Las primeras semanas de la alianza entre Elon Musk y el presidente de los Estados Unidos Donald Trump parecían prometedoras para el empresario. Tesla, la joya de la corona del multimillonario sudafricano, se disparaba entre los inversores. El día que Trump ganó las elecciones presidenciales, el pasado 5 de noviembre, las acciones de la compañía se movían alrededor de los 260 dólares. Cuando se contó el último voto, la marca se disparó. En menos de un mes y medio, la capitalización se multiplicó, hasta rozar máximos de 480 dólares, entre promesas de políticas favorables al mundo empresarial y libertad para el desarrollo tecnológico. Solo un trimestre después, todas las ganancias se han borrado: la tecnológica ha perdido los aumentos forzados por la nueva presidencia, y ya vuelve a moverse por debajo de los 250 dólares. El capital no es el único que desconfía: los clientes cada vez miran menos hacia la insignia tejana en busca de un vehículo alternativo. Los analistas bancarios esperan uno de los peores resultados de su historia reciente; y algunos de sus mercados centrales –Alemania, China– la han dejado atrás por productos más baratos y de mejor calidad. Tesla, por lo tanto, ya no es la referencia que era en su sector.
Incluso el gran capital estadounidense se ha dado cuenta de la caída de Tesla. El pasado jueves, el gigante de Wall Street JP Morgan fue demoledor contra la estrategia de la multinacional. En una llamada con clientes, la directiva del banco fue contundente: «No somos capaces de encontrar nada como esto en la historia de la industria del automóvil: que una marca haya perdido tanto valor, tan rápidamente», subrayan los analistas. A juicio de los inversores, el rol de Musk en la administración Trump es contraproducente para los intereses de su valor estrella. El «contexto regulador cambiante» que está imponiendo la Casa Blanca, sin guías concretas sobre sus próximos avances, tiene a la tecnológica como su principal víctima. Por ejemplo, JP Morgan cita la posible retirada de los beneficios fiscales para la compra de un coche eléctrico, una medida que puso en marcha el expresidente Joe Biden, como un agravio sustancial para la marca. Cabe recordar, de hecho, que Tesla fue uno de los grandes beneficiarios de esta política, que Trump rechaza como una concesión a la agenda ecologista. Sin los 7.500 dólares en concesiones públicas, aseguran desde el sector, «las ventas de vehículos eléctricos caerán significativamente». La firma de Musk es aún el jugador más dominante en su segmento, con un 42% del mercado electrificado; y sería la gran derrotada en caso de que la demanda se hunda en el país.
Los efectos se notarán ya en las cuentas del primer trimestre de 2025, según las mismas estimaciones de JP Morgan. La lectura del banco apunta a un recorte de las ventas cercano al 30% en términos interanuales. A juicio de los analistas, parte de la pérdida de confianza de los inversores proviene del «divisivo rol de Musk en la administración Trump», como jefe de la agencia extragubernamental dedicada a aplicar recortes billonarios en el presupuesto federal. Ahora bien, el mismo magnate parece ser consciente de las malas perspectivas que acompañan al programa de su presidente. Sin añadir el nombre de Musk, la compañía envió el pasado viernes una carta oficial al secretario de Comercio del gobierno estadounidense, el millonario energético Howard Lutnick, alertando de los «desproporcionados impactos» de la guerra comercial que el Despacho Oval libra con Europa, China y otros aliados sobre el sector del coche eléctrico.
Entre otros productores norteamericanos, Tesla ya ha anunciado medidas para llevar a cabo una «agresiva relocalización» de su cadena de valor en los Estados Unidos, en busca de proveedores de proximidad y plantas productivas dentro del territorio. Ahora bien, incluso si este proyecto se puede llevar a cabo, «muchas partes y componentes son difíciles de encontrar dentro de los Estados Unidos». De hecho, parte de la línea productiva de Tesla se encuentra en China, donde la industria del vehículo eléctrico está mucho más avanzada; y donde, además, el abastecimiento de materiales estratégicos -las tan conflictivas tierras raras- está garantizado. Por tanto, el impuesto del 20% a las importaciones chinas afecta profundamente a Musk y su compañía; y cualquier respuesta que pueda imponer Pekín sobre las firmas norteamericanas puede tener efectos aún más devastadores. Por ahora, la respuesta arancelaria china hacia los Estados Unidos se centra en los productos agrícolas, si bien la escalada que la Casa Blanca ha llevado a cabo en las últimas semanas promete conflictos en otros sectores, de la metalurgia a la farmacia, pasando por las altas tecnologías.

Obligados a rebajar precios
Ante las nuevas amenazas y la pérdida de competitividad que causan los aranceles, Tesla ha tenido que rebajar sus pretensiones de precio. Uno de los grandes agujeros que aún sufre el sector del coche eléctrico occidental es el del coste: mientras que los modelos europeos y estadounidenses aún son vistos como premium, las escuderías chinas han logrado poner en el mercado productos entre los 20 y los 30.000 euros, que compiten con las gamas bajas y medias de propulsión tradicional. El ejemplo más sangrante es el del histriónico Cybertruck, el denostado «coche indestructible» que Musk ha presentado con bombo y platillo en las ferias especializadas. En un primer momento, el millonario le puso una etiqueta de unos 40.000 dólares, que se disparó inmediatamente hasta los 61.000 nada más poner una rueda en el mercado. Los añadidos al aparato, además, hacían escalar rápidamente el precio hasta los 100.000 dólares. Con esta estrategia de mercado, la tecnológica chocó con una pared: en el lanzamiento, aseguraron 1,9 millones de reservas del coche; si bien solo un 5% de las mismas se acabaron materializando en ventas. Ante el golpe, la directiva ya ha hecho un giro de timón, e ha incluido muchos de los extras en los modelos base, efectivamente recortando el precio objetivo en más de 30.000 dólares por unidad.
No solo el llamativo Cybertruck sufre las grietas de Tesla. Según publicó el pasado viernes la agencia Reuters, la multinacional buscará recortar el precio del Model Y, su superventas, un 20%. El objetivo principal de este Y low cost sería China, donde ya hace tiempo que su principal competidor en la región, el gigante de Shenzhen BYD, lo ha superado como líder absoluto en el mercado local. La primera versión del producto sufriría aún la guerra comercial de Trump: Musk ha decidido fabricarlo en su planta de Shanghai. Por tanto, cualquier paso de fronteras a los Estados Unidos o a los mercados más atractivos de la Unión Europea tendría que saltar barreras arancelarias de entre un 25 y un 35%.
Pérdidas intensas en todas partes
Los Estados Unidos, sin embargo, no son el principal problema de Musk. De hecho, el paso atrás es global: entre enero y febrero, Tesla se dejó un 44,4% de sus ventas en términos interanuales. Sin ir más lejos, en China solo se entregaron 28.200 Teslas en los dos primeros meses del año, su peor cifra, precisamente, desde 2022. La caída en otros mercados estratégicos es aún más significativa. En Australia, solo se entregaron 1.600 Teslas en los primeros dos meses del año, un 72% menos que el año anterior; mientras que en Alemania se perdieron un 76,3% de las ventas. En el Estado español, el recorte es similar a la cifra global, con una caída del 42,3% de las adquisiciones. Todo, en favor de los vehículos chinos.