La sombra de Jacques Delors ha sobrevolado una 39.ª reunión del Círculo de Economía infestada de tensiones políticas. Los escasos puntos de las jornadas dedicados al lema de este año –
Para defender sus posiciones, Letta publicó el pasado mas de abril un gigantesco informe encargado por el Consejo de la Unión para reclamar un nuevo impulso a la transición hacia el mercado único. El primer impedimento, se encontró, es físico: «cuando viajaba por los países del continente, me di cuenta que me podía mover en tren de alta velocidad por dentro de los países sin problema; pero no hay manera de ir de capital a capital», recuerda, incrédulo. La unidad cultural que reconoce a los 27 -«antes era un inmigrante italiano en Francia, ahora soy un ciudadano europeo que decide vivir»- no se ha trasladado al ámbito económico. Los sectores estratégicos donde hace falta más esta unidad -la banca, las comunicaciones y los productos energéticos- son, precisamente, los más nacionales. Sin estas palancas comunes, la Unión se encuentra en «grandes problemas en términos de competitividad». El escollo, pero, no es técnico: es perfectamente posible echar en tierra las fronteras para las finanzas, la inversión y el ahorro. La razón del atraso, asegura el exprimer ministro, es política: «Cada país quiere tener su banderita a la bolsa; quiere mandar sobre el supervisor». Es decir, ninguna capital comunitaria está todavía dispuesta a hacer un movimiento que se percibe como una cesión de soberanía hacia Bruselas.
Las finanzas tienen que ser el primer paso para la unificación, contempla Letta, porque cualquier ambición transeuropea necesita una importante dosis de financiación; una financiación que solo sería accesible con una banca bastante grande para decirse continental. Ahora bien, reconoce también que el 2008 dificultó enormemente cualquier conversación entre instituciones y ciudadanos sobre la realidad del mundo bancario, porque «conservamos el estigma de la Gran Recesión». Se hace complicado, después de Lehman y sus acólitos, de explicar a los contribuyentes que una banca más grande tendría un «propósito más elevado»; pero el director del instituto Delors lo enfatiza. La integración bancaria, apostilla, es «la única manera de financiar una transición ecológica, digital y justa» como la que necesita la UE. La ausencia de capitales conjuntos se encuentra, en parecer suyo, en el origen de muchas de las revueltas que se empiezan a ver -y se continuarán viendo- a los 27. Letta recuerda haberse reunido con el campesinado polaco en medio de sus protestas de principios de este año. La aplicación del pacto verde europeo, reprochaban los campesinos, «costa 500.000 millones el año, pero todavía no habéis dicho de donde sacaréis este dinero». Bruselas, pues, entoma reformas que necesitan una cantidad ingente de dinero; pero no favorece que este dinero estén disponible. La rendija crecerá hasta tragarse otros muchos sectores. «Después del campo vendrá la industria del automóvil; y la única manera de impedirlo es forjar un claro camino europeo para financiar la transición», sentencia.
Independencia europea
El año 1985, cuando Delors logró los primeros brotes de integración europea, «India y China concentraban el 5% del PIB mundial». Cuatro décadas después, con una Europa a todos efectos igual de unida -igual de fragmentada- las dos potencias asiáticas superan una cuarta parte de la capacidad económica del planeta. Los Estados Unidos, en retroceso pero todavía mucho por encima de la competencia, buscan expandirse por no hundirse en el callejón sin salida de Pekín. Enmedio, una UE parada por sus debates internos. «No tenemos tiempo a perder, o las grandes potencias se nos escaparán», apresura Letta. El exmandatari reconoce que cualquier concesión levantará polvareda «nacionalista y populista» dentro de los mercados más potentes; pero la resistencia interna acabará para chocar con el crecimiento que, según las posiciones federalistas, llegará con una unión de mercados.

El grande beneficiado de este paso, a parecer del italiano, serán las pequeñas y medianas empresas, mayoritarias al continente. «Las pymes no pueden sacar provecho del actual mercado único», lamenta. La solución, el que denomina un «28.º régimen» legal, regulador y fiscal. Una norma común para facilitar la vida al sector privado que sirva de «clave maestra» por accedido a Europa. El tejido económico de base ganaría por la eficiencia de un libro de reglas único; y la inversión extranjera dejaría de ver Europa como un puzzle inacabable de organismos supervisores y normativas contradictorias. «Cuando presenté el informe en la Cámara de Comercio de los EE. UU., sentí que se deslumbraban los ojos de los empresarios», ironiza.
Defensa e industria europea
En el mundo del renacer de los polos y los conflictos bélicos, Europa «tiene que hablar de defensa». Tanto es así, de hecho, que Letta se permite añadir al trípode de Delors la industria militar como cuarta pata. Las ayudas militares en Ucrania en la guerra contra Rusia son un claro ejemplo. La inversión europea en material para la resistencia de Kiev ha estado ingente, pero solo un 20% de los euros emitidos por Bruselas a este fin han ido a parar a empresas locales. El 80% de la financiación del conflicto, lamenta Letta, «ha creado puestos de trabajo en Michigan, en Turquía o en Corea del Sur». Por contraposición, las compras estadounidenses se han concentrado mayoritariamente en compañías internas. Las humedades de una Europa fragmentada, pues, hacen aparecer nuevas setas con cada conflicto político. A pesar de la muchedumbre de agujeros al proyecto de la Unión, el italiano se muestra optimista: después de la pandemia, por primera vez «los cuatro grandes países se han alineado» en la defensa de un mercado único completo. Si bien el Estado español, Italia y Francia ya estaban históricamente de acuerdo, la influencia de Washington había pesado sobre la postura alemana. Berlin, pero, se ha desempallegat forzada por la pérdida del gas ruso, y los intereses empiezan a coincidir. «Empiezo a ver reacciones positivas de los principales líderes» concluye Letta.