La recuperación tras los destrozos que la DANA ha dejado a su paso en la Comunidad Valenciana está resultando más compleja de lo que se esperaba en un primer momento. Más allá de los estragos humanos y materiales de una catástrofe pobremente gestionada, la gota fría ha pasado por encima de buena parte de la capacidad económica y productiva de comarcas enteras. Esta, alertan los expertos, será una dinámica cada vez más común no solo en la cuenca mediterránea, sino en el conjunto de la Unión Europea. Los eventos meteorológicos extremos son un riesgo, ya más que material, que cualquier planificación económica, sea empresarial o pública, debe tener en cuenta sí o sí. Las lecturas a escala continental, o incluso estatal, pueden ser, sin embargo, demasiado amplias para calcular correctamente el alcance, proyectadamente gigantesco, de estos fenómenos sobre ciertos puntos de la geografía de los 27. Así lo asegura un reciente informe de varios expertos del Banco Central Europeo, bajo el título de El impacto regional de los eventos climáticos extremos a medio plazo. Según sus autores -los economistas Sehrish Usman, Guzmán González-Torres Fernández y Miles Parker– «los estudios de impacto de escala nacional podrían infravalorar los impactos a largo plazo» de la amenaza climática. La causa: un enfoque demasiado amplio. «Estudiar los golpes a medio plazo» de sequías extremas, incendios, inundaciones u olas de calor, pues, se vuelve imprescindible para una correcta gestión de estos.
Según la lectura que ofrece el informe, la aproximación local es imprescindible para entender cualquier recuperación exitosa tras un evento meteorológico extremo lo suficientemente disruptivo como para impedir el funcionamiento del sistema productivo. Especialmente porque, dadas las conclusiones del informe, una comprensión general de los efectos de una ola de calor o una inundación puede ocultar tras los datos macroeconómicos los efectos concretos, que se materializan exclusivamente allí donde el clima golpea. Un golpe que, de acuerdo con los datos ofrecidos por el BCE, supera ampliamente las fronteras temporales de la pura reconstrucción. «De media, cuatro años después de un evento, la capacidad económica baja un 1,4% en el territorio que ha sufrido una ola de calor; y un 2,4% menos allí donde ha golpeado una sequía», alertan los autores. Una bajada que puede, incluso, estar infrarepresentada; dado que fenómenos como las emergencias hídricas son no solo cada vez más comunes, sino también cada vez más duraderos -como bien sabe Cataluña-; y que los golpes meteorológicos pueden superponerse unos a otros. «Con todo, nuestras cifras probablemente infravaloran el peligro de los climas extremos sobre la economía», comentan.
A corto plazo, es evidente, todos los eventos climáticos extremos generan importantes impactos -la mayoría de ellos, aseguran los autores, duraderos-. Especialmente insidiosas, según el estudio, son las olas de calor, cada vez más usuales en territorio europeo -más aún en aquellos países sin salida al mar, como constata el informe-. En concreto, en el corto plazo, una ola de calor durante el verano genera pérdidas en la capacidad económica cercanas al medio punto porcentual. Curiosamente, las anomalías de temperatura en verano son ligeramente positivas para la economía de las regiones, especialmente las que ya tienen más capacidad empresarial. En concreto, una ola de calor durante el invierno sería de unas 46 décimas en positivo. Aun así, las temperaturas extremadamente elevadas acaban equilibrando su impacto bajista en el medio plazo, especialmente por unos efectos negativos sobre el sector industrial, de la construcción y, aún más, el agrícola. En el terciario, ninguna de las regiones estudiadas ha podido recuperar la capacidad económica inicial cuatro años después de un período de temperaturas extremas, especialmente por una común caída de la inversión en todos los casos.

Los golpes de la sequía
Las emergencias hídricas, en caso de no ser solucionadas, son las que más pueden golpear, de media, a una economía regional. Según el informe, de media, los territorios europeos afectados por este tipo de eventos pierden, a cuatro años vista, un 2,5% de su capacidad económica total. Curiosamente, y contra lo que podría ser la lectura más intuitiva, las zonas más afectadas económicamente por una sequía -indica el estudio- son las urbanas. La economía agrícola se ve especialmente afectada por la falta de agua a corto plazo, claro, con pérdidas sectoriales cercanas al 10%; pero se recupera con el retorno a la normalidad. Lo mismo sucede con las manufacturas, que pierden dinamismo durante los primeros meses por la dependencia hídrica, pero acaban escalando sustancialmente con los años. Son las áreas económicas más propias de una ciudad las que detectan retrocesos más significativos a medio y largo plazo. Mientras que, en un primer momento, la construcción no se ve golpeada de manera evidente, cuatro años después del fenómeno, de media, perdería cerca de un 5%. Similar es el golpe del sector servicios: un retroceso prácticamente imperceptible durante el evento se convierte en un hundimiento de más de tres puntos cuatro años después.
El extraño caso de las inundaciones
El informe detecta una oscilación extraña en el caso del desarrollo económico de las regiones europeas que han sufrido inundaciones. Según los datos estudiados, la reconstrucción de las zonas afectadas por el agua «genera oportunidades para renovar el capital, y puede incluso llevar a crecimientos económicos». De hecho, de media, los territorios analizados recuperan completamente la estructura económica cuatro años después del evento. Ahora bien, una distinción entre las características -geográficas y económicas- de cada uno de los mercados afectados dibuja una realidad diversa. Las poblaciones y estados con una capacidad económica más baja deben lamentar, por ejemplo, descensos importantes en el stock de capital, la capacidad productiva y el rendimiento económico en general a medio plazo. En las áreas más ricas, al contrario, se detectan «incrementos en las manufacturas y la construcción», y mejores composiciones del capital; un rompecabezas estadístico «ausente en las zonas con ingresos más bajos». Allí donde la riqueza ya está presente, «la narrativa de la reconstrucción» es adecuada -y suficiente- por su «acceso suficiente a los recursos financieros» para iniciarla.
Todo ello, a juicio de los autores, apunta a la necesidad de «estrategias de adaptación específicas» para las características de cada una de las regiones afectadas por este tipo de eventos. La mitigación de los efectos del cambio climático, así como la recuperación tras sus golpes, hace necesario un prisma local, no estatal, si se quiere «reducir los efectos sobre la productividad y la demografía». El informe, cabe decir, no detecta un futuro muy prometedor, especialmente ante «la ausencia de políticas europeas efectivas» para enfrentar los retos de la crisis climática. «Unos eventos climáticos extremos cada vez más comunes pueden generar impactos prolongados» en según qué territorios del continente. Y la desigualdad de los fundamentos económicos de los mismos, lamentan, define la respuesta cuando no hay una estrategia conjunta. La emergencia ambiental, pues, «exacerbará las divergencias entre las economías regionales» en una Europa ya fragmentada.