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Nova polémica: el paté en lata y sus consecuencias para la salud

No te engañes: el paté en lata no es ninguna delicatessen. Es un engaño, un clásico disfrazado de comodidad y sabor que, si lo miras de cerca, da más miedo que hambre. Lo que antes era sinónimo de cena rápida o bocadillo de recreo, hoy es una bomba de relojería nutricional, cargada de grasas saturadas, sal, aditivos y dudosas procedencias. La ciencia ha hablado. Y no lo hace con buenas noticias.

Un clásico que nos han vendido como delicioso

Todos tenemos ese recuerdo de infancia: una tostada con paté, quizás para merendar, quizás en un picnic improvisado. Pero lo que no sabíamos —o no queríamos saber— es que aquello tan cremoso y sabroso era en realidad un cóctel de grasas saturadas, sal a raudales y trozos de carne de origen incierto. Sí, incierto. Porque muchas veces, ni las etiquetas saben exactamente qué hay dentro.

Y no, no hablamos de foie gras. No nos confundamos. El foie es hígado graso, de pato u oca, obtenido con técnicas muy cuestionables, sí, pero reconocible. El paté de lata, en cambio, es una amalgama triturada de hígado, carne, grasa y condimentos que, una vez mezclados y cocidos, dan lugar a esta pasta de aspecto amable y sabor intenso… pero de consecuencias nutricionales letales si se abusa.

Una bomba de grasas saturadas con tapa metálica

Según datos oficiales, hasta un 33% de la grasa del paté en lata es saturada. Un tercio. Una tercera parte de grasa de la mala, de la que obstruye arterias y te deja el corazón con ganas de parar el reloj. Es como si tuvieras un cruasán industrial disfrazado de pastelito salado. Y no, tu sistema cardiovascular no lo celebra.

¿Y qué dice la OMS? Que hay que limitar —y mucho— este tipo de grasas. Que no son buenas. Que acortan vidas. Que no es broma. Y tú, mientras tanto, untando la tostada con alegría, pensando que es un vicio inocente. ¿Inocente? Nada más lejos de la realidad.

Agua, sal y aditivos… y quizás glutamato

La cosa no termina aquí. Aparte de las grasas, el paté en lata lleva sal. Mucha sal. Más sal de la que te puedes imaginar. Hasta un 2% de su composición es sal. Y a eso le tienes que sumar glutamato monosódico, ese potenciador de sabor que hace que el paté sepa a cielo —falso, pero cielo— mientras tu cerebro danza una sardana de dopamina. Pero no te dejes engañar: el glutamato puede causar dolor de cabeza, náuseas y otros efectos no tan sabrosos.

Y si todo esto te parece mucho, añade los conservantes, colorantes, estabilizantes y toda una retahíla de ingredientes que, más que comida, parecen una clase de química.

Una opción «cómoda» que sale muy cara

Ya lo sabemos: el paté en lata es práctico. No se estropea, se abre fácilmente y te soluciona una cena en cinco segundos. Pero esta comodidad puede salirte muy cara. Demasiado cara. Cada bocado que das te puede estar acercando a problemas de colesterol, hipertensión o peor.

Pero no solo es un tema de salud física. También es un problema de transparencia. Porque, sinceramente, cuando compraste aquel paté de cerdo… ¿sabías exactamente qué parte del cerdo estabas comiendo? Porque entre la carne triturada, la grasa y los aditivos, quizás había más misterio que en una novela negra.

Alternativas que no te destrozarán por dentro

Pero no todo son malas noticias. Sí, hay vida más allá del paté en lata. Una vida más sana, más natural e igual de sabrosa. Los patés vegetales están ganando terreno y no es casualidad. Hechos a base de legumbres, verduras, frutos secos o semillas, ofrecen sabores variados, textura cremosa y un perfil nutricional infinitamente mejor.

Opciones como el paté de hummus con tomate seco, el de lentejas con cúrcuma o incluso el clásico guacamole son más saludables, más honestos e igual de cómodos. Y no necesitan conservantes, ni grasas saturadas ni misterios en la etiqueta.

¿Y ahora qué hacemos con las latas?

Las guardamos para cuando venga el apocalipsis zombie. Porque a día de hoy, comer paté en lata regularmente es como jugar a la ruleta rusa nutricional. Una vez quizás no te hace daño. Pero cuanto más juegas, más cerca estás de perder.

Abre los ojos antes de abrir la lata

El paté en lata ha sido, durante años, el rey de los aperitivos rápidos. Pero la ciencia nos demuestra que detrás de esta falsa realeza hay una realidad poco saludable. Es hora de cambiar de rumbo, de abrir la mente y cerrar la lata.

Porque un buen desayuno no tiene que ser sinónimo de grasa barata y aditivos. Porque tu cuerpo merece más. Y porque ya basta de disfrazar el riesgo de tradición.

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