Viure bé
La psicóloga Alicia González lo dice claro: dejar de luchar por ser amado es el primer acto de amor propio

¿Cuántas veces te has agotado intentando que alguien cambie por ti? ¿Cuántas veces te has aferrado a una relación con la esperanza de que te amen “mejor”? La psicóloga Alicia González pone en palabras una verdad que incomoda pero libera: no hace falta luchar para ser amado. Y aún menos si en esa lucha te estás olvidando de ti mismo.

«No intentes cambiar a los demás; no luches para que te amen» es mucho más que una frase. Es un grito emocional que resuena fuertemente entre aquellas personas que han vivido relaciones donde el amor se confundía con el sacrificio. González, con un enfoque directo y profundo, formula una idea sencilla pero transformadora: muchos hemos aprendido a amar desde la carencia.

¿Por qué luchamos por amor?

El anhelo de sentirse amado es tan profundo que, a menudo, nos lleva a confundir el amor con la validación. Si durante la infancia se nos enseñó que el afecto se consigue con esfuerzo —“pórtate bien”, “haz lo que toca”, “no molestes”— crecemos con la creencia de que el amor debe ganarse. Y si debe ganarse, entonces hay que luchar por él.

Así comienzan las guerras silenciosas en las relaciones. Nos adaptamos, cedemos, nos callamos, todo para no perder a la persona que amamos. Pero en este proceso, nos perdemos a nosotros mismos.

El impulso de ser amados a cualquier precio

Una de las trampas emocionales más habituales es intentar transformar al otro para que se ajuste a lo que necesitamos. «Si fuera más afectuoso… si cambiara eso… si me escuchara más… todo iría mejor». Pero esta es una ilusión que nos lleva al desgaste.

Cuando el amor se convierte en un proyecto de cambio de tu compañero o compañera, ya no es amor: es control camuflado de preocupación. El problema no es querer mejorar juntos, sino esperar que el otro deje de ser quien es para ajustarse a ti.

Y esto suele acabar en decepción. No porque el otro te falle, sino porque tú pusiste la esperanza en una versión imaginada de la relación.

Amar no es cambiar a nadie: la gran trampa emocional

Alicia González no lo dice como cualquier consejo. Lo dice desde la experiencia, desde lo que ve día a día en consulta: personas rotas por haber luchado tanto por ser amadas, que se han olvidado de cómo amarse a sí mismas.

Cuando le pides a alguien que cambie por ti, en realidad estás diciendo: «Yo no estoy bien con quien eres». Y aunque esto pueda surgir de un deseo sincero de conexión, en el fondo es una renuncia a la aceptación.

El verdadero amor no se construye intentando corregir, sino aprendiendo a convivir con las diferencias. No hace falta que el otro sea perfecto para amarlo, pero tampoco hace falta quedarse en una relación que no te hace bien por miedo a no ser amado en otro lugar.

Las heridas de la infancia que nos atrapan

Muchos de los patrones emocionales que nos dominan en pareja se originan en nuestra infancia. Si creciste pensando que solo eras digno de amor cuando cumplías, cuando callabas o cuando hacías feliz a los demás, es probable que repitas este esquema en tus relaciones adultas.

Estas heridas emocionales no desaparecen solas. Se manifiestan cada vez que te sientes rechazado, incomprendido o insuficiente. Te hacen luchar por la atención, competir por el afecto, soportar lo que no deberías soportar.

Y es que a menudo no estás luchando por la persona de ahora, sino por compensar aquella falta de amor de hace años. Quieres que hoy alguien te dé lo que nadie te dio entonces. Pero esto, por justo que sea el deseo, no es responsabilidad de tu pareja actual.

Identificar el patrón y dejar ir el control

El primer paso es verlo claro. Reconocer que no eres responsable del cambio de los demás, solo de poner límites sanos. Que no es obligatorio quedarse en lugares donde no te puedes expresar libremente.

Dejar de intentar controlar no es resignación. Es libertad. Es dejar de invertir energía en reformar al otro para invertirla en cuidarte a ti. Cuando dejas de esperar que el otro sea como quieres, recuperas la capacidad de elegir desde la calma y no desde el miedo.

El amor propio: la única batalla que vale la pena

Cuando comienzas a amarte, a ponerte en el centro, ya no quieres un amor que te haga luchar cada día. Quieres paz, comprensión, libertad. Y es entonces cuando puedes construir relaciones desde la igualdad.

El amor propio no es egoísmo. Es saber que no necesitas que nadie te valide para ser digno de afecto. Es dejar de aceptar las migajas emocionales para esperar un amor entero.

Y paradójicamente, cuando dejas de luchar por ser amado, te conviertes en alguien mucho más amable. Ya no eres dependiente, ya no eres desesperado. Eres entero.

Una nueva forma de amar: sin condiciones, sin guerra

Es posible otra manera de amar. Una donde nadie tenga que renunciar a sí mismo para encajar. Una donde el amor no sea batalla, sino espacio seguro. Donde no haga falta ganar ni convencer, sino solo ser.

Este es el mensaje de fondo de la cita de Alicia González. Es un aviso, pero también una invitación. Un llamado a dejar de sobrevivir en las relaciones para empezar a vivirlas plenamente.

No todos estarán dispuestos a hacer este cambio. Pero tú puedes comenzar hoy.

El valor de amar sin pedir permiso

¿Y si dejaras de luchar para que te amen? ¿Y si en vez de mirar afuera, miraras dentro y preguntaras: «¿Me amo lo suficiente para no necesitar que me arreglen, me aguanten o me aplaudan?»

A veces, el acto más radical de amor es irte de donde no puedes ser tú mismo.

Esta frase de Alicia González no busca agradar: busca sacudir. Y si te ha removido algo, es porque había algo que necesitaba ser removido.

Comparte este artículo si alguna vez te has sentido obligado a luchar por ser amado. O si conoces a alguien que merece saber que el amor no se merece, se da. Y que empezar por uno mismo, no es egoísmo: es justicia emocional.

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