Los ojos del mundo financiero, un año más, se han concentrado este viernes en un pequeño valle en el estado de Wyoming, en la parte más nueva de las milenarias montañas Rocosas. El cónclave de Jackson Hole -la reunión anual de los principales banqueros centrales del mundo- es siempre una cita ineludible para los inversores de todo el planeta; y cuando se debe retirar a un presidente de la Reserva Federal, aún más. La despedida de Jerome Powell, sin embargo, no ha sido pacífica: el discurso del dirigente monetario venía viciado por la disputa que mantiene con el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump; que lleva meses pidiendo su cabeza. El mercado descontaba una pequeña señal de concordia: la brecha entre los dos presidentes se había hecho más y más grande a raíz de la negativa acumulada a rebajar los tipos de interés -y reactivar el crédito, como esperaba Trump, para reducir la presión financiera sobre los consumidores estadounidenses-.
Expertos y analistas entraron en las jornadas esperando una puerta abierta a una rebaja de tipos en septiembre -y, de hecho, la han encontrado-. Pero la coincidencia monetaria entre los dos bandos no ha servido para levantar ninguna bandera blanca. Powell ha llegado a Jackson Hole dispuesto a salir rodeado de salvas de cañón, y, envuelto en su retórica técnica, indisoluble de la política monetaria, ha querido enviar un mensaje al Despacho Oval: si se pueden rebajar los tipos es a pesar de sus políticas, y no gracias a ellas. Más allá: si se deben rebajar los tipos es por culpa de Trump. La hoja de ruta del republicano lleva a «riesgos inflacionistas al alza y riesgos de una ocupación a la baja – una situación peligrosa»; ha espetado.
A diferencia del Banco Central Europeo -y otros homólogos- la Reserva Federal tiene un mandato doble: mantener la inflación en torno al objetivo del 2% y salvaguardar la salud del mercado laboral estadounidense. Observando los datos macroeconómicos que los diversos departamentos de la Casa Blanca han publicado últimamente, todo hace pensar que la situación es prometedora: el desempleo se mueve en torno al 4%, prácticamente pleno empleo; mientras que la inflación cerró julio una décima por debajo de las expectativas del mercado, en el 2,6%.
En línea con el currículum de Trump, sin embargo, las cifras tienen trampa: la Casa Blanca despidió de manera fulminante la pasada semana a Erika McEntarfer, la comisionada de la oficina de estadísticas laborales, la agencia federal encargada de estudiar el mercado de trabajo. Las cifras publicadas en primera instancia por McEntarfer dejaban entrever nubes de tormenta en el mercado laboral del país: según se extraía, en julio se habían creado poco más de 70.000 nuevos puestos de trabajo en la Federación, extremadamente lejos de los más de 109.000 que se descontaban para un mes normalmente muy activo. «La economía va muy bien con TRUMP, y McEntarfer ha MENTIDO para hacernos quedar mal», arengaba el presidente en su red social, Truth Social. En cuanto a la inflación, si bien la cifra general crece menos de lo esperado, el IPC subyacente -el que descuenta los productos más volátiles de la cesta de precios, la energía y los alimentos frescos- subía una décima, hasta el 2,9%, y se alejaba del objetivo estratégico.

El IPC no se paga
En su discurso en Jackson Hole, Powell -cuidadoso con las palabras- ha expresado su apoyo a los críticos del presidente, y ha subrayado exactamente los datos que el Despacho Oval quería dejar bajo la sombra. «Dentro del núcleo, el precio de los bienes ha aumentado mucho por encima de la rebaja modesta que detectamos en 2024», lamentó el dirigente monetario; un cambio de tendencia que atribuye a los aranceles. La escalada de precios, sin embargo, tiene en contra un factor que difícilmente se puede catalogar entre las buenas noticias: el empleo no toma un camino creciente y, por tanto, el poder adquisitivo de los consumidores no aumentará lo suficiente para sobrecalentar la economía. El presidente ha reconocido la buena salud macro del mercado laboral, si bien considera que el equilibrio es «curioso»: a su parecer, la estabilidad proviene de una «caída tanto en la oferta como en la demanda de trabajadores». Es decir, los empresarios no buscan nuevos empleados; pero tampoco se están generando nuevos demandantes de empleo. Esta contradicción indica que «hay riesgos de caída de la fuerza de trabajo y, si estos riesgos se materializan, pueden hacerlo rápidamente, con grandes despidos y un aumento del desempleo».
Con los datos previos al despido de la jefa del departamento de estadística laboral, Powell ha constatado que «solo se crean 35.000 nuevos puestos de trabajo netos cada mes, muy lejos de los 168.000 que registrábamos en 2024». En paralelo, la economía estadounidense crece la mitad que hace un año, una caída que explica en buena medida el relativo control de la inflación: el PIB del país no crece porque los consumidores cada vez gastan menos, lo que enfría los precios a pesar del choque arancelario. De esta manera, la Reserva ve urgente tapar el agujero económico y laboral que pueden dejar «las políticas comerciales y migratorias» de Trump, y deja la cesta de precios en un segundo plano. La ratio aplicada a los depósitos, entre el 4,25 y el 4,5%, está muy lejos del punto de equilibrio que proyectaban el curso pasado los analistas financieros, en torno al 2%. Con un precio del crédito en «niveles restrictivos», pues, una bajada de tipos parece -leyendo entre líneas del discurso del presidente de la Fed- el menor de dos males. Un mal menor, pero que depende «exclusivamente de la lectura que los oficiales de la Reserva harán de los datos económicos»; con Trump fuera de la ecuación.

Sin tregua en Washington
La sede de la Fed, que había sido territorio neutral en los últimos 30 años, se ha convertido en una trinchera más en la guerra de Trump contra su propio gobierno federal. Como ha hecho con la responsable de estadísticas laborales, el mandatario ha aprovechado todas las oportunidades que ha tenido para reformar a su favor el gobierno monetario del país. En la última reunión de política monetaria, Powell se encontró con una anomalía: dos gobernadores, los republicanos Christopher Waller y Michelle Bowman, votaron contra la decisión del presidente, y reclamaron una rebaja de tipos de 25 puntos básicos -en línea, entre otros, con las del Banco Central Europeo-. Ahora, otra gobernadora le ha dejado la puerta abierta a más cambios contra Powell: Lisa Cook, nombrada por Biden, ha estado implicada en un caso de fraude hipotecario, y la Casa Blanca ha olido la sangre en el agua. Si finalmente Cook cae de su asiento, Trump podría nombrar a otro dirigente afín; y ganaría la mayoría para los conservadores, con cuatro de siete miembros de la directiva elegidos personalmente por él.
La decisión queda en manos de Powell, que, por ahora, no se ha pronunciado; y la acusada no parece dispuesta a dimitir. «No tengo ninguna intención de abandonar el cargo por unas cuestiones planteadas en un tuit», ha espetado, rechazando los ataques por redes del mismo presidente estadounidense. El actual líder monetario estadounidense tiene nueve meses más en el cargo -el secretario del Tesoro, Scott Bessent, pedirá su salida el próximo mes de mayo- y, vistas sus declaraciones y las amenazas que llegan desde la Avenida Pensilvania, nada hace pensar que serán pacíficos.