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La psicóloga Laura Fuster advierte: vivimos atrapados en un sistema que castiga el descanso y celebra el agotamiento

¿Por qué valoramos más producir que cuidarnos? En un mundo obsesionado con la productividad, descansar se percibe como una debilidad. Pero Laura Fuster nos advierte: el precio es nuestra salud mental.

Vivimos atrapados en una rueda que gira cada vez más rápido. Nos exigimos ser eficientes, productivos, rentables. Y cuando el cuerpo y la mente se rebelan, nos culpamos por no aguantar más. Es hora de detenernos y reflexionar sobre esta trampa que nos enferma.

La trampa de la productividad extrema

Vivimos en un sistema que premia la productividad y castiga el descanso. Pero el cuerpo y la mente no son máquinas.” Así de claro lo expresa Laura Fuster, psicóloga clínica, al describir un modelo social que nos exige estar siempre disponibles, conectados y rindiendo al máximo. La cultura del “no pain, no gain” no es solo un eslogan deportivo: se ha infiltrado en el trabajo, en la familia, en la vida cotidiana.

En este paradigma, el valor personal se mide en resultados. No importa si estamos exhaustos, si el sueño es insuficiente o si la ansiedad nos devora por dentro. El objetivo es cumplir, facturar, producir más que ayer. La productividad extrema se celebra como una virtud y se olvida que somos humanos, no máquinas.

Esta lógica es rentable para las empresas, pero devastadora para las personas. Cada correo contestado a medianoche, cada jornada interminable en la oficina o desde casa, cada notificación que interrumpe el descanso es un recordatorio: tu valor depende de tu rendimiento. Y así, normalizamos lo inhumano.

El costo invisible para la salud mental

El problema es que este sacrificio tiene un precio altísimo. Un precio que muchas veces no se ve, pero se siente con crudeza. Laura Fuster lo resume así: “La fatiga mental no siempre se ve, pero se siente: irritabilidad, bloqueo, agotamiento emocional…”

La fatiga mental es un enemigo silencioso. Se infiltra en la rutina con pequeños síntomas que pasamos por alto: nos volvemos impacientes con quienes amamos, perdemos la capacidad de concentración, vivimos en un estado de alerta constante. La ansiedad crece. El insomnio se convierte en norma. El disfrute se evapora.

A menudo, las personas llegan a consulta creyendo que algo está roto en ellas. Que son débiles por no poder con todo. Pero no son ellas las defectuosas: es el sistema que las sobrecarga. La psicología nos recuerda que la mente necesita pausas. Que el estrés crónico no es un rasgo de carácter, sino una señal de alarma.

No son pocas las investigaciones que vinculan el exceso de trabajo con trastornos de ansiedad, depresión y burnout. Pero socialmente, seguimos validando el sacrificio. En lugar de atender estas señales, muchos optan por ocultarlas. Sonreír aunque se esté al borde del colapso. Decir “todo bien” mientras por dentro se quiebran.

Romper la culpa de descansar

La trampa de la productividad no solo nos sobrecarga: también nos hace sentir culpa por querer detenernos. Descansar no es un lujo. Es un acto de autocuidado radical. Y mereces hacerlo sin culpa. Así lo defiende Laura Fuster, desmontando la idea de que parar es sinónimo de pereza.

El descanso se ha convertido en un privilegio. Solo quienes “se lo ganan” pueden permitirse desconectar. Es un mensaje cruel que castiga a quienes más lo necesitan: quienes sostienen dobles jornadas, trabajos precarios o cuidados familiares no remunerados. A ellos se les exige más, sin ofrecer pausas reales.

Romper con esta culpa requiere valentía. Implica reconocer nuestras necesidades y ponerles nombre: necesito dormir, respirar, no hacer nada. Implica reivindicar el derecho al ocio, al aburrimiento, a la pausa sin sentirnos improductivos. Significa entender que cuidarnos es una forma de resistencia contra un sistema que nos quiere agotados.

Para muchas personas, este cambio comienza por lo más básico: concederse permiso. Permiso para no contestar un correo fuera de horario. Para decir “no” a compromisos que nos drenan. Para priorizar el propio bienestar. No es egoísmo: es supervivencia.

Un sistema que no te cuida

El problema no es solo individual. Vivimos en sociedades que no nos cuidan. Que priorizan el beneficio económico por encima de la salud. Que externalizan los costos del estrés y la enfermedad mental a las personas trabajadoras, a las familias y a los sistemas sanitarios saturados.

Se nos vende la idea de la “gestión personal del estrés” como si todo dependiera de nosotros. Nos animan a ser resilientes, a meditar, a practicar mindfulness. Pero pocas veces se cuestionan las causas estructurales que generan esta angustia. Jornadas interminables, precariedad laboral, inseguridad económica, falta de apoyo social.

En realidad, la solución no puede limitarse a cambios individuales. Necesitamos repensar el modelo económico y social que se beneficia de trabajadores exhaustos. Un modelo que premia la hiperconexión, la competencia salvaje y la disponibilidad constante. Y que castiga el cuidado, la empatía y la cooperación.

Laura Fuster insiste en que no somos nosotros quienes debemos adaptarnos a condiciones inhumanas. Es el sistema el que necesita transformarse. Pero mientras eso no ocurra, debemos aprender a protegernos. A reconocer que decir basta es un acto político y personal.

La importancia de pedir ayuda

Una de las trampas más perversas de la productividad tóxica es hacernos creer que todo depende de nuestra fuerza de voluntad. Que si estamos mal, es porque no lo hemos intentado lo suficiente. Que pedir ayuda es fracasar. Nada más lejos de la verdad.

Reconocer que necesitamos ayuda es un signo de fortaleza. Puede ser hablar con un amigo, acudir a un psicólogo, compartir nuestras preocupaciones con la familia. El simple hecho de poner en palabras lo que sentimos ya tiene un efecto terapéutico. Nos recuerda que no estamos solos, que lo que nos pasa tiene sentido y se puede trabajar.

La psicología clínica nos enseña que validar nuestras emociones es el primer paso para gestionarlas. No se trata de “ser positivos” todo el tiempo, sino de ser honestos con lo que sentimos. Nombrar el miedo, la tristeza, la culpa. Y permitirnos sentir sin juzgarnos.

Laura Fuster lo explica con claridad: el descanso y el autocuidado no son lujos. Son derechos. Son necesidades básicas que sostienen nuestra salud mental y física. Y para poder ejercer estos derechos, muchas veces necesitamos apoyo.

Descansa: tu valor no depende de producir

Vivimos en un mundo que nos enseña a medir nuestro valor en función de lo que conseguimos, producimos o ganamos. Pero somos mucho más que resultados. Somos personas con necesidades, emociones y límites.

Descansar no es perder el tiempo. Es ganarlo. Es cuidarnos para poder continuar. Es decirle al cuerpo y a la mente: “te veo, te escucho, te cuido”. Es romper con la trampa que nos quiere agotados para que sigamos funcionando sin cuestionar nada.

Así que hoy, pregúntate: ¿qué necesitas para descansar sin culpa? ¿Cómo puedes comenzar a priorizarte un poco más? Te animo a reflexionar, a compartir tus pensamientos y a sumarte a la conversación. Porque el cambio comienza reconociendo que mereces cuidarte.

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