El primer mandato de Donald Trump en la Casa Blanca sirvió de piedra de toque para la política exterior de la Unión Europea. Unos Estados Unidos aislacionistas eliminan, para Bruselas, un aliado clave en el posicionamiento geoestratégico de la región -una referencia, de hecho, para una comunidad que pierde cada vez más peso en los equilibrios globales-. Ocho años después de la entrada en el Despacho Oval del líder conservador, y sin una estrategia común aún para asegurar un lugar en el mundo, los 27 vuelven a encontrarse con el mismo alboroto, aunque con más intensidad: el amplio margen de los republicanos en las elecciones del pasado martes, según Trump, le otorga un mandato aún más sólido para aplicar su programa. Las medidas con las que ha encabezado una campaña especialmente económica, según los expertos consultados por este medio, amenazan con cambios profundos en la coyuntura económica estadounidense, pero también europea. La combinación entre los agresivos aranceles que la administración de Washington pretende aplicar con una política fiscal laxa que busca reducir la carga impositiva sobre empresas y particulares se unen en un caldo de cultivo potencialmente inflacionista. «Las políticas trumpistas podrían causar un importante repunte de la inflación; y obligar a la Reserva Federal a subir tipos», contempla el profesor de los estudios de Economía y Empresa de la UOC Joaquim Clarà. Las previsiones del mercado a medio plazo, con menos restricciones monetarias al crédito, podrían tener que revertirse; lo que golpea directamente la estrategia europea en cuanto al precio del dinero.
Mucho más conservadora que sus contrapartes occidentales, la Fed ha tardado en liberar el crédito en dólares. Y cuando lo ha hecho, ha sido poco a poco. El presidente del organismo, Jerome Powell, dibujó en septiembre un escenario de bajadas de tipos sostenidas que se alargaría durante todo el 2025, con 25 puntos básicos este noviembre y otras cuatro rebajas a ritmo idéntico el próximo curso. El pasado jueves, el dirigente confirmó la última previsión del año, aunque fue mucho más cuidadoso describiendo la hoja de ruta para los próximos 12 meses. «A largo plazo -analiza el director del máster de Mercados Financieros de la UPF-BSM Xavier Brun– se deben ver los impactos de las políticas fiscales expansivas de Trump»; así como de los bloqueos comerciales.
Los aranceles, según las expectativas de la patronal estadounidense del pequeño comercio NRF, causarían un gasto extraordinario para consumidores y administraciones de 78.000 millones de dólares. A corto y medio plazo, las tarifas «provocan que el producto extranjero sea más caro»; favoreciendo las fábricas estadounidenses, pero tensionando los ya maltrechos bolsillos de los compradores. «A los productores americanos les conviene producir, pero ¿quién lo paga? Los americanos», añade Brun. A este cóctel inflacionista se suma la política migratoria: una expulsión generalizada de las personas migradas sin documentos dejará las empresas de bajo valor añadido -servicios o construcción- sin mano de obra barata y accesible, tal como confirma el analista de mercados Manuel Pinto. «Esto derivará en contrataciones a sueldos más elevados, incrementando la inflación», razona. En tercer lugar, unas políticas fiscales expansivas -bajadas de tasas, con especial efecto sobre las rentas del capital- incentivan el consumo, elevando la presión sobre el mercado y, a su vez, aumentando los precios. «En conjunto, el programa económico de Trump está compuesto de medidas inflacionistas. Y esto puede cambiar el rumbo de la Reserva Federal», asegura Pinto.

Trincheras en Washington
Ya durante el primer mandato de Trump, las relaciones entre la Casa Blanca y la Reserva Federal se deterioraron progresivamente. El primer paquete de medidas trumpistas -con aranceles sectoriales, como al acero o a las tecnológicas chinas; bajadas de impuestos a las rentas altas o dificultades para la migración- generaron un pico inflacionista que los gobernadores tuvieron que gestionar con subidas de tipos, aunque no tan intensas como las aplicadas después de la pandemia y la guerra en Ucrania. Entre 2018 y 2019, tras haber rozado una inflación del 3%, el regulador monetario de la federación elevó los tipos hasta el 2,5% -una decisión que no agradó a Trump, que exigía rebajarlos para encarar las elecciones presidenciales de 2020 con un mejor dinamismo económico-. En ese momento, el ahora presidente electo llegó a amenazar con destituir a Powell, a pesar de haberlo nombrado él mismo en 2016, por «subir demasiado los tipos, cuando lo que debería hacerse es bajarlos». Consultado sobre la cuestión en una entrevista de campaña, Trump rebajó la tensión, asegurando que no lo despediría; siempre, sin embargo, que «haga las cosas bien». Tras la reunión de política monetaria del pasado jueves, el dirigente insistió en la independencia del banco central respecto de la avenida Pensilvania. El líder de la Fed «defiende su mandato: si haces políticas fiscales expansivas, provocas inflación; y para contrarrestarla, hay que hacer políticas monetarias restrictivas», afirma Brun.
En este contexto, Clarà ve «muy posible» que vuelva el mal ambiente entre instituciones. Especialmente, apunta, ante las promesas que han articulado la plataforma trumpista: la victoria republicana se ha construido sobre un fundamento de críticas a la elevada inflación causada, según su discurso, por la administración Biden. «Los americanos son un pueblo al que le gusta consumir», y que, además, lo hacen sobre un colchón de crédito. «Puede ser conflictivo, entonces, que el precio de los préstamos sea más elevado» de cara a una presidencia que se ha comprometido a recuperar el poder adquisitivo de los salarios del país. Brun insiste, sin embargo, en que cualquier efecto se notará a medio plazo: las decisiones inmediatas de la Fed serán como las previstas -o deberían serlo, dado que se basan en datos inmediatos-. Así pues, a partir del próximo 20 de enero, cuando Trump tome posesión del cargo, el dibujo económico de los EE.UU. puede sufrir un cambio sustancial. Y no solo: «no son los Estados Unidos; es Europa y todo el mercado mundial», alerta el profesor de la UOC.

Europa se desacopla
En Europa, los efectos de todo esto pueden ser especialmente perniciosos. Los aranceles que se aplicarán sobre los 27 son más bajos que en otros puntos del planeta -solo de 10 puntos, respecto de los 20 globales o los 60 que sufrirá China-. La UE, cabe recordar, exportó a Estados Unidos en 2023 productos por valor de 527.000 millones de euros, cerca de un 20% de sus ventas internacionales. En un momento de especial tensión industrial, con caídas productivas en mercados esenciales como el alemán y crecimientos del PIB muy moderados -de un 0,7% durante el segundo trimestre de este año-, el golpe arancelario puede, según los expertos consultados, crear un «contexto recesionista», especialmente en los países más vulnerables de los últimos ejercicios. Con un mercado laboral que se está enfriando en la comunidad y la inflación bajo cierto control, entonces, el Banco Central Europeo no tiene motivos para replicar la hoja de ruta monetaria a la que se verá forzado su homólogo transatlántico. «Teniendo en cuenta que no hay capacidad de emitir deuda conjunta, y que los objetivos de déficit para los miembros son cada vez más estrictos, la flexibilización monetaria es el único motor para acelerar la economía»; argumenta Pinto. El analista de mercados, por tanto, prevé que el mismo proceso que endurecerá las condiciones de crédito en Estados Unidos puede, de rebote, liberarlas más rápidamente de lo previsto en Europa.
Los mercados, de hecho, ya han dejado una pista clara de este fenómeno: la cotización bancaria. El valor de las principales firmas crediticias del Estado español cayó, horas después de la victoria de Trump, un 5%. Según los expertos consultados, dos factores del programa republicano justifican esta caída: en primer lugar, la banca es un sector especialmente procíclico -es decir, va bien cuando la economía funciona; y mal cuando se enfría-. Así, los inversores descuentan un empeoramiento de las condiciones económicas de la unión que rebaje el atractivo de las acciones de las compañías en cuestión. En segundo lugar, una bajada de los tipos de interés provoca una disminución potencial de los márgenes de intereses de las operaciones bancarias, golpeando así sus balances, tal como apunta Pinto. El mundo bancario europeo, además, es sustancialmente más conservador que el de la otra orilla del Atlántico, y no se ve tan directamente afectado por las estimaciones del BCE. «Solo hay que mirar los últimos años: el sector descuenta un cambio importante», concluye.