Los tipos de interés, para los banqueros centrales conservadores del norte y el centro de Europa, están en «un buen punto«. El Banco Central Europeo ya lleva dos reuniones manteniendo intacto el precio del dinero ante una cierta estabilidad de precios y una economía comunitaria que parece salir del agujero del 2024. Los mercados de la Unión descuentan un diciembre tranquilo y un final de año sin sorpresas: el próximo jueves, cuando la presidenta del instituto emisor Christine Lagarde comparezca ante los medios de comunicación, anunciará otra vez que los intereses se quedan congelados en el tiempo, en un 2% que ya define la actividad económica en los 27 desde hace cerca de medio año. A pesar de la estabilidad, sin embargo, ya hace cuatro meses que el Euríbor -el índice de préstamos interbancarios en la región, que sirve de guía para el precio de las hipotecas y, además, de predictor bastante preciso para los movimientos de Frankfurt- sube poco a poco pero sin detenerse, hasta superar el 2,2% el mes pasado; y con la promesa de rozar el 2,3 a finales del 2025.
Los inversores y los expertos leen en este aumento una promesa de futuro: cuando el BCE decida mover los tipos de interés, lo hará en sentido ascendente. Y Alemania, como siempre que se han de endurecer las condiciones del crédito, ha salido a celebrarlo: la economista Isabel Schnabel, una de las principales voces técnicas del consejo de gobierno del Banco Central, declaró la semana pasada que hay verdad en estos atisbos. «El mercado especula que el próximo movimiento que haremos será una subida, aunque no será inmediata. Estoy bastante cómoda con esta estimación», aseguraba en una entrevista con la agencia económica estadounidense Bloomberg.
Los tipos bajos, cosa del pasado
«El mundo de los tipos bajos, o incluso tipos cero, que vivimos después de la crisis ya no existe», sentencia el profesor de Economía de la Universidad de Girona, Joaquim Clarà, en conversación con Món Economia. Ni siquiera en un momento de espiral de las principales economías de la Unión, los gobernadores del euro se han avenido a reactivar la economía con tipos por debajo del umbral del 2%. Los países más activos del continente, Alemania y Francia, parecen dejar atrás sus largas crisis económicas, aunque no muestran ni de lejos cifras brillantes: el tercer trimestre, el instituto estadístico alemán, Destatis, comunicó una congelación absoluta del PIB; mientras que el francés, el Insee, lo dejó en un mero 0,4% año a año. Para comparar, Cataluña ha confirmado este lunes un alza de su producto interior bruto del 2,4%, un ralentizamiento de cuatro décimas respecto del trimestre anterior. Por tanto, unos datos por encima del umbral del cero han sido suficientes para que los halcones, los economistas más conservadores, vuelvan a apuntar la flecha monetaria hacia arriba. El analista de la firma XTB, Manuel Pinto, insiste en que «no se esperan grandes titulares» este jueves; si bien otorga gran peso a las estimaciones económicas que haga el BCE para los 27: si son ligeramente positivas, una subida de tipos en 2026 será inevitable.

Para Pinto, las nuevas intenciones de los conservadores monetarios demuestran un «cambio de tendencia» en el mercado interno de la Unión: el proceso de desinflación ya habría terminado, lo que permitiría ver el 2026 como un año de «consolidación» para la cesta de precios. Un año que, opina, llega demasiado pronto: los grandes mercados del continente aún no han superado el golpe pandémico; y está por ver si el nuevo expansionismo de Bruselas vía gasto militar es suficiente para revitalizar las empresas alemanas, más que sacudidas por la crisis en el mercado del automóvil. Clarà añade, además, que una subida de tipos en 2026 puede tener consecuencias imprevisibles para los países más endeudados de la Unión, como es el Estado español; más aún cuando el próximo curso terminan buena parte de los programas vinculados a los fondos europeos Next Generation, y comenzarán a dibujarse los programas de retorno de aquel capital mancomunado que haya llegado a las empresas en forma de préstamos.
«El escenario ideal, si ya ha terminado la desinflación, sería otro recorte de tipos y esperar la evolución de los mercados antes de volver a subirlos», argumenta Pinto. La Europa central, sin embargo, tiene otra idea. Según el experto, los banqueros alemanes y austríacos, históricamente más desconfiados con sus socios del sur, «no quieren tener que hacer de policía de la deuda» durante más tiempo; y prefieren volver con celeridad a un escenario más exigente para evitar que los gobiernos español, italiano o griego, entre otros, opten por aumentar aún más sus endeudamientos. Aún más cerca de ciclos electorales intensos, en los que el gasto público «puede no tener sentido económico, pero sí político» para los ejecutores. «La irresponsabilidad fiscal puede avivar la inflación, y eso es lo que no quieren los halcones», sostiene Pinto.
La banca aún puede ganar más
Las consecuencias de una subida de tipos a corto plazo son diversas, aunque todas ellas son buenas para el sector financiero. En 2025, cuando el BCE asumió los recortes del precio del dinero más significativos, los principales analistas comenzaron a cuestionar los beneficios de la banca, especialmente los sectores regionales más débiles, como el español, altamente dependientes de los márgenes de intereses. Cerca de un año después, las corporaciones crediticias han desmentido cualquier preocupación sobre sus balances, con trimestre tras trimestre de récords de ingresos. Al cierre de septiembre, los cuatro bancos más grandes del Estado acumularon unas ganancias de más de 24.000 millones de euros; y, tras tres largos cursos de beneficios inauditos, ya guardan en las arcas un capital extraordinario de más de 15.000 millones de euros, que se repartirá en forma de dividendos, recompras de acciones y reinversiones. Si los tipos vuelven a subir, la tendencia puede ser aún más marcada, tanto a corto plazo como a medio. Pinto alerta que la expectativa de una subida en el verano del 26 puede «ralentizar la actividad económica» inmediatamente; pero garantizaría un alza a partir del verano.
Clarà, por su parte, lo ve aún mejor para los banqueros: tanto empresas como clientes privados podrían acelerar el crédito durante la primera mitad del 2026 si asumen que se encarecerá en la segunda. «Es esperable que la actividad inversora acelere los primeros meses del año, para tener financiación más barata», sostiene el profesor. Así, las empresas tecnológicas, el tejido industrial o el mundo emergente podrían adelantar sus operaciones con la banca en los primeros meses del curso, añadiendo más actividad y, con ella, más beneficios al sector bancario.

El volcán en Washington
Cualquier movimiento que ponga en marcha el BCE tiene de telón de fondo el desorden en su homólogo norteamericano, la Reserva Federal. Solo una semana antes de la reunión de gobernadores en Frankfurt, la Fed implementó un recorte de tipos de interés de 25 puntos básicos, hasta el 3,25%-3,75% con una oposición interna histórica -tres votos contrarios a la propuesta del presidente, Jerome Powell; dos de enemigos del presidente Donald Trump buscando mantener el precio del crédito intacto, y uno de un aliado acérrimo que reclamaba bajadas aún más intensas-. Todo ello, pocos meses antes del cambio de presidencia en la agencia monetaria del país, en un giro que el mercado teme que la lleve a una dependencia política total del Despacho Oval. «Si el nombrado es (el republicano y expresidente del Consejo Nacional de Economistas) Kevin Hassett, los inversores temen que será muy presionado políticamente», vislumbra Pinto, para que hunda aún más el precio del crédito.
«Trump quiere una política expansionista, negar el mercado de dólares aunque estén muy baratos», añade Clarà, que reclama que, con este panorama al otro lado del Atlántico, el BCE deje de mirar las barbas del vecino. «Los Estados Unidos y Europa ya no somos un bloque, nos tenemos que desacoplar», insiste el profesor; que no ve ningún riesgo en una diferencia monetaria marcada entre las dos capitales. Tampoco en el tipo de cambio de las divisas, que ya es muy favorable al euro -1,17 por cada dólar-, y que lo será aún más si la Casa Blanca implementa su programa financiero. Es cierto que con un euro muy caro, las exportaciones europeas hacia los EE.UU. serán más costosas; pero también que la compra de petróleo o materias primas será más barata. Además, las empresas estadounidenses «necesitan productos multinacionales», y no están logrando atraer fábricas extranjeras a un ritmo que haga viable ningún tipo de aislacionismo. «No debemos preocuparnos por las cosas que hagan los americanos», concluye el experto.

