El envejecimiento ya no es solo una cuestión de suerte genética o de resignarse a las arrugas. Cada vez más, la ciencia de la longevidad saludable se centra en lo que ocurre dentro de las células y cómo podemos alargar los años de vida con buena salud, no solo el calendario. Centros de vanguardia como el Institute for Aging Research del Albert Einstein College of Medicine trabajan para entender por qué algunos organismos llegan a la vejez con una sorprendente vitalidad.
En este contexto destaca la figura de Ana María Cuervo, bióloga molecular formada en España y referente mundial en investigación del envejecimiento. Su trabajo apunta a un mecanismo celular clave, relacionado con cómo las células “limpian” sus residuos internos, que podría explicar por qué algunas personas mantienen el cuerpo y el cerebro activos por mucho más tiempo. Pero lo que propone Cuervo va mucho más allá de un consejo genérico sobre comer mejor o hacer ejercicio.
¿Quién es Ana María Cuervo y por qué todos hablan de ella?
Ana María Cuervo es una investigadora española, instalada desde hace décadas en Estados Unidos, que codirige el Instituto de Investigación del Envejecimiento del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York. Desde allí se ha convertido en una de las voces más escuchadas cuando se habla de cómo envejecemos y de qué podemos hacer para mantenernos sanos más años, gracias a sus estudios sobre los mecanismos celulares que controlan el deterioro asociado a la edad.
Cuervo ha sido reconocida con numerosos premios internacionales y forma parte de organismos científicos de prestigio, lo que la ha situado en el centro del debate global sobre la longevidad. Su mensaje, sin embargo, es tan contundente como realista: las arrugas y las canas seguirán formando parte de nuestra biología; el objetivo no es eliminarlas, sino conservar suficiente salud como para, en sus palabras, “correr una maratón a los 80 años”.
De qué habla exactamente cuando habla de envejecimiento
Cuando Cuervo habla de envejecimiento no se refiere solo a la edad cronológica, sino a lo que ella llama envejecimiento celular. Cada célula del cuerpo acumula con el tiempo daños, residuos y proteínas mal plegadas que, si no se eliminan correctamente, afectan el funcionamiento de tejidos y órganos. Este proceso está relacionado con enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson, algunos tipos de cáncer y patologías metabólicas que se disparan a partir de cierta edad.
La clave, según su investigación, es entender por qué los sistemas internos de reparación y limpieza de nuestro organismo pierden eficacia con el paso de los años. De esta manera, el envejecimiento se ve como un problema de mantenimiento: durante décadas el cuerpo es capaz de arreglar lo que se rompe, pero llega un momento en que los mecanismos se descoordinan o se agotan y el deterioro se acelera.
Qué es la autofagia y por qué importa tanto
El concepto central en el trabajo de Cuervo es la autofagia, un sistema de “limpieza interna” mediante el cual la célula identifica las partes que ya no funcionan, las desmonta y recicla sus componentes. Dentro de este proceso existe una modalidad muy específica, la autofagia mediada por chaperonas, en la que ella es pionera. En este caso, unas proteínas “guía” reconocen los elementos defectuosos y los llevan hasta los lisosomas, unos orgánulos encargados de descomponerlos.
Según los estudios que lidera, esta vía de autofagia disminuye progresivamente con la edad, incluso en personas sanas. Cuando los investigadores reproducen esta bajada de actividad en animales jóvenes, el envejecimiento se acelera: los tejidos se deterioran antes, aparecen problemas metabólicos y se multiplica el riesgo de enfermedad. Esto sugiere que la pérdida de esta “brigada de limpieza” celular no es la única causa del envejecimiento, pero sí una pieza esencial del rompecabezas.
El objetivo: más años de vida sana, no solo más años
Una de las ideas que Cuervo repite en sus intervenciones públicas es que la meta de la investigación no es tener vidas interminables, sino alargar la franja de vida con buena salud. En términos médicos se habla de “compresión de la morbilidad”: reducir el tiempo que pasamos con enfermedades incapacitantes y concentrarlo al final de la vida, manteniendo la funcionalidad durante décadas.
Esto significa que el punto de mira cambia: no se trata de llegar a los 100 años a cualquier precio, sino de conseguir que los 70, 80 o 85 sean edades en las que podamos continuar caminando, pensando con claridad, conservando autonomía y vida social. Por eso insiste en que su sueño no es un rostro eternamente joven, sino un organismo capaz de soportar esfuerzos físicos y mentales avanzada la edad.
Del laboratorio a la vida cotidiana
¿Cómo se traduce todo esto a la práctica? La investigación de Cuervo señala que ciertos hábitos pueden activar de forma natural la autofagia y ayudar al cuerpo a mantener en marcha sus programas de limpieza interna. No se trata de fórmulas milagrosas ni de suplementos de moda, sino de decisiones cotidianas que actúan sobre el metabolismo.
Uno de los puntos clave es la relación entre alimentación y tiempo entre comidas. Cuando el cuerpo pasa varias horas sin ingerir alimentos, las células “buscan” recursos internos para producir energía y, al hacerlo, refuerzan los mecanismos de reciclaje de componentes dañados. Si pasamos el día picando, este sistema tiene menos oportunidades de activarse. De ahí la recomendación de respetar intervalos claros entre comidas y evitar comer de forma continua desde la mañana hasta la noche.
Sueño, ejercicio y estrés: los otros pilares
La investigadora también remarca la importancia del descanso nocturno. Durante el sueño, el cerebro y otros tejidos aprovechan para reorganizarse, eliminar toxinas y reparar daños. Dormir poco o mal de forma crónica debilita estos procesos y se ha relacionado con un mayor riesgo de deterioro cognitivo. Por eso los expertos recomiendan mantener horarios regulares y un ambiente adecuado de descanso.
La actividad física es el tercer pilar. No es necesario entrenar como un atleta, pero sí incorporar movimiento de forma sostenida: caminar, subir escaleras, hacer ejercicio aeróbico moderado y trabajo de fuerza adaptado a cada edad. Este tipo de actividad mejora la sensibilidad a la insulina, reduce la inflamación y contribuye a mantener activos los circuitos de reparación celular. El mensaje que lanza Cuervo es claro: un cuerpo que se mueve envía señales de renovación a sus células.
Hacia una medicina del envejecimiento personalizada
A pesar de la importancia de los hábitos, Cuervo recuerda que no todas las personas parten del mismo punto. La genética, el entorno y las enfermedades previas influyen en cómo responde cada organismo. Por eso defiende la necesidad de una gerociencia aplicada a la clínica: una medicina que analice marcadores del envejecimiento biológico (como el estado de la autofagia, las mitocondrias o la inflamación crónica) y permita diseñar intervenciones personalizadas.
Esta aproximación incluye tanto modificaciones de estilo de vida como posibles tratamientos farmacológicos. Varios grupos internacionales estudian moléculas capaces de modular los sistemas de limpieza celular y otras vías vinculadas a la edad. El objetivo no es crear una “píldora de la juventud”, sino complementar los hábitos saludables con terapias que retrasen la aparición de enfermedades asociadas a la vejez.
Qué podemos hacer hoy mientras la investigación avanza
Aunque muchos de estos fármacos se encuentran en fase experimental, el trabajo de Cuervo y otros equipos ya ofrece algunas líneas de actuación claras para el día a día:
- Mantener una alimentación ordenada, con intervalos sin comer suficientes para que el cuerpo active su maquinaria de reciclaje.
- Priorizar un sueño reparador, con horarios regulares e higiene del sueño adecuada.
- Incorporar ejercicio físico regular, combinando movimiento aeróbico y trabajo de fuerza adaptado.
- Reducir el estrés crónico con estrategias de gestión emocional y apoyo social.
- Hacer un seguimiento médico preventivo, especialmente a partir de la mediana edad, para detectar a tiempo factores de riesgo metabólicos y cardiovasculares.
Según esta visión, envejecer bien no depende de un único gesto radical, sino de muchas decisiones pequeñas sostenidas en el tiempo, alineadas con lo que sabemos de los mecanismos celulares.
Un futuro en que envejecer no sea sinónimo de perder capacidad
La investigación que lidera Ana María Cuervo apunta a un futuro en que el envejecimiento se pueda medir y modular de manera mucho más precisa. A medida que se desarrollen pruebas para evaluar el estado de nuestros sistemas de limpieza celular y otros marcadores biológicos, será posible saber si nuestro “reloj interno” va demasiado rápido y cómo frenarlo.
Tal vez continuaremos teniendo arrugas y canas, pero la idea es que estas marcas externas no vayan acompañadas de una pérdida prematura de autonomía. La imagen de poder afrontar una maratón —o simplemente una vida activa y plena— a los 80 años deja de ser una fantasía y se convierte en un horizonte realista si combinamos ciencia, prevención y cambios de hábitos.
