«Una integración financiera incompleta es el talón de Aquiles de una economía: genera vulnerabilidades y riesgos de fragmentación», sentenciaba el que fuera presidente del Banco Central Europeo y primer ministro italiano Mario Draghi, uno de los grandes proponentes contemporáneos del federalismo económico de los 27. Desde la publicación de su ya famoso informe económico, Draghi ha recorrido Europa clamando por un mejor funcionamiento, uno más conjunto, de las instituciones continentales. Las llamadas del banquero, y de su paisano Enrico Letta, a una Europa articulada se hacen más potentes con los sacudones geopolíticos que Bruselas no deja de recibir, y que claramente amenazan el futuro de la comunidad como potencia económica. En una reciente ponencia en la fundación Repsol, Letta alertaba de la condición de «colonia financiera» que Europa padece frente a los Estados Unidos. Sin romper este lazo, lamentaba el mandatario, «no seremos capaces de progresar». Los reports Draghi y Letta son recientes; pero la cita anterior no lo es: aún al frente del regulador monetario, en el año 2014, el romano se dirigía a los miembros del Parlamento Europeo pidiendo reformas federalizantes para garantizar el encaje financiero de la UE en su entorno global, entonces aún amenazado por las rémoras de la Gran Recesión. En una nueva década, la maquinaria continúa igual de oxidada: un reciente estudio elaborado por varios economistas del Banco Central Europeo, bajo el título La geografía del capital en la UE constata que, lejos de avanzar, «la Zona Euro está menos integrada financieramente de lo que parece; tanto internamente como frente al resto del mundo«.
De todas las fronteras comunitarias, según el documento publicado por el BCE, hay tres especialmente elevadas -tres que, de hecho, trastornan el conjunto del cálculo de los activos financieros que se mueven efectivamente por los mercados europeos-: los Países Bajos, Luxemburgo e Irlanda. Estos tres mercados, a menudo criticados como una suerte de paraísos fiscales internos, operan -a juicio de los autores- como centros financieros exteriores, ajenos a la dinámica continental. «Se trata de centros financieros offshore internos (OOFC), porque son mercados locales que actúan en muchos aspectos como otros actores offshore«, indican.
Así, según los autores del informe, las estimaciones de posiciones inversoras en el conjunto de la Unión son mucho más bajas, a efectos prácticos, que lo que recogen las cifras oficiales, en tanto que muchas de las inversiones recogidas se hacen desde carteras situadas fuera de la UE aprovechando las elevadas barreras fiscales de estos tres países -es decir, a pesar de operar en suelo comunitario, las laxas normas fiscales de los países mencionados atraen capital que ni se mueve ni prospera para Europa-. «En lugar de las posiciones de 6,1 billones de euros en bonos y 4,2 billones en equity, estimamos que la propiedad europea cae hasta los 3,4 y los 2,8 trillones», respectivamente. Es decir, los movimientos de capital genuinamente continentales se reducen a la mitad cuando se tiene en cuenta el papel neerlandés, irlandés y luxemburgués a escala de los 27.

Sin lecturas correctas
Se trata de un problema, según indica el documento, marcadamente estadístico: las normas fiscales de Luxemburgo e Irlanda especialmente; y los Países Bajos a la cola. Así, inversiones transfronterizas que, materialmente, se hacen desde fuera de la Unión Europea en estos paraísos internos se recogen, de hecho, como capital situado en los OOFC descritos por los autores. Sobre los datos de la UE, así, Luxemburgo es el país, según los datos públicos de la UE, con carteras inversoras internacionales por más valor, con unos 2,5 billones de euros, muy por encima de los Estados Unidos y de las cuatro grandes economías comunitarias.
Los cálculos de los especialistas consultados por el BCE, que buscan filtrar este capital foráneo y listar los portfolios realmente existentes en la UE, dibujan una imagen diferente, prácticamente opuesta, a la de las cifras oficiales. Según el informe, sin estos beneficios contables, los tres mercados offshore internos de la UE se hunden en acuerdos de financiación; y quedan por debajo de todas las economías dinámicas de la UE, e incluso de Bélgica y el Reino Unido. De hecho, según se puede observar en el mismo documento, las carteras inversoras locales son prácticamente inexistentes en Irlanda y en Luxemburgo: la inmensa mayoría de los activos que se sitúan allí se dirigen hacia países de fuera de la Unión Europea. Por contraste, en Alemania, la práctica totalidad de los hóldings financieros parten de capital doméstico, a pesar de que algunos vayan destinados a activos foráneos.
Un mercado pequeño
Si las estimaciones de una Europa no federalizada alejan la economía local de la de las principales potencias, los resultados de este reciente informe revelan una posición financiera, aseguran los autores, aún más precaria. «Las actividades financieras que se llevan a cabo en los países offshore de la UE hacen crecer artificialmente la integración financiera de la Unión respecto del resto del mundo», sentencian; todo retornando a la enorme distancia entre las cifras oficiales y las que realmente se corresponden a capital comunitario. Este espacio entre los fondos reales y los registrados fundamenta, recuerdan los economistas encargados del paper, la teoría de la «riqueza perdida» del economista Gabriel Zucman: la ausencia de datos fiables de muchos de los países que operan como los mencionados hace que haya billones de dólares en movimiento en el planeta que, a todos los efectos, no se pueden localizar.
«La escala de riqueza perdida en Luxemburgo e Irlanda es enorme»; aseguran, elevándola hasta los 3,2 billones de euros -a finales del 2020, los últimos datos completos de los cuales tienen constancia-. Buena parte de este capital, según el estudio, podría venir del Reino Unido, ya que, de estas «posiciones no vigiladas», más de un tercio se habrían tomado en libras esterlinas en el caso irlandés; mientras que en el pequeño ducado centroeuropeo la discrepancia supera los 500.000 millones de euros. De hecho, el comportamiento de estos inversores -a dónde dirigen su capital y sus preferencias respecto a los activos- encaja, según los investigadores, con la teoría británica. Un estudio directo de las líneas estratégicas de los fondos con sede en el Reino Unido a través de Luxemburgo se asemejan más a las del capital foráneo que no a lo que hacen los locales; y mucho menos los europeos. «Si el Reino Unido mediara fondos para inversores de la UE, esperaríamos que su comportamiento fuera más similar a estos», razonan. El resto de actores globales, se deriva, acumulan posiciones más pequeñas: tanto la UE como los Estados Unidos hacen un seguimiento fiable de sus posiciones en los OOFC. Los paraísos fiscales extracomunitarios, como las Islas Caimán o Suiza, han ido perdiendo protagonismo; «en línea con los hallazgos del informe Global de Evasión Fiscal del 2024», que reducía a la mitad el protagonismo helvético en la gestión de fondos offshore respecto de su liderazgo previo a la crisis financiera del 2008.