Primero fueron los influencers, luego llegaron los microinfluencers y ahora emerge una figura inesperada: el “desinfluencer”. Esta nueva tendencia está arrasando en las redes sociales, especialmente entre la generación Z, y consiste en todo lo contrario de lo que conocíamos: en lugar de incentivar el consumo, invita a pensar dos veces antes de comprar. El fenómeno, que crece en plataformas como TikTok e Instagram, refleja un cambio profundo en la relación de los jóvenes con la publicidad, el consumo y la psicología de las decisiones cotidianas.
El desinfluencing no busca prohibir, sino ofrecer un respiro ante la saturación de mensajes comerciales. Su esencia es promover un consumo más consciente, transparente y auténtico, algo que resuena con los valores de sostenibilidad y crítica al materialismo que marcan la generación Z.
Qué es el desinfluencing y cómo funciona
El desinfluencing se presenta como una reacción al modelo clásico de influencia digital. Si durante años los creadores de contenido han utilizado su visibilidad para recomendar productos, viajes o experiencias, esta corriente surge para señalar lo contrario: qué no comprar, qué está sobrevalorado o qué no vale la pena pagar.
Los contenidos suelen tener un formato claro: reseñas directas, comparaciones honestas y advertencias sobre productos que prometen más de lo que cumplen. A menudo incluyen alternativas más económicas o sostenibles, o incluso invitan a aprovechar lo que ya se tiene en casa. De esta manera, los desinfluencers no solo critican, también ofrecen soluciones prácticas para escapar de la presión consumista.
En las redes sociales abundan ejemplos virales: desde videos que advierten sobre la inutilidad de ciertos cosméticos hasta creadores que cuestionan la necesidad de cambiar cada año de móvil. La clave está en un tono cercano, honesto y, sobre todo, alejado de la perfección artificial que durante años dominó las redes.
La generación Z y el cansancio del consumo
La generación Z, nacida entre finales de los 90 y mediados de los 2010, es la protagonista de esta transformación. Son nativos digitales que han crecido rodeados de publicidad, influencers y estímulos constantes. Y, sin embargo, muestran un creciente cansancio ante el consumismo.
Diversas razones explican este fenómeno. Por un lado, la experiencia económica: crisis, inflación y trabajos precarios han reforzado la necesidad de gastar con cuidado. Por otro lado, la preocupación por el medio ambiente y el impacto del consumo desmesurado. Finalmente, la búsqueda de autenticidad: los jóvenes valoran más que nunca la transparencia y desconfían de los discursos demasiado pulidos o interesados.
En este contexto, el desinfluencing no es solo una moda pasajera, sino una respuesta generacional al exceso de estímulos comerciales. Representa el deseo de recuperar control, de decir “no necesito esto” en un entorno que constantemente invita a lo contrario.
Lo que dice la psicología de esta tendencia
La psicología ofrece claves para entender el éxito del desinfluencing. Una de estas es la búsqueda de autenticidad. Ante un entorno donde todo parece calculado y filtrado, los jóvenes valoran la imperfección y la honestidad. Un creador que admite que algo no funciona genera más confianza que otro que solo promociona novedades.
Otro aspecto es la reducción de la disonancia cognitiva. Cuando alguien compra un producto caro por recomendación de un influencer y descubre que no cumple las expectativas, aparece frustración y malestar. El desinfluencing ayuda a prevenir esta sensación, ofreciendo expectativas más realistas y consejos que alinean consumo y bienestar.
Además, está la necesidad de control. En un mundo donde los algoritmos parecen dictar qué ver, qué escuchar y qué comprar, poder decidir de manera consciente refuerza la autoestima y la autonomía. Este control se traduce en un alivio emocional: gastar menos en lo innecesario reduce la ansiedad económica y la sensación de estar atrapado en una rueda de consumo interminable.
No obstante, no todo es positivo. La psicología también advierte de los riesgos de esta tendencia. Puede aparecer culpa excesiva: sentir que cualquier compra es un error o una debilidad. También puede derivar en un negativismo crónico, donde nada parece tener valor. Incluso han surgido “falsos desinfluencers” que critican productos únicamente para destacar o generar polémica, sin un criterio auténtico.
Impacto en las redes y en las marcas
El auge del desinfluencing plantea un gran reto para marcas e influencers tradicionales. Si la tendencia crece, la publicidad digital no podrá basarse solo en la promoción constante de novedades. Será necesario aportar más transparencia, autenticidad y valor real a los consumidores.
Algunas marcas ya lo han entendido: colaboran con creadores que muestran tanto lo positivo como lo negativo de un producto, admiten sus limitaciones o destacan solo lo que realmente aporta utilidad. Esta honestidad, lejos de perjudicar, puede fortalecer la relación con el cliente.
Al mismo tiempo, los influencers también se están adaptando. Muchos han descubierto que mostrar vulnerabilidad, admitir errores o señalar cuando algo no vale la pena les da más credibilidad y refuerza el vínculo con su comunidad. La era del discurso perfecto parece quedar atrás: ahora gana terreno quien se muestra humano.
En definitiva, el desinfluencing no destruye el marketing, sino que lo obliga a evolucionar hacia una comunicación más honesta y sostenible.
Un cambio cultural hacia el consumo consciente
Más allá de lo digital, el desinfluencing refleja un cambio cultural más amplio. La generación Z no solo busca ahorrar dinero, también repensar su relación con los objetos y el consumo. Prefiere invertir en experiencias, en productos duraderos y en valores que encajen con sus principios.
Este giro no significa el fin de la influencia, sino su transformación. Los jóvenes continúan buscando referentes, pero ahora exigen que sean auténticos, críticos y coherentes. Lo que antes se basaba en mostrar abundancia y novedad constante, hoy se redefine como capacidad de cuestionar y seleccionar.
El desinfluencing es, en este sentido, un espejo del momento actual: un mundo que necesita más conciencia, más sostenibilidad y más capacidad de decir “no”.
El poder de decir no
El desinfluencing no es una moda, es un reflejo de cómo los jóvenes quieren vivir en un entorno saturado de estímulos. Al poner límites al consumo, ganan control, autenticidad y bienestar. Y aunque tiene riesgos y contradicciones, marca un paso importante hacia una manera de relacionarse con las redes y el mercado mucho más crítica.
El reto ahora es nuestro: aprender a reconocer cuándo compramos por deseo propio y cuándo lo hacemos por presión externa. Porque quizás el verdadero poder de esta tendencia no está en lo que nos dice que no compremos, sino en lo que nos recuerda: que tenemos derecho a elegir.
¿Y tú? ¿Estás preparado para unirte al desinfluencing y empezar a decir que no a lo que no necesitas?