El capital tecnológico ha sido central para la segunda campaña presidencial exitosa de Donald Trump en los Estados Unidos. El hombre más rico del planeta, el propietario de X (anteriormente Twitter), Tesla y Space X Elon Musk, habría invertido más de 130 millones de dólares en la elección del presidente electo y sus aliados en el Senado y la Cámara de Representantes. Según informaciones publicadas por el New York Times, una veintena de millonarios tech habrían dedicado más de 300 millones de dólares a la victoria republicana; y el rostro visible del Silicon Valley reaccionario, el cofundador y ex-CEO de PayPal Peter Thiel, es un aliado histórico del compañero de Trump en la papeleta, el futuro vicepresidente y senador por Ohio JD Vance. Sin embargo, una de las medidas estrella del programa conservador choca de frente con la agenda de estos magnates: los aranceles de entre el 10 y el 20% a todas las importaciones a los Estados Unidos, que escalarían al 60% en el caso de China. El propio Musk, de hecho, se declaró «sorprendido» de esta promesa. Según la patronal comercial NRF, las tarifas generarían un gasto adicional de 78.000 millones de euros a los consumidores; mientras que la organización de análisis fiscal The Tax Foundation recuerda que en la primera era Trump, los aranceles afectaron el movimiento de 380.000 millones en productos extranjeros. El programa para 2025 podría llegar a erosionar el PIB en cerca de un 2%, según la misma entidad; un golpe que se concretaría con especial intensidad en el mundo de la alta tecnología. En cuatro años que deberían ser marcadamente business friendly, pues, la nueva «guerra comercial» genera dudas entre los expertos.
Los mercados, sin embargo, se mantienen a la espera. Vista la oposición a las políticas comerciales de Trump por parte de sus principales valedores, las bolsas «todavía no han pasado a precios los aranceles», declara a este medio el analista Manuel Pinto. «A corto plazo todavía hay volatilidad positiva», asegura. De hecho, el Nasdaq -el selectivo de alta tecnología de la bolsa de Nueva York- disfrutó el pasado miércoles del «mejor resultado en jornada postelectoral de su historia»; mientras el S&P 500, con un foco más amplio, sigue tambaleándose. La explicación, para Pinto, radica en el calendario: la preocupación del capital por los aranceles se realiza a meses vista, si no más; mientras que, inmediatamente, se valoran propuestas leídas como positivas para la tecnología profunda. Similar es el diagnóstico del director del departamento de Mercados y Gestión de la UPF-BSM Andrei Boar, que sostiene «dudas sobre si la Casa Blanca aplicará» las nuevas fronteras fiscales. Reconoce, sin embargo, que tiene un amplio margen estrictamente político, dada la victoria que ya celebra en el Senado. «Políticamente, puede hacer lo que quiera», sentencia Boar; los límites se encontrarán en su sistema de apoyos empresariales.
Cabe decir que la evolución del valor de las acciones de las siete magníficas, las principales compañías tecnológicas del planeta, confirman esta tesis. Entre el 5 y el 6 de noviembre, registran ascensos alrededor de los cinco puntos porcentuales -en algunos casos más moderado, como Apple, con un 2,7%; otros más elevado, como Nvidia, la firma más valiosa del planeta, que ha escalado un 7,2%-. Después del primer impulso, se han estabilizado; pero las ganancias a una semana han sido millonarias. Este alza responde al hecho de que en primera instancia, reiteran los expertos, el capital prioriza las medidas trumpistas pensadas para acelerar su rendimiento: la flexibilización reguladora, muy favorable a tecnologías como la Inteligencia Artificial, y las rebajas de impuestos a las rentas del capital, que afectarán más a las pequeñas y medianas empresas, pero también mejorarán los balances de las cotizadas. En el primer caso, desaparecerán muchas de las limitaciones que la administración Biden, a través de Competencia y el Departamento de Justicia, ha intentado aplicar a iniciativas de IA o blockchain -de hecho, Trump se ha comprometido especialmente con el mundo de las criptomonedas, vigilado de cerca en EE. UU. tras el fraude del exchange FTX-. En el segundo, la tasa del 15% a los beneficios por acción, recuerda Pinto, pasará al 4%, una rebaja fiscal que «la tecnología aprovechará más que otros sectores» por los elevados márgenes que pasan a dividendos.
«Es a medio plazo donde aparecen las amenazas arancelarias», proyecta Pinto, que contempla posibles «caídas» en el valor de la acción de las grandes compañías del sector en caso de que las tarifas se apliquen en los términos anunciados por Trump. La frontera más conflictiva, como ya sucedió entre 2016 y 2020, es la china. Se trata de la más elevada, entre 40 y 50 puntos por encima de la tasa regular, pero también la que bloquea más actividad. Firmas como Apple o Tesla, entre muchas otras, no solo compran -bienes de consumo e intermedios- a China: fabrican gran parte de sus productos en plantas del gigante asiático. La guerra comercial con Beijing, pues, generaría importantes impactos en la estructura interna de la alta tecnología. Menos, sin embargo, en la parte comercial -la venta al público-. Para Boar, especialmente en dispositivos de alto valor añadido -teléfonos inteligentes, portátiles o similares-, «las marcas americanas han generado una gran fidelidad: si el iPhone vale 1.250 euros no lo compraremos menos que si vale 1.200». Las tasas, de esta manera, afectarán menos el negocio de consumo final, y mucho más a su funcionamiento interno. «Imagina lo que costará hacer un nuevo chip: esa será la operativa que más cueste», apostilla el docente.

¿Llegando a competir?
«Hace 20 años, Estados Unidos era el centro del mundo; ahora ya no lo es», comenta Boar. En los últimos años, especialmente en cuanto al sector tecnológico, las principales potencias asiáticas han superado ampliamente la competencia norteamericana en lo que respecta a la presencia en el mercado de nuevas soluciones y productos. La IA a escala de usuario, por ejemplo, opera sin problema en los dispositivos de la mayoría de consumidores en las grandes ciudades chinas; mientras que el intento de aplicarlo en las últimas versiones del iPhone ha sido claramente insuficiente para competir con las marcas extranjeras. «Huawei, Xiaomi, Samsung: chinos y coreanos les han pasado la mano por la cara», golpea el experto de la UPF, que lee en la liberalización del sector que planea Trump un intento de acelerar las firmas locales hasta los niveles de desarrollo del rival. Especialmente después de un período de «estancamiento» como el que afectó a la industria durante el verano: a finales del segundo semestre, una importante moderación de las inversiones en inteligencia artificial -centrales en el capex de las siete magníficas desde la pandemia- provocaron una caída en su valor bursátil, que llegó a provocar gritos de burbuja.
A la espera de la nueva administración, sin embargo, los resultados trimestrales han demostrado una nueva aceleración del financiamiento de iniciativas en este sentido, hasta el punto que han disparado NVidia -que aporta la infraestructura para las mismas- hasta la primera posición entre las empresas más valiosas del planeta. «Con la administración Biden, se acumularon los obstáculos, pero Trump muestra un sentimiento proempresario que facilita el desarrollo», declara Pinto; que espera una clara mejora de los rendimientos. La incógnita, pues, es de proporciones: ¿qué pesará más a ojos de los inversores, los riesgos comerciales o un entorno regulador más favorable a las big tech? Con las barreras arancelarias planteadas, aclaran Boar y Pinto, las estimaciones son halagüeñas. En caso de que el presidente electo eleve la presión -como ya lo hizo en 2018, prohibiendo, por ejemplo, con un límite a la comercialización de productos de algunas grandes compañías chinas en el mercado norteamericano-, la tendencia sería opuesta. «El mercado tiene miedo de que pasen más cosas», comenta el profesor de la UPF; si bien por ahora no hay fundamentos para dibujar un escenario peor.

La víctima europea
Aún con más intensidad que entre 2016 y 2020, las amenazas de Washington a Beijing hacen temblar Europa. «Sin duda, la UE es el gran perdedor de todo esto», alerta Pinto; que ve en el ya débil sector tecnológico del continente debilidades que pueden estallar con una guerra total entre potencias. Las grandes compañías de los 27 están lejos, de hecho, del ecosistema big tech: lidera la tabla, aún ahora, LVMH, el grupo de gran lujo de la dinastía Arnault. «La mayor empresa comunitaria hace bolsos y cava», ironiza Boar. Con este ecosistema, «es difícil que Europa reaccione» a los aranceles, porque «no tiene poder para hacerlo»: Bruselas no tiene manera de devolver a EE. UU. los límites que impondrá a sus productos. Las posibles barreras comerciales hacia el socio norteamericano difícilmente tendrían efecto alguno, lamenta Boar; mientras que la capacidad para mirar hacia otros mercados es más que limitada. «Seguimos pensando que Europa depende de los Estados Unidos», relata Pinto.
La gran compañía tecnológica del Viejo Continente es la neerlandesa ASML, el único gran fabricante global de máquinas de fotolitografía, un proceso necesario en la cadena de valor de los microchips más avanzados. Intentando competir con Corea y Taiwán, que compiten -con Samsung y TSMC- por el liderazgo en el mundo de los semiconductores, la administración Biden aprobó la Chips Act, una iniciativa para introducir grandes cantidades de fondos públicos en la industria estadounidense -lo que mejoraba el negocio europeo-. Trump, por su parte, ha dejado entrever la intención de echarla atrás; y su proyecto para lanzar los microchips en EE. UU. es la aplicación de aún más medidas arancelarias, poniendo en peligro aún más la ya reducida ventana transatlántica. Con todo, Washington se encuentra en una posición razonablemente buena para buscar un aislamiento; a condición de que sea capaz de desarrollar las soluciones que ahora proporcionan las potencias asiáticas. «No son descartables caídas en bolsa y volatilidad; pero los resultados y las nuevas inversiones pueden reducir mucho los efectos» de la guerra comercial, concluye Pinto.