién quemó el monasterio», pero, en cambio, tiene muy claro que la quema fue «ordenada por los componentes del comité local». El mismo guion que explican José Lerin Villas el 18 de septiembre de 1943, que ignora a los autores materiales, pero admite que quien ordenó las acciones fue el comité local. Un comité local que dos testigos más Luís Ballarin Peruga y Joaquin Pueyo Costa delatan el 18 y el 20 de septiembre de 1943 al fiscal. Así, identifican como los instigadores de la quema y de los asesinatos a Antonio Ariste, como presidente, Pedro Brota -ejecutado-, Baltasar Aragués o Manuel Lacasa, todos vecinos de Sixena.

El fiscal Querol
Entre los documentos de la Causa General destaca el firmado por Ricardo Querol Giner, abogado fiscal de la Audiencia Territorial, que resume la causa sin rodeos culpabilizando de la quema del monasterio a los vecinos del pueblo que formaban el comité local y sus integrantes sin cargo ejecutivo. «Los rojos más destacados constituyeron un comité de guerra los primeros días del Glorioso Alzamiento Nacional, este comité fue el que dispuso y organizó todos los crímenes y excesos que se cometieron en el pueblo», sentencia el ministerio público aduciendo los nombres de los integrantes.
El mismo fiscal el 16 de octubre de 1958 identifica a Antonio Millera como uno de los «miembros activos en la profanación, destrucción y saqueo del Real Monasterio de Sixena». Por otra parte, el «Hoja de Estado número 3», que firman el alcalde y el secretario del Ayuntamiento, el 2 de octubre de 1940, ya apuntan a Antonio Lerín, -el que dijo «al parecer catalanes» -, como uno de los diez principales sospechosos del incendio, de ahí que buscara colar la intervención de catalanes de izquierdas para tapar sus responsabilidades. De hecho, esta «Hoja de Estado» remacha el clavo remarcando que los que quemaron el monasterio eran vecinos del pueblo.
De hecho, otros documentos sostienen la misma tesis. El exconservador del Museo de Lleida y una de las voces más valientes en defensa de la conservación del patrimonio, Albert Velasco, difundió en noviembre del 2016 un documento que sintetiza toda esta historia. En concreto, la respuesta del capellán de Sixena a la encuesta del Obispado de Lleida, del año 1939, donde pedía a sus parroquias los daños y el balance de la situación después de la revuelta del verano de 1936. En la respuesta de Sixena, el cura indica: «En general, el pueblo secundó la obra destructora».

La relación del 33
De hecho, Velasco con Carmen Berlabé, también doctora en historia del arte, tienen un ensayo titulado «Violencia y estragos contra el patrimonio artístico leridano durante la Guerra Civil Española«, absolutamente imprescindible para situar y contextualizar lo que pasó en Sixena. En esta línea, recuerdan la tarea de Assumpta Castillo, que ha estudiado profusamente las «formas de autoexculpación en la responsabilidad de las prácticas violentas atribuida a agentes extraños o foráneos», que en el caso de Sixena sería «por los catalanes». También el mismo estudio referencia «el escenario anticlerical que, como movimiento, venía de muchos años atrás».
Sixena es más que un ejemplo, porque en 1933 se intentó proclamar el comunismo libertario en el municipio, aprovechando la insurrección de la CNT en todo el Estado. Aquella revuelta dejó 87 muertos, de los cuales 3 en Sixena. Una proporción que muestra el nivel de conflicto y división en el pueblo. Curiosamente, varias personas fueron arrestadas y condenadas, pero amnistiadas con la victoria del Frente Popular de 1936, los mismos nombres que formaron el comité local en la revuelta del 36. Posiblemente, y como concluyen Velasco y Berlabé, la necesidad de «reconstruir los lazos colectivos del pueblo» provocó la «culpabilización del forastero». En este caso, los catalanes. Unos que parece que siempre les toca recibir. En el caso de Sixena, especialmente.
