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La amenaza de guerra comercial de Trump oscurece el inicio del curso económico

Los efectos del retorno de Donald Trump a la Casa Blanca han comenzado a notarse mucho antes de su nombramiento oficial. Pocas horas después de la confirmación de los históricos resultados -el único candidato republicano de la historia reciente que ha ganado el voto popular, más allá de la imposición sobre la candidatura demócrata en votos electorales- las bolsas se dispararon en EE.UU., a la espera de un programa intensamente business friendly. Las expectativas del mercado interno apuntan a la desregulación de sectores de alto valor añadido, especialmente en el mundo tecnológico; y a una perspectiva mucho más laxa que sus predecesores en la vigilancia de la competencia. Sobre esta nueva amistad del presidente con el mundo financiero, subrayada por la visita de Trump a la bolsa de Nueva York en tanto que Persona del Año según la revista Time, el selectivo estadounidense S&P 500 supera los 6.000 puntos, con alzas de más de un 1% en las últimas semanas; mientras que el Nasdaq, el índice del mercado tecnológico, se expande a ritmos similares, si bien ligeramente más marcados gracias al buen rendimiento de las empresas de IA, y ya se eleva por encima de los 20.000 puntos. La ausencia de normas que el tejido económico estadounidense espera que emane del Despacho Oval no se replica, sin embargo, a escala internacional, y los socios comerciales de EE.UU. comienzan a prepararse para una política arancelaria que amenaza con hacer estallar el régimen multipolar que había marcado las pasadas décadas, pero que ya comenzó a tambalearse con su primera presidencia.

El gran enemigo de Trump en su discurso, cabe recordar, es China. Ahora bien, las propuestas programáticas del presidente electo se han ido relajando respecto de su competidor por la hegemonía económica global: si en campaña los conservadores lanzaban constantemente el mensaje de que se impondrían tasas de hasta el 60% a los flujos comerciales transpacíficos, la medida que llegará a su mesa para ser ratificada se ha quedado en el 10%. El 47º -y 45º- comandante en jefe, así, reconoce la dificultad que supone construir un muro tan elevado para las mercancías de lo que sigue siendo uno de los principales aliados comerciales internacionales del mercado de EE.UU., solo superado por los integrantes del USMCA, México y Canadá. Los efectos internos, según el consenso económico, serán fáciles de contrarrestar por Pekín: las expectativas de bajadas de tipos de interés ya están reavivando la demanda interna en el país, y la más que probable bajada del precio del Renminbi, la moneda local, facilitará el acceso de otros mercados con divisas más fuertes a sus cadenas de valor a pesar de las tarifas. Aun así, las expectativas para 2025 apuntan a un retroceso de las exportaciones, que, según un informe de la consultora FocusEconomics, podrían crecer menos de la mitad que este año. Algunas entidades, como Morgan Stanley, esperan incluso un paso atrás en la facturación extranjera de la República Popular, cercano al punto porcentual. «La contribución del mercado exterior al crecimiento se hará mucho más tenue, definitivamente», declaraba el economista en jefe del banco en China, Robin Xieng, en conversación con el Financial Times.

Las escaramuzas comerciales entre Washington y Pekín, sin embargo, no son solo cosa de Donald Trump. Es cierto que el control de fronteras mercantiles entre los países tomó su primer impulso en 2018, en pleno medio de la primera estancia del caudillo republicano: sus ataques a la industria móvil o al acero marcaron las primeras batallas, pero la administración Biden ha continuado con entusiasmo la tendencia. El pasado mes de mayo, el aún presidente de EE.UU. firmó una orden ejecutiva para lanzar todo un programa arancelario para contrarrestar las «prácticas de competencia desleal» que detectaban en las empresas chinas, especialmente las dedicadas a segmentos económicos estratégicos como «el aluminio, los semiconductores, los vehículos eléctricos, las baterías, los materiales críticos o los paneles solares». En respuesta, China ha endurecido su vigilancia sobre una cadena de valor sobre la cual tienen un importante control: la de los semiconductores, con una prohibición dura de vender materiales esenciales -como tierras raras o metales imprescindibles para fundamentar la producción de microchips- al competidor estadounidense. En respuesta al paquete de Biden, Xi Jinping ha lanzado también una investigación sobre el fabricante de chips NVidia, la empresa más valiosa del mundo según su cotización bursátil, ante estrategias que el presidente chino considera «violaciones de la regulación antitrust«.

Según el mundo financiero, sin embargo, el interés de China está lejos de las barreras: según declaraba el economista en jefe del HSBC Fred Neumann a la agencia Reuters, los movimientos de Xi «deben observarse no como una imposición unilateral de aranceles, sino como un farol que, finalmente, se convertirá en una negociación con Estados Unidos». A pesar de que Pekín plantea sostener su economía con tarifas estadounidenses o sin ellas, aún lamenta muchas limitaciones en cadenas de valor claves, como la alta tecnología, que la hacen dependiente del comercio global. En el mismo mundo del microchip, el gobierno ha sido incapaz de culminar su proyecto de instalar una fábrica 100% china que les permita concentrar todo el proceso productivo. También se ha convertido en un exportador de productos de alto valor añadido más que importante, y las compras globales de productos chinos sostienen buena parte de un tejido económico que en los últimos tiempos no ha podido sostenerse solo sobre sus consumidores. Así, Xi busca acumular buenas cartas en la manga para las potenciales conversaciones con Trump.

Imagen de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante una intervención en Praga / Europa Press
Imagen de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante una intervención en Praga / Europa Press

Europa, entre dos territorios

La dependencia china del consumo estadounidense no es tan profunda si se observan sus relaciones comerciales con Europa. Tampoco los Estados Unidos ven a los 27 como un campo de batalla por el cual hacer una apuesta sostenida, especialmente dada la debilidad económica de algunos de sus motores, como Alemania o Francia. No es tan complicado, por tanto, para ninguna de las dos potencias entrar en batallas comerciales con Bruselas: mientras que China sostiene las réplicas de los aranceles comunitarios al vehículo eléctrico, pensados para dar oxígeno a un automóvil local moribundo, Trump se permite amenazar a los países de la Unión con barreras aduaneras aún más agresivas si no «compran petróleo y gas masivamente» a sus vendedores. El sector petrolero, de hecho, considera que el presidente de los Estados Unidos «no quiere comprar, pero sí que quiere vender», lo que sostendrá el problemático mercado de los hidrocarburos.

Ahora bien, un choque arancelario importante con Washington puede ser letal para algunas economías: Irlanda, por ejemplo, sufre una exposición económica del 25% a EE.UU.; mientras que la industria alemana registra una tasa de exportación del 15% a la federación estadounidense, según los datos de un reciente estudio de Caixabank Research. En el caso alemán, la exposición de su PIB al comercio con los Estados Unidos es de más del 5%, mientras que en el Estado Español y en Francia es más contenida, alrededor del 2%. Es la economía alemana, de hecho, una de las que prevén decrecer durante 2025, con una contracción del 0,3%; mientras que la española, menos afectada por el mercado transatlántico, podría crecer al 2%, según las estimaciones del economista en jefe de Goldman Sachs en el continente, Jari Stehn.

Perjuicios para los vecinos

En paralelo a Europa, los principales socios comerciales de los Estados Unidos tiemblan económicamente desde la victoria de Trump en las elecciones presidenciales del pasado cinco de noviembre. Algunos sectores de la economía canadiense han ido perdiendo fuelle desde la postpandemia, y en 2023 su PIB creció poco más del 1%. En este contexto, los potenciales aranceles con el vecino del norte, miembro del Nafta, serían del 25%, una barrera que podría suponer una «amenaza existencial» para algunas cadenas de valor que dependen enormemente de las exportaciones a los Estados Unidos. En una entrevista con la CNBC, el premier de la región de Ontario, Doug Ford, alertaba que los gravámenes anunciados podrían ser «terribles». «Devastarán el mercado laboral canadiense, pero también el estadounidense»; especialmente en un sector del automóvil históricamente aliado, y que pasa horas especialmente bajas. En la región capitalina, las fábricas de piezas para el motor de combustión encuentran en las plantas de ensamblaje de Detroit, Michigan sus principales aliadas. Solo en 2023, el coche canadiense exportó más de 23.500 millones de dólares en piezas y partes, de los cuales el 95,3% fueron a parar a los Estados Unidos.

Por su parte, el comercio con México marca el futuro de unos cinco millones de puestos de trabajo; y la presidenta del país centroamericano Claudia Sheinbaum ya ha alertado que habrá represalias en caso de que este 25% tome efecto. «A un arancel le seguirá otro en respuesta, y así hasta que pongamos en peligro nuestros negocios comunes», declaraba la mandataria. Como en el caso canadiense, la cadena de valor del automóvil es la protagonista del tránsito por la frontera sur.

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