La precariedad laboral, la imposibilidad de acceder a una vivienda y la buena relación con los padres aparecen como ejes que explican este fenómeno, según el psicólogo. Su análisis no se limita a las cifras: incorpora factores emocionales y sociales que convierten a España en un caso particular dentro de Europa, donde los jóvenes suelen emanciparse varios años antes.
La precariedad laboral como barrera decisiva
Urra señala que, aunque se ha avanzado en muchos aspectos, la juventud actual vive atrapada en contratos temporales, becas mal pagadas y trabajos inestables. Muchos de estos empleos no permiten ahorrar ni construir un proyecto de vida independiente. El psicólogo recuerda que en otras generaciones, a pesar de las dificultades, había más posibilidad de consolidar un empleo antes de los treinta.
El retraso en la emancipación se asocia directamente con esta incertidumbre. “Un joven que no tiene seguridad laboral difícilmente se planteará alquilar o hipotecarse”, resume el experto. La precariedad laboral no solo frena la independencia económica, sino que afecta también la autoestima y la confianza de aquellos que ven cómo sus planes se aplazan indefinidamente.
El peso del mercado de la vivienda en la emancipación
A la fragilidad laboral se suma el problema de la vivienda. Urra es tajante al respecto: “Es imposible alquilar o comprar”. Los precios de los alquileres superan con facilidad el 40 % de los salarios de los jóvenes, lo que convierte la independencia en una quimera. Comprar, por su parte, exige condiciones que solo una minoría puede cumplir.
Los datos acompañan su reflexión: España presenta una de las tasas de emancipación más tardías de Europa, y la principal razón es económica. Mientras que en otros países existen políticas públicas más amplias de apoyo a la vivienda, en España la presión del mercado inmobiliario ha dejado a la juventud en una situación de clara desventaja. Urra recuerda que este problema no solo afecta a los jóvenes, sino también a las familias, que deben prolongar su papel de apoyo económico mucho más de lo previsto.
Cultura familiar y vínculos afectivos
El análisis del psicólogo no se queda en lo económico. También destaca un rasgo cultural que diferencia a España de otros países europeos: la proximidad emocional entre padres e hijos. “Hay una relación bastante buena en general entre hijos y padres… aunque luego haya chispas”, explica. Esta convivencia fluida convierte la permanencia en el hogar en algo menos problemático, incluso cómodo, para ambas partes.
En sociedades donde la independencia es un valor prioritario, como en los países nórdicos, resulta impensable que un adulto permanezca con los padres más allá de los 25. En España, en cambio, la convivencia prolongada se percibe como un fenómeno natural, alimentado por la tradición familiar y la solidaridad intergeneracional. Urra insiste en que esta proximidad no debe verse siempre como un problema, sino como un apoyo en tiempos de inestabilidad.
La sobreprotección y la madurez tardía
Aun así, el psicólogo también advierte de los riesgos de una convivencia demasiado prolongada. Habla de una “inmadurez colectiva” que, en parte, nace de una crianza sobreprotectora. Padres y madres que resuelven problemas de sus hijos sin darles margen para afrontar dificultades pueden fomentar una dependencia emocional que retrasa la autonomía.
“Muchos jóvenes viven una adolescencia extendida”, apunta Urra. Esta madurez tardía no solo responde a los factores económicos, sino también a dinámicas familiares que facilitan la comodidad. Cocinar, pagar facturas o resolver trámites administrativos son habilidades que algunos jóvenes no desarrollan porque el entorno se lo resuelve. El psicólogo subraya que la independencia no es únicamente económica, sino también vital, y que retrasarla puede tener consecuencias emocionales a largo plazo.
Un presente que domina el futuro de los jóvenes
Otro elemento que preocupa a Urra es lo que llama “presentismo”: una tendencia de los jóvenes a vivir intensamente el hoy sin proyectarse hacia el mañana. La falta de confianza en el futuro, unida a la precariedad y al mercado inmobiliario, lleva a que muchos se concentren en disfrutar del momento. Viajes puntuales, experiencias inmediatas y ocio se convierten en prioridades frente a proyectos a largo plazo.
Esta manera de vivir, aunque comprensible, debilita la planificación personal. Urra advierte que muchos jóvenes sienten desesperanza y no creen en un proyecto vital sólido, lo que refuerza el círculo de la dependencia familiar. Si el futuro parece inalcanzable, quedarse en casa se percibe como una solución lógica. El problema aparece cuando esta solución provisional se transforma en una condición permanente.
¿Hacia dónde vamos como sociedad?
El psicólogo plantea una reflexión incómoda: ¿hasta qué punto la sociedad española está preparada para que la juventud tarde cada vez más en emanciparse? El fenómeno no es anecdótico, sino estructural, y tiene consecuencias directas en la natalidad, el consumo y la estabilidad emocional. Padres que mantienen durante décadas a sus hijos, jóvenes que posponen sus proyectos y un país que observa cómo se retrasa la madurez social.
Urra insiste en que no se trata de culpar a los jóvenes, sino de entender un contexto donde convergen precariedad laboral, vivienda inaccesible, vínculos familiares sólidos y dinámicas de sobreprotección. Su conclusión es clara: mientras no se aborden de manera conjunta estas variables, la emancipación continuará siendo un horizonte lejano para muchos.
La pregunta que queda en el aire es inevitable: ¿cómo se construirá el futuro de una sociedad donde la juventud no puede —o no quiere— emanciparse antes de los treinta y tantos?
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