La jornada intensiva transforma nuestras rutinas, y mucha gente termina comiendo después de las 15:00 h, sin saber que este hábito puede pasar factura a la salud. Este cambio horario, tan habitual en España durante el verano, altera sin querer nuestro reloj interno, y esto conlleva consecuencias físicas que a menudo pasan desapercibidas.
El verano y el cambio en los horarios alimentarios
Con la llegada de junio y julio, muchas empresas aplican la jornada intensiva. Esto significa que una gran parte de la población termina la jornada laboral alrededor de las tres de la tarde o incluso antes. Lo que parece una oportunidad para ganar tiempo libre, a menudo viene acompañado de una alteración en los hábitos alimentarios.
Al no tener que comer en el trabajo, mucha gente decide retrasar la comida. Ya no es necesario hacerlo a las 14:00 h, como en invierno. Ahora, con más tiempo disponible, el momento de sentarse a la mesa puede alargarse hasta las 15:30 o incluso las 16:00. Pero el cuerpo, más allá de nuestros hábitos sociales, tiene unos ritmos propios que no siempre coinciden con la agenda personal.
Comer tarde: un enemigo silencioso del metabolismo
Los estudios científicos han comenzado a demostrar que la hora a la que comemos puede ser tan importante como lo que comemos. Marta Garaulet, catedrática de Fisiología en la Universidad de Murcia y referente en cronobiología, ha liderado investigaciones que demuestran que comer después de las 15:00 h se asocia a una menor pérdida de peso y un metabolismo más lento.
“Las personas que comen tarde pierden menos peso y queman calorías con más dificultad, incluso siguiendo dietas idénticas”, afirma Garaulet. Esto tiene que ver con la manera en que el cuerpo procesa la glucosa, los niveles de insulina y la termogénesis inducida por los alimentos. A esas horas, nuestro cuerpo es menos eficiente.
Tu reloj biológico también come
Detrás de estas afirmaciones no hay especulación, sino ciencia del ritmo circadiano. El cuerpo humano tiene un reloj interno que regula procesos vitales como la temperatura corporal, la presión arterial, las hormonas del sueño y, por supuesto, el hambre.
Cuando comemos en horarios inadecuados, desincronizamos estos ritmos. Garaulet advierte que entre las 12:00 y las 15:00 h es el mejor intervalo para hacer la comida principal del día. Si se supera este margen, el cuerpo responde peor a los alimentos, con picos glucémicos más elevados, menor sensibilidad a la insulina y digestiones más lentas.
Además, comer tarde altera la secreción de melatonina, la hormona del sueño. Si la digestión está activa al atardecer, la calidad del descanso se resiente, lo que a su vez genera fatiga, irritabilidad y menor rendimiento durante el día.
Dormir mal también puede ser culpa de la comida
Uno de los efectos menos visibles —pero más relevantes— de este hábito es la alteración del sueño. Si se retrasa la comida, también es habitual que se retrase la cena. Como consecuencia, mucha gente se va a la cama con la digestión en marcha, lo que impide conseguir un sueño profundo y reparador.
Los especialistas en sueño recomiendan dejar al menos dos o tres horas entre la cena y la hora de ir a dormir. Pero si la cena se hace tarde porque la comida también se ha retrasado, esta distancia se reduce peligrosamente. El resultado es un descanso fragmentado, menos eficaz, que puede afectar incluso el estado de ánimo.
Más allá del peso: salud digestiva y energía
El impacto de comer tarde no se limita al peso corporal o al descanso. También influye en el funcionamiento del sistema digestivo, que tiene sus propios ritmos. Comer a horas desajustadas puede provocar digestiones lentas, acidez, gases o pesadez prolongada.
Además, comer después de las 15:00 h puede afectar los niveles de energía por la tarde. Mucha gente nota más somnolencia o menos productividad, especialmente si la comida ha sido copiosa o rica en hidratos de carbono de absorción rápida. En estos casos, el pico de glucosa seguido de una caída rápida puede dejar el cuerpo como en una “resaca alimentaria”.
¿Y si no lo puedes evitar?
Sabemos que la realidad no siempre permite comer a la hora ideal. Si tus horarios no te dejan comer antes de las 15:00 h, los expertos recomiendan adaptar la rutina de manera inteligente.
Tomar un refrigerio saludable a media mañana, como una pieza de fruta, un yogur o un puñado de frutos secos, puede evitar llegar a la comida con un hambre descontrolada. Esto reduce el riesgo de atracones y favorece una mejor elección de alimentos. También se recomienda que la cena sea ligera, evitando el alcohol o las grasas pesadas a última hora del día.
Un hábito invisible con efectos visibles
La mayoría de la gente no asocia directamente sus molestias físicas, la lentitud digestiva o el mal descanso con la hora en que comen. Pero cada vez hay más evidencia científica que apunta que este es un factor clave en la salud general.
El cuerpo humano está diseñado para funcionar en sincronización con la luz solar y los ciclos del día, y cada vez que desafiamos esta sincronización, el precio se paga —tarde o temprano— en forma de malestar físico o emocional.
¿Estás comiendo a la hora correcta?
Reajustar los horarios durante el verano no es solo una cuestión de disciplina, sino de bienestar a largo plazo. Quizás la pregunta no es “¿qué como?”, sino “¿cuándo como?”. Y tú, ¿has notado cambios en tu cuerpo cuando comes más tarde de lo habitual? Cuéntalo, compártelo… y quizás mañana te animes a comer un poco antes.