Los mercados financieros se tomaron las diversas declaraciones de la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, sobre una posible bajada de tipo de interés en junio como una promesa. Después de cerca de dos años en una carrera hacia los máximos históricos, con una inflación encendida por la crisis energética del 2022, Frankfurt empieza a ver los mimbres para aligerar la presión sobre el crédito y la remuneración del ahorro. El entorno de precios a los 27, justo es decir, encaja con las tesis de los más heterodoxos: durante el mes de abril, según los datos del Eurostat, el índice de precios en los países de la moneda única se mantuvo al 2,4%, solo cuatro décimas por encima del umbral de referencia de los reguladores monetarios del planeta.
Durante los primeros 20 días de mayo, de hecho, el Euribor diario -buen indicador para dibujar las previsiones que las finanzas comunitarias hacen respecto de las decisiones de los gobernadores bancarios- sostuvo un claro retroceso. Después de haber superado el 4% durante los peores meses del curso pasado, se quedó por debajo del 3,65% -un auténtico respiro para los hipotecados-. Ahora bien, en las últimas cuatro jornadas esta tendencia se ha revertido, y la referencia para los préstamos inmobiliarios vuelve a frotar el 3,73%.
Europa, justo es decir, no es el causante. Las principales autoridades monetarias del continente parecen convencidas que el camino sugerido por Lagarde es el correcto. Sin ir más lejos, el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cuerpo, aprovechó el pasado viernes su última aparición a la Reunión anual del Círculo de Economía por reiterar que en verano se darán las condiciones para una flexibilización. El actual 4,5%, un pico de décadas, haría un primer paso atrás si se escuchan los referentes comunitarios.
Ahora bien, todo y sus tozudas reclamaciones de independencia, Frankfurt no puede evitar mantener un ojo a Washington: las decisiones sobre los tipos de interés del dólar no son del todo independientes respecto de las del euro; y las previsiones de la Reserva Federal se han ido haciendo menos halagüeñas con el paso de los meses. De hecho, el repunte del Euríbor correlaciona con una serie de declaraciones por parte del liderazgo del instituto emisor norteamericano, crecientemente contrarias en una bajada de

El tipo natural escala
Tanto el regulador como los mercados estadounidenses parecen haber asumido que la segunda mitad del año no será, necesariamente, más fácil que el anterior para la financiación y el crédito. Según publicaba la
Uno de los gobernadores del organismo, Christopher Waller, ya alertó la pasada semana que harían falta «unos cuántos meses de decrecimiento de precios», para que la tradicionalmente conservadora reunión de política monetaria a Washington tome la decisión de hacer las primeras pasas atrás. De hecho, el mismo Waller ha alertado que, en el peor de los casos, la situación podría forzar la mano de la Fed en un sentido contrario, al alza. Según diagnostica, el punto de equilibrio -el nivel de restricción monetaria en el cual se consigue controlar el índice sin hacer daño a la economía- podría haber aumentado. El mismo Powell, de hecho, ya ha alertado que el funcionamiento de la política monetaria de su organismo podría «no haber funcionado como en el pasado». La confianza del presidente con la capacidad de reducir la inflación en los niveles actuales, pues, es «baja»; y la puerta a medidas más estrictas queda abierta, dado que los legisladores podrían «no estar haciendo suficiente» para enfriar el IPC. El próximo 6 de Junio, el BCE decidirá. Seis días después, lo hará la Reserva. Y los ciudadanos endeudados, que habían empezado a respirar, vuelven a coger aire.