Este miércoles se debía desenterrar el hacha de guerra. Después de 90 días de tregua, el 9 de julio era el día marcado en el calendario para la entrada en vigor definitiva de los aranceles universales que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, quiere utilizar como punto único de su programa comercial. Algunos de los socios comerciales, como Japón, Corea del Sur o Serbia, comienzan inmediatamente a padecer los efectos de las barreras a la compraventa internacional; mientras que el resto de países tendrán tres semanas más, hasta el 1 de agosto, para rendirse a las condiciones del Despacho Oval. Ahora bien, estas barreras son universales, pero van acompañadas de aranceles sectoriales en aquellos sectores concretos que «más molestan» a una administración alérgica a «cualquier déficit». Ya existen impuestos a las compras extranjeras de acero y hierro, así como de la cadena de producción del automóvil; y se esperan nuevos lastres en el sector agroalimentario, del 17%, y en el del cobre, del 50%. El próximo paso, ya anunciado por el mandatario, es la farmacia. Sobre los productos farmacéuticos ya pendía la espada trumpista desde 2018, durante el primer mandato, cuando la Casa Blanca encargó un informe sobre el desequilibrio comercial del sector con otros países. Entonces, se libraron. La pasada noche, sin embargo, Trump anunció ante los medios unas tarifas «muy, muy elevadas, quizás del 200%«, que han puesto en alerta al sector. «Todo el mundo está muy preocupado, la incertidumbre no es sostenible», lamenta Cristina Serradell, directora de la unidad de negocio internacional de Acció, en conversación con Món Economia.
Hay para esto y para mucho más. Estados Unidos no figura entre los grandes clientes del conjunto del tejido exportador catalán, con un 3,6% de cuota de mercado exterior. Pero esta ratio salta más del doble, hasta el 8,1%, si el enfoque se pone en los productos farmacéuticos. Solo en 2024, según datos facilitados por la agencia de la Generalitat, las empresas del Principado facturaron cerca de 650 millones de euros en el mercado transatlántico. De este monto, más de la mitad, unos 340 millones de euros, corresponden a medicamentos; mientras que el resto se extiende a otros productos sanitarios, tal como confirma Acció. Este monto, sin embargo, corresponde solo a las exportaciones directas. Las industriales químicas catalanas, especialmente las pequeñas y medianas, forman parte de cadenas de valor más largas que culminan en multinacionales europeas, como Sanofi o Novartis, que elaboran productos finales que se venden en EE.UU. Es decir, aunque la venta estricta del tejido catalán se produzca en Alemania o en Suiza, la operación no existe sin el salto a América del Norte. Por lo tanto, el peligro de Trump es aún más grave para un sector que figura sólidamente entre los cuatro o cinco más dinámicos del país de cara al resto del mundo.
Vale decir que aunque el tejido de negocio catalán ha recibido con preocupación las insinuaciones de Trump, resulta difícil creer que aplique una tasa tan elevada. «Sería un movimiento disuasorio, como cuando quiso aplicar aranceles del 275% a China; esencialmente diría: no queremos importar productos farmacéuticos», asegura Carles Mas, director del área de Economía y Empresa de Pimec. Y Estados Unidos no puede permitirse un aislamiento total de la producción médica europea. De hecho, tiene un importante déficit comercial en el sector, es decir, compra muchas más medicinas de las que vende. Y su consumo local depende en gran medida de un gran número de corporaciones -como las mismas Sanofi o Novartis, o firmas catalanas de gran alcance como Grifols y Almirall-. Y ningún producto importado, ni siquiera los de alto valor añadido, como los medicamentos bajo patente, «puede soportar un arancel como este». Por este motivo, Mas espera que este 200% se limite a «una posición de fuerza, que es como negocia Trump». «Se debe buscar un acuerdo en el que todas las partes ganen; si no, será complicado», añade Serradell.

«Recomposición» farmacéutica
Aunque este 200% parezca lejano, los sucesivos intentos de Trump de cortar las alas a los vendedores farmacéuticos internacionales sugieren que sí querrá aplicar algún tipo de tarifa, mucho más manejable. Para Serradell, un arancel limitado -del 10%, a la escala del universal, por ejemplo- permitiría que la mayoría de compañías que venden a EE.UU. simplemente «trasladen a precios» el sobrecosto, en tanto que mueven productos de alto valor añadido y de difícil sustitución. Así, los empresarios catalanes -tanto los que exportan directamente a Estados Unidos como los que forman parte de una continuidad más larga que acaba en el país- podrían continuar con sus planes con efectos limitados. No es el caso, por ejemplo, de la alimentación; una industria en la que, como lamentan desde acción, muchos de los vendedores catalanes -en ramas económicas como la viña, muy activa entre los consumidores norteamericanos- han tenido que asumir los sobrecostos, lo que está erosionando sus a menudo limitados márgenes.
También se espera más concreción en la medida. Cuando comenzó a aplicar los aranceles al acero y al aluminio, recuerda Serradell, Trump empezó por unos «códigos arancelarios muy concretos», que dejaban fuera de la guerra muchos productos. Con los meses, sin embargo, el alcance de las fronteras comerciales se ha ido haciendo más amplio, y, ahora por ahora, «incluso a las latas de refresco, por su componente metálico, se les aplica una tarifa». Por tanto, fuera posible que un impuesto a las importaciones farmacéuticas comience limitado a un puñado de productos básicos, pero que termine aplicándose a otras industrias adyacentes, como la cosmética. Este subsector se encontraría en un callejón aún más complejo que el de la farmacia, porque EE.UU. «es su mercado número 1». Así, el conjunto del tejido industrial que depende de la química deberá estar atento, en tanto que «cuando hablamos de Trump, el futuro es completamente imprevisible», asegura la representante de Acció.

Las fábricas americanas, más que lejos
El objetivo declarado de Trump con este tipo de sacudidas al tablero global es recuperar peso industrial allí donde lo ha perdido; y la farmacia es un ejemplo claro de la disminución de la capacidad productiva del país. Algunas empresas catalanas, cabe decir, permanecen tranquilas, porque ya concentran allí sus cadenas de producción. Es el caso de Grifols, que ha liderado este miércoles las alzas en la bolsa madrileña, con una escalada próxima al 6% que ha dejado las acciones de la firma de hemoderivados rozando los 11,4 euros. Otras, sin embargo, no tienen tanta suerte; especialmente entre el denso tejido de pequeñas y medianas empresas industriales catalanas. En primer lugar, recuerda Mas, muchas de ellas dependen «de exportadores de otro país» que venden sus productos acabados sobre partes catalanas. Por tanto, incluso si la Sanofi o Novartis de turno elige aterrizar en EE.UU., Cataluña continuaría sufriendo para enviar allí sus soluciones. Y, en segundo, la mayoría no cuentan con los recursos para las inversiones gigantescas que exige establecer una nueva fábrica en suelo americano.
A cambio, los consumidores estadounidenses tendrán difícil sustituir aquellos productos que se queden fuera del mercado si los aranceles son excesivos. La escalabilidad del negocio, imprescindible en el sector, es mucho más limitada si este se concentra solo en un país; y una planta puede ser rentable si vende el 10% de su producción en Estados Unidos, pero no si tiene que concentrar allí el 100%. «Los EE.UU. tendrán que volver a llenar su mercado con una infraestructura que no tiene la base de demanda necesaria; y podrían terminar con problemas de suministro», avisa el representante de Pimec. Además, la farmacia eleva unas barreras regulatorias para los nuevos productos mucho más exigentes que el resto de industrias. «El proceso para ser reconocido en el sector es largo y costoso, y puede tardar años», añade Serradell. Así, los compradores norteamericanos podrían acceder con cierta facilidad a medicamentos genéricos; pero perderse aquellas fórmulas patentadas, exclusivas de una sola compañía.
El mismo problema enfrentan, sin embargo, los productores catalanes. Otras industrias, como el automóvil, aspiran a usar los aranceles para diversificarse, y vender sus productos en mercados que no habrían explorado antes, y que también sufren los agravios causados por Washington. Ahora bien, conseguir licencias en mercados fuera de la UE y los Estados Unidos puede ser un camino burocrático impracticable. «Los costos de diversificación son mucho más altos que en otros sectores, y la capacidad es limitada», sostiene Serradell. Así, en caso de que Trump aplique sus tarifas, la solución será evidente, pero poco satisfactoria: «por ahora, resistir».