La historia de Pablo Ojeda no es solo de redención. Es un llamado de atención sobre cómo la ludopatía puede arrastrar a cualquiera al abismo, pero también un mensaje de esperanza.
Durante años, Pablo vivió al límite. Del exceso de peso a la adicción al juego, de los hoteles a los portales, de robar para sobrevivir a ayudar a otros a vivir mejor. Su cambio no fue inmediato ni lineal. Pero fue posible. Hoy, difunde salud en la televisión, da charlas y escribe sobre su experiencia.
El infierno del juego
Todo comenzó con pequeñas apuestas. Pablo tenía 22 años cuando empezó a jugar a las máquinas tragaperras. “Al principio eran solo monedas. Luego era todo lo que tenía”, recuerda. Pronto, el juego dejó de ser un entretenimiento y se convirtió en una necesidad urgente, en un hábito oscuro que dominaba su día a día.
La ludopatía no solo vació su cuenta bancaria. Lo fue vaciando por dentro. Perdió relaciones, trabajo, salud, y llegó a ocultar tanto su problema que dejó de reconocerse. Durante esa etapa, llevaba una libreta donde apuntaba qué puentes lo protegían mejor de la lluvia, qué parques tenían duchas y qué albergues lo aceptaban sin preguntas.
“Sabía que si no paraba, acabaría bajo un puente. Literalmente. Por eso los apuntaba”, confiesa sin tapujos.
“Estuve a punto de vender un riñón”
Las cosas se salieron completamente de control cuando, en un intento desesperado por conseguir dinero, vendió el coche de su padre sin permiso. Esa fue la gota que colmó el vaso. Lo detuvieron. Se bajó el telón.
En ese momento, Pablo se derrumbó. Y habló. “Lo confesé todo. Ya no podía seguir ocultando mi ruina. Era eso o morir lentamente”, relata. En medio del colapso, incluso se planteó vender un riñón para poder seguir jugando. “Lo pensé seriamente. Esa es la locura de la adicción.”
La detención fue el punto de inflexión. Decidió entrar en rehabilitación y comenzar un tratamiento intensivo. Sabía que no bastaba con querer salir: tenía que tomar decisiones duras.
Renunciar a todo para volver a empezar
El primer paso fue cortar con todo. Amistades, bares, lugares asociados al juego. Cambió el número, la rutina y los hábitos. “Tenía que asumir que no podía confiar en mí mismo. Así que me puse reglas estrictas.”
Durante meses, no llevó dinero en efectivo. Evitaba calles donde había salas de apuestas. No se permitía entrar en bares con máquinas. Cualquier pequeño desliz podía ser fatal. “Recaer no era una opción. Era cuestión de vida o muerte.”
En ese proceso, también se enfrentó a otra sombra: su obesidad. Había llegado a pesar 138 kilos. Comía compulsivamente, igual que jugaba. Por eso, comprendió que su cuerpo también necesitaba una transformación.
La nutrición como tabla de salvación
La nutrición no fue solo una salida profesional. Fue una salvación personal. Comenzó a estudiar, a investigar, a cambiar su relación con la comida, con el cuerpo y con el tiempo. Aprendió que sanar también implica entender el porqué del mal.
Poco a poco, Pablo construyó una nueva vida. Se formó como nutricionista y comenzó a ayudar a otros. Su experiencia lo hizo especialmente empático con personas con trastornos de la conducta alimentaria o adicciones. Sabía lo que era tocar fondo.
Hoy, trabaja como divulgador de hábitos saludables en medios de comunicación. Aparece regularmente en televisión, ofrece charlas, y ha publicado un libro autobiográfico donde narra su proceso. No se presenta como un héroe, sino como alguien que eligió no hundirse más.
Las cicatrices que permanecen
Aunque han pasado años desde su última apuesta, Pablo no baja la guardia. Sabe que la adicción no desaparece, solo se transforma. “El día que me relaje, estoy perdido”, afirma.
Durante el proceso de recuperación, se enfrentó a una verdad dolorosa: no recordaba casi nada de los primeros años de vida de su hija mayor. “Perdí momentos que no volverán nunca. Estas son las heridas que no se ven.”
Por eso, continúa imponiéndose límites. No entra en lugares donde puede haber riesgo. Se rodea de personas que lo cuidan. Comparte su historia para recordarse a sí mismo de dónde viene.
“No me da vergüenza contar lo que viví. Me da miedo olvidarlo.”
“Si yo salí, cualquiera puede salir”
Pablo Ojeda es hoy una voz que resuena en aquellos que se sienten atrapados. Su mensaje es claro: la adicción no discrimina, pero la salida es posible. Requiere coraje, ayuda y decisiones firmes.
“No hay recuperación sin responsabilidad. Pedir ayuda no te hace débil. Te hace humano.” Esta es su frase más repetida.
Inspira con realismo. No promete fórmulas mágicas. Advierte que habrá recaídas emocionales, momentos de duda, tentaciones. Pero insiste en que cada día puede ser el primero de una nueva vida.
Del abismo a la salud: una historia que merece ser contada
Pablo Ojeda no solo venció a sus demonios, los convirtió en impulso. No es un gurú ni un ejemplo de perfección: es un hombre que decidió no hundirse más. Que habló, pidió ayuda y cambió.
¿Conoces a alguien que necesite escuchar esta historia? Compártela. Podría marcar una diferencia.