Entre los analistas de Wall Street circula una broma recurrente: TACO Trump. Las amenazas del Despacho Oval, a menudo vacías de contenido, han llevado a los expertos financieros a asegurar que Trump Always Chickens Out -Trump siempre se acobarda- cuando tiene que tomar decisiones de política comercial. Este lunes, la Casa Blanca ha vuelto a dar la razón a los bromistas, con una nueva retirada en su batalla arancelaria con China. El presidente ha firmado esta misma tarde una orden ejecutiva para retrasar otros 90 días la aplicación de las tarifas a las importaciones chinas, hasta el próximo mes de noviembre. Lo ha hecho pocas horas antes de que terminara la anterior tregua, que tenía como fecha límite el 12 de agosto.
La nueva tregua ha sido el resultado de una nueva ronda de contactos entre la administración Trump y el gobierno de Xi Jinping. La relación entre las partes, enemistadas desde el inicio del mandato en Washington, se ha suavizado a raíz de un encuentro entre los dos presidentes en Ginebra el pasado mes de mayo. Las conversaciones han continuado, con una esperada reunión en Estocolmo que allanó el camino para la bandera blanca. Con el nuevo entendimiento, los impuestos al comercio exterior entre las dos principales potencias del planeta entrarán en vigor a mediados del mes de noviembre. Cabe recordar que, según los términos actuales, pesa sobre los productos chinos un arancel del 10%, lejos del sobrecoste de más del 200% con el que amenazó el mismo Trump a finales de abril, prohibiendo de facto todo el comercio entre ambos países. Pekín, entonces, contraatacó con una tarifa del 125%, una tasa que también supone un bloqueo efectivo.

Paz por barrios
Este movimiento se suma a otras instancias en las que Washington y Pekín se han tendido la mano mutuamente para evitar agravios para las respectivas empresas. Además de las negociaciones generales, las partes también buscan puntos en común para eliminar las restricciones al comercio de bienes estratégicos, como los chips de especialización, por la parte estadounidense, o las tierras raras, desde la china. Este mismo lunes, de hecho, Trump ha confirmado que otorgará a Nvidia y AMD, las dos grandes productoras estadounidenses de chips de alto rendimiento, licencias para vender sus productos en China a cambio de un 15% de la facturación en el país, un trato «sin precedentes».
A pesar de ello, aún reina una profunda desconfianza entre las partes, e incluso comienza a erosionar la relación de Trump con algunas empresas estadounidenses. Sin ir más lejos, el presidente exigió la pasada semana la dimisión de Lip-Bu Tan, el consejero delegado de Intel, una de las tres grandes foundries de microchips del planeta -junto con Samsung y TSMC-, por supuestos «vínculos con el Partido Comunista de China y el Ejército de Liberación Popular». «Tan tiene un gran conflicto, y debe dimitir inmediatamente», reclamó en su red social, Truth Social. En respuesta, el directivo aseguró que «siempre ha operado con los estándares legales y éticos más elevados», y se negó a abandonar su posición.




