El sector del petróleo ya se ha acostumbrado a vivir con miedo. La guerra en Ucrania hizo estallar todas las cadenas de suministro en Europa, y elevó justo después de la pandemia los precios de la gasolina a máximos inauditos en el siglo XXI. A las turbulencias rusas, que solo se han podido corregir por la puerta trasera, se ha sumado la invasión de Gaza por parte de Israel, que ha amenazado en varias ocasiones con expandirse a territorios más cercanos al Golfo, donde se concentran las principales potencias de la OPEP. Además, Riad está guardando más barriles de crudo de los que, a juicio de los empresarios, sería necesario conservar ante una demanda de gasolina y diésel obstinada, que insiste en mantenerse elevada. Este rompecabezas de peligros, que ya ha obligado a adaptar la operativa de negocios a todas las escalas -desde grandes importadores hasta cadenas de gasolineras locales- añade una nueva pieza: Estados Unidos sobrevuela -nunca mejor dicho- al gran productor y exportador de América Latina, Venezuela, en medio de una de las peores crisis económicas que ha enfrentado el gobierno de Nicolás Maduro. El presidente Donald Trump atribuye el cierre del espacio aéreo del país y la amenaza militar al control del tráfico de estupefacientes desde el Caribe, aunque los empresarios gasolineros ven motivos más prosaicos. «El ataque de EE.UU. a Venezuela no beneficiaría a nadie, excepto a los productores que compiten directamente con Venezuela; los estadounidenses», reflexiona Manel Montero, CEO del grupo Moure.
Venezuela, cabe recordar, es el país con más reservas petroleras del mundo, con yacimientos que aportarían hasta 300.000 millones de barriles. No tiene la capacidad productiva de Rusia o los líderes de la industria en el Golfo, como Arabia Saudita, y baja a la duodécima posición en output diario, con unos dos millones y medio de barriles producidos cada día; de los cuales exporta alrededor de 1,8 millones, especialmente a compradores del continente americano. Una caída de la capacidad comercial del país caribeño, argumenta Montero, serviría para redirigir la demanda hacia otros productores; y, probablemente, esos cerca de dos millones de barriles que cruzan las fronteras venezolanas cada día serían sustituidos por producto estadounidense.
Las autoridades venezolanas identifican una tendencia similar. La vicepresidenta Delcy Rodríguez ha acusado a la administración Trump de querer «saquear el petróleo venezolano». «Dirá a las grandes corporaciones energéticas, las siete hermanas, que se lleven el petróleo de Venezuela», ha alertado. Por su parte, el ministro del interior del gobierno de Maduro, Diosdado Cabello, ha sido aún más vehemente: «Hoy en día está claro que lo que quieren los Estados Unidos es robar los recursos naturales de Venezuela».
Además, los grandes petroleros de EE.UU. aspiran a encarecer constantemente el barril de petróleo, ya que utilizan mayoritariamente técnicas de extracción costosas y complejas, como el fracking, lo que disminuye sustancialmente sus márgenes de beneficio. «Los estadounidenses venden cuando el petróleo está caro; cuando baja, no venden», alerta Jordi Roset, presidente de la cadena de gasolineras Petrolis Independents. Un choque en las infraestructuras petroleras venezolanas, argumentan las fuentes consultadas, haría exactamente lo que quieren los millonarios energéticos cercanos a Trump.

El tablero de los productores
En los últimos días, cabe decir, el cerco sobre Venezuela no ha sido el único de los factores que explicarían una posible escalada del precio del petróleo. La última reunión entre los representantes del Kremlin y los de la Casa Blanca, celebrada el pasado martes, no dejó ningún avance sustancial. De hecho, los enviados de Vladímir Putin aseguraron que «no había ningún acuerdo a la vista». Mientras tanto, el ejército de Kyiv sigue atacando las infraestructuras petroleras rusas, que van perdiendo, poco a poco, capacidad productiva, generando nuevos cuellos de botella para los compradores globales.
Por su parte, la OPEP se niega a hacer caso a los mercados y mantiene congelada la oferta de barriles, tal como confirmó a principios de semana. Desde el lunes, tanto el barril Brent -la referencia europea- como el West Texas -que marca el ritmo de los costos petroleros estadounidenses- se han disparado a un ritmo del 1% diario, y ya superan los 60 dólares. Es, precisamente, el rango -entre los 60 y los 65 dólares- en el que los productores estadounidenses ya pueden vender su producto sin pérdidas. Para Roset, las motivaciones de la Casa Blanca a este respecto son evidentes: después de meses con el crudo a niveles bajos, quieren volver a irrumpir en el mercado con ganancias con las que sus empresarios estén cómodos. «Desde que Trump manda, todo lo que hace es especulación a ultranza», acusa el empresario catalán.
Lo mismo opina Montero, que ve que, con este panorama internacional, «las petroleras estadounidenses lo tienen todo de cara». «Un barril caro solo favorece los sistemas de producciones caros e ineficientes, como el fracking», añade. Al igual que Roset, ve en la política de la Casa Blanca un factor de pura inclinación económica: los argumentos de Trump para atacar Venezuela, más allá de la mala salud socioeconómica del país o el canal de los estupefacientes que llega al norte, son «excusas de un país dirigido por un presidente que es un empresario, no un servidor público; y que quiere lucrarse él y lucrar a sus amigos». En contra, solo ve capacidad de controlar la fiera en manos de la OPEP, que aún tiene suficiente fuerza para definir el ritmo del mercado. La parada productiva, señala el empresario, serviría para enviar un mensaje a la administración estadounidense: que, en cualquier momento, tienen capacidad para disparar las ventas y volver a equilibrar los precios. «Es una maniobra de alerta: si desestabilizas el mercado para encarecerlo, yo puedo amortiguarlo. Una advertencia a navegantes», reflexiona el dirigente del grupo Moure.

Así lo notarán los bolsillos
Frente al alboroto, cabe decir, los comercializadores no parecen especialmente preocupados. La diversidad de proveedores, sostienen los empresarios consultados, garantiza el suministro. Además, la movilidad durante las fiestas de Navidad suele ser más reducida, y el periodo invernal es de los que concentra un gasto en gasolina y diésel más bajo en Cataluña. Además, avisa Roset, la potencial escalada de precios que busca imponer Washington llega después de dos semanas de bajadas intensas. Según los datos del boletín petrolero semanal de la Unión Europea, el Estado español se mueve en la parte baja de la tabla del precio en monolito del carburante, con 1,48 euros el litro de sin plomo 95 y 1,45 euros el de gasóleo.
Para los intermediarios, la rebaja ha sido aún más intensa: «hace dos semanas yo estaba comprando producto a 1,40 euros, hoy a 0,94. En una semana ha bajado un 10% el producto refinado, que es mucho», identifica Roset. Aun así, advierte que las rebajas de noviembre pueden responder a la misma dinámica especuladora que explica los fenómenos geopolíticos. «La bajada también es mera especulación, pero querría decir que se está preparando algo, y que quizás empieza a subir en poco tiempo», alerta. Montero, por su parte, mantiene los ojos puestos en el Golfo -que, después del cierre de fronteras con Rusia, es el principal proveedor de la Europa occidental-. Si la OPEP activa su palanca productiva y vuelve a elevar los barriles vendidos, el precio en monolito que pagan los conductores catalanes se mantendría estable sin especial problema. Sin una apertura de los saudíes, sin embargo, «el barril se podría disparar por encima de los 80 dólares, y sin alternativas». «Existe el riesgo de volver a 1,80 el litro, con inflaciones disparadas», considera. Ahora bien, ve pocas posibilidades de llegar al peor escenario, en tanto que la organización de productores debería moverse antes. «Sería estúpido no hacerlo», concluye.

