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La baja confianza en bancos centrales reduce efectos de tasas de interés

El Banco Central Europeo ha ocupado en los últimos dos años un lugar en el discurso público que no era suyo desde la crisis financiera de 2008. La espiral inflacionaria que surgió de la concatenación de crisis de los primeros compases de la década de 2020 obligó a Frankfurt -así como a sus homólogos en los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y el resto de mercados occidentales- a tomar cartas en el desarrollo económico, con el fin de devolver a una razonable normalidad una escalada de los precios de consumo que redujo sustancialmente -y todavía lo hace, aunque no con tanta intensidad- el poder adquisitivo de las rentas del trabajo; así como de autónomos y pequeños empresarios, de todo el planeta. Las tasas de interés han coqueteado con máximos históricos en ambas orillas del Atlántico, con efectos secundarios evidentes en la caída de los préstamos hipotecarios y al consumo y la intensa ralentización de mercados como el residencial o el del automóvil, dos de los más informados por el estado de salud del crédito en el continente. Ahora, ya fuera de peligro, el costo del dinero vuelve a la baja; pero la transmisión de la política monetaria -los efectos sobre la economía real de las decisiones de los gobernadores del BCE- ha sido lenta. Según la misma presidenta Christine Lagarde, dos años después del inicio de las decisiones en este sentido, el traslado al final de las cadenas de valor aún no es completo. Las lecturas de esta frenada transferencia son diversas, si bien un reciente estudio del economista alemán y experto en investigación en política monetaria Michael Ehrmann apunta a un factor clave mucho más mundano de lo que se podría esperar: el público no confía tanto como antes en el BCE, la Fed o el Banco de Inglaterra.

A pesar de que las decisiones de un banco central pueden parecer algo extremadamente lejano a los ciudadanos -que un comprador, al fin y al cabo, se encuentra con los movimientos políticos y no puede hacer más que vivir con ellos-, tanto Lagarde como su homólogo estadounidense Jerome Powell necesitan que el consumidor se crea sus líneas discursivas. Tal como apunta Ehrmann en el estudio, cualquier efecto que una política monetaria deba tener sobre la economía en la que se aplica depende de la inflación, por supuesto; pero también de las expectativas que haya respecto a la curva de precios. Varios estudios económicos recientes han encontrado que unas mejores expectativas inflacionarias -la creencia de que los precios permanecerán estables a medio plazo- ayudan a estabilizar la economía; y estas suelen acompañar la confianza del público en los bancos centrales. Y al contrario: una reciente investigación sobre las tendencias de consumo de los compradores japoneses demostró que la mala imagen que los ciudadanos tenían del Banco de Japón elevó por encima de lo esperado las expectativas de inflación, lo que trastocó sus hábitos de compra y, a su vez, obligó al regulador monetario a alargar su período de endurecimiento del costo del crédito -un movimiento que les costó un importante susto en la bolsa el pasado mes de agosto, por la retirada de inversores atraídos por el bajo precio del yen-.

En conjunto, cabe decir, parte de unos reguladores mucho mejor vistos por los ciudadanos que los de la segunda mitad del siglo pasado. Mucho antes de la entrada en vigor del euro, recuerda Ehrmann en su informe, «las experiencias de los 70 y los 80» fueron sustancialmente más duras, con aterrizajes problemáticos de la curva de precios, largos períodos de inflaciones elevadas y efectos recesionistas en la mayoría de economías del planeta. Respecto a hace 40 años, pues, «la política monetaria creíble y una inflación mejor anclada» han mejorado la confianza de los usuarios finales en los bancos centrales. Ahora bien, si la referencia es la de este siglo, los institutos emisores quedan en una mucho peor posición. Durante los primeros años de su vida institucional, el BCE disfrutó de unos niveles de confianza del público moderados, pero estables, entre el 20 y el 30%. Con la caída de las economías europeas durante la crisis de 2008, la visión que los ciudadanos tenían del regulador se desplomó hasta los 20 puntos negativos; y todavía ahora ronda el 0, según los datos de la encuesta de expectativas de los consumidores del Eurobarómetro. El reciente ciclo inflacionario, cabe decir, hundió el gráfico europeo en negativo por primera vez desde la Gran Recesión, mientras que el británico llegó al -20% en el peor momento de la espiral. Así pues, y más allá del estado del mercado, la fe de los europeos en la política monetaria que los mueve es un factor a tener en cuenta para explicar la resistente inflación que aún se mantiene en sectores como los servicios, y que los gobernadores insisten reunión tras reunión que hay que reducir antes de abordar rebajas de tasas más agresivas.

El vicepresidente del Banco Central Europeo Luís de Guindos / EP
El vicepresidente del Banco Central Europeo Luís de Guindos / EP

Perder la confianza

Según Ehrmann, la confianza en las instituciones -en concreto, las monetarias- es una divisa especialmente frágil, muy fácil de perder en contexto de crisis y difícil de recuperar incluso cuando regresa la bonanza económica. Según la investigación de campo de un reciente paper centrado en los Países Bajos, la reciente caída económica del país ha provocado una «sustancial caída en la confianza tanto en el BCE como en el DNB -el banco central neerlandés-«. Ahora bien, a menudo la asignación competencial de los niveles administrativos ayuda a los institutos emisores a liberarse de la furia de los compradores: el mismo documento prueba que un buen contingente del público holandés «piensa que mantener la estabilidad de precios es responsabilidad del gobierno»; hecho que corresponde con la plaga de caídas de ejecutivos occidentales justo a la salida de la crisis inflacionaria -un argumento que se ha utilizado para explicar la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, pero también las dificultades del presidente francés Emmanuel Macron para apaciguar su gobierno o la caída del canciller alemán Olaf Schölz-. La salida del túnel, sin embargo, no garantiza que se reconstruyan los lazos entre ciudadanía y administraciones, dado que, según los resultados de los estudios consultados por Ehrmann, «reconstruir la confianza lleva mucho más tiempo que reconstruir la economía».

Amenazas crecientes

Construir vías de confianza con el público, asegura el experto, es una tarea compleja, a menudo fuera del alcance de las competencias del banco central. Un desarrollo económico favorable que se sostenga en el tiempo es una clara vía para este fin, pero está a menudo «fuera del alcance» de los organismos reguladores. Por otro lado, cuestiones como las mejoras comunicativas o la transparencia tienen, según el informe, efectos limitados, puesto que una exposición demasiado agresiva de la ciudadanía a decisiones monetarias de alto nivel a menudo lleva a insertar dudas. La normalidad, pues, juega a favor de los institutos emisores; una normalidad que, como constata Ehrmann, cada vez está más en duda en las economías occidentales. El estudio cierra con una serie de factores que amenazan la estabilidad no solo de los precios, sino especialmente de sus guardianes. Los procesos de desglobalización y las tendencias proteccionistas de potencias del nivel de los Estados Unidos pueden provocar «grandes y persistentes shocks de oferta» como el que inició la espiral inflacionaria en 2021. Además, el aumento de la «polarización política y el populismo» a menudo viene acompañado, apunta el experto, por un alejamiento de la arquitectura institucional. Tampoco ayuda que los liderazgos populistas a menudo hayan intentado ejercer controles ejecutivos que no les corresponden sobre las decisiones de política monetaria -como fue el caso de Donald Trump en su cruzada contra Jerome Powell en 2018-. Con todas estas amenazas, el economista sentencia: «construir confianza puede ser el objetivo más relevante de la comunicación de los bancos centrales con el público y, si se dan cuenta, hay esperanzas de que lo hagan bien».

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