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Europa se rinde ante Trump sin contrapartidas: «Es una humillación»

Una de las representaciones más curiosas que la cultura pop ha regalado al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, desde su elección en 2016 fue una figura de papel maché. En 2019, cuando el primer mandato ya estaba en sus últimos días, el célebre carnaval de Viareggio, en la Toscana, se celebró bajo una estatua de 20 metros que representaba al líder conservador como el gran antagonista de la saga de fantasía oscura Warhammer: 40.000, el Dios Emperador de la Humanidad. La armadura y la espada gigante que adornaban a Trump eran, entonces, una mezcla de sátira y suspiro de alivio: su paso por la Casa Blanca había sido breve y relativamente inocuo, maniatado por una burocracia que no había logrado avasallar. Seis años después, el Dios Emperador ha regresado y, a diferencia del primer intento, ha logrado imponer su ley sin aparente rival. El pasado domingo por la noche, tras meses de tira y afloja, atropelló a la Unión Europea con un acuerdo comercial que Bruselas vende como un mal menor, pero que, en la voz de expertos, gobernantes comunitarios y líderes industriales, es mucho más que una derrota. «Es un mal trato, y es una humillación», detalla el profesor de los estudios de Economía y Empresa de la UOC, Joaquim Clarà. En una línea similar, el primer ministro francés, François Bayrou, ha hablado este lunes de un «día oscuro en la historia europea». El pacto, firmado en Escocia por una exhausta Ursula von der Leyen, constata que las aspiraciones de autonomía estratégica de la Unión eran poco más que ciencia ficción; al menos a corto plazo.

Como apunta el experto del Instituto Ostrom, Roger Medina, la fotografía que buscó Trump para escenificar la conquista comercial de Europa ya era de capitulación. Lejos de desplazarse a Bruselas o Estrasburgo, el presidente obligó a Von der Leyen a viajar al club de golf de Turnberry, propiedad de su familia, donde debía inaugurar un nuevo campo y jugar algunos partidos de su deporte favorito. «Se la veía enormemente incómoda», analiza Medina; en línea con los escasos contenidos del documento que se han hecho públicos en las últimas horas. Esencialmente, Europa ha esquivado los aranceles del 30% que había anunciado el Despacho Oval, y los ha dejado en el 15% -un tipo que multiplica por 8 el actual, que, según un estudio del think tank Bruegel, rondaba el 2%-. La herida es menos profunda, pero sigue siendo una herida: «Cuando te dicen que te cortarán un brazo y, al final, solo te cortan un dedo, es mejor. Pero aún te han cortado un dedo!», bromea Medina.

A cambio, además, Europa entrega buena parte de su capacidad para autodeterminarse en ámbitos estratégicos, como la defensa o la transición energética: se ha comprometido a invertir 750.000 millones de euros en compras de energía estadounidense, mayoritariamente proveniente de fuentes fósiles y nuclear, y otros 600.000 en diversos ámbitos, incluida la industria militar, pero también la microelectrónica. Para el economista, politólogo y presidente de la comisión de Internacional del Colegio de Economistas de Cataluña, Xavier Ferrer, las concesiones comunitarias no son una sorpresa. «Se ha de entender que Europa negociaba desde una posición de debilidad. Con el 30% se asusta mucho, y se ha de conformar con la menos mala de una lista de malas opciones», razona.

La estatua del Dios Emperador Trump en el carnaval de Viareggio / Wikimedia Commons

Goleada de Washington

Si se observa el detalle del pacto, de hecho, Europa no ha conseguido nada más allá de evitar el conflicto comercial. La paz de los cementerios concedida por Von der Leyen contempla varias exenciones arancelarias -algunos productos en régimen cero-cero, es decir, sin impuestos al comercio a ninguna de las dos partes-. Ahora bien, estos ámbitos benefician principalmente a las empresas estadounidenses. Entre otras cuestiones, quedan exentas de las tarifas las máquinas de la cadena de valor de los microchips; un sector monopolizado casi sin excepción por la neerlandesa ASML, una de las únicas tecnológicas del mundo con peso específico y sede en la UE.

También quedan fuera de la ecuación las tierras raras y otros materiales de alto interés; un movimiento con el que Trump garantiza para sus big tech acceso sin límites a la minería ucraniana una vez finalice la guerra con Rusia -a la espera de que Kíiv pueda concretar su acceso a la comunidad, como ha pedido en diversas ocasiones el primer ministro Volodímir Zelenski-. «No hay ningún tipo de reciprocidad», constata Medina; lo que «contribuye aún más a la humillación» que ha querido imponer Washington a Bruselas.

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, con la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, en Escocia / EP
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, con la presidenta de la CE, Ursula von der Leyen, en Escocia / EP

El premio alemán

El argumento de la Comisión va mucho más dirigido al sector privado que a los países miembros -o a la ciudadanía-. Von der Leyen parece decir, con su movimiento, que más vale un té que dos te daré: con la sumisión a Washington, el ejecutivo comunitario borra la incertidumbre que atemorizaba al tejido industrial; y otorga al capital un escenario claro, aunque este sea adverso. También se ahorra una escalada de la guerra, que podría haber supuesto un golpe aún más grande para la economía de los 27. «El efecto medio sobre el PIB europeo de los nuevos aranceles puede ser del 0,4 o el 0,5% en negativo, no es un dato tan drástico como podría haber sido», formula Clarà.

Además, según los expertos consultados, el público preferido de Bruselas sí está satisfecho. Alemania -el motor único de la CE bajo la líder cristianodemócrata- vuelve a salir ganadora de la disputa a costa de la salud del resto de estados miembro. La industria del automóvil, predominante en la república centroeuropea, es la única que sale con un beneficio neto del pacto del golf; con una reducción de los aranceles de unos 12 puntos porcentuales -del 27,5% que pesaba desde febrero hasta el 15% que ofrece el acuerdo actual-. «Es un acuerdo que se ha hecho pensando en los productos alemanes, especialmente los coches; y el resto, a aguantar», ironiza Ferrer.

Olvidando a Draghi y Letta

La bandera blanca de Von der Leyen ante Trump dejará, según los expertos consultados, cicatrices profundas. Desde la salida de la pandemia, con una histórica mutualización de deuda europea para hacer frente a la crisis sociosanitaria, el discurso dominante del gran centro de la Unión era federalizante. La Comisión se había marcado la meta de poner los cimientos de unos hipotéticos Estados Unidos de Europa, con una mejor unidad bancaria, comercial, fiscal, energética y militar. Este acuerdo, como sentencia Medina, cercena todos estos esfuerzos. «Me gustaría ver qué piensan, de este pacto, dirigentes como Mario Draghi o Enrico Letta«; los cerebros detrás de los dos informes que han dirigido la política económica de Bruselas los últimos años -con la aquiescencia entusiasta de conservadores, socialdemócratas y liberales; y también del conjunto del mundo empresarial-.

El líder conservador alemán y previsible nuevo canciller, Friedrich Merz, y el secretario general de la OTAN, el ex primer ministro neerlandés Mark Rutte / EP
El canciller alemán, Friedrich Merz, y el secretario general de la OTAN, el ex primer ministro neerlandés Mark Rutte / EP

Las hojas de ruta de los 27 contemplaban, pues, soluciones que el pacto con Trump desmorona: la electrificación y la apuesta estructural por las renovables queda oculta bajo la sombra de la nueva dependencia del petróleo y el gas americanos. La acelerada de nuevos «capitanes industriales» en el sector de la defensa -los Rheinmetall y Leonardo-, lastrada por las inversiones en armas estadounidenses. Para Ferrer, sin embargo, estas concesiones son lógicas: a corto plazo, incluso si Europa quisiera comprarse armas y aparatos defensivos a sí misma, no podría. «La industria local no tiene capacidad para cubrir la demanda que genera el aumento del gasto militar. El rearme europeo siempre tenía que pasar, en primera instancia, por los Estados Unidos», afirma el experto.

¿Y el amigo chino?

Desde el denostado Día de la Liberación, el 2 de abril en que Trump presentó su enrevesada lista de aranceles, el mundo empresarial de la Unión lleva a cabo una búsqueda -desesperada, en según qué países y sectores- de alternativas. Cataluña y el Estado figuran entre los mercados que se podían permitir, o eso aseguraban, mirar fuera de los EE.UU., en tanto que la dependencia del mercado estadounidense es baja -en ambos casos está entre el 3 y el 4% de las exportaciones anuales-. Una de las salidas que encontraron tanto la Moncloa como la Plaza Sant Jaume fue China: tanto el presidente español, Pedro Sánchez, como el catalán, Salvador Illa, han protagonizado en las últimas semanas viajes institucionales al gigante asiático en busca de nuevas vías de cooperación, principalmente económica. De hecho, España ha llegado a bajar al barro, con un pequeño contrato de inteligencia -unos 12,3 millones de euros- concedido a la multinacional tecnológica Huawei, una de las grandes enemigas del bloque occidental -y que ha generado una polémica gigantesca tanto en Washington como en Bruselas-. Este acuerdo, según destaca Clarà, aleja cualquier posibilidad de acercamiento a Pekín. «Europa acepta los términos de los Estados Unidos, y se mete en su trinchera», sostiene el profesor, en un mundo crecientemente bipolar. Coincide Medina, que encuentra «irónica» la situación actual: «El gran campeón del libre mercado ahora es neomercantilista; y el país de la planificación económica canta las loas al libre mercado».

Ferrer, sin embargo, se muestra menos pesimista. A juicio del economista, la fuerza motriz principal de la política del gobierno de Xi Jinping es el pragmatismo; y entenderá esta rendición como un movimiento práctico. «China quiere estabilidad, no quiere guerras comerciales. Valora más la tranquilidad que engrandecer su bloque de influencia», sostiene. De hecho, asegura que el acuerdo deja abiertas rendijas para que las compañías europeas «busquen nuevos mercados», incluidos los asiáticos -añadiendo a India-. También destaca la relevancia del tratado del Mercosur, que elimina trabas para cinco nuevos mercados con cerca de 300 millones de consumidores potenciales.

El presidente de China, Xi Jinping, en el marco de un encuentro en Pekín con el presidente del Consejo de la UE, Charles Michel | Unión Europea

La incógnita de la Europa que viene

Los expertos consultados coinciden en que la Unión Europea, así como las otras potencias que ya han alcanzado acuerdos desfavorables con Trump -principalmente, Japón y el Reino Unido- intentan navegar unas corrientes hostiles, pero que, a su parecer, no deberían durar. Los firmantes «intentan no salir perjudicados, con la idea de que cambiará la presidencia en tres años y medio». La realidad electoral les da la razón: la popularidad de Trump está en mínimos históricos, hasta el punto de que la oposición Demócrata -incluso en momentos tan bajos como los que sufren desde las presidenciales del 5 de noviembre- ve alcanzable recuperar tanto el Congreso como el Senado en las mid-terms de 2026. Ahora bien, tanto Medina como Clarà alertan contra esta complacencia. «Eso de que nos quedan tres años habrá que verlo: si los aranceles generan ingresos fiscales suficientes para mejorar las economías familiares, es posible que hayan venido para quedarse», sostiene el docente. El experto de Ostrom, por su parte, teme que este neomercantilismo se convierta, en lo que resta de mandato, en la nueva normalidad en la relación de los EE.UU. con sus socios comerciales. «Incluso el ala progresista del Partido Demócrata puede verse incentivada a hacer suyo este proteccionismo», opina.

Cabe decir que no está todo vendido, tampoco en Bruselas. Por ahora, se conocen escasos detalles del acuerdo; poco más que el comunicado oficial de la Comisión y las declaraciones -a menudo hiperbólicas, muchas veces desmentidas- del propio Trump. Como recuerda Medina, si este acuerdo toma la forma de un acuerdo comercial, «tendrá que pasar por los carriles legislativos habituales». Es decir, el ejecutivo tendrá que convencer tanto al Consejo como al Eurocámara. Una tarea difícil, dado que Trump no acumula suficientes aliados entre los partidos de los 27 para influir sobre la votación; y que países de la relevancia de Francia o el Estado español ya han mostrado su oposición.

Ferrer, por su parte, defiende que el acuerdo puede acabar siendo una bendición disfrazada de condena. «Los grandes saltos cualitativos de la UE, como el que necesitamos ahora, solo han llegado en momentos de crisis», rememora. El acuerdo de Maastricht no habría sido realidad sin la guerra de Bosnia; y la mutualización de deuda comunitaria era impensable antes de la pandemia. La ofensiva trumpista «ha de servir para integrarnos mejor; no por voluntad, sino por necesidad», analiza. Es el único camino, a su juicio, para cumplir el lejano objetivo de la CE: añadirse al tablero global como un tercer actor de peso, razonablemente autónomo de Pekín y Washington. «Ahora somos débiles. Cuando seamos fuertes, ya veremos», concluye.

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