La promesa del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de reducir la administración y evitar intervenir en el sector privado ha quedado en nada, siete meses después de su regreso al Despacho Oval. La deuda de la administración federal del país ha alcanzado límites inauditos, con un agujero en las cuentas de 37 billones de dólares; mientras una multitud de think tanks conservadores alertan sobre la herida fiscal que dejará la Big Beautiful Bill, la norma estrella del primer año de mandato trumpista. El Centro para un Presupuesto Federal Responsable, por ejemplo, augura que la nueva ley -con recortes fiscales intensos y un aumento de gasto agresivo en la industria militar- disparará la deuda hasta el 124% del PIB; contabilizando el decrecimiento que, a su parecer, se derivará de los aranceles. Esta tendencia, que le ha valido romper definitivamente relaciones con quien había sido su aliado hasta antes del verano, Elon Musk, se traslada ahora a las relaciones con las industrias estratégicas. En concreto, con la de los microchips, que el presidente ve como un arma arrojadiza para imponerse en la batalla por la hegemonía global que mantiene con China. Desde un chantaje abierto a las productoras de chips de memoria para abrir sus mercados hasta un abordaje del capital de la única foundry que opera en el país, la Casa Blanca ha irrumpido en el mundo de la microcomputación, y puede cambiar la forma en que se produce en el país.
La administración Trump, cabe decir, no es la primera en ver los avances de China en la investigación en microcomputación como una amenaza. El expresidente Joe Biden inició las restricciones a la venta de procesadores estadounidenses a las empresas chinas. De hecho, la presión a los fabricantes AMD y Nvidia de las últimas semanas se fundamenta en una normativa aprobada por Biden, que Trump ha endurecido alrededor de las dos grandes empresas de la industria. La extorsión ha llegado al punto de que ha forzado a las tecnológicas a firmar un acuerdo histórico: deberán pagar al gobierno el 15% de su facturación en China para poder seguir vendiendo sus modelos.
Es necesario recordar que Nvidia -por ahora, la empresa más valiosa del mundo, con una cotización de más de 4 billones de dólares- tuvo que modificar sus productos para mantener el contacto con los compradores asiáticos; con el desarrollo de los actuales chips H20. La ofensiva trumpista ha llegado en medio del desarrollo de su nuevo producto, los chips B30A, que deberían multiplicar la capacidad de las tecnológicas chinas para lanzar productos de inteligencia artificial. El Departamento de Comercio, dirigido por una de las voces más militantes de la administración, el millonario Howard Lutnick, aún no se ha pronunciado; pero las nuevas exigencias de Trump sugieren que hay reticencias importantes con el hecho de que los avances técnicos lleguen con libertad a su competidor.
Terreno pedregoso con Xi
Las licencias de pago para continuar vendiendo a China han despertado desconfianzas a ambos lados del Pacífico. Los aliados conservadores de Trump, que aún ven a China como un enemigo furibundo, han condenado la iniciativa del presidente, a quien acusan de «incentivar que la tecnología estratégica llegue a China para mejorar sus capacidades en inteligencia artificial». «Los controles de exportaciones son una barrera necesaria para proteger nuestra seguridad nacional», declaró poco después del acuerdo el congresista republicano John Moolenaar, presidente del comité parlamentario para las relaciones con China. Los críticos consideran que el presidente ha entrado en un camino pedregoso, porque abre la puerta a que cualquier empresa estratégica acceda a mercados exteriores sin restricciones a cambio de una porción de sus beneficios. Nvidia y AMD tendrán que abonar un 15% de las ganancias, es cierto; pero sus márgenes en el gigante asiático superan el 50%.

Ahora bien, las compañías afectadas también han tenido que gestionar una crisis de reputación entre las tecnológicas chinas, después de que la administración tecnológica del gobierno de Xi Jinping avisara a sus baluartes industriales que «no se puede confiar» en ciertos modelos de microchips, especialmente los producidos por Nvidia. Los oficiales chinos han comenzado una campaña de presión pública para que firmas de la talla de Tencent, Bytedance (TikTok) o Baidu «comiencen a comprar la maquinaria a proveedores locales»; especialmente para aquellas operaciones compartidas con el sector público.
Intel: de la batalla a la irrupción en el capital
Por encima de las relaciones con Nvidia y AMD, Trump también ha buscado la batalla con la única de las tres grandes foundries -los fabricantes de los microchips básicos- que opera en el país: Intel. El presidente buscó el cuerpo a cuerpo con la compañía tras el nombramiento del flamante CEO de la compañía, Lip-Bu Tan, un ejecutivo taiwanés con una larga carrera en la industria. A juicio del presidente y sus aliados, Tan es un perfil «altamente conflictivo», por sus vínculos con varios operadores tecnológicos chinos. El ejecutivo ha participado como inversor en «cientos de empresas chinas», según confirmó la agencia Reuters el pasado mes de abril. La batalla ha llegado en un momento de marcada debilidad para Intel. La empresa, en caída libre desde hace varios ejercicios por su incapacidad de competir con los otros dos grandes jugadores de su sector -TSMC y Samsung- ha tenido que despedir a unos 20.000 trabajadores solo en 2025, una quinta parte de su plantilla global. Tan, que accedió al despacho el pasado mes de febrero, es el perfil elegido para revitalizar a la histórica fabricante; pero la contienda con la Casa Blanca está ralentizando el proyecto.
Como en otras ocasiones, Trump ha sostenido una postura errática respecto de Tan. En un primer momento, el presidente exigió su destitución inmediata, alegando estos «conflictos de intereses» con empresas chinas. Tras una reunión entre las partes en la Casa Blanca, el presidente ofreció un giro de 180 grados, y reconoció la carrera del CEO como «una historia de éxito». «Tan y los miembros de mi gobierno pasarán tiempo juntos, y me traerán sugerencias durante la semana» para revitalizar la industria tecnológica del país, anunció en un post en la red social Truth Social. Pocas horas después, se pudo entender el cambio de parecer del mandatario: la Casa Blanca busca la manera de irrumpir en el capital de Intel. Y de hacerlo, además, sin tener que asumir ningún gasto extraordinario. La intención de Trump es redefinir unas subvenciones a la compañía entregadas por la administración Biden en el marco de la CHIPS and Science act, el paquete legal que el anterior presidente lanzó como respuesta a las rupturas de la cadena de suministro tras la pandemia. Lutnick, de hecho, lo dijo abiertamente en una entrevista con CNBC: «debemos conseguir acciones a cambio de nuestro dinero. Tendremos una participación en el capital, en lugar de, simplemente, regalar subvenciones». La intención, así, es transformar cerca de 8.000 millones de dólares para alcanzar un 10% de las acciones de la firma. En el ámbito de la tecnología -y no es el único- Trump ha tomado una página, o un puñado, del libro de Pedro Sánchez.