Un nuevo estudio en Barcelona revela que el 28 % de los niños usan pantallas durante las comidas, una práctica que aumenta el riesgo de obesidad y debilita los espacios de conversación familiar. Este hábito crece especialmente entre los niños de 7 a 10 años, y se fortalece cuando padres o cuidadores también están distraídos. ¿Estamos normalizando una conducta que empobrece nuestra manera de convivir?
Un hábito que crece sin darnos cuenta
Las escenas se repiten en restaurantes de todo tipo: un niño frente a un móvil, mientras los padres aprovechan para conversar o simplemente para comer tranquilos. Pero detrás de esta aparente solución práctica se esconde una tendencia creciente. Un análisis reciente realizado en más de 40 restaurantes catalanes observó que uno de cada tres menores utiliza el móvil antes, durante o después de comer.
El uso es más frecuente en niños mayores, especialmente entre los 7 y los 10 años. La explicación es múltiple: más autonomía, más exposición tecnológica y, en muchos casos, una menor interacción durante la comida. Los investigadores advierten que cuando el adulto no conversa con el niño, la probabilidad de que use el móvil aumenta hasta un 60 %.
¿Qué efectos tiene en los niños?
Lo que comienza como un entretenimiento puede tener consecuencias profundas. Comer con el móvil no solo distrae, también modifica la percepción de saciedad. El cerebro, centrado en la pantalla, presta menos atención a las señales del cuerpo. Esto puede llevar a comer más de lo necesario, con el consiguiente riesgo de sobrepeso.
Además, las comidas con pantallas reducen las oportunidades de aprendizaje social. Los niños dejan de observar cómo interactúan los adultos, cómo se expresan las emociones, cómo se regulan los turnos de palabra. En la mesa, sin móvil, se aprende a esperar, a mirar a los ojos, a escuchar y a ser escuchado.
Y quizás lo más grave: se debilita el vínculo emocional familiar. Las comidas compartidas han sido, históricamente, un espacio de encuentro. Si este momento desaparece bajo la luz de una pantalla, se pierde algo esencial.
El papel de los adultos y el entorno
No se puede hablar del móvil en la mesa infantil sin mencionar a los adultos. En muchos casos, son los mismos padres quienes introducen el dispositivo, sea por comodidad, cansancio o costumbre. Si ellos están pendientes del teléfono, difícilmente podrán pedir a los hijos que no lo estén.
El entorno también influye. Los restaurantes de comida rápida, por ejemplo, tienden a generar más distracción visual y sonora, lo que favorece que los padres cedan al uso del móvil como manera de mantener a los niños tranquilos. En cambio, los locales más tranquilos y familiares favorecen un ambiente de conversación.
Los expertos destacan un punto clave: la interacción activa entre el adulto y el niño actúa como freno al uso de pantallas. No se trata solo de prohibir, sino de ofrecer alternativas. Cuando los padres conversan, hacen preguntas o proponen juegos simples en la mesa, el móvil pierde atractivo.
¿Qué soluciones proponen los expertos?
La primera recomendación es sencilla: establecer normas claras sobre el uso de pantallas durante las comidas. Esto se aplica tanto en casa como en los restaurantes. La regla debe ser coherente para todos los miembros de la familia, incluidos los adultos.
En segundo lugar, es importante ofrecer alternativas no digitales. Libros para colorear, juegos de palabras, pequeñas dinámicas familiares o simplemente fomentar la conversación. No se trata de volver al pasado, sino de recuperar el valor del presente compartido.
También se propone que los restaurantes colaboren con el cambio. Algunos ya ofrecen kits sin pantallas: juegos de mesa, menús infantiles con dibujos para colorear o espacios acondicionados para niños. Además, pueden sensibilizar a los adultos con mensajes que inviten al uso consciente del móvil.
Finalmente, se destaca el papel de las escuelas y los pediatras. Desde la educación y la salud infantil se puede transmitir un mensaje claro: comer sin pantallas es parte de un desarrollo saludable.
No es solo un móvil: es cómo comemos
Detrás de esta discusión hay algo más profundo. No se trata únicamente de si los niños usan o no el móvil, sino de qué valor damos hoy a comer juntos. La comida ha sido, históricamente, un acto ritual: no solo para nutrir el cuerpo, sino para alimentar los vínculos.
En tiempos de hiperconexión, recuperar la mesa como lugar de encuentro se convierte en un acto casi contracultural. Es ahí donde se cuentan historias, donde se corrigen los modales, donde se ríe o se pregunta cómo ha ido el día. Todo esto se pierde si las pantallas lo ocupan todo.
Por eso, más que prohibir el móvil, se trata de recuperar el sentido de la comida compartida. No como una obligación, sino como una oportunidad diaria.
Volver a mirarnos en la mesa
“Comer juntos es más que alimentarse: es hablar, reír, enseñar y escuchar. Si los móviles nos están robando eso, ¿no deberíamos preguntarnos a qué precio?”
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