Algunos los guardan en un cajón. Otros los muestran con orgullo en la habitación o los coleccionan con cuidado. Para muchos adultos, los juguetes de su infancia no son simples objetos, sino puentes emocionales hacia una época más inocente, segura y feliz.
Pero, ¿qué revela realmente la psicología cuando un adulto conserva los juguetes de cuando era pequeño? Lejos de lo que algunos pueden pensar, esta práctica puede esconder claves valiosas sobre el bienestar emocional, la nostalgia e incluso la manera en que nos cuidamos a nosotros mismos en la edad adulta.
¿Por qué guardamos objetos de la infancia?
La infancia deja huellas profundas. Nuestros primeros vínculos, miedos y alegrías se asocian con objetos que nos acompañaron durante años. Desde el punto de vista psicológico, estos objetos –como un peluche, una muñeca o un coche de juguete– pueden convertirse en lo que el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott llamó “objetos transicionales”.
Estos elementos, inicialmente usados para calmar a los bebés ante la ausencia de la madre, pueden conservar su función emocional muchos años después. En palabras simples: guardamos juguetes porque nos consuelan, nos representan o sencillamente nos recuerdan quiénes éramos.
El apego adulto a los juguetes: ¿patológico o reconfortante?
Al contrario de lo que podrían pensar algunos, no hay nada extraño en conservar uno o varios objetos de la infancia. De hecho, estudios recientes indican que entre el 20 % y el 43 % de los adultos conservan peluches u objetos significativos de su infancia, y cerca del 40 % duerme con alguno de ellos.
Estos datos no apuntan a un trastorno, sino a un mecanismo emocional útil. “Tener tu peluche favorito a los 40 puede ser tan saludable como hacer yoga”, apuntan algunos psicólogos. Sirve para regular el estrés, fomentar el autocuidado o, simplemente, para tener algo que te hace sentir bien en días complicados.
La nostalgia como medicina emocional
La nostalgia, lejos de ser una debilidad, es una fuerza emocional poderosa. Ayuda a dar sentido a nuestra historia personal, a reforzar la autoestima y a generar sentimientos de pertenencia. Conservar juguetes de la infancia es una manera concreta de activar esta memoria emocional.
Los expertos hablan del “reminiscence bump”, un fenómeno por el cual recordamos más intensamente los años entre los 10 y los 30. Los juguetes funcionan como desencadenantes emocionales que nos reconectan con esos momentos vitales, reforzando la identidad y estabilizando las emociones en épocas de estrés o incertidumbre.
Del peluche a la terapia: sanar al niño interior
En muchos enfoques terapéuticos actuales, especialmente los centrados en traumas infantiles o desarrollo emocional, se trabaja con el concepto del “niño interior”. Para algunas personas, volver a tener cerca aquel objeto especial –un peluche, una muñeca, una mantita– funciona como una forma tangible de sanar heridas emocionales profundas.
Algunos adultos, especialmente aquellos con vivencias difíciles en la infancia, afirman que sus juguetes actuales les ayudan a “proteger” o “acompañar” a ese niño interior que no recibió suficiente afecto. Más que juguetes, son símbolos de reparación emocional.
¿Coleccionista o acumulador? La diferencia es el impacto
¿Y cuándo se convierte en un problema? La línea entre guardar con afecto y acumular de manera compulsiva la marcan el contexto y el impacto en la vida cotidiana. Si conservar juguetes genera ansiedad, interfiere con la organización del espacio o causa malestar, podría ser señal de un problema más profundo como el trastorno de acumulación.
En cambio, si los objetos están integrados de forma funcional y no provocan sufrimiento, hablamos de coleccionismo saludable o apego simbólico. El contexto emocional es siempre la clave.
El auge del ‘kidult’ y el mercado millonario de la memoria
El fenómeno va más allá de lo emocional. El mercado ha detectado una tendencia creciente: los “kidults”, adultos que compran juguetes para ellos mismos, ya representan casi el 30 % del consumo global en este sector. Las marcas relanzan productos clásicos y aparecen líneas pensadas exclusivamente para adultos nostálgicos.
La memoria se ha convertido en negocio, pero también en una forma de resistencia emocional: ante un mundo cada vez más rápido y exigente, volver a jugar es una manera legítima de cuidarse.
Abrazar al niño que fuimos
Conservar un juguete no es inmadurez. Es una manera de recordar que fuimos niños, que seguimos siendo humanos y que, a veces, un osito de peluche puede hacer más por nuestra paz mental que mil consejos.
¿Tú también tienes un objeto especial guardado? ¿Qué historia cuenta sobre ti?
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