Viure bé
¿Tienes realmente intolerancia al gluten o simplemente te sienta mal?

Vivimos rodeados de etiquetas. Que si intolerante, que si alérgico, que si «esto me sienta mal» o «esto me hincha». Frases que se escuchan una y otra vez, con la misma ligereza con la que se pide un café con leche sin lactosa en una barra. Pero, ¿realmente sabemos lo que estamos diciendo cuando afirmamos que «somos alérgicos a la lactosa» o que «tenemos intolerancia al gluten»? Spoiler: en la mayoría de los casos, no.

Como técnica superior en Nutrición y Dietética, te diré algo claro desde el principio: confundir una alergia con una intolerancia no solo es un error común, sino que puede tener consecuencias graves para la salud. No, no es lo mismo. Ni se parecen en su origen, ni en su tratamiento, ni en su gravedad. Así que, si alguna vez has sentido molestias después de comer algo y has corrido a eliminarlo sin pasar por consulta, quédate. Este artículo es para ti.

Alergia alimentaria: cuando tu cuerpo entra en modo guerra

Una alergia alimentaria es un error del sistema, literalmente. Tu sistema inmunológico, que debería defenderte de virus y bacterias, identifica erróneamente una proteína de un alimento como una amenaza. ¿El resultado? Una respuesta desproporcionada que puede ir desde una leve urticaria hasta una anafilaxis que compromete la vida. Sí, lo has leído bien: la vida.

Las alergias se manifiestan de manera rápida e intensa. En pocos minutos después de la ingesta pueden aparecer picores, diarrea, hinchazón, dificultad para respirar o incluso pérdida de conciencia. En estos casos, el diagnóstico se realiza con pruebas específicas como el prick test o la medida de la IgE específica. Y el tratamiento no admite medias tintas: evitación absoluta del alimento. Nada de «un día no pasa nada» o «solo una cucharadita». Además, en casos graves, es necesario llevar adrenalina autoinyectable. Sin excepciones.

Intolerancia alimentaria: un error digestivo, no inmunológico

A diferencia de la alergia, una intolerancia alimentaria no activa el sistema inmunológico. Aquí el problema es que el organismo no puede digerir correctamente ciertos componentes de los alimentos. La lactosa es el ejemplo estrella, pero no está sola: los FODMAPs y otros azúcares fermentables también dan guerra.

La clave está en la intensidad y el tiempo: los síntomas suelen aparecer horas después de la ingesta y afectan el sistema digestivo —hinchazón, gases, dolor abdominal, diarrea—, pero nunca pondrán en peligro tu vida. El diagnóstico se basa en pruebas como el test de aliento o dietas de exclusión, y el tratamiento no implica eliminación total, sino ajustes dietéticos personalizados. A veces se puede reintroducir el alimento de forma gradual, o tomar enzimas que ayuden a digerirlo.

El gluten, este gran incomprendido

Aquí viene el tema delicado: el gluten. Ese «malo» que muchos han eliminado de sus vidas sin ninguna razón médica clara. Y no todo lo que contiene gluten es malo, ni eliminarlo siempre es bueno. Es importante distinguir entre tres condiciones muy diferentes:

  1. Enfermedad celíaca: una enfermedad autoinmune, no una alergia ni una intolerancia. El gluten daña la mucosa del intestino delgado y los síntomas pueden ser digestivos y sistémicos. El diagnóstico incluye análisis de anticuerpos, pruebas genéticas y biopsia intestinal. Y sí, aquí eliminar el gluten es obligatorio y de por vida.
  2. Alergia al trigo: una alergia verdadera, con una respuesta inmune inmediata. Aquí no solo el gluten, sino cualquier proteína del trigo puede ser el detonante. El tratamiento implica evitar estrictamente el trigo, pero tal vez otros cereales como la cebada o el centeno se puedan tolerar.
  3. Sensibilidad al gluten no celíaca (SGNC): la más controvertida. No hay pruebas diagnósticas claras. No es alergia. No es celiaquía. Pero la persona se siente mal después de consumir gluten. Puede tener síntomas digestivos y extra-digestivos como fatiga o niebla mental. El diagnóstico es clínico y mejora con una dieta supervisada.

¿Por qué es tan importante diferenciarlos?

Porque un mal diagnóstico puede llevarte a tomar decisiones equivocadas. Como eliminar alimentos innecesariamente, lo cual puede provocar carencias nutricionales, ansiedad, aislamiento social y miedo a comer. O, al revés: no tomar en serio una alergia real y acabar en urgencias por una reacción grave.

Es fundamental no dejarse llevar por modas ni por lo que dice cualquier influencer. Eliminar alimentos por tu cuenta es como quitar piezas de un reloj sin saber para qué sirven. Al final, deja de funcionar.

Ni todo lo que pica es alergia, ni todo lo que hincha es intolerancia

No conviertas tu plato en una amenaza. No todo malestar digestivo requiere una dieta sin gluten. No toda hinchazón es intolerancia. Y no toda restricción alimentaria te cuida. Vivir con miedo a lo que comes no es vida.

Si algo te sienta mal, consulta con un profesional de la nutrición, hazte las pruebas necesarias y sigue un plan adaptado a ti. Porque solo así podrás entender cómo responde tu cuerpo y qué necesita realmente.

Comer bien no es solo elegir alimentos “sanos”. También es no restringir lo que no hace daño, no dramatizar lo que tiene solución y, sobre todo, no vivir preso del miedo alimentario. Así que la próxima vez que alguien diga “soy alérgico a la lactosa”, pregúntale: ¿estás seguro?

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