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La extrema derecha de libre mercado hace temblar el parlamento alemán

El 20% de los alemanes todavía están indecisos sobre su voto en las elecciones del próximo domingo. Las encuestas para las legislativas convocadas por el canciller socialista Olaf Schölz después de que su pacto de coalición con los verdes y los liberales del FDP estallara el pasado otoño apuntan, a horas de abrir los colegios, solo dos certezas: la primera, que la acción de gobierno ha quemado el centroizquierda a favor de los conservadores tradicionales, la CDU/CSU -el partido de Angela Merkel-; que se aleja de sus rivales y queda a tocar del 30% de los apoyos. La segunda, que nunca ha habido un tablero político como el que mostrará el próximo Bundestag. El color más extraño será el azul celeste de Alternativa para Alemania, uno de los partidos de extrema derecha más ultramontanos de Europa, liderado por Alice Weidel -expulsado incluso de los grupos en la Eurocámara de Marine Le Pen y Viktor Orbán por su proximidad con elementos neonazis-. Como en el resto del continente, especialmente en el centro de Europa, AfD vehiculiza su embestida electoral –duplicaría los sufragios emitidos a su favor, con un 20% del electorado según los sondeos- con un discurso securitario y anti-inmigración, con constantes alertas por el alza de la criminalidad, atribuida a los colectivos migrantes. «Es donde son competitivos», declara a Món Economia el politólogo y profesor de la Universidad Pompeu Fabra Joan Miró; y ponen el foco, en parte, para evitar otras conversaciones. «La economía les resulta incómoda», identifica Miró. Especialmente porque, a diferencia de la inmensa mayoría de la ultraderecha comunitaria, su programa económico se identifica con un liberalismo exacerbado. Son una extrema derecha de libre mercado.

Para entender el fundamento de un partido ultraliberal en lo económico y reaccionario en la gestión de la sociedad, hay que remitirse a la creación. AfD nace en 2013, en medio de la enorme polémica generada en la República Federal por el rescate financiero a Grecia. Comparte parte de sus raíces con la historia de Vox, aunque con importantísimos matices: como los ultras españoles, Alternativa se crea bajo el amparo de miembros escindidos del partido conservador tradicional, entre ellos perfiles especialmente técnicos. El economista Bernd Lucke, experto en macroeconomía y seguidor de la tradición ordoliberal alemana, es su primera cara visible, y, a pesar de que ya no forma parte -salió para fundar otro partido liberal-conservador, ahora minoritario-, los ultras todavía sostienen el camino marcado entonces. «AfD no nace de una crisis económica», recuerda el politólogo y economista Xavier Ferrer, presidente de la comisión de Economía del Colegio de Economistas de Cataluña. Por lo tanto, la emergencia económica en ningún momento era una fuente de preocupación social lo suficientemente profunda para que su «primero los de casa» se trasladara a una propuesta de tinte socialdemócrata, como en el caso de las extremas derechas nórdicas o el lepenismo. Sin embargo, la semilla extremista siempre estuvo presente: tal como recuerda Miró, ya en sus primeros congresos había «peleas entre la rama ultra y los conservadores liberales» -una de ellas, en el año 2015, llevó a la fuga del mismo Lucke-.

De hecho, y a pesar de su conservadurismo en origen, la reconversión hacia posturas socialmente reaccionarias es progresiva. «Como cualquier partido ultraderechista, son tacticistas y oportunistas», apunta Giró. En esta línea, AfD se abona a los postulados anti-inmigración a raíz de la crisis de los refugiados siria, en 2016, con la acogida masiva promovida por el gobierno de Merkel para cubrir la intensa falta de mano de obra que sufría el país. Este giro, sin embargo, no les ha hecho dejar atrás sus propuestas económicas: aún ahora, el manifiesto de los ultraderechistas recoge que «el mejor rendimiento económico se produce en una economía de mercado competitiva. A más competición, a menos intervención del estado, mejor para todos». Entre sus medidas estrella, destacan las rebajas en los impuestos tanto de la renta como de las ganancias del capital, con importantes bonificaciones para los rendimientos inversores; así como la abolición de los impuestos al mercado inmobiliario, la herencia o el patrimonio. «Cualquier forma de economía dirigida por el estado llevará, tarde o temprano, a mala gestión y corrupción», destaca su programa económico. Combinan esta visión ultraliberal con una visión extremadamente crítica de la Unión Europea, hasta el punto de ser firmes defensores del Dexit, la salida de Alemania de la disciplina de Bruselas. También con una elevada carga económica, en rechazo tajante del control monetario del Banco Central Europeo o las directivas comunitarias en términos de sostenibilidad y transición energética. «No hay ninguna contradicción entre el nacionalismo y un programa ordoliberal», concreta Miró. El espejo británico, de hecho, es claro, con puentes cada vez más evidentes con Nigel Farage y su partido Reform UK, especialmente de la mano de la expansión internacional del trumpismo mediante las visitas de Elon Musk.

La líder de Alternativa para Alemania, Alice Weidel / EP

La economía es una de las grandes preocupaciones de los electores alemanes -la segunda por detrás de la inmigración, según los últimos barómetros oficiales-, con la ortodoxia fiscal alemana en el centro de un país que ahora padece la falta de inversiones en infraestructuras y otros avances acumulada durante los años de bonanza de la época Merkel. A la crisis industrial y la desaparición de la energía barata garantizada por el gas ruso se añaden los límites constitucionales al endeudamiento y el déficit -un bloqueo que, a juicio de Ferrer, «se tendrá que tocar»; en línea con el camino que también sigue la Unión Europea-. Hasta tal punto, añade Miró, que tanto conservadores como socialdemócratas han encontrado formas de introducir esta flexibilización en su programa, aunque la CDU de Friederich Werz circunscribe el nuevo endeudamiento a cuestiones relacionadas con la defensa y el gasto militar. En línea con el resto de su programa «AfD lo quiere mantener», identifica el politólogo; si bien ha operado alrededor de este punto en su campaña. «Han intentado que no fuera el tema central de la campaña, porque han recibido críticas muy duras. El resto de partidos recriminan que no tendrán capacidad de financiar un programa de gobierno» con una postura de inmovilismo fiscal. «Si Alemania toma todos los cambios que necesita, lo hará o con déficit o con deuda. Es un cambio absoluto, porque el mundo ha cambiado», constata Ferrer.

La contradicción electoral

Llama la atención que, lejos de los postulados del populismo fiscal de otras extremas derechas, AfD apela igualmente a votantes de clase trabajadora. A pesar de que en sus inicios se le identificaba como una formación de rentas altas, en línea -analiza Miró- con los conservadores, en las últimas elecciones al Bundestag fueron la segunda fuerza entre el 20% de ciudadanos con rentas más bajas de la República. A juicio de Ferrer, no hay una contradicción esencial entre programa y fundamentos, en tanto que la gestión económica no es un punto electoral conflictivo para estas bases sociales a quienes apelan los de Weidel. «Se nutren de ciudadanos desencantados; así como de un nacionalismo alemán de siempre», argumenta el experto. La formación del voto de los extremistas en Alemania no coincide, en este sentido, con los de otros mercados electorales. No se detecta en las elecciones al parlamento alemán el movimiento, tan analizado en Francia, de antiguos votantes del comunismo hacia el Reagrupamiento Nacional de Le Pen. «Su voto tiene un claro perfil popular; pero no son necesariamente pro intervención del Estado», explica el politólogo de la UPF. De hecho, hay más coincidencia con las dinámicas del nuevo partido Republicano de Estados Unidos, donde el voto trabajador a la ultraderecha se articula alrededor de la desconfianza en las instituciones, el rechazo a la burocracia e incluso un murmullo antipolítico. Se trata de un fenómeno marcadamente centroeuropeo, difícil de encontrar en el sur y el norte del continente. «El Partido de la Libertad de Geert Wilders en Países Bajos es similar», comenta el politólogo.

Esta coincidencia programática -e incluso estética- explica en buena medida la fijación de Musk y JD Vance, manos derecha e izquierda del presidente Donald Trump, por convertir AfD y Reform UK en una suerte de satélites europeos. Al terreno abonado se le añade la inmensa importancia de las economías británica y alemana en su entorno inmediato. «Sus críticas a la UE son claras, y coinciden con la agenda de la Casa Blanca», comenta Miró; que ve la gira del magnate sudafricano por el continente como un movimiento más utilitario que ideológico: los intereses de sus empresas, así como de las multinacionales tecnológicas estadounidenses, chocan frontalmente con las regulaciones de los mercados digitales que ha impuesto la CE; y ven a los extremistas en Londres y Berlín como herramientas de resistencia a favor de las normativas tecnológicas de Bruselas. «Quieren debilitar la UE, y dar un golpe en la mesa en Alemania es un primer paso esencial«, constata el politólogo.

El canciller alemán Olaf Scholz / EP
El canciller alemán Olaf Scholz / EP

Sin apoyos del capital

El sistema de partidos alemán sitúa un bloqueo claro en cuanto al acceso de Alternativa a los poderes fácticos del estado. En la experiencia francesa, Le Pen y su delfín, Jordan Bardella, se ganaron el favor de las grandes empresas liberalizando su programa; pero, especialmente, situándose como contraposición absoluta de unas izquierdas en alza, con el espantajo del Nuevo Frente Popular de Jean-Luc Mélénchon a la cabeza. «Muchos empresarios preferían un gobierno de extrema derecha que uno del NFP», recuerda Ferrer; que ve una situación muy diferente en Alemania. A diferencia de los vecinos galos, el gran partido conservador de la República no solo conserva abundantes confianzas, sino que, atendiendo a las encuestas, ganará las elecciones con un amplio margen. «La CDU es la preferencia del mundo empresarial»; señala el economista. Más aún en un país como Alemania, con muchas grandes empresas, pero muy arraigado en un tejido de medianos negocios industriales -el conocido como Mittelstand– no solo lejanas ideológicamente a la extrema derecha, sino también reticentes a aceptar postulados de libre mercado absoluto.

A estas dudas materiales, postilla Miró, se añade el rechazo total del empresariado a las tesis internacionales de Weidel. En primer lugar, «es difícil imaginar que haya sectores de la economía alemana a favor de debilitar el mercado común» de la UE; menos aún de abandonarlo. Y, en segundo, como a menudo han aclarado las patronales locales, las restricciones absolutas a la inmigración no forman parte de la hoja de ruta empresarial, ya que -como en 2016, bajo el mandato de Merkel- sufren una enorme falta de mano de obra industrial que suplen vía flujos migratorios. «El programa de AfD no interesa al capital alemán», concluye el experto de la UPF.

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