La tradición contra los problemas de liquidez de los estados es clara. Un gobierno con dificultades de acceso a divisas truca dos teléfonos: el del Fondo Monetario Internacional y el de los Estados unidos. La reserva federal y el organismo dirigido por Kristalina Georgieva hace décadas que se mantienen como los principales prestamistas de última instancia –aquellos que, mediante inyecciones de liquidez, evitan la quiebra de las tesorerías de terceros estados–. Un reciente informe del Banco Mundial en colaboración con el Instituto Kiel revela, pero, que las tendencias están cambiando. Especialmente, entre países del Sur global, aquellos fuera de los núcleos de poder financiero clásicos alrededor de Frankfurt y Washington, China está cambiando los equilibrios económicos globales. El informe, según explica a
En los últimos dos años, como recuerda Burguete, los préstamos chinos se han elevado hasta los 92.000 millones de dólares, alrededor del 40% del que ha ejecutado el Fondo Monetario Internacional –una cifra a coger con cautela, justo es decir, dado que una parte corresponde a
Muchas de las operaciones de ayuda que China pose a disposición de sus aliados se concretan en acuerdos de swap de divisas, sea en Renminbi o en dólares. Así, las ayudas de la banca china operan como una línea de crédito: «el dinero están, pero no los tienes que usar si no te hacen falta». Si bien reclama intereses mucho más elevados que los prestamistas occidentales –un 5% por el 2% que reclama el FMI– Burguete apunta que hasta ahora «no hay evidencia que el gobierno chino dicte disciplina económica». Es decir, los países deudores tienen que pagar más, pero a cambio no reciben directrices económicas de ninguna autoridad de Pekín, al contrario que, por ejemplo, en el caso griego, en que el rescate fue acompañado de un programa de austeridad que, a largo plazo, ha acabado para hundir la economía del país.
Así, según apuntan desde el Banco Mundial, si bien la posición china es todavía humilde en comparación con la que ocupan el FMI o los Estados Unidos como prestamistas de última ratio a países cerca de la quiebra, cada vez se acerca más a un papel protagonista. De hecho, los autores identifican «paralelismos históricos» con el rol que varias entidades públicas norteamericanas asumieron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando enviaron «fondo de rescate a países con grandes deudas hacia bancos o exportadores estadounidenses». De una manera similar, de hecho, parte de la deuda que ataca la liquidez de los países que acceden a las ayudas chinas es, precisamente, con bancos o empresas –principalmente constructoras– de la república popular. «De alguna manera –ironiza Burguete– también rescatan su propio sistema financiero».

China no presta gratis
Si bien es cierto que China no impone –que se sepa– una disciplina económica a sus deudores, los rescates tienen un marcado sentido geoestratégico. Después de años buscando una conexión con Europa vía la iniciativa Belt and Road, la pandemia ha hecho replantear los objetivos a largo plazo de la potencia asiática. «Hay cierto replanteamiento, una reconfiguración: se preguntan en qué mercados quieren estar», razona el investigador del Cidob. Así, el objetivo chino es un acceso prioritario a ciertos ecosistemas clave en los próximos años. Mediante estas ayudas financieras, el gobierno de Pekín se asegura «alianzas» con actores clave de una cadena de suministros cada vez más tensa. Los rescates chinos, más que un pago de intereses, buscan asegurarse la prioridad en cuanto a materias primas o el uso de infraestructuras estratégicas. «En uno en torno a competencia global para asegurar el acceso a materiales, es una herramienta más para conseguir acceso preferencial» a los mercados más relevantes en procesos como la transformación digital o la transición energética.
Menos cinturón, menos carretera
Años atrás, parecía que el foco de China estaba en una expansión de su presencia internacional por el camino de las infraestructuras. La famosa Belt and Road initiative, una suerte de nuevo Pla Marshall chino, ponía el foco en una «revolución de las infraestructuras» que acabara conectando los centros de poder chinos con la Europa occidental. Las concreciones constructivas del proyecto, pero, han generado «muchos problemas». «Hasta el 60% de las inversiones de China al extranjero han supuesto problemas financieros, mientras que hace 10 años solo eran un 5%», alerta Burguete. Estas condiciones –una mezcla de carencia de transparencia, impagos y dificultades para completar las tareas en varios países– estallaron con la pandemia, cuando el capital humano chino dejó de moverse y, por lo tanto, muchas de las ejecuciones estructurales se pararon. «A partir del 2017 empieza a bajar la inversión en construcción», subraya el investigador, –una coincidencia temporal importante con la reciente aceleración de ayudas por la vía de los préstamos de último recurso–.