Los términos de la claudicación de Trump ante los mercados internacionales hicieron que los empresarios estadounidenses sintieran aún más temor. El presidente, con menos de 100 días de su segundo mandato, tiró del freno de su medida estrella, los aranceles universales, después de que en los mercados «les entraran los temblores«. Tras el sonoro paso atrás del mandatario, su administración se comprometió ante el sector privado a llegar a nuevos acuerdos comerciales con mercados clave –Japón, Australia, India o Corea del Sur, por ejemplo- en condiciones más favorables, gracias, precisamente, a la amenaza arancelaria. La calma artificial que la Casa Blanca inyectó al capital, sin embargo, ya se ha desvanecido; y no hay ningún nuevo tratado internacional que justifique el revuelo. De hecho, algunos de los gobiernos mencionados -el de Tokio, principalmente- se han mostrado muy críticos con las formas del secretario del Tesoro, Scott Bessent, a quien acusan de cambiar constantemente los objetivos en las negociaciones.
De hecho, según publicaba el medio neoyorquino The New York Post, el pacto comercial con Japón estuvo próximo a firmarse durante la pasada semana, pero se cayó en los últimos momentos de las conversaciones. Un inversor con conocimiento de las conversaciones declaraba al mismo rotativo que la Casa Blanca «cambia constantemente el redactado del acuerdo». Es decir, no parece haber consenso respecto a qué es exactamente lo que busca la administración Trump cuando se refiere a «acuerdos comerciales más favorables» para EE.UU. Los pactos con Japón son esenciales, por ejemplo, para algunas ramas de la industria tecnológica, que encuentran en las empresas niponas un eslabón imprescindible de su cadena de valor. Ante la ruptura de los contactos con Tokio, el Nasdaq -el índice bursátil de las tecnológicas americanas- ha caído más de un 2,5% en la última jornada abierta, y apunta a un «abril negro», según el consenso de los analistas de Wall Street.
Los empresarios locales, pues, pierden la confianza en que la administración llegue a los pactos que prometió, y para los cuales los aranceles universales eran una supuesta ventaja competitiva. La figura de Bessent, de hecho, era de las que despertaban más confianza entre el capital local. Considerado un «moderado comercial», había sido aliado de George Soros en su holding familiar, Soros Fund Management. Por tanto, sus conexiones con el capital tradicional de Wall Street eran un factor diferencial. Ahora bien, su peso en la administración se está erosionando en favor de otros nombres mucho más belicistas, próximos a las tesis del presidente. Es el caso del multimillonario y exdirectivo de Cantor Fitzgerald Howard Lutnick, que ocupa la secretaría de Comercio. Lutnick ha sido uno de los grandes aliados de Trump en el mundo financiero desde su primera carrera presidencial, y sostiene posturas mucho más autoritarias respecto a los pactos con los aliados comerciales.
Aún más a su derecha está Peter Navarro, el economista fichado por el yerno del presidente, Jared Kushner, para liderar el diseño de los aranceles. Considerado un halcón comercial, Navarro despierta especiales reticencias entre las bolsas, dado su pasado como divulgador económico. Cabe recordar que el economista fundamentó todo su trabajo publicado en las tesis de un experto llamado Ron Vara, una supuesta eminencia en materia comercial que, finalmente, se descubrió que no existía. Ron Vara es, de hecho, un anagrama de Navarro.

Estantes vacíos en los supermercados
El peligro de los aranceles de Trump no solo ha golpeado a las empresas cotizadas, hundidas por la incertidumbre inversora a raíz de la retirada comercial del presidente. Las empresas de servicios al público, al final de la cadena de valor, también temen un panorama desolador si la Casa Blanca no firma una tregua comercial, especialmente de cara al verano. El pasado lunes, el presidente se reunió con varios directivos de cadenas de gran distribución de todo el país. El encuentro, según anunció un portavoz de Home Depot, «fue informativo y constructivo»; pero no parece haberse llegado a ninguna solución para la esperada inflación de los bienes de consumo que se espera una vez terminen los 90 días de pausa arancelaria. De hecho, voces del sector han trasladado a varios medios temores de desabastecimiento de cara al verano, especialmente en aquellos bienes importados de China.
Al otro lado de la trinchera, los productores norteamericanos comienzan a notar los dolores causados por los aranceles. Uno de los productos estadounidenses que más se demanda en los mercados asiáticos es la soja, abundante en las grandes plantaciones del centro y el oeste del país. El 50% de la producción nacional llega, de hecho, a China, y ahora sufrirá unos aranceles del 145% para llegar a los compradores. Ante el hueco que dejan los EE.UU., los productores de América Latina, principalmente de Brasil, son los más beneficiados, con un tráfico regular de producto hacia Pekín. Caleb Ragland, presidente de la patronal norteamericana de la soja, aseguraba que el sector se encuentra en «conversaciones constantes» con la administración, pero aún no se ve una salida clara para los productores afectados. Muchos de ellos alertan que su sostenibilidad a corto plazo pende de un hilo.